El tiempo

Aunque los años, juicio devastador, arador de rasguños, sobrecargan nuestros cuerpos, y llenan la boca de aventuras como caballos enjaezados que pueden zaherirse entre ellos sin piedad o morir en el camio ante miradas agostadas. Piras humeantes de días festivos o de duelos salpicados de miradas chispeantes o de esfuerzos inútiles, cada etapa perdurará con sus cargas de felicidad y de crueldad que pueden hacerse sentir con susurros como gritos de moribundos olvidados. Tal vez fruto de los sentidos ciegos, miles de oscuras semillas, espigas diamantinas, envueltas en fondo de estrellas, desfiguran lo vulgar y hacen menos amarga el arte de sufrir, enredo malvado. El crepúsculo se apaga, arrastra un enjambre de deseos como remolinos de sombras espesas que barran las puertas del edén convertido en broncas cavidades y agota las temblorosas melodías. El tiempo, nutrido por la duda: dulce martirio, pasa pero no muere.

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