4 Claves para Evangelizadores Pedagogías de la Buena Nueva

"Pocas personas han sido tan críticas del discurso religioso que recibieron como Jesús de Nazaret. Pocos predicadores en la historia han dicho cosas tan distintas a lo que escucharon"

"Eso en lo que no creen tantos ateos, tampoco lo creen los verdaderos creyentes"

"La fe en Yahveh siempre fue un detonante de movimiento y una vacuna contra la petrificación"

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¿Entiendes lo que vas leyendo? 

La pregunta la hace Felipe, un diácono de la primera generación cristiana que hacía parte de un grupo llamado “helenistas” y que se destacaron por su ánimo misionero. Y se la hace a un eunuco perteneciente a la corte de la Reina de Candace, en Etiopía. El peregrino era un simpatizante de la religión judía y como tal, se estaba dedicando a la lectura de uno de los pasajes del profeta Isaías. Felipe era un pregonero cristiano y como tal, encontraba en Isaías y otros de los profetas, palabras que eran un anuncio de lo que había pasado con Jesús, el nazareno. La respuesta de Felipe no fue únicamente explicarle el texto, o anunciarle la buena noticia a partir del texto, la respuesta fue subirse a su carruaje y recorrer junto a él el camino hasta el bautismo

Tal camino no es geográfico, no es anecdótico, no nos está contando Lucas una historia linda e inspiradora sobre la evangelización. Nos cuenta un arquetipo, un modelo, una referencia cargada de simbolismos para que todos los que heredamos de aquellos helenistas su ímpetu evangelizador y misionero o quisiéramos al menos parecérnosles, reconozcamos que es en el camino, en el subirse al carro del otro, en el andar con el otro su itinerario de dudas y de necesidad de sentido, donde se hace posible iluminar la vida del otro con lo que creemos, con lo que vivimos, con lo que somos y especialmente con lo que fundamenta nuestra vida, con lo que ya es parte de nuestra piel y nuestros huesos porque lo hemos rumiado, lo hemos decantado, lo hemos elegido y lo hemos interiorizado hasta que la buena noticia y nuestra propia intuición llegan a confundirse pues está tan adentro que nos guía todo el tiempo, aunque no todo el tiempo le hagamos caso.

Es por eso que lo primero que tendríamos que preguntarnos es: ¿Entendemos lo que proponemos a los otros? ¿Comprendemos la magnitud de nuestra propuesta? Y sobre todo: ¿Creemos en lo esencial, lo irreductible, lo inconfundible de lo que hablamos? Y al decir creer, no podemos reducirnos a la afirmación ritual con la mano levantada, sino a reconocer si la propuesta de vida de Jesús es la principal motivación e inspiración para nuestras pequeñas y grandes decisiones. Puede ser que aún somos como el eunuco y sin embargo hemos asumido el rol de Felipe. Puede ser que repetimos lo que oímos sin haberlo procesado, ni asumido, ni cuestionado. Pocas personas han sido tan críticas del discurso religioso que recibieron como Jesús de Nazaret. Pocos predicadores en la historia han dicho cosas tan distintas a lo que escucharon, y han sido capaces de ir mucho más allá de lo aprendido, como el Maestro de la Cruz.

¿Entiendes lo que vas leyendo?

Y esto no solo tiene que ver con el discurso religioso, con sus normas, sus liturgias, sus dogmas, sus catequesis, sus instrucciones sobre todo lo que ha sido posible escribir instrucciones. También tiene que ver con la propia vida. Un predicador, un misionero, un evangelizador, es alguien que ha ido resolviendo su propia vida a la luz de esa buena nueva que anuncia. Se ha logrado entender a sí mismo en esa clave. Se descubre en toda su profundidad, en su autenticidad, en su libertad, desde ese espejo maravilloso que es la espiritualidad cristiana. Para dar una respuesta sobre la vida hay que tener una propia versión de lo que es la vida, haberla probado, haberla entendido en las propias circunstancias. La buena nueva no es un paquete a instalar en cada corazón y que funciona de manera indiscriminada para todos. Es la luz, es la fuerza, es la validación de la propia autenticidad, de la propia esencia que fue creada y bendecida por el Padre del Cielo, y como tal cobra matices distintos en cada existencia, en cada historia. No hay en toda la Biblia dos historias personales iguales, y sin embargo, todas ellas están atravesadas por la misma bondad invencible de Yahveh nuestro dios.

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Las Respuestas de dios son Caminos

Personalmente creo que la más determinante prueba de que llevamos dentro el sello de quien nos ha creado es que tenemos anhelos de felicidad. Sabemos cuándo la vida es menos de lo que puede ser, suspiramos con los futuros posibles en los que algunas de nuestras actuales tragedias hayan quedado atrás, soñamos con una vida distinta. Ya el contenido de esos anhelos y sueños es otra cosa, mucho de eso puede ser fruto de los condicionamientos sociales, de las herencias culturales, de lo que consumimos. Pero la insatisfacción con una vida a medias, la claridad con la que reconocemos la injusticia, la certeza que tenemos de que el mundo debe y puede ser distinto; eso no es otra cosa que sed de dios. Anhelo de infinito.

A esa simiente que el mismo dios ha dejado en nosotros, y que con el paso de los años y de la historia se convierte en peticiones al cielo, en rezos, en luchas contra el conformismo, en revoluciones personales contra la resignación, e incluso, en algunos casos en ateísmo – Eso en lo que no creen tantos ateos, tampoco lo creen los verdaderos creyentes – y más comúnmente en una búsqueda constante de tener una “mejor vida” o “llegar a ser alguien”, dios responde con su revelación en la historia, en su “dejarse ver” por nosotros para hacernos saber quién es y qué quiere.

Abraham, Jacob, Moisés, Josué, por nombrar a algunos de los grandes referentes de aquellos primeros tiempos, son los protagonistas de una historia de liberación, de peregrinación, de búsquedas por una distinta manera de vivir, que contrastara con la de los imperios, reinados y tiranías de aquel entonces, que le ofreciera al mundo una posibilidad distinta, no basada en la explotación, ni el egoísmo, ni el engaño. Pero sus historias no son discursos elaborados a la manera de los pensadores griegos. Son salidas, son caminos recorridos en los que el pueblo de sus descendientes encontró una voz de dios que los invitaba a desinstalarse de su contexto, a desacomodarse de su propia forma de vida, a huir de la esclavitud, a escapar de la opresión, a entrar en un territorio con el propósito de construir allí algo nuevo y único. Detrás de todas las afirmaciones de la fe israelita resuena aquel: “Mi padre era un arameo errante”. La fe estuvo asociada siempre al camino, al itinerario. Nunca fue un concepto, nunca fue una formulación absoluta e indiscutible, sino un ponerse en marcha. La fe en Yahveh siempre fue un detonante de movimiento y una vacuna contra la petrificación.

Eso quiere decir que la Evangelización es ante todo un ejercicio de movilizar. Movilizar conciencias, emociones, dudas, búsquedas. Es construir caminos, anunciar senderos por los que es posible que juntos busquemos la identidad que perdemos con nuestros errores – el pecado nos desdibuja y nos confunde – y que sigamos a aquel que es el camino. En los evangelios sinópticos encontramos que la fe en Jesús está expresada en términos de movimiento: seguirlo, ir tras de él, ser enviado por él. Jesús es la respuesta de dios, la solución de dios, y se le encuentra en el camino. Las respuestas de dios son caminos. Ni verdades conceptuales, ni elucubraciones abstractas, ni definiciones morales, Caminos. Solo quien se pone en marcha puede descubrir al dios que se revela en la historia, solo quien asume la construcción de su existencia puede encontrarse con el dios que se deja ver en los acontecimientos.

Siendo esto así, la tarea del evangelizador es inquietar lo necesario para que cada persona encuentre una nueva manera de confrontar su insatisfacción, de saciar su anhelo, de perseguir el infinito. Ya no en la superficialidad, no en el vacío, no en el desmedido consumo ni en camuflarse con el resto de la masa, sino entrando en la profundidad de la vida verdadera. Nuestro anuncio debe ser tan impactante que las personas no solo reconozcan su propia búsqueda, sino que se animen a hacerla y vivirla ahora tras las huellas del profeta de la vida en abundancia: Jesús, nuestro Señor.

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Propiciar Encuentro

La evangelización ha sido a lo largo de la historia – sin contar los episodios bochornosos – una fuerza de transformación de las personas y las comunidades, que inspiradas por la propuesta de Jesús y fascinadas por su persona y su vida, encuentran en la espiritualidad el hilo conductor de las distintas dimensiones de la vida, y logran ordenar esas dimensiones alrededor de los principios y apuestas de la buena noticia. Encontrar el sentido de la vida no es algo que sucede en un retiro de fin de semana, ni en una hora de predicación, ni en un multitudinario congreso. Aunque estas iniciativas puedan llegar a ser detonantes de la búsqueda, suele suceder que se quedan en el terreno de la emotividad, de la culpa, del llanto o de ternurismos superficiales. Si Felipe le hubiera respondido al eunuco con una de nuestras frases cliché sobre el evangelio, jamás habría llegado a bautizarse.

Nuestro rol entonces, es el de detonar y acompañar los procesos. Somos propiciadores de encuentro. El evangelizador es el que hace posible que la persona descubra a dios presente en su vida y en su historia, y desde ese descubrimiento le hace visibles las herramientas para acercarse a él, para cultivar el encuentro con él: La oración, la vida comunitaria, la solidaridad fraterna, el cultivo de la propia vida con el abono de la palabra de dios, de las mejores maneras como le sea posible vivirlas en su propio contexto. El evangelizador hace posible el surgimiento de una relación entre el ser humano y el dios de la Vida, relación que no se centra en los compromisos rituales ni en los preceptos morales, sino que se expresa mediante una manera particular de celebrar la vida y de darle sentido, pero que tiene como eje principal el encuentro, el diálogo, el reconocimiento de la presencia del Señor en la propia existencia, y la decisión de buscarle, de seguirle, de nunca creer que ya lo alcanzamos del todo, aunque siempre lo tengamos dispuesto a oírnos y vernos en lo secreto de cada uno.

Una evangelización que propicia encuentros se centra más en los rasgos fascinantes de dios que en las conclusiones que algunos de sus representantes difunden sobre lo que debemos evitar para ser dignos de acercarnos a Él. Se planea, se diseña y se realiza desde una profunda convicción de la alegría que al Señor le produce volver a estar frente a frente con sus hijos que tanto ama, para hacer explícita y evidente esa alegría, y no desde una lista de temas que cubran todos los aspectos básicos como si se estuviera capacitando a alguien para ejercer un cargo o un trabajo.

Lo anterior implica que el protagonismo en la evangelización está en las personas a las que se dirigen estos esfuerzos y no en quienes los realizan. El predicador, el evangelizador, el misionero no son de ninguna manera el centro del asunto, su rol de detonar el encuentro y provocar la relación hace que su labor sea precisamente la de poner en el centro a los participantes, a los asistentes, a los hermanos a los que se les anuncia. Son sus vidas las que han de ser iluminadas por la palabra, por tanto no es la vida del predicador el tema principal de la jornada. Son sus necesidades y anhelos los que hallan respuesta en la mirada divina, por tanto no se puede confundir la evangelización con la subsistencia personal del evangelizador. Son sus historias invisibles las que deben salir a la luz, por tanto no están todos los focos puestos en una celebridad espiritual que concentra la atención.

Una evangelización que tiene por protagonistas a los participantes no se reduce entonces a un auditorio con sillas que miran hacia el escenario en el que hay un micrófono. Tampoco se puede limitar a una exposición magistral, sea esta un prédica o un testimonio, una enseñanza o una oración dirigida, en la que una persona habla y todas las demás escuchan. Todo debería reformarse para que tanto el espacio, como la actividad, como la manera de usar el lenguaje, como la forma de abordar los textos bíblicos e incluso la manera particular de contar un episodio personal, tengan como resultado que los participantes de nuestros eventos de evangelización realmente participen, esto es: que aporten, que hablen, que expresen, que puedan poner sus vidas sobre la mesa, que puedan propiciar sus propias oraciones, que puedan preguntar, interpretar, estar presentes y no ser espectadores.

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Experiencias Transformadoras

Una de las enormes riquezas de la tradición católica es la abundancia de sus símbolos y la profundidad de los mismos. Todo en la iglesia es la puerta a una enorme profundidad enraizada a su vez en la tradición judeocristiana. Cada detalle que encontramos en una celebración, en la liturgia, en las palabras de nuestro credo, nos evoca una realidad mucho más honda. Una de las enormes dificultades de la evangelización católica es que aquellos símbolos requieren de unas altas dosis de explicación para ser comprendidos a plenitud, y que, por ende, han perdido su capacidad de convocar y de expresar la realidad a la que deberían remitirnos. No es la verdad de salvación la que pierde su eficacia, ni mucho menos la realidad de la presencia de dios en nuestra historia, sino la forma como la hemos expresado durante siglos o decenios, que si bien tiene un arraigo muy fuerte en la historia de salvación, su forma obedece a momentos de la historia y de la cultura que le son completamente ajenos a las personas de hoy.

Los símbolos son vitales en este propiciar el despertar de la buena noticia en los corazones de las personas, pues las realidades a las que se remite no siempre pertenecen a la lógica de lo comprobable, de lo verificable, sino al fuero interno de los anhelos y expectativas sobre la vida, a la pregunta por el sentido. La comprobación de una verdad conceptual no transforma la vida. La seducción desde un símbolo que me lleva a una realidad trascendente sí. Pensemos en el agua, la luz, el pan, la vid, el pastor. Solo por poner ejemplos del evangelio de Juan.

Las experiencias transformadoras se diseñan y se construyen como experiencias simbólicas que permiten hacer interpretaciones de la propia vida. Preguntas, ejercicios de expresión personal, retos físicos, retos mentales, actividades de interiorización, de exteriorización, el arte, el juego, son todos elementos que permiten hacer ese giro simbólico que evidencia nuestras formas de vivir y que hace visible también la propuesta que dios nos trae para nuestra manera de hacerlo. La palabra sigue siendo la principal herramienta de los evangelizadores, pero cada vez tendrá que ser más una palabra mediada por la experiencia, por la vivencia, por lo que las personas hacen, no solo por lo que escuchan. Cada vez tendrá que ser una palabra mejor dicha y en menor tiempo. Lo que se dice en una predicación de 50 minutos tendremos que aprender a decirlo en una charla de 25 minutos, y lo que decimos en 5 páginas de texto hay que saber también resumirlo en 280 caracteres.

La buena noticia nos exige llevarla tan adentro que nos baste su fuerza para no tener que perseguir en públicos y auditorios la satisfacción que no encontramos al vivir.

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