Cristianismos Inútiles

"La ortodoxia da alaridos contra el pensamiento único como si ese no fuera precisamente su propósito y su delirio"

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Manuel estaba buscando a dios. Es hombre bueno, que intenta no meterse en líos, que hace lo posible por no alimentar demasiado sus defectos, ni sus errores. Manuel tiene dos hijos que pasan más tiempo con él que con su mamá. Ellos parecen entender la situación, y saben que son queridos por sus papás así ellos ya no puedan quererse más el uno al otro. Manuel tiene preocupaciones por su hijo mayor, que llega ya a los 17 años y empieza a mostrar todas las señales de quienes a esa edad juegan a caminar por el borde de lo que los adultos consideran un abismo. Manuel ha ido a un encuentro religioso, que no es su costumbre, pero lo convencieron algunos cercanos, porque el evento es con un padre del que todo el mundo habla maravillas. El presbítero, sentado por más de una hora, sotana rigurosamente negra y hasta los talones, con uno que otro chiste misógino cada tantos minutos, les ha dado a los presentes una conferencia inentendible sobre las equivocaciones que han cometido todos los seres humanos que han dicho o escrito algo después de Tomás de Aquino, que según él es la cúspide de la revelación de dios, la cima teológica, el único ser inteligente que ha existido antes que él, quien les habla, que se ha salvado de la barbarie gracias a que sus padres de vez en cuando le pegaron como todo buen padre debe hacer. Eso dijo, que "a los hijos hay que golpearlos porque nacieron pecadores". Manuel sabe que algo no está bien, no se imagina tratando a sus hijos con la misma carencia emocional que tuvieron sus padres, a quienes no culpa, pero tampoco imita. No en eso. Manuel no entiende qué tiene que ver el idealismo alemán o la escuela de Frankfurt con su inquietud, con su preocupación, con su angustia de señor del siglo XXI que trabaja en un almacén de repuestos para autos. No sabe si dios ha querido decirle algo y él no lo ha entendido porque no le había pasado por su cabeza que para entender a dios primero había que entender a Aristóteles y criticar a Gramsci. Manuel se ha ido a casa, sin encontrar lo que buscaba.

Adriana estaba necesitando a dios. Es una mujer fantástica, inquieta, analítica, incapaz de hacerle daño a alguien intencionalmente. Solo que no sabe bien qué cree. Duda, como toda persona que usa su cabeza, se pregunta, como toda persona a la que no le sirve una respuesta rápida o prefabricada. Reza, pero no siempre sabe si las palabras que dice son suyas o no son de nadie. Adriana siente que no encaja, que es incómoda. En la casa, en el trabajo, en el espejo, no sabe si quiere, puede, o debe ser ella misma o si es mejor acomodarse a lo que todos le piden ser. Le han dicho que Jesús la quiere tal y como es, pero no termina de creerlo. Fue a una reunión de un grupo de oración, un grupo de esos que son populares porque los dirige un cura importante, una eminencia. Cantaron, repitieron oraciones con palabras ajenas, se sentaron a oír al predicador. De pie, sotana rigurosamente blanca, hasta los talones. Una risita cómplice cada vez que lanza un comentario de autocomplacencia, mírenme qué ocurrente soy además de un sabio. El cura habló durante largos 68 minutos sobre el adoctrinamiento cultural que el nuevo orden mundial les está haciendo a las mujeres para que pierdan el lugar que les corresponde como modelos de santidad a imitación de la bienaventurada y santísima siempre virgen María y sobre un señor Soros al que - según él - le encanta que destrocen fetos alrededor del mundo. "Se aprovechan de que son más emocionales y menos racionales" eso dijo. Tres avemarías, un diostesalve, y de regreso a casa, con las dudas intactas y la sensación multiplicada. Aquí tampoco encaja. No siente que dios le haya dicho nada y si se lo dijo no quiere saber mucho de ese dios que se parece tanto a un jefe que tuvo hace tiempo, que la quería calladita, obediente, recatada y dispuesta a bajar la cabeza ante una humillación por semana. Adriana se ha ido a casa, sin saciar su necesidad.

Claudia y Jorge extrañan a dios. Hace un poco menos de dos años que perdieron un segundo bebé. El embarazo se complicó y la salud de ella estuvo en alto riesgo. Han soñado siempre con un hijo y duele hondo no poder tenerlo. La gente los ve tensos y poco felices y piensan que están pasando por una crisis de pareja, les dan consejos que no han pedido, les recomiendan terapias y lecturas de ángeles y constelaciones que no les interesan, porque entre ellos no pasa mucho, se consuelan, se concentran en lo que están viviendo ahora, se divierten, y se miran sabiendo que esa partecita que están deseando con todas sus fuerzas por ahora no va a suceder. El tratamiento que hacen implica muchas cosas que se condenan en la iglesia, razón por la que no cuentan mucho lo que están haciendo para que no les den sermones que ya se saben de memoria. Lo que pasa en ellos es profundo y puro, y difícil de explicar. Es duelo y sueño, es ilusión rota y pánico de reemplazarla por una nueva, y es una pregunta que parece perderse en el vacío: ¿dios, por qué? Así que no le buscan ni le hablan tanto como antes. Pero le extrañan. Llegaron por casualidad a un rito de esos marianos con estatuas que rotan de casa en casa. Personajes con atuendos rigurosamente anacrónicos, que no se sabe si son monjes o extras de una película de mosqueteros. Como siempre, un ungido, un personaje con más porciones de espíritu santo que el resto de los mortales, un iluminado. Se supone que en la oración se contemplan los misterios de la vida de Jesús, pero esa vez se trataba de la vida de él, cuando fue a tierra santa, cuando fue al vaticano, cuando puso la cabeza en la misma almohada que la ponía santa Teresa antes de entrar en trance místico, cuando por gracia de dios a este humilde siervo le correspondió la cruz de cantar delante de nosecuantas mil personas, cuando por su intercesión se multiplicaron los sanduches en una JMJ, cuando, cuando, cuando… Su gloria, nuestra culpa, porque cuando no hablaba de sus alegrías, entonces iba directo a los dolores de los presentes, a los errores, las equivocaciones, las maldiciones cargadas por lazos intergeneracionales, los pecados que expiamos con nuestras lágrimas, y el auditorio llora, llora y lo admira, él que hace la obra de dios, ellos que no aciertan una. Y en medio de semejante intromisión emocional, de esa insensibilidad con sus dolores: “si te sientes mal ahora es porque dios te está sanando” eso dijo. Gloria al padre, al hijo y al espíritu santo, como era en un principio. Selfies, fírmame esta imagen de Medjugore, ¿Cuándo vas a nuestro grupo?. Claudia y Jorge con el corazón a mil porque aunque saben que no es cierto, un señor acaba de insinuar que todo lo que les ha pasado es señal de que se han equivocado mucho. No saben si dios les ha hecho sentir algo o si dios es la única posibilidad de no seguir sintiendo lo mismo. Claudia y Jorge se han ido a casa sin recuperar lo que extrañan.

Así anda buena parte del catolicismo en estos días. Al menos ese catolicismo viral, recomendado, inflado en views y con link a patreon para sostener las misiones. ¿Cuáles misiones? Pues esas, las de dar piedras a los hijos que piden pan. Un lamentable show de argumentaciones estériles, de análisis paranóicos, de comentarios soberbios a la actualidad y puntos de vista con sobredosis de prepotencia y altanería. La ortodoxia da alaridos contra el pensamiento único como si ese no fuera precisamente su propósito y su delirio: “Que YO te la cuente”. Y Jesús, que es buena noticia, que es declaración de felicidad en medio del llanto y la pobreza, de la confusión y la injusticia; que es poder para repararlo y transformarlo todo, no cabe en su obsesión por dejarlo todo como está. La iglesia intacta porque todo en ella es perfecto, y el mundo intacto porque todo en él es maldito.

La humanidad no necesita más cristianismos inútiles, ni crueles, ni acusadores, ni melancólicos de todo lo que dejó de existir hace 4 siglos. La humanidad no puede seguir volviendo a casa con las heridas sin sanar y las víctimas sin resucitar.

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