Todo nuevo, siempre nuevo


Somos contradictorios. Por humanos pero sobre todo por creyentes. Somos contradictorios al haber logrado que el "mensaje más grandioso que tiene la humanidad" se convirtiera en una lamentación inacabable que ya nadie quiere oír. ¿En qué momento de la historia del cristianismo logramos que se nos identificara como personas conservadoras y preocupadas por mantener a toda costa el estado actual de las cosas?

En la Palabra nos encontramos con que dios todo lo hace nuevo, todo lo transforma, lo cambia, lo mejora o lo empieza una vez más. Toma a una familia para crear un pueblo nuevo, un pueblo distinto, un pueblo que sea contraste y contradicción para la forma como viven los seres humanos. Toma un grupo de esclavos huyendo de la opresión de ayer, hoy y siempre, y les propone un estilo de vida que aún hoy nos resistimos a creer por ser demasiado humano, demasiado preocupado por el otro, particularmente atento a quien no puede defenderse por sí mismo. Toma a un grupo de marginales de palestina y les revoluciona la vida hasta hacer de ellos la semilla de una generación de comunidades a lo largo y ancho del imperio romano. Nos toma hoy, cuando no parecemos muy relevantes en medio del protagonismo de la farándula y la imponente política, para darnos un lugar determinante en el futuro del mundo. Pero no le creemos.

Parecemos convencidos de que la revelación de dios es un contenido conceptual objetivo, o un conjunto estático de parámetros de moralidad - a conveniencia de quien la firma y la afirma - pero no una manera de existir, no una perspectiva sobre la vida, no libertad. Por eso la frase más común que parece pronunciarse entre los creyentes es "La iglesia siempre lo ha hecho así" o "siempre se ha enseñado lo mismo": publicidad engañosa, apologética para dummies. No hemos celebrado siempre los mismos ritos, ni hemos dado siempre como Iglesia las mismas respuestas a las problemáticas del hombre, precisamente porque surgen nuevas problemáticas con cada cambio de época y de contexto. No hemos tenido la misma organización jerárquica desde siempre, y ni siquiera hemos hecho las mismas afirmaciones dogmáticas desde los inicios. La riqueza de nuestra tradición no es una riqueza estática, sino que ha sido precisamente la capacidad de leer en los acontecimientos al dios que se revela y que muestra "por medio de seres humanos y a la manera humana" nuevas respuestas para los nuevos desafíos que nos aparecen.

Mientras dios todo lo hace nuevo, los creyentes estamos empeñados en que todo quede igual. Y el plan de salvación que se nos ha propuesto desde el éxodo hasta nuestros días, ese en el que no haya pobres, ni personas abandonadas, ni desprotegidas, ese en el que todos sepan que pueden contar con hermanos que les ayuden a ser mejores mientras luchan y se esfuerzan por serlo auténticamente, el plan de la reconciliación entre los hombres en el que la comunidad de creyentes sea un refugio seguro ante la demencia del egoísmo que no deja de imperar, sigue quedando en la lista de espera mientras que toda la concentración se nos va en que se respeten las rúbricas convenientemente y a nadie se le ocurra decir que la pastoral nos debe mover a revisar la doctrina, especialmente la que limita, sanciona o descalifica.

La fidelidad inagotable de nuestro Padre nos envía cada cierto tiempo un impulso fresco de su aliento, un viento de renovación al que podemos responder respirando para crear con el creador, no nos neguemos a la novedad siempre fresca de quien nos hace existir. Bien dijo Cortés que sólo los creativos se parecen a dios.
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