Esta tarde de otoño

En esta tarde de otoño, cuando regreso, los humildes hogares no humean, han desaparecido las ovejas que triscando regresaban al aprisco y las vacas pastando regresaban al establo. Paso al lado del campo en donde disfrutan de su reposo eterno los antepasados y hoy no son más que recuerdos fugitivos. El campanario parece un tronco viejo descarnado que flota en el aire. Sus agujeros son como los ojos de los muertos que vigilan cariñosamente nuestros pasos por los senderos, como oídos que escuchan atentamente nuestros secretos, nuestros rumores, nuestras plegaras silenciosas. Las ilusiones y los deseos de la gente acarician la melena de las campañas. De día, el sol baña el campanario y de noche lo engulle la oscuridad como el cementerio engulle el pasado. A veces, las profundidades del cementerio relinchan como una recua acosada por una manada de lobos. Cada habitante de estos montes vive en soledad como dos cumbres de montaña, como rocas que se desprenden de la falda de la montaña y ruedan hasta el valle, como hojas secas caídas del árbol, como estrellas de un firmamento de otoño.

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