Joaquin y Ana, ¿qué nos enseñan?

Celebramos hoy la memoria de san Joaquín y santa Ana. Santos que la tradición considera los padres de la virgen María y, por tanto, abuelos de Jesús. Este dato, sin embargo, no aparece en los cuatro evangelios que llamamos canónicos (es decir, que fueron reconocidos por la Iglesia como inspirados). Más bien parece tener su fundamento último en el llamado Protoevangelio de Santiago, en el Evangelio de la Natividad de Santa María y el Pseudomateo o Libro de la Natividad de Santa María la Virgen y de la infancia del Salvador. Son libros que pertenecen a lo que llamamos “apócrifos” (esto es, que no entraron en el canon que formó la Biblia por considerarse de dudosa autenticidad en cuanto al contenido o a la atribución del autor).

Más allá de las cuestiones formales o históricas, celebrar esta memoria nos invita a visualizar la familia humana de Jesús. Nos habla del misterio de la encarnación. El mismísimo Dios irrumpe en la historia humana aceptando la realidad humana con sus limitaciones y concreciones. Una de ellas es que todo ser humano tiene una familia, un contexto familiar. Jesús encarnado por obra del Espíritu Santo en el vientre virginal de María tuvo una madre como todos nosotros. Y esa mamá plenamente humana viene de una realidad familiar, de unos padres que la educaron. Hablar de san Joaquín y santa Ana es celebrar que somos familia y una invitación a cuidar de ella. En las lecturas percibimos cómo la Iglesia reconoce en estos dos santos a los justos de Israel que esperaron al Mesías y no lo vieron.
Rezábamos antes del aleluya:

“Esperaban el consuelo de Israel,
y el Espíritu Santo estaba en ellos”

Aprendamos de estos santos que la tradición pone ante nosotros y despertemos, más si cabe, nuestro anhelo y deseo por el Señor. Que vivamos en la santidad de los justos, fieles a los pequeños quehaceres cotidianos, poniendo amor en todo lo que hagamos y compartiendo la alegría del evangelio con quienes vamos encontrándonos en el camino.
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