Pero yo les digo


Y dale con la inmutabilidad de lo afirmado. Solo personas muy testarudas y con una mínima visión de conjunto de la historia pueden insistir tan obstinadamente en que las concepciones ligadas a un contexto cultural son legítimas, válidas y aplicables para todos los contextos. Confían más en la estructura argumentativa que en la acción del Espíritu, y con descaro llaman ateos, apóstatas y herejes a quienes se resisten a vivir en sus prisiones dogmatistas.

Estamos ante uno de los más grandes desafíos de la Iglesia. Un reto que no se desprende del capricho de algunas instancias vaticanas, sino que es el reconocimiento que han hecho, no tan a tiempo pero no del todo tarde aún, tantos creyentes que a lo largo y ancho del planeta venían contando que el mundo cambió y que algunas de las respuestas que dimos en el pasado, ya no corresponden con las preguntas que se plantean los seres humanos de hoy. Los eclesiásticos de siempre - clero o laicos, sin distinción - que han dado la vida porque el hombre sea hecho para el sábado y no al revés, piensan que las propuestas de reforma y las reformas ya instauradas son una amenaza contra una estructura que suponen se sostiene por la estabilidad de las formulaciones aristotélicas con las que se edificó el medioevo. Se preocupan, dicen, porque se esté poniendo en duda la revelación.

Olvidan que la revelación nunca fue un conjunto de afirmaciones estáticas, sino ante todo una manera de caminar, escudriñar y comprender la historia, a la luz de una propuesta de dios que los israelitas entendieron como Alianza, y que los cristianos, herederos de aquella perspectiva y aquella visión de la realidad, acogieron a la hora de anunciar el misterio del Crucificado Viviente, del hombre del madero como Salvador e Hijo del dios vivo. Yahveh se hace presente en la historia, como el que es, como el que vive, y en Jesús Yahveh toma un rostro que no puede disecarse en anatemas, sino que por el contrario, encarnado para siempre en el barrio de los hombres, estará con nosotros todos los días para ser luz en la existencia y fuerza para reparar el mundo.

Quienes creemos en Jesús, no ponemos nuestra apuesta de vida en una manera particular de definir el misterio, sino en el misterio mismo. Tener fe no es articular frases que requieren de años de estudio para ser comprendidas, sino abandonar la vida en la certeza de que la única realización posible está en permanecer unidos al dios del pesebre, que nos dice que quien quiera amarle debe vivir como Jesús y dar la vida como lo hizo el Mesías.

Por esto es inaceptable que al encontrarnos de cara a una transformación sin precedentes en las más variadas maneras de vivir de los seres humanos, la Iglesia deba arrodillarse ante la arrogancia de los letrados para solicitarles si por favor nos permiten ser luz para el mundo del siglo XXI. Si son tan amables y no le ponen obstáculos a la revelación, que sigue siendo portadora de sentido de la realidad, y que nos obliga por naturaleza a tener la mirada atenta a los tiempos que vivimos, no para categorizarlos según las explicaciones de los sabios escolásticos, sino para arrojar sobre ellos la contundencia de un evangelio que sigue siendo escurridizo para los profesionales de lo religioso.

"Han oído que se dijo, pero yo les digo" repitió Jesús, para decirnos que ya era hora de dejarnos de casuísticas sobre capas y capas de tradición empolvada, y que mejor nos esforzáramos por ser radicales en lo esencial de la vida desechando todo lo accesorio de la religión. Lo esencial es poco, pero es crucial, porque en ello no se define la estabilidad de una estructura, sino la existencia de seres humanos con rostro, con nombre, con futuro. Por el contrario lo accesorio, es superficial, poco útil, y engorroso. Lo esencial es el amor incondicional, la misericordia sin restricciones, la libertad con autenticidad, la paz como absoluto, la vida en cada segundo, sin ser dañada, sin ser empobrecida, sin ser amargada por la exigencia de estándares caducos. Lo accesorio es la repetición de textos para resistirse al viento de dios, que hoy de nuevo sopla sobre este lugar para ver si logramos que nos entiendan los hombres y mujeres de toda raza y lengua, no solo los que escriben en latín.
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