Como la sombra de una aguja

Hay hombres que pasan como la sombra de las agujas del reloj. Su vida es como una pausa, un descanso. Lo soportan todo, no juzgan nada ni a nadie. Nunca están tan seguros como entre la gente que les quiere, y detectan el carino como los perros los ruidos extraños a su mundo diario. Vive en la certeza inamovible de que todos son buenos dentro de un mundo acabado y perfecto. La vida es un continuo de bondad, como una llama que se consume en bondad, como un instante de la mañana, como un barco sobre el horizonte del mar, como un copo de nieve, un rayo de sol que se filtra entre las nubes, como una infancia inacabada, una realidad vaga e indeterminada. Su vida es como un bosque rico, inagotable, autosuficiente, del que nunca ha salido. Por eso parece que todo le es indiferente. En él se manifiesta en libertad el niño que todos llevamos dentro y no dejamos salir. No necesita nada más que lo que le dan. “¿Qué pensará él de sí mismo?”, nos preguntamos muchas veces. Nos conocemos y nos queremos
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