Bondad Inesperada

Somos un mundo mejor que el de hace cincuenta o cien años. Lo somos. La bondad está por todas partes, pero nos hemos acostumbrado a creerle únicamente a los profetas de la desesperanza, sean ellos periodistas en sus medios masivos contándonos de las horribles masacres y los inexplicables atentados. Sean ellos académicos, de los que miran la posmodernidad, la globalización o la era digital como a un virus que debe ser analizado para poder curarlo. Sean ellos religiosos que han dado por perdido el mundo, y de paso a la Iglesia, solo porque ya nada es como en 1912 – gracias a dios – y llegó un Papa para el que el evangelio no es un medio para sostener la doctrina, sino el único fin de la doctrina.

La bondad se puede respirar por donde sea que caminemos. No la vemos, no está ahí haciendo alarde, no tiene métodos propagandísticos, no hay un multinivel de la bondad. Pero la vemos en quien recoge espontáneamente un papel del piso que él no ha tirado, en quien sonríe a los niños solo por el hecho de ser niños, en quien es incapaz de tomar lo que no lo pertenece, en quien escucha que alguien necesita algo y le da un contacto de quien puede ayudarlo, en quien dedica unos minutos a escuchar a las personas más sencillas de su trabajo, a los que ocupan las posiciones en apariencia más prescindibles, en quien limpia las heridas de otro con sumo cuidado para causarle el menor dolor posible, en quien sigue haciendo su trabajo con ánimo y compromiso mientras los demás pierden el tiempo, en quien se hace a un lado cuando una ambulancia necesita pasar y se queda pensando en que ojalá el paciente llegue a tiempo. En quien toma la ropa que ya no usa y la pone a disposición de algún hogar, o de algún transeúnte sin recursos. La bondad está presente, en cada hombre y mujer que pudiendo dedicar la totalidad de su tiempo exclusivamente a sus cosas personales, toma fragmentos de su cotidianidad para hacer algo por alguien.

No hace ruido la bondad. Tiene bajo perfil, y entre más bajo es su perfil, más cristiano es aquel servicio (esto no es mío, sino de Monseñor Macín, de la Argentina), pero no por eso deja de ser poderosa, efectiva, milagrosa – que no milagrera – y le da forma al mundo. No podemos negar el calentamiento global; no somos Trump, ni la guerra de Siria, ni el tráfico de personas que actualmente sufren muchos africanos en Europa y Suramérica, ni podemos ocultar las redes de prostitución en la que muchas mujeres son forzadas a entrar y esclavizadas. No podemos evadir los grandes temas que nos preocupan, pero no podemos asumirlos con una actitud pesimista, cuando estamos llamados a ser los embajadores de la esperanza, cuando se supone que los creyentes somos los encargados de entrar en la maratón del mundo cargando las banderas de la alegría.

Hoy se necesitan cristianos que vayan más allá de hacer el bien. Se necesitan cristianos que se atrevan a ser el bien. Ser bondad. Ser respuesta. Ser aliento. Ser Vida. Ser paz. No basta con los proyectos que hacemos, que son muy pero muy importantes, y que no podemos dejar de hacer. Las cárceles requieren de esas personas valientes que las visitan, los habitantes de calle requieren de esos caminantes que portan pan y luz, los enfermos esperan a esos cuidadores de la condición de salud y de la posibilidad de la redención, los excluídos, los pobres, los más pequeños entre los pequeños siguen necesitando esa mano que les impide rendirse y esa voz que les llama por su nombre, así muchos les miren con desdén y les acusen de asistencialismo desde su incapacidad para hacer algo. Pero no basta. Hay que SER la bondad colateral, inesperada, que reconstruya la interpretación que los hombres y las mujeres hacen de su historia, y le de elementos para comprender que a dios no se le ha escapado un solo instante, que ha estado presente y que su amor puede dotar de sentido todo.
Hagamos el voto de ver en todo la bondad inagotable e invencible de nuestro dios y padre, y dediquemos nuestra vida a esa bondad.
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