Ya es de noche en Jerusalén

Esa noche, tras entrar en Jerusalén,
luego del grito y la algarabía,
no dormiste,
te quedaste mirando el cielo que se extendía sobre el templo
la luna que ya se completaba
las estrellas que había intentado contar Abraham
los pies de los amigos, llenos del polvo del camino
sus manos, listas para bendecir o empuñar
que no saben aún a que han venido
sus ojos cerrados por el sueño,
un anuncio de tu soledad.

Y sentado con las manos en el pecho
intentaste mirar dentro de las casas
detrás de las paredes
siempre buscando razones con nombre propio
para dar la vida, llena como la luna
tomaste un par de piedras del suelo
las apretaste cada una en una mano
y sentiste doler la piel que cubrió por 30 años al espíritu infinito
no hay con quien compartir el dolor
ni el miedo
y es irónico porque retumban en tus oídos los gritos de la calle
el ruido de las palmas al viento
los aplausos de la pobre gente que espera un salvador
y no hay con quien compartir la agonía.

Se acerca el final y hay una flor que no miraste
una fruta que no probaste
un paisaje que no guardaste
un agua que no bebiste
una mujer que no tocaste
una palabra que no dijiste
un hijo que no tuviste
porque hoy se te acumulan las renuncias en el pecho
nadie sabe lo que tuviste que dejar
para poder correr a rescatarnos
no pensamos en todo lo que tuviste que morir
para poder llegar a este punto
pero tu corazón si lo sabe
y sabe también que el último día
no caminarás sobre túnicas
y nadie gritará a tu favor.

El cielo de Jerusalén se aclara
van desapareciendo las estrellas
y algo en ti anhela dormir
ya lo harás, hermano mío.
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