Acusan a Demetrio Fernández de amenazar a una alcaldesa por la retirada de una 'cruz de los Caidos' ¿Es realmente el obispo de Córdoba un hater?

Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
Demetrio Fernández, obispo de Córdoba Agencias

“Esa cruz es un símbolo fascista”, defienden algunos historiadores para justificar que haya sido tirada en un vertedero

¿Qué hubiera hecho la Iglesia en el golpe de 1936 si no hubiera sufrido años de persecución?

 “No es preciso mencionar muchos datos acerca de dicha persecución para comprobar que se trató de un fenómeno que tiene difícil comparación con nada que hubiera sucedido en el Occidente europeo desde hacía siglos”

Revuelo mediático a cuenta de unas palabras del obispo de Córdoba. Otro más. Pero, ¿qué ha dicho ahora? Don Demetrio tiene el verbo encendido y no necesita de grandes preámbulos, lo que hace la delicia de algunos medios, aunque es cierto que últimamente anda un poco más comedido, cosas del efecto Francisco, de no anatemizar a la primera de cambio. Ejercicio de contención autoimpuesto entre una parte del Episcopado. Y se nota, a pesar de algún roto con el Ejecutivo de coalición de Pedro Sánchez. Pero, ¿qué ha pasado ahora?

Le acusan de lanzar amenazas a la corporación municipal de Aguilar de la Frontera, cuya alcaldesa, en una interpretación rigorista de la Ley de Memoria Histórica, ordenó la retirada y destrucción de una ‘cruz de los Caídos’ aledaña a un convento, sin que la regidora quisiera escuchar los ruegos del párroco para que se la cediese en lugar de arrojarla a un vertedero, donde finalmente reposa.

“Ojo con tocar los sentimientos religiosos”, les respondió el obispo en una homilía. Esto no dejaría de ser una mera advertencia que cualquier servidor público –y la alcaldesa de Izquierda Unida lo es– debería tener en cuenta y, en caso de no ser así, agradecerla por el bien de una comunidad con sentimientos encontrados al respecto. Pero al obispo se le abrió completamente la esclusa de la indignación y remató con un “o si los toca [los sentimientos religiosos], que se atenga a las consecuencias. Los cristianos no somos violentos, pero tomamos nota. Cuando lleguen las próximas elecciones tendremos en cuenta si han respetado nuestros sentimientos religiosos o no. Ojo, que eso queda ahí”.

Momento de la retirada de la cruz de Aguilar de la Frontera
Momento de la retirada de la cruz de Aguilar de la Frontera

VOX se alinea con el obispo

Quizás pecó ahí el obispo de una cierta prosopopeya y, claro, no le ayudó estar encasillado políticamente desde hacía tiempo, e inequívocamente desde las elecciones andaluzas de 2018, cuando saludó “el vuelco electoral” propiciado por la alianza entre PP, Ciudadanos y Vox como un camino en el cual “Andalucía se sitúa como pionera de un cambio social que esperamos en la sociedad española”. Huelga decir que el partido de Santiago Abascal no ha dudado en santiguar su estrategia política haciendo la ‘cruz de los Caídos’ a su medida y que comulga a pies juntillas con las palabras de Demetrio Fernández.

Lo lamentable es que la reflexión de fondo que, con vehemencia, sí, enunciaba el obispo sobre el respeto a los sentimientos religiosos ha quedado sepultada por el peso del personaje y por los vapores del predominante pensamiento de que todo lo que tiene que ver con las creencias está más conectado con la caverna que con una dimensión trascendental para el ser humano.

La cruz, en el vertedero

A ello se une que una parte de la Iglesia se ha sentido demasiado ofendida en demasiadas ocasiones y llega un momento de hastío en que no solo a la otra parte le resbala lo que dicen sus miembros, incluso los más significados, sino que cuando se esperaba que los críticos con la religión pudieran fundamentar sus razones, en un claro ejemplo del pensamiento basculante actual lanzan argumentaciones que serían pintorescas sino procediesen desde el mundo académico.

Los historiadores la lían: “Esta cruz es fascista”

Y es lo que ha pasado aquí, de tal manera que han salido a la palestra historiadores para afirmar sin empacho que la cruz de Aguilar de la Frontera está más que bien retirada porque, “por analogía, a nadie se le ocurriría defender la cruz gamada en Alemania alegando que era un signo precristiano y que ejemplos de ella se encuentran en lugares tan dispares como Persia o India. En Alemania es un signo nazi”. Todo esto –afirmado por Ángel Viñas– para justificar que esta cruz “es un símbolo fascista”.

No tendría mayor recorrido este exabrupto si no fuese porque tal y como está el patio, hay muchos que pueden acabar asimilando verdaderamente la cruz con el fascismo. No es tan descabellado si todo un profesor universitario como el vicepresidente Pablo Iglesias equipara el exilio de Carles Puigdemont con el de los republicanos españoles, no digamos ya el de aquella intelectualidad que cruzó como pudo la frontera con Francia, sino con el de aquellas miles de personas que, muertas de frío, y dejadas a su suerte, se hacinaban ante el paso francés antes de hacerlo luego en los campos de prisioneros con los que los recibieron las autoridades galas. No se puede jugar ni con las palabras ni con la historia.

Iglesia y franquismo
Iglesia y franquismo

¿Qué hubiera hecho la Iglesia en el 36 si no hubiera sido perseguida?

Y la historia –la que hacen los historiadores, ojo– también nos ha dejado constancia de que antes de que la Iglesia pusiese bajo palio a Franco había recibido bien a la República, a pesar de que desde un primer momento estuvo bajo su punto de mira, literalmente. Y que ese enconamiento con todo lo religioso fue encarrilando a los católicos hacia posiciones de la derecha (aunque aquí tampoco hay que generalizar y católicos hubo que presidieron la República), hasta el punto de que Javier Tusell afirmó que aquel alineamiento de la Iglesia “habría sido distinto de no ser por la persecución religiosa que se produjo en la zona controlada por el Frente Popular”.

“No es preciso mencionar muchos datos acerca de dicha persecución para comprobar que se trató de un fenómeno que tiene difícil comparación con nada que hubiera sucedido en el Occidente europeo desde hacía siglos. Aunque se concentró en los primeros meses de la guerra, no solo supuso la eliminación de casi siete mil personas [no contó Tusell a los alrededor de 3.000 laicos, muchos de la Acción Católica], sino también la destrucción de los signos externos de la religión católica en toda esa zona”, según ha dejado escrito el historiador catalán en aquellas páginas sobre la Guerra Civil que editó con la colaboración de Stanley G. Payne.

Carmen Calvo, hoy
Carmen Calvo, hoy

Y aunque la jerarquía católica bendijo con aquella vergonzante Carta Colectiva al nuevo régimen que estaba surgiendo un año después del golpe del 18 de julio de 1936, en el primer pronunciamiento del Vaticano al respecto, la Santa Sede solo abogaba “por la paz y el perdón” entre las partes, aun cuando entonces el catolicismo ya era perseguido en la Rusia comunista, la Alemana nazi y México. Es más, la representación de la República ante la Santa Sede figuró en el Anuario Pontificio hasta el año 1939. Sin embargo, la libertad religiosa no fue respetada en la zona republicana durante el conflicto, por lo que el culto quedó reducido el ámbito privado.

Los obispos sí le ven las orejas al lobo

De estas lamentables derivas es de lo que nos ha querido advertir el obispo de Córdoba. Del peligro del enfrentamiento, de querer estabular a la sociedad en un único carril unidireccional. Eso sí, Demetrio Fernández lo ha hecho a su manera. A la suya, lo dijo también el cardenal Omella en su discurso inaugural de la Plenaria del pasado mes de noviembre: cuidado con “el virus de la polarización”. Dos maneras de llegar al mismo y preocupante diagnóstico. Y no se trata de mantener la ‘cruz de los Caídos’ de Aguilar de la Frontera a toda costa. Desde luego, no por razones artísticas.

Pero, como escribió Manuel Vicent (un descreído donde los haya, aunque con su particular mitología de bolsillo) en su galardonado artículo “No pongas tus sucias manos sobre Mozart”, todo tiene un límite y lo inteligente es saber respetarlo. Lo decía, en vísperas del triunfo socialista de 1982, por boca de un hombre de izquierdas a la izquierda montaraz que aún se sacudía los pelos de una dehesa llena de tópicos. Lo mismo que sucede hoy.

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