No tardes tanto



Es adviento. La aventura de la navidad está a unos pasos y la alegría debe ser el alma de todas nuestras palabras y gestos por estos días. Lo que celebramos es enorme, y lo es por pequeño, es grandioso por simple, es extraordinario por común. Es dios que se hace pequeño, simple y común.

No es un misterio para nadie que desconocemos la fecha de nacimiento de Jesús. No tenemos posibilidad de saber con exactitud cuál sería el momento históricamente correcto para celebrar su cumpleaños. Contamos con los relatos de la infancia que nos traen los evangelios y con la tradición que hizo coincidir un hecho cristiano con un hecho no cristiano, con el fin de resignificar la fiesta. No es algo para alarmarse, también en hogares de chicos huérfanos o abandonados se definen arbitrariamente fechas para celebrar su nacimiento al no poder conocer con exactitud cuando ocurrió.

Tampoco podemos tener certeza sobre las circunstancias del acontecimiento. Lo que narran los evangelios tiene tal contenido teológico que es insensato no hacer lecturas sobre su intencionalidad, su simbología, su manera de construir los relatos, su forma de elegir las palabras para transmitir algo que era mucho más que una simple historia de un embarazo atípico. Mateo hace lo propio para que el protagonismo sea de José, y desde ese protagonismo contar cómo se van cumpliendo una tras otra las promesas del Señor al pueblo, mientras se le van rompiendo en pedazos los miedos al jefe del hogar de Nazaret. Lucas por su parte pone la atención en María, y hace que María ponga la atención de todos nosotros en un dios que se resiste a sotener el status quo. El que derriba de su trono a los poderosos y enaltece a los humildes elige un sitio para animales y la compañía de pastores para recordarnos que son los pobres el camino hacia Belén. No son relatos arbitrarios, no son simples memorias para despejar dudas sobre Jesús, son gritos proféticos que nos mueven a enamorarnos del dios del pesebre, el que nos despoja de toda pretensión de superioridad al hacerse frágil y nacer entre invisibles.

¡Cuánta falta nos hace ese niño! En últimas si de verdad le quisiéramos como debe ser, viviríamos un poco más desprovistos de cosas y prejuicios, y más preparados para caminar al encuentro de otros y compartirles buenas noticias de alegría y de paz. Por eso en navidad le pedimos que venga, que no tarde, que llegue pronto porque hay demasiada insatisfacción que encontraría cura en su mirada y su palabra, porque hay mucha ansiedad que se sanaría si aprendiéramos a confiar en el dueño de aquella estrella. Que venga pronto porque mucha falta le hace a buena parte de esta Iglesia que sigue pujando por lo grande, por lo elegante, por lo protocolario, todo aquello con lo que rompe el bendito niño del pesebre.

Ven pronto Jesús, no tardes.

(Imagen de Lighthouse Bogotá)
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