El día está triste, no se vislumbran las cimas de los montes. La luz que hoy desciende del cielo no parece el vestido de Dios sino los harapos de un mendigo divino, pero cubre el aire con arte. El viento agita las ramas, letras sin idioma, de los árboles que recortan los desteñidos colorines del cielo y hasta los pensamientos más íntimos que llegan envueltos en la eterna canción del Eiroá. Las calles van vacías y los senderos del monte dormitan. Los recuerdos de historias de otro tiempo lo transforman todo en un mundo de realidades falsas, alumbradas por la triste sonrisa del sol comido por las hormigas. En tardes como esta nos encontramos con nosotros mismos husmeando detrás de otros muros como en la honda noche original.