Un Papa normal que pudo ser nuestro vecino Jorge Mario, 9 años siendo Francisco

Francisco ha puesto al catolicismo a callarse un tris y escuchar.

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Para entender la magnitud de la primavera de Francisco hay que sentir el olor del viejo invierno eclesial bajo el que vivimos en el postconcilio. Las presiones a Pablo VI para que retrasara y abortara lo alcanzado en el Vaticano II, la diplomacia jerárquica a toda máquina dando marcha atrás en la visión de la biblia, de la iglesia, de la liturgia, del laicado; alcanzadas en los documentos finales. Y luego la arrogancia y la altivez dando Cátedra desde San Pedro por casi 30 años, ejerciendo una cacería doctrinal inhumana a los católicos conciliares, y llenando la cotidianidad de la gente sencilla de canonizaciones sospechosas, teologías del anticuerpo y un catecismo que hacía sonreir a los magnates y a los tiranos. Una iglesia que jugó con la camiseta de los que causan explotación y miseria.

Pero ya no era la modernidad ni mucho menos la edad media. Ya los hábitos no hacían al monje y la humanidad estaba lista para sospechar de toda pretensión de perfección, y bastó mover un milímetro el tapete del vaticano y la jerarquía católica para que asomara el desastre de los dineros de la mafia en la banca vaticana, los encubrimientos sistemáticos a abusadores de menores, los excesos, lujos y excentricidades de tantos cardenales y obispos; la evidencia de su hipocresía sexual, la complicidad con el exterminio de seres humanos que no tienen por dios al capital (en mi país curas de derecha mandaron a matar a curas de la liberación usando a los ejércitos de narcos y paramilitares), y la grieta, la herida abierta, la ruptura en esa fachada de iglesia "una" que tantos predicadores y apologetas repiten con desesperante frecuencia cada vez que les pagan por humillar hermanos de otros cristianismos.

Lampedusa (primer viaje del Papa Francisco) fue un vistazo a lo que sería un pontificado profético, centrado en los marginales, auténticamente evangelizador - esto es: que prioriza la alegría del corazón al número de adeptos - y dispuesto a desbaratar esa estantería oxidada y corroída que había dado cabida a todo ese pecado eclesial del que tan difícilmente resultaría convertirnos y en el que algunos insistirían tan obstinadamente en permanecer. Claro, si al pecado lo llaman ortodoxia y sana doctrina y es el vicio que consumen a diario, estamos ante una rehabilitación que no será nada simple.

Pero Francisco apostó y sigue apostando. Y en estos 9 años de pontificado no son ni pocas ni pequeñas las cosas logradas. Estamos lejos de una auténtica #ToleranciaCero frente a los abusos, pero la puesta del tema sobre la mesa ha hecho que en todo el mundo haya más víctimas dispuestas a atravesar el desierto de la denuncia y la memoria para que seamos un día un hogar seguro, una tierra prometida. Y cada vez más personas dispuestas a cuestionar al clero y los obispos y a dejarles claro que no estamos dispuestos a tolerar su inoperancia frente al tema.

En materia eclesial no hemos dejado de ser esta pesada estructura piramidal y cortesana de ministerios con más poder que carisma, pero hemos cobrado vehemencia para dudar de ese poder, para tener comunidades y encuentros al margen de ese poder, y para ir dándole golpes de sinodalidad a ese edificio de clericalismo en el que la palabra del señor cura es la palabra de dios, cuando la voz de Yhwh resuena y ha resonado desde siempre en la comunidad, en el pueblo, en dos o tres que se juntan.

La buena noticia de una moral sin fingimientos ni fijaciones enfermizas se ha hecho presente en el magisterio (aunque Fray Nelson siga en negación, dejémoslo al pobre) y le ha hecho saber a los que no se atreven a reconocer sus errores por vivir acusando hermanos, que los que no solo los reconocen sino que se dejan acompañar por la misericordia les llevan una enorme ventaja. Después de lo que Francisco ha puesto sobre la mesa para que miremos y conversemos, para que abandonemos el legalismo y los escrutinios pecaminosos, si las confesiones siguen siendo iguales hay que preguntarse si esos curas no se quedaron a vivir en el 78 y le mandan padrenuestros a una humanidad que ya no existe.

Y se ha dialogado con la humanidad. Francisco ha puesto al catolicismo a callarse un tris y escuchar lo que pasa, lo que se vive, lo que se piensa, lo que se crea y lo que se sueña fuera de las oscuras y opulentes catedrales, en páginas escritas en la lengua de la gente, y no en el antipático latín de Pilato. Y al escuchar, el Papa ha encontrado un mundo necesitado del hospital de campaña, pero también una iglesia amordazada y guardada bajo llave, a la que esas causas y luchas de la humanidad que sobrevive a la crueldad, la llaman a salir, y hasta le sueltan algunas cadenas. Los Ratzinger y los Viganó, y los Sarah, con su legión de adeptos agrios en Ewtn, Infocatólica y similares insisten en que la iglesia no tiene nada que escuchar más que confesiones genitales, y que lo que la iglesia debe hacer es repetir a Trento indefinidamente. Es decir, son una boca que le dice al oído: no te necesito. Pero al escuchar, Francisco no ha hecho más que lo que hicieron un puñado de israelitas por siglos, descubrir a dios que se revela en la historia - no en la Summa - y que salva, rescata, repara y hace nuevo todo en la historia y con los que la viven y la hacen. El magisterio de Francisco nos ha recordado que fuera de la iglesia no solo hay Salvación, sino que fuera está dios mismo revelándose un vez más; y solo siendo una Iglesia en salida le encontraremos en su presencia real y encarnada: "Lo que hicieron con uno de estos pequeños lo hicieron conmigo".

De ninguna manera es perfecto Francisco, y dios lo libre de ser subido a los altares que albergan tanta manipulación y sospecha. Tiene reacciones desconcertantes, y salidas contradictorias cuando responde en breve (prefiero al Papa casi feminista de Christus Vivit que al de la entrevista con Jordi Évole), pero es una alegría enorme que no se justifique. Que no quiera salir a dar explicaciones de todo. Que se haya quitado el halo de infalibilidad que ningún Papa nunca ha debido tener. Y que también sea un señor mayor intentando ser coherente con sus propias convicciones y dándole algún gesto de dialogo a los que le piden que tenga otras, como el autor del evangelio de Juan. Un Papa normal que pudo ser nuestro vecino. Pero sobre todo, un Papa extraordinario que se ha hecho prójimo de los excluídos, como todo cristiano tendría que hacerse.

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