No hay dios alguno que sea 'arquitecto del infierno' La Iglesia Fracasante

Del cielo se tiene menos explicación que del infierno en las catequesis de sus acérrimos expositores.

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Que me perdonen quienes leen por empezar con una escena macabra: En la ciudad en la que vivo, en un sector complejo de marginación, mendicidad, prostitución y crimen está la clínica en la que falleció mi padre por covid durante la pandemia. Estuvo unos 14 días en una unidad de cuidado intensivo de esa pequeña pero bien dotada clínica a la que fui en varias ocasiones durante su hospitalización. Una tarde, saliendo de llevar algunos elementos para mi padre, encuentro a un viejo amigo misionero que durante años ha realizado labor pastoral en el sector. Tomamos café en una esquina, hablamos de la salud de mi viejo, y me contó de los desafíos de su misión en ese lugar. El más impactante: a escasas 3 calles de esa clínica había por esos días dos 'casas de pique' que es la expresión que usamos en Colombia para hablar de lugares destinados a la desaparición de personas por crueles e impensables métodos de tortura, asesinato y desmembración de los cuerpos. Todos en el sector saben, incluyendo las autoridades, y aunque nadie habla del tema es claro que quien allí entra, sale muerto y hecho pedazos. Son lugares que existen, son reales, y en los que hay personas que 'trabajan' en perfeccionar el dolor y la desaparición para 'ajustar cuentas'.

Muchos creyentes, y especialmente muchos formadores de creyentes - aunque no se atrevan a actualizar las clásicas imágenes dantescas - afirman que tras morir, cuando nuestros actos sean juzgados ante un tribunal eterno, de llegar a ser encontrados culpables iremos a 'ajustar cuentas' a un lugar muy similar a las casas de pique, en el que seres horrendos nos torturarán a causa de nuestras trasgresiones a la ley escrita en libros sagrados, syllabus o catecismos. Algunos incluso llegan a afirmar que habrá niveles de castigo no solo proporcionales a las faltas (una especie de sector vip) sino que habrá conciencia de que aquello nunca terminará. Es decir, una especie de casa de pique en la que alguien es torturado a diario teniendo el pleno conocimiento de que aquello no terminará nunca. Tomando literalmente imágenes de la escritura sagrada para mezclarlas con alegorías grecolatinas y añadiendo bastas porciones de alucinaciones privadas que suelen llamar 'revelación' han construido una mitología del infierno con fachada de teología dogmática, y han amenazado con su propia invención a quien se atreva a cuestionarla. Dudar que aquella atrocidad sea compatible con la religión de Jesús nos hace merecedores de padecerla.

La iglesia, en otro de esos edificios argumentativos en los que han gastado toneladas de discurso escolástico para justificar otro tanto de mitologías inauditas, habla de sus miembros en 3 categorías: "Militante" y empezamos mal si estar vivo en esta tierra tiene connotaciones bélicas y militares para el creyente de a pie, "Purgante" que hace referencia a una dolorosa sala de espera de un perdón que hay que comprar con sufrimientos y "Triunfante" que se refiere al cielo, del que curiosamente se tiene muchísima menos explicación que del infierno en las catequesis de sus acérrimos expositores. A estas 3 categorías, habría que sumar la Iglesia Fracasante, que es la de todos aquellos que no solo imaginan sino que argumentan, exponen y defienden la idea de un dios capaz de concebir un castigo que no conlleva a ningún tipo de beneficio ni cambio, y que iguala o supera las más macabras invenciones humanas para ejecutar la venganza y la tortura. Porque si tal cosa existe, significa que en cada persona merecedora del infierno, las puertas del hades de lejos prevalecieron sobre la iglesia de Jesús. Y pues no.

La Iglesia Fracasante nos ha convencido de que la fe es una serie de sistemáticas y automáticas afirmaciones que cada creyente hace, de las afirmaciones que la iglesia hace. "Creer lo que no vemos porque dios lo ha revelado" decía don Astete a oscuras, y ahora sería algo como "Repetir lo que esta escrito porque esta escrito y si está escrito tiene que ser verdad y la verdad no se cuestiona", pero la fe no tiene que ver con afirmaciones, silogismos, ni anatemas. La fe es una confianza creciente en la absoluta bondad de dios, que sabe cuántos pelos tenemos en la cabeza; confianza de la que se desprende una terca esperanza y una irrenunciable decisión a ver lo bueno en medio del caos y a dar gracias en medio de la tormenta. La fe es abrazar la vida y besarla porque es buena, y porque si bien hay cientos de miles de razones para la decepción y el cinismo, creemos que la más mínima muestra de amor, de ternura, de reciprocidad y de compasión, son suficientes para que la historia tenga sentido y para que el mundo valga su rescate. Como la levadura en la masa.

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Pero el tope de la decepción, del cinismo, de la desconfianza en dios, en la vida, en el evangelio, es esa acérrima defensa del infierno, que según la iglesia fracasante tiene que existir y tiene que estar lleno de gente siendo torturada en tiempo real, gracias - entre otras cosas - al rotundo fracaso de la buena noticia y de quienes creyeron que convertirla en manual aristotélico era lo más inteligente que podían hacer. Porque si el mal que una persona llega a hacer es más fuerte que todo el bien del evangelio, entonces Jesús no venció sobre nada y nuestra fe no tiene sentido alguno. Tener fe es saber que la iglesia fracasante es una pesadilla de la que tarde o temprano despertaremos cuando notemos que Éxodo, Pascua, Resurrección, Nueva Jerusalén, son todas narraciones que gritan que ni el dolor, ni el mal, ni la muerte tienen un milímetro de victoria. Sobre nadie. Sobre nada.

Tener fe es saber que no existe tal dios capaz de hacer su propia casa de pique para quienes le decepcionen.

Ya, me dirán que quienes van al infierno no son iglesia, que precisamente van allá por no haber sido iglesia. Pero es que quienes dicen eso son los mismos que cuando se habla de cuidado de la casa común, de crisis climática, de techo, tierra y trabajo, dan alaridos diciendo que la misión de la iglesia es la salvación de las almas ¡Pues qué misión más fracasada! porque según su propio discurso son muchas las que se condenan. No, no coincidimos, ni en la visión de iglesia, ni en la visión de evangelio, ni en la idea de dios, ni en la interpretación de las imágenes de la escritura que tan literalmente usan a favor de su delirio terrorífico. El sentido de la vida humana y de la historia compartida no es el premio o el castigo, no es el canto gregoriano o el horror de la tortura, no es un pálido altar beatífico o la casa de pique, sino la plenitud, la abundancia de la vida que ya mismo estamos haciendo, entonces carente de toda limitación, de toda mediocridad, de toda herida. Aunque para la iglesia fracasante dios se dedica a causar heridas a los equivocados, no a curarlas.

No hay dios que ajuste cuentas a la manera de las bandas criminales. No hay dios que diseñe el sufrimiento ni la dolencia. No hay dios alguno que sea 'arquitecto del infierno'. Si la sagrada escritura no se ignora ni se tuerce se entienden e interpretan aquellas imágenes en el marco de las narrativas hebreas y la riqueza de su contenido es asombrosa, pero jamás aterradora. Lo que sí hay es un infierno aquí y ahora, en las millones de personas víctimas de distintas formas de violencia, de crueldad, de injusticia y de marginación. En el hambre, el abuso, el exilio o la persecución hay infiernos cotidianos que pueden ser extirpados, y cuyos victimarios pueden ser redimidos, pero no por la acción del pesimismo eclesiástico, ni por el cinismo apologético de la iglesia fracasante, sino por la fuerza de la buena noticia de un dios perdonador empedernido y carente de venganzas, que sabrá sacar - aquí o luego - lo que no hemos podido sacar de nosotros mismos para curar este mundo de sus infiernos.

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