Magnífica

La que se alegra, la que se entusiasma, la que se emociona. Convertida en la que llora, la que se lamenta, la que habla con secretos encriptados.
La que confía en su dios revolucionario, la que lo alaba por su obsesión con la pobreza, la que lo engrandece por ser amante de los humildes. Convertida en el heraldo de los que quieren dejarlo todo intacto, en fetiche de señoras del club, en camándula de oro bendecida en Lourdes.
La que buscaba a su hijo hasta encontrarlo. Convertida en la que lo reemplaza y lo desautoriza.
La que es enviada junto a los amigos en la fiesta, a que cuenten a todos lo bueno que es dios con todos. Convertida en el pretexto para odiar, para condenar, para apartar, para recordarles a los distintos que dios castiga la diferencia.
La mamá, la embarazada, la adolorida. Convertida en reina de piel anglosajona, en diosa virgen imposibilitada para vivir como los humanos, en espectro fantasmal que confirma lo que ya pensaban quienes la ven.
La que todas las generaciones iban a llamar "mujer feliz" para que supiéramos que eso es lo que hace dios con su gente. Convertida en la bienaventurada -palabra que nadie usa- a la que suspiramos mientras gemimos y lloramos en el valle de las lágrimas.
La que perdió al hijo, mucho antes de que se lo arrebataran. Convertida en imagen de piedra que sostiene un cadaver, en estatua de yeso que va de casa en casa y a la que se le trata mejor que a la empleada del servicio.
La esclava, madre del esclavo, la que parió en donde comen los animales. Convertida en una celebridad cubierta de joyas con palacios más grandes que el Buckingham.
La que saludaban con un "Alégrate!!!". Convertida en ídolo al que se le rezan dios te salves no pocas veces repletos de superstición.
La Madre. Convertida en fenómeno paranormal.
La llena de gracia. Convertida en la mayor anunciadora de desgracias de la historia del catolicismo.

¿Qué hemos hecho contigo, mamá?
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