La tumba de Dios

Hoy continuó diciéndome: En cada rincón oigo a voz piadosa de mi madre, o la de mi padre ordenando hacer cosas.  Cada rincón es un escaparate de recuerdos de aquellas tardes de juego que duraban una eternidad, y que hoy se escapan entre los dedos como un puñado de agua.  A la salida del patio, el pozo que entonces me parecía el mar abierto, hoy me parece un charco. Entonces no nos preocupaba cuando llegaban ni cuando se iban y hoy cuando llegan ya lamentamos el día que se irán. Entonces, al día siguiente nos habíamos olvidado de que se habían ido, hoy antes de irse ya le preguntaos ¿Cuándo volverán? Entonces no había un rincón vacío en el que resguardarse en la catarata de sus ojos, hoy parecen una habitación vacía habitado solo por algún recuerdo como un perro perdido en la sala el respeto de un pazo deshabitado. Entonces todo duraba siempre y hoy nunca da tiempo a hacer nada a no ser las noches de insomnio “que no se acaban nunca” y convierten el mundo interior en un bosque vasto y oscuro en donde no penetra el sol que, en esta tarde otoñal, va y viene. Todo parece la hacienda de aquel dios terrible de antaño y la tumba vacía de Dios de misericordia. 

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