Escucha Israel

El primer beso que di realmente enamorado, fue en una biblioteca. Tenía 16 años, y ella era un par de años mayor que yo. Estudiábamos juntos y aunque nos habíamos caído mal durante algunos meses, terminamos sintiendo las cosas más románticas el uno por el otro. Aquella mañana fuimos a estudiar a la biblioteca pública más grande que hay en Bogotá, y cada uno tomó los libros que necesitaba para hacer sus deberes, yo saqué un par de libros de caricaturas de Quino con el ánimo de descansar, y ella un enorme tomo de fotografía que quería mostrarme. Estudiamos, copiamos lo que debíamos copiar, leímos lo que debíamos leer, y luego descansamos un rato sentados en la mesa mirando caricaturas y fotografías. Hace un tiempo volví a ver un tomo similar, del mismo fotógrafo, y por esas artimañas del cerebro, en seguida vino a mi mente el recuerdo perfecto del olor de su perfume. Íbamos saliendo y a mí se me habían acumulado todos los centros nerviosos justo en la boca del estómago, bajábamos las escaleras a eso de las 12:30 del mediodía cuando me adelanté dos escalones y me di la vuelta – ella era un poco más baja que yo – y di, y recibí, el primer beso que di realmente enamorado. Hicimos fama de nerds entre nuestros amigos porque, según ellos, sólo a nosotros se nos hubiera ocurrido dar el paso en una biblioteca. Pero la vida es como es, y la historia fue así, o al menos así la recuerdo, tendríamos que escuchar la versión de ella para verificar un poco, sin embargo, aunque los detalles que ella guardó en su memoria fueran distintos, estoy seguro de que lo esencial se mantiene, y que también lo recuerda con esa nostalgia que nos produce recordar tiempos en los que éramos jóvenes y en los que teníamos derecho a la inocencia.
Volví a esa biblioteca muchísimas veces en los años siguientes, devoré tomos de cristología y de historia de Israel por el puro gusto de nutrir mis creencias, comentarios de los evangelios, introducciones al antiguo o al nuevo testamento pasaron por mis ojos, y cuando me enteraba que algún autor era bueno en determinado tema, iba en seguida a buscarlo, aunque no siempre llegaban al mismo ritmo que a las librerías, pero al final estaban ahí. Siempre o casi siempre, escogía algunos libros para descansar, caricaturas, fotografía, música, o poesía, y cuando ya el tema se me hacía denso en la cabeza cambiaba de libros y de postura y me refrescaba un poco las neuronas. Sin embargo, nunca volví a dar un beso en aquella biblioteca. Nunca las páginas tuvieron de nuevo un desenlace tan emocionante.
El credo de Israel decía más o menos: “Shemmá Israel, hashem elohenú, hashem ejad” que significa: “Escucha Israel, YHWH es dios, YHWH es único” o “YHWH es uno” (En lugar de pronunciar el nombre de Dios, los israelitas y los judíos, hacen una pausa en silencio, o dicen la palabra “Hashem” que significa “nombre” o lo reemplazan por una palabra como Señor, igual cuando escriben, verás que aparece escrito Di_s, como un signo de profundo respeto a lo sagrado). El Shemmá como todos los credos bíblicos es una condensación de la revelación histórica, en la que lo que dios ha ido mostrando y el pueblo ha ido comprendiendo se funden en una fórmula que abarca muchísimo más de lo que las palabras alcanzan a expresar. Podía decirse que aquel credo, que ha sido el fundamento de casi todos los credos de la tradición Judeo Cristiana, no es sólo una afirmación monoteísta, no es sólo la reiteración de que los dioses de los otros pueblos no son verdaderamente dioses, pues en muchas ocasiones representan lo más banal y superficial de las emociones humanas, sino que el dios revelado es además YHWH, un dios que ES, que está SIENDO, un dios vivo, y eso ya son dos cosas que nos tendría que tomar años comprender y vivir. Tal vez hoy no sean tan claras las expresiones politeístas en ésta parte del mundo, pero si son múltiples las imágenes de un dios único que no se parecen a YHWH, que no son una fuente de VIDA, ni una fuente de SER. El israelita no sólo afirma que dios es Uno, sino que YHWH es dios. Pero hay algo más. Esa afirmación debe ser escuchada. Nos recuerda al famoso “habla Señor que tu siervo escucha” el mismo verbo Shemmá aparece en aquella frase de Samuel, que se llama Samuel precisamente por ser quien “Escucha al Señor”. Entonces es claro que YHWH es el único Dios y YHWH nos habla.

Por supuesto que en cualquier época sale muy rentable afirmar que mi dios es el verdadero y los demás dioses son falsos. Por pura conveniencia social y política viene bien inclinar la balanza religiosa hacia algo exclusivo y excluyente, con pretensiones totalitarias como que sólo en este grupo hay salvación. Pero eso es sólo una mirada válida si se desconoce total o parcialmente el contenido de la propuesta de YHWH, precisamente porque el contenido de esa propuesta en su conjunto no representa en realidad un privilegio para ese pueblo. De hecho lo que implica para ellos es una responsabilidad enorme de convertirse en una comunidad contraste, en un modelo de sociedad, en un paradigma de lo que pueden ser los pueblos cuando en ellos hay una mirada honesta de la dignidad humana y una comprensión sensata de la justicia y el derecho. Cuando hay una verdadera atención solidaria a los desprotegidos y marginales. Y cuando se comprende que dios no ofrece privilegios sino perspectivas para construir la vida sin necesidad de ellos. La propuesta de la Alianza es una propuesta por construir una sociedad igualitaria, sin excluidos, en la que la moral está al servicio del desarrollo colectivo y de la protección de los individuos, en la que la religiosidad es una celebración de la “comunitariedad” y una expresión de la fidelidad a esa misma alianza. En la que la fe es una apuesta por el sentido que tiene ser un pueblo así, confiando en que la mirada de dios es más completa que la mirada individual, para no ser un pueblo más, como todos, con sus corrupciones y sus guerras civiles. Que Israel o la Iglesia hayan logrado o no vivir en algunos momentos de la historia esa propuesta del dios de Abraham, Isaac y Jacob, es algo que debe mirarse con detenimiento, porque si, muchas veces, y no, muchas veces. Pero por fortuna la insistencia de la Alianza no es por el resultado, sino por la fidelidad, por permanecer con lealtad a lo prometido, lo que significa que si en ocasiones se incumple, se cree en la posibilidad de enmendar y corregir para seguir hacia adelante. Y ese contraste es el grito que puede decirle al mundo que hay otra forma de vivir, una forma en la que se sufre menos, y se comparte más, en la que la muerte no tiene la última palabra sobre nada, sino la Vida. Por eso la promesa hecha a Abraham: “Por ti serán benditas todas las naciones de la tierra”.

Que la finalidad de la voz del Señor, la “Kol Adonaí” que grita el Salmo 29, y de la escucha de Israel, el Shemmá de Deuteronomio 6, sea la alianza, el pacto, el acuerdo, la mutua promesa de quererse y ordenar la vida para que quererse sea posible, significa que toda buena lectura debe terminar en un buen beso. Que entrar a la biblioteca sagrada y sumergirse entre sus textos, sus cantos, sus fábulas, sus refranes, sus cartas y sus regaños al pueblo que olvidaba sus promesas, debe desembocar en un momento en el que se cierran los libros, se va hacia la escalera y se mira con tranquilidad y confianza a los ojos del amado dios para decirle que es con él con quien queremos hacer la vida y construir la historia. Es decir que la Biblia no es un manual de instrucciones sobre la vida, sino una serie de cartas e invitaciones en las que dios pretende seducirnos para que nos decidamos de una buena vez a hacer la vida de su mano, con el valor necesario para vencer toda barrera y toda muralla que excluye y oprime.

Desde aquella promesa hecha a Abraham hasta el anuncio del Apocalipsis: “mira que hago nuevas todas las cosas” la alianza tiene el mismo propósito; El amor que plenifica y que lanza a los seres humanos y a sus pueblos y sociedades más allá de los límites estrechos de su individualismo y los abre a horizontes de felicidad que por sí mismos no podrían descubrir, porque sólo son posibles cuando se accede a la vida comunitaria, a la fraternidad, a la dimensión familiar de la existencia. El cielo nuevo y la tierra nueva en la que no hay llanto, enfermedad ni dolor, en la que no hay hambre ni soledad, no es una descripción del paraíso eterno como lo pintan los atalayeros en sus revistas, sino la reiteración de una promesa hecha en el desierto a un pueblo que empezaba a entender que no se trataba de que ellos fueran libres, sino de que debían ser el tipo de sociedad en la que cualquiera pudiera serlo. Eso es el Éxodo, eso es alianza, ese es el hecho fundante de la historia de salvación en la que dios nos ha hablado. Y por eso éxodo es entender que semejante propósito es el propósito de dios.
Hasta aquí, por ahora.
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