“Destierro en Patmos. La banda de ladrones. Perlas rotas y reconstruidas. Las varas convertidas en oro”. “La figura del apóstol Juan en los Hechos apócrifos” (III) (XVI) (902)




Escribe Antonio Piñero

Como habrán observado, es curiosa la expansión que “sufrió la figura del apóstol Juan, y merece que la consideremos. La tradición expansiva se basa en el mismo fenómeno que se aprecia en el capítulo 21 del Evangelio canónico de Juan donde comienza ya la leyenda:

“Pedro se vuelve y ve siguiéndoles detrás, al discípulo a quién Jesús amaba, que además durante la cena se había recostado en su pecho y le había dicho: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?»: 21 Viéndole Pedro, dice a Jesús: «Señor, y éste, ¿qué?». 22 Jesús le respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme». :23 Corrió, pues, entre los hermanos la voz de que este discípulo no moriría. Pero Jesús no había dicho a Pedro: « No morirá», sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga». 24 Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero”.


Y de un personaje, cuya pista apenas descubrimos en los Hechos de Apóstoles en los primeros capítulos… y a quien Herodes Agripa I estuvo a punto de matar…, se hace otro que vivió más de 100 años, que recogió a la Virgen María a la muerte en cruz de su hijo… y que escribió cosas tan dispares como el Cuarto Evangelio y la Revelación o Apocalipsis.


Veamos ahora otras expansiones, de base antigua (hacia el siglo III), pero que toman forma hacia el siglo V o VI d. C. y que han llegado hasta nuestros días:


La noticia del destierro de Juan en la isla de Patmos es recogida por el Apócrifo que comentamos, “Los milagros de Juan = Virtutes Johannis. El procónsul de Éfeso, coaccionado por dos temores, el temor al emperador y el que le causaba la personalidad de Juan y sus poderes sobre las fuerzas de la naturaleza le ofrece una amplia libertad de movimiento. En Patmos Juan “vio y escribió el Apocalipsis que se lee bajo su nombre”. Es no sólo la noticia más importante, sino la única. De su predicación, de los hechos y milagros realizados por Juan en Patmos y descritos detalladamente en los Hechos de Juan de Prócoro (15-48), el texto de las “Milagros de Juan” no menciona absolutamente nada, como si lo único que hizo el Apóstol durante su destierro fuera la composición de su Apocalipsis.


El texto de las “Milagros de Juan” refiere cómo a la muerte de Domiciano el senado romano hizo regresar a los desterrados a sus países de origen. Juan regresó a Éfeso, donde desarrolló una intensa actividad, amplia en enseñanzas y en prodigios. Bastaba el tacto de sus vestidos para que los enfermos sanasen, vieran los ciegos, quedaran limpios los leprosos, libres los endemoniados. Eusebio de Cesarea informa en su Historia Eclesiástica que el emperador Domiciano manifestó gran crueldad dando muerte a hombres honorables de Roma y enviando a muchos al destierro, entre los que se encontraba Juan, apóstol y evangelista. El mismo Eusebio cuenta cómo, muerto Domiciano y llegado Nerva al poder (96 d. C.), pudo regresar Juan del destierro y estableció su residencia en Éfeso.


Historia del joven recomendado por Juan


Los “Milagros” recogen ejemplos de la actividad de Juan hallados en fuentes muy dispares y presentadas con una conmovedora riqueza de detalles. El capítulo III de los “Milagros de Juan” es una copia prácticamente literal de la historia narrada por Clemente de Alejandría en su Quis dives salvetur (“Qué rico se va a salvar” y reproducida por Eusebio de Cesarea, calificada así por los autores que la transmiten. “Toma una historia, dice Clemente, luego no una leyenda, sino una historia real”.


Éstos son los detalles comunes a Clemente, Eusebio y las “Milagros de Juan”, que forman parte de los “Recuerdos” sobre Juan. Vuelto el Apóstol de Patmos a Éfeso, visitaba las poblaciones vecinas, en las que nombraba sacerdotes y obispos “señalados por el Espíritu Santo”. En una “ciudad no lejana” encontró a un joven que encomendó con insistencia a los cuidados del obispo, que lo recibió en su casa, lo mantuvo, lo educó, lo cuidó y finalmente lo bautizó. El joven, frecuentó malas compañías y acabó organizando una banda de ladrones de la que fue nombrado jefe.


Llamado Juan para resolver un problema surgido en la comunidad, preguntó al obispo por su recomendado. Cuando se enteró de lo sucedido, rasgó sus vestiduras y solicitó un caballo para salir en busca del joven. Los centinelas de la banda lo detuvieron. Pero Juan les dijo: “Llevadme a vuestro jefe, pues para eso he venido”.


El joven, avergonzado, pretendió huir, pero el anciano apóstol lo persiguió y lo hizo entrar en razón dándole seguridades de perdón y de salvación. El joven arrojó las armas y abrazó llorando al Apóstol. Los tres textos explican cómo las lágrimas le sirvieron de segundo bautismo. El suceso en sí tiene una práctica independencia y autonomía, sin otra conexión con el texto de las “Milagros de Juan” que la mención de Éfeso como lugar de la residencia del Apóstol.



Las perlas rotas y reconstruidas


Sigue el episodio de unas perlas que sufre un “accidente”, sin una clara conexión con la narración central de los “Milagros”. Ni los datos cronológicos, ni los geográficos ofrecen datos suficientes para situar el suceso en un momento de la vida de Juan y en un lugar de su ministerio. A falta de datos en la leyenda se colige que Juan estaba en Éfeso, porque fue allí donde tuvo lugar la historia de Drusiana, la joven que suscitaba apasionados amores, que ya hemos contado en postales anteriores. Y allí tuvo lugar el episodio de las perlas.


Un filósofo, un tal Cratón, quiso organizar un espectáculo en el que se ejemplificara el desprecio de este mundo que debe tener todo amante de la filosofía. Hizo que dos jóvenes ricos compraran y rompieran ante la gente unas piedras preciosas. Pasó el apóstol Juan por el lugar e informado de los hechos, interpeló a Cratón sobre la necedad e inutilidad del gesto. Sugería luego que hubiera sido mejor venderlas para ayudar a los necesitados. El filósofo replicó retando a Juan para que reconstruyera las piedras volviéndolas a su estado original. Juan realizó el milagro, subrayado con un solemne “amén” de los fieles presentes.


El hecho milagroso, que más bien parecía una frívola exhibición, consiguió el efecto salvífico. Cratón en unión con todos sus discípulos “creyó y fue bautizado”. Más aún, “empezó a predicar públicamente la fe de nuestro Señor Jesucristo”. Los dos jóvenes vendieron sus joyas y repartieron su precio entre los pobres. La consecuencia fue que numerosos creyentes se adhirieron a la causa de Juan.


Las varas y la arena


El capítulo VI de los “Milagros” expresa claramente su conexión con los sucesos narrados anteriormente. El texto habla del regreso de Juan a Éfeso y presenta a dos honorables ciudadanos que pretenden poner en práctica la doctrina sobre las riquezas y su reparto entre los pobres. En efecto, vendieron sus posesiones y todo lo repartieron entre los necesitados. Cambiados de opulentos en mendigos, pronto se arrepintieron de su gesto. Juan descubrió la trampa del Diablo y se dirigió a aquellos hombres. Les dijo que si querían recuperar sus riquezas, que prepararan unas varas rectas en sendos manojos. Juan invocó el nombre del Señor, y las varas se convirtieron en oro. Les pidió que llevaran piedrecillas de la orilla del mar, que acabaron convertidas en piedras preciosas.


La parábola del rico epulón y del pobre Lázaro (capítulo 16 del Evangelio de Lucas) sirvió de prueba del valor de la palabra de Juan. Jesús confirmó, además, sus palabras resucitando a un muerto, el hijo de la viuda de Naím (capítulo 7 del Evangelio de Lucas). Juan confirmaba las suyas liberando a los enfermos de sus males y a las gentes, de sus pesadumbres. Luego el Apóstol amplía sus reflexiones recordando la inutilidad de las riquezas que no podrán acompañar al hombre a la otra vida.


Concluiremos el próximo día la ampliación de las leyendas sobre el apóstol Juan, tan importante en la tradición.


Saludos cordiales de Antonio Piñero
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