Un adelanto del libro para los lectores de RD La Iglesia que me Tocó

El catolicismo ha tocado de alguna manera la vida de todas las personas que conozco.

Ya sea que se esté de acuerdo o no con esta religión, su presencia es inevitable.

Portada
Presento aquí un adelanto del libro "La iglesia que me tocó", para los lectores de RD. El texto es una carta para creyentes de a pie, o personas que de alguna manera están conectadas con el catolicismo o reconocen las distintas formas como esta religión y sus instituciones permean a las sociedades en las que hace presencia con sus modos de pensar, creer o vivir, con el ánimo de provocar conversaciones sobre lo que ha venido pasando con la llamada "crisis de los abusos" cometidos por miembros del clero contra menores y personas vulnerables, y el encubrimiento de esos crímenes por parte de la jerarquía católica; de modo que nos sea posible entender, exigir responsabilidades y plantearnos formas concretas de transformar todo lo que en la iglesia ha promovido o permitido que estas atrocidades sucedan.

Introducción:


No hay Excusa

Desde que comencé a indagar y escribir sobre el tema del abuso sexual a menores en la iglesia católica y el sistemático encubrimiento de la institución eclesial de estos crímenes, se han repetido dos reacciones igual de trágicas y de sorprendentes, aunque diametralmente opuestas. Cada vez que escribía un texto, publicaba una entrevista, una denuncia, o una reflexión sobre el tema, o incluso cuando sostenía una conversación con personas que tuvieran alguna conexión con el catolicismo, las mismas dos respuestas surgían, cada una con características muy propias: Por una parte, un par de días después y siempre por mensajes privados en instagram, facebook o whatsapp, alguien me escribía para contarme que había sido víctima de abuso en algún espacio eclesial durante su niñez, su adolescencia o en algún momento de mucha vulnerabilidad. Mensajes que podían ser el inicio de largas conversaciones o de breves intercambios de palabras de ánimo, de fraternidad o alguna orientación, una pista sobre lo que podría hacerle bien a esa persona respecto a aquello tan terrible que había vivido. Pero siempre también, instantes después de decir algo o publicarlo, alguien comentaba públicamente algún tipo de atenuante o justificación, alguna excusa para minimizar el impacto de lo que nos ha estado sucediendo, o me hacían alguna llamada para - en tono condescendiente y magistral - mostrarme que decir estas cosas era convertirse en títere de los enemigos de la iglesia y que la realidad no es como “me la estaban pintando”.

Resulta entonces que conozco a muchas víctimas de distintas formas de abuso en la Iglesia Católica, y que las conocí mucho antes de saber que habían atravesado algo así. Hemos compartido la vida en alguna comunidad de laicos (que es como en la iglesia le llamamos a quienes no son curas), en experiencias de formación o en actividades de espiritualidad. Incluso con un par de estas personas hemos sido amigos, de conversar y compartir con frecuencia, y jamás me había imaginado que habían pasado por esa difícil e inhumana experiencia pues, como muchas de las víctimas, la llevaban muy guardada dentro de sí, como algo que un día tendría que desaparecer. Resulta también, que conozco a muchos defensores de los victimarios - esto tampoco lo sabía pero era más predecible - que en ocasiones llegan a ponerse directamente de parte de los abusadores con todo tipo de argumentos y justificaciones inverosímiles, pero que debo reconocer que concuerdan a la perfección con muchas de las cosas que enseña el catolicismo. Y los que llegan a señalar con mucha o poca vehemencia a los individuos que cometieron estos crímenes, suelen de inmediato desligarlos de la Iglesia como si ésta no tuviera responsabilidad alguna en el tema, algo que también concuerda con algunas de las cosas que nos han enseñado allí.

4

Escribo este texto movido por esos dos tipos de personas, y pensando también en cualquiera que tenga una vinculación - directa o indirecta - con el catolicismo. Pienso en quienes han sido víctimas de las distintas formas de abuso, especialmente siendo menores, en sus familias y en sus cercanos. No alcanzamos a imaginar el tamaño de las heridas que llevan a cuestas quienes han sido maltratados de esta manera por parte de miembros del clero, y el dolor que de éstas brota a lo largo de la vida. Pero confío en que todos los seres humanos podemos sanar, y ayudarnos mutuamente a sanar, entendiendo que parte de esa curación exige la total transformación de la realidad que hizo posible la herida. Que curarse también se logra al desarmar al agresor. Pienso también en quienes insisten en bloquear cualquier tipo de cuestionamiento, denuncia, duda que pueda surgir en su intachable concepción del catolicismo. Creo profundamente que identificarse de manera plena con una institución religiosa idealizada no es sano para nadie, y es potencialmente dañino. Muchos obispos, curas, religiosas, frailes, y creyentes de a pie que se niegan a confrontar directamente a la institución eclesial frente a estas atrocidades llegaron a la fe con la intención de hacer visible la propuesta de dios, y es hora de reconocer que ésta crisis, éstos crímenes sistemáticos, ésta realidad negada, es la evidencia de cuán lejos estamos de hacer real esa intención original de su fe.

He dedicado ya unos cinco años a la lectura de informes, análisis, documentos oficiales de la Iglesia, artículos, testimonios de víctimas y distintos contenidos como documentales, investigaciones periodísticas y conversaciones directas con personas que han sufrido el abuso en la iglesia católica (Los encontrarás en un anexo final, pues no deseo llenar de notas al margen ésta carta), luego de lo cual estoy cada vez más convencido de que estamos obligados a conversar sobre estos temas, y todos los que se desprenden de allí. Es preciso mirar de frente lo que ha venido pasando en la iglesia católica para ver la magnitud de esta catástrofe, comprender las horrendas implicaciones que tiene en las víctimas, enumerar las penosas e injustificables causas de esta ola de crimen, y hartarnos ya de seguir siendo una representación de la hipocresía del mundo en la que no es posible confiar; siendo además los portadores de una propuesta de vida necesaria y urgente, que estos abusos han desfigurado y destrozado por completo.

El catolicismo ha tocado de alguna manera la vida de todas las personas que conozco. La mayoría fuimos bautizados siendo niños, muchos pasamos de forma casi que automática por los procesos de la llamada “Primera Comunión” en nuestra niñez y de la “Confirmación” luego, siendo ya adolescentes. La mayoría de mis amigos y amigas casados se han unido en el rito católico del “Matrimonio”. Muchos estudiamos en colegios dirigidos por hermanos, por monjas, frailes o curas, hemos tenido algún amigo o familiar que con mayor frecuencia asistía a las cosas de iglesia, y quizá hasta alguien conocido que ha entrado directamente a vincularse con el catolicismo de manera “oficial” como miembro de alguna organización, como religioso o consagrado. Hemos conocido - hay quien más, hay quien menos - los relatos que suelen identificar el discurso católico y hemos aprendido una idea de dios que casi que principalmente ha emergido de esa parte de la religiosidad del mundo. Hemos visto al Papa y casi que la mayoría de nosotros, al menos en esta parte del mundo que es la América Latina, sabemos como se ve un templo católico, una camándula, una imagen de la virgen o un representante oficial del catolicismo. Esta religión ha permeado nuestras culturas con algunas de sus ideas, símbolos, con sus expresiones y estructuras. Y ya sea que se esté de acuerdo o no con esta religión, su presencia es inevitable.

Por esa razón considero urgente tener una amplia conversación sobre lo que ha sucedido en el catolicismo con los abusos sexuales a menores, personas vulnerables o adultos que confiaron la orientación de su conciencia en miembros del clero; y el encubrimiento por parte de las autoridades eclesiásticas, porque esta institución está presente en la educación, en la salud, en la vida de los barrios, en las discusiones políticas, en la vida de los militares, de los policías, en las poblaciones más privilegiadas y las más marginales, y especialmente porque sigue siendo determinante en la vida de muchas personas que quiero y en la mía. Así como creo que es una influencia en la vida de muchas personas cercanas a cualquiera que estuviera ojeando este texto. Y si en el catolicismo sucedieron estos hechos atroces, me parece sano y sensato que pongamos las cosas sobre la mesa y hagamos algo para que nada de esto siga sucediendo.

8

No hay excusa. No hay justificación alguna. No hay atenuantes. No hay comparaciones estadísticas que puedan proponerse como alicientes ante lo que ha sucedido en el catolicismo. Que un solo presbítero, religioso, o líder de cualquier tipo en la iglesia haya causado las heridas y secuelas que deja el abuso sexual a menores es algo horrendo, no solo por el hecho mismo - que ya es condenable en cualquier circunstancia - sino porque la iglesia católica se presenta como custodia de la tradición y la presencia viva de Jesús de Nazaret, como la encargada de comunicar la revelación de dios a los seres humanos sobre su vida y su felicidad, y ha sido desde esa plataforma que se han cometido estos abusos. No hay forma posible de minimizar el horror de saber que han sido tantos casos, tantas víctimas, tantas formas distintas de abuso en tan diversos lugares, de modos imposibles de imaginar, y no hay forma alguna de pasar por alto que la mayoría de ellos han sido encubiertos por sus obispos, sus provinciales, sus superiores, que han perfeccionado un sistema de ocultamiento y evasión de responsabilidades que envidiarían muchas organizaciones dedicadas al delito.

Este no es un escrito en contra de la iglesia católica. Ni siquiera es un escrito para denunciar a esa institución oficial que se ha apropiado de la dirección de los destinos de la iglesia: La Jerarquía. No es uno de esos “Relatos estremecedores que harán temblar al Vaticano”. Es probable que todo o mucho de lo que aquí aparece ya haya sido dicho por otros hermanos y hermanas católicos desde la valentía de sus relatos y sus escritos. Por algunos obispos y presbíteros que se han tomado en serio este tema y que se han dedicado honestamente a analizar y descifrar, a entender y proponer, a implementar soluciones desde dentro de las pesadas y paquidérmicas estructuras a las que pertenecen. Por el Papa Francisco que fue el primer Sumo Pontífice que manifestó una intención decidida - aunque muy difícil de llevar a la práctica - en hacer lo necesario para que la “Tolerancia Cero” ante los abusos se convirtiera en una política institucional en el catolicismo. A todos ellos espero honrar con estas páginas, pero especialmente a todos los laicos y laicas, a las víctimas de abuso y a todas las personas que reconocen que este mundo convulsionado merece una mejor comunidad de seguidores de Jesús, pues Él, su vida, su mensaje y su acción tienen todo que aportar para cambiar la realidad en favor de los más pequeños y vulnerables.

Lo que se encuentra a continuación es en realidad una carta en la que se exponen 5 temas: En el primer capítulo intento hacer un relato de los acontecimientos de los que hemos sido testigos en las últimas décadas, como un creyente que se ha encontrado con el tema de modos muy contundentes y que considera necesario alertar a otros creyentes o personas cercanas a creyentes católicos para que alcancemos a vislumbrar la magnitud de estos crímenes y su sistemático encubrimiento. En el segundo capítulo busco resumir las conclusiones de los distintos análisis y reflexiones que se han hecho sobre el tema para abordar sus causas, las raíces de estos males horrendos y dejar claro que el abuso sexual a menores es quizá el peor síntoma de una serie de enfermedades que padece el catolicismo y que han sido ya plenamente identificadas por muchos católicos que han abordado el tema. El tercer capítulo es una especie de enumeración de las cosas que no deberíamos permitir que sucedan de nuevo en el catolicismo, si queremos que esta iglesia sea un lugar seguro para todos, en especial para los niños, niñas y adolescentes; una breve descripción de la forma como la cultura del abuso se hace presente en la cotidianidad religiosa de los católicos. El cuarto capítulo es un contraste entre esos modos de vida, esas argumentaciones teológicas y esas pesadas estructuras que son la enfermedad y el pecado que subyacen a los abusos sexuales, y las palabras, propuestas y perspectivas del cristianismo de los orígenes que la iglesia católica jamás podrá custodiar sin asumirlos ella misma en plenitud y con valentía. En el quinto capítulo me atrevo a proponer un sueño, una visión de lo que podría ser esa iglesia distinta y necesaria que con tanto ahínco han estado promoviendo muchas mujeres y hombres creyentes hace más de 6 décadas dentro del catolicismo, y que hoy se ven en mayor o menor medida representadas en algunas de las apuestas que dejó el Papa Francisco a su sucesor; considerando que esa mirada debe concretarse en el escenario de los laicos con ilusión, con esperanza y con fantasía, como una parábola que a todos nos anima a creer que todo puede ser nuevo. El epílogo es una palabra personal, ya distante de los estudios, las teologías y los análisis que me han llenado la vista y el pensamiento en los pasados meses para compartir desde mi propia espiritualidad y mi amor por Jesús y por su iglesia, un llamado, una invitación a mis hermanos y hermanas que apuestan por reparar este mundo que nosotros mismos hemos herido, cuando habíamos prometido curarlo.

Para más Info y acceso al Libro:

web de 'La iglesia que me tocó'

Volver arriba