Más que un dios de fórmulas es uno de historias Trozos de dios

'Mucho tiene que aprender el dios católico del dios bíblico'

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El catolicismo está partido en pedazos y va siendo hora de que asumamos que esa es su naturaleza y su destino. Tras algunos siglos de delirios de uniformidad y autoritarismos dogmáticos que pretendieron poner punto final a lo que decimos sobre dios y sobre nosotros mismos, es bueno ahora tener la evidencia de que apenas si tenemos trozos de intuición, que por muy útiles que nos resulten, no encierran a dios ni nos resuelven la existencia del todo.

Este modo de vida surgió como un estallido, como una pedrada en el viejo vitral de la religión judía del siglo I - que no es la religión judía del siglo XXI, ni se le parece del todo - que desparramó sus afirmaciones, sus rituales, sus normas y sus estructuras, dejando al descubierto aquel extraño y poderoso origen que hoy conocemos como "la religión de Yavé" a quien Jesús acostumbraba a llamar "papá".

Entre los trozos, uno filoso y cortante que se declara dueño de la ortodoxia, ha mentido y sigue mintiendo en toda regla hablando de una supuesta "enseñanza bimilenaria" y de la fundación única y excluyente de una nueva religión con una única cabeza. Mas hoy es claro que de aquel estallido surgieron varias formas de vida, de creencia y de religiosidad, todas cristianas (es decir, todas teniendo como brújula a Jesús de Nazaret) y todas relacionadas entre sí, que siguen viéndose reflejadas en los múltiples cristianismos y catolicismos de hoy.

El poder y el sentimiento de élite hizo que los cristianismos fueran sometidos a uniforme, se estandarizó la fe (como si tal cosa fuera posible) y se pormenorizó el ritual. El catolicismo oficial, imperial e imperialista, lleno de cargos y dignidades eclesiásticas, mandó a hacer un nuevo vitral, con un dios hecho a imagen y semejanza del pensamiento griego. Así Yavé, el dios de nuestros padres y madres, a quien Jesús nos invitó a tratar como familia, fue encerrado en un pesado y laberíntico recinto de piedra muerta al que hoy llamamos credo, y dogma, y catecismo.

Y ¿qué hizo dios? pues tirar otra pedrada, como lo ha hecho siempre, porque Yavé es, entre muchas cosas, un iconoclasta empedernido.

También es, a diferencia del dios del catecismo, un ser silvestre, con un particular gusto por su creación. Que prefiere las montañas y los rios a los templos y las custodias. Que no sale a escena con las palabras mágicas de la liturgia, sino que aparece en medio de los pasos que damos para intentar vivir y ser felices. Más que un dios de fórmulas es uno de historias. Más que un dios que pida aplicar frases sueltas de la biblia en toda circunstancia es uno que nos pide estar atento a sus huellas en todo lo que hemos vivido, y rumiar esas huellas con l@s herman@s, ahí en la tribu. No es ese dios tenso y tensionante, siempre insatisfecho y decepcionado que se nos contó en la homilia, obsesionado con el error humano, sino un optimista radical, que invita a la alegría porque la sabe posible, y que confia en cada ser humano porque lo sabe capaz del infinito. Lejos de ser el dios excluyente y discriminador del catolicismo institucional, es el primer interesado en la libertad y la dignidad de las minorías marginadas, pregúntenle a Moisés, a Jeremías, o a la gente de la Samaría del año 30. Mucho tiene que aprender el dios católico del dios bíblico.

Para ser preciso, mucho tiene que caminar este catolicismo diverso y múltiple, para dejar a un lado el delirio de lo estándar y lo monolítico. Para reconocerse hermano de todos los cristianismos y buscador de un dios al que no puede pretender disecar en formol aristotélico. Mucho tiene que soltar de su ego, de su poder y de su soberbia, si quiere encontrar de nuevo al dios que Jesús amó fuera del templo, de cualquier templo.

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