¿Odian al prójimo como a sí mismos? La Homofobia es intrínsecamente Dañina

"Ese oscuro rincón desde el que se destila tanto miedo y tanto odio no es la iglesia"

jul16

El evangelio es un antídoto contra el prejuicio. Al menos cuando se le lee bien y cuando se le permite a la buena noticia arrojar su luz sobre la propia realidad y la propia conciencia. Cuando dejamos que la voz misma de Jesús nos interpele, nos invite, nos abra el horizonte de nuestra reducida visión para mostrarnos que la vida, la realidad y los otros, son mucho más de lo que vemos, y tienen mucho más valor del que alcanzamos a percibir, o del que les negamos cuando ni siquiera logramos notarlo. Sus narraciones, enseñanzas y propuestas están llenas de retos al corazón, a la piel, a la dirección que toman diariamente nuestros pasos para que nunca más una idea nos separe de los otros, para que ninguna doctrina sea puesta por encima de los seres humanos, para que derribemos cualquier templo que pretenda erigirse como obstáculo para que nuestro dios nos resulte tan inmediato como ha decidido serlo. Sin la menor acepción de personas.

En la famosa “enseñanza bi-milenaria” de la iglesia católica hemos tenido muchos prejuicios que hemos sabido vencer y otros tantos que aún hacen parte de nuestros vergonzosos pendientes con los prójimos que los padecen. Apenas hace décadas que se retiraron de las oraciones oficiales de la liturgia las palabras denigrantes contra los hermanos judíos, con quienes compartimos la más valiosa de las tradiciones: la fe monoteísta. Enseñanzas equívocas sobre grupos humanos, sobre sus comportamientos, sus costumbres, sus capacidades, han sido las causantes de largos periodos de exclusión, marginación y de una instrumentalización de la caridad que en muchos lugares le ha dado a la Iglesia motivos para enorgullecerse de lo que hace, pero no la ha comprometido en las transformaciones necesarias para que no sea preciso hacerlo. La ironía de hacer pastoral hacia personas que son puestas en condiciones de vulnerabilidad por la teología y la opción política de la misma institución que dice ayudarlos.

El prejuicio hacia las personas lesbianas, gais, bisexuales, transexuales y demás posibilidades de diversidad en cuestión de preferencia sexual e identidad de género es aún abismal. Es un prejuicio cultural, alimentado por una tradición obsoleta, que ha manipulado de maneras escandalosas la historia de la salvación y de la iglesia, y la misma revelación bíblica para hacer parecer que lo que se desprecia y se descalifica hoy se ha rechazado siempre y por mandato divino. No importa lo evidente que resulte cómo a lo largo de los siglos se fueron permeando las interpretaciones de la enseñanza de Jesús de tendencias filosóficas ajenas al pensamiento del Señor, y cómo desde esas filosofías se hicieron afirmaciones - convertidas en doctrina y catequesis - que explicaban al ser humano, su existencia, sus relaciones y particularmente su sexualidad, desde prejuicios culturales y contextuales altamente intelectualizados que negaban las grandes líneas del pensamiento bíblico, el prejuicio se ha sostenido, se enseña, se predica, y se impone desde documentos y declaraciones oficiales cargadas de error y de temor.

¡Cuánto miedo en el catolicismo oficial a reconocer la existencia, la dignidad y el derecho de l@s herman@s que viven desde otras perspectivas su identidad y su preferencia! ¡Cuánto pánico a derribar para siempre las puertas de ese clóset en el que se esconden, no solo dudas y dolor, preguntas y soledad, de quienes han sido hechos a un lado, sino también los rostros de muchos de nuestros representantes, pastores, predicadores y dignidades eclesiásticas! ¡Cuánta cobardía para dar vía libre a que las parejas homosexuales bendecidas en algún templo no sean únicamente las parejas de algunos sacerdotes camufladas entre el público en las liturgias! Lo que tendrían que saber y enseñar es que la homofobia es intrínsecamente dañina. Y sí, todos los seres humanos estamos invitados a vivir en abundancia, en plenitud, a no desperdiciar nuestra capacidad de amar y no ir por la vida dañando a otros por ceder al imperio de la sensación de placer que convierte al otro en una cosa, eso es innegable. Lo sospechoso es que se tenga tanto miedo a que sean las formas de los genitales los que definan algo que sólo puede ser puro dependiendo de cómo salga del corazón. Una antropología y una teología redactadas desde el prejuicio, el miedo y la obsesión, le han quitado al corazón del ser humano el lugar central que Jesús le devolvió al recordarnos que allí reside la posibilidad de lo perfecto, o de lo dañino.

jul16 (1)

En el mes del corazón de Jesús, bueno sería que esa vencida y rancia ortodoxia dejara de exponer su temor, su pánico y su cobardía disfrazada de soberbia intelectual. Que renunciara, al menos por este mes, a negarles a los demás los sentimientos que tuvo Cristo, para reemplazarlos por su colección de clichés de catecismo, sus exégesis de bolsillo y sus amenazas delirantes, que ya no solo dirigen a quienes consideran indeseables, sino también a quienes se les acercan con auténtica caridad y empatía para mostrarles que ese oscuro rincón desde el que se destila tanto miedo y tanto odio no es la iglesia, sino apenas una fachada ficticia de una institución que carece de lo que promete y niega lo que ha sido mandada a entregar.

En el mes del orgullo, en el que tantas personas defienden su derecho a existir y a expresarse, y en el que se le recuerda al mundo que nunca más pueden ser cegadas las vidas de seres humanos por prejuicios sexuales, que se abran para ellos los corazones y los brazos de todos los creyentes, para asegurarles que hemos recibido el mismo reto y caminamos en la misma dirección: la de borrar de esta bendita tierra, que es casa de todos y de todas, las líneas divisorias hechas de prejuicio y de temor, que nos han mantenido distantes, porque el amor también es nuestra bandera, y sólo la podemos empuñar cuando nos aproximamos, cuando vencemos la distancia y cuando tenemos entre nosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo, que jamás quiso sentirse superior a nadie.

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