Volvamos a ser Cristianos

Escucha Israel, nuestro dios es Yahweh, y Yahweh es uno solo. Es la declaración monoteísta de Israel, pero es mucho más que eso. Para ser cristiano -en principio - no basta con asegurar la existencia de dios, hay que apostar la vida porque el único dios existente es Yahweh, y eso lo cambia todo. Luego, encontramos que el invisible dios de los hebreos tiene rostro, cabello, tono de voz, forma de ser, y eso lo encontramos en Jesús de Nazaret, el hombre a quien por siglos hemos llamado Cristo, traducción al griego de la palabra hebrea Mesías que significa: el que ha sido ungido.

¿Qué significa todo eso?¿Qué sentido tiene esa afirmación llena de palabras escritas en otros idiomas, idiomas que ya prácticamente nadie habla en el mundo?¿Qué relación tiene con nosotros, hombres y mujeres que se encuentran a decenas de siglos y miles de kilómetros del cuándo y dónde surgieron aquellas palabras?

Los cristianos somos hijos de una tradición, de una familia unida por un linaje de convicciones muy profundas, nuestro adn es una determinación a ver la vida de cierta manera, una manera configurada por hombres que miraban las estrellas y que ponían sus pies en el mar con la ilusión de que un día en su tierra nadie pasara hambre y todas las lágrimas pudieran ser consoladas. Eso pasó en Israel, nombre de tierra y nombre de pueblo, nombre que en sí mismo encierra un hermoso misterio: dios había peleado por ellos. Pero ¿a qué dios raro se le ocurriría pelear por un puñado de esclavos?¿En qué cabeza omnisapiente cabe la sola posibilidad de ponerse a favor de gente sin valor alguno? Bueno, eso precisamente fue lo que hizo que Israel eligiera - entre las múltiples opciones de la época - a Yahweh como su dios. Él les parecía diferente, se les hacía que se comportaba de un modo muy distinto a lo que se decía de los otros dioses y, por supuesto, a lo que hacemos los seres humanos, tan adictos como somos a las conveniencias y los privilegios. Yahweh era como un CEO de una enorme multinacional que de pronto aparece interesado en dirigir una pequeña microempresa de un barrio subnormal de alguna minúscula ciudad del tercer mundo. Yahweh es extraño, no se porta como nadie, y nadie se porta como Yahweh.

A esa condición de ser distinto, diferente, y no encajar en el molde la Biblia la llama Santidad. Luego llegamos nosotros con nuestras brillantes concepciones morales a confundirlo todo al punto de que, cómo ha dicho bien Cortés, "llamamos impecable al que va bien vestido".

Entonces esto tiene que ver con nosotros porque vale la pena que nos preguntamos si para nosotros la fe ha consistido en intentar probar la existencia de dios - como esa sosa película "dios no ha muerto" - o en elegir a Yahweh como nuestro dios porque reconocemos que ha peleado por nosotros. ¿Cuándo peleó? Desde siempre, mucho antes de darnos cuenta, antes de que pensáramos en buscarle, o quererle, podemos ofrecerle la vida porque él peleó para que la tuviéramos, porque si miramos hacia atrás encontraremos las huellas de sus luchas.

Los Judíos poco o nada pronuncian el nombre de Yahweh. Por eso la traducción griega de los libros sagrados de Israel, que hoy forma parte del antiguo testamento católico, al encontrar el nombre de dios lo reemplazó por la palabra: Señor. Palabra que el nuevo testamento va a utilizar en múltiples ocasiones al referirse a Jesús. No es casualidad. No es coincidencia lingüistica, es una declaración de Fe. Para aquellos hombres del siglo I Jesús era Yahweh que había puesto su tienda en medio de las tiendas de Israel. Para ellos el Crucificado era el rostro visible de quien había peleado por ellos en Egipto. Para ellos el resucitado tenía todo lo de distinto, diferente y extraño que tenía el dios de sus padres, pues también había elegido a los que no tenían valor alguno para hacer de ellos su reino y su familia.

Jesús resultaba entonces sospechosamente parecido al dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, a ese que no es dios de muertos sino de vivos, a ese que ES la vida misma y que no puede ser encerrado en templos, estructuras ni formulaciones, ese que escapa a todos nuestros laberintos de apologética, precisamente porque Es el que Es. Y es que Jesús también había tenido las mismas benditas obsesiones de Yahweh, que son tan distintas de las obsesiones de quienes se hacen llamar representantes suyos sin serlo, porque lejos de interesarse por lo que Jesús daba la vida, hoy quitan y destruyen vidas por su afán de tener el control, y la razón. Estaba obsesionado con los pequeños, los vulnerables, los indefensos, con los huérfanos y las viudas, con los pecadores que se saben pecadores, con los marginados, excluídos, con los que no clasificaban para los estándares religiosos de la época. Era, en definitiva, exageradamente Yahwista Jesús.

Tras la pascua, los cristianos no sólo afirmaron la existencia de dios, cosa que no les preocupaba en absoluto, sino que particularmente dieron la vida para que en la comunidad pudiera realizarse el plan que dios había mostrado desde siempre, y que ahora estaba palpable y más vivo que nunca en el espíritu del Señor resucitado. El cristianismo se convirtió en la posibilidad que el mundo tiene de conocer lo más hondo de su humanidad, lo más contundente de su esencia, que es la pura bondad y la indiscutible rareza de Yahweh.

Ser cristiano fue desde siempre sinónimo de entrega, de lucha por la libertad, de defensa de aquellos que no pueden defenderse por sí mismos, de inclusión de los que el mundo con sus reglas ha dejado por fuera. Que nada ni nadie nos arranque la fuerza del dios que nos habita, que nada ni nadie nos quite la alegría del resucitado que nos enciende en su amor, que ser cristiano vuelva a significar dar la vida, especialmente hoy, cuando tantos pretenden que signifique simplemente obedecer a un Faraón imaginario lleno de requisitos y condiciones al que han confundido con dios.
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