Adviento de María (1), revolución aún no cumplida (Lc 1, 26-38)

La figura y piedad de María se ha empleado a veces como signo de sumisión femenina y de opresión social. Su presentación como "esclava del Señor" ha reforzado la exigencia de sometimiento religioso de los creyentes y, en especial, de las mujeres, que deberíamos inclinarnos ante la voluntad poderosa de Dios, como seres indefensos, dependientes, siempre menores de edad.

Se dice que María ha reforzado también la estructura sexista de la iglesia: ella es la mujer que brilla como reina muy querida, en nivel de belleza y corazón, de transparencia y de ternura; precisamente por eso debe hallarse resguardada, dentro de un hogar, y protegida, mientras los varones son los que deciden por sí mismos, como sacerdotes y jerarcas, la marcha de este mundo. Ella ha servido también para reforzar la división social; ella pertenece a la clase de los humildes de la tierra, a los pequeños labradores o artesanos, esto es, de los sometidos

Pero, en contra de eso, María aparece en el NT como mujer libre, que decide por sí misma su futuro, ante Dios y ante los hombres. Ella asume, proclama e inicia el camino más alto de liberación para los pobres y oprimidos de la historia. María es signo y camino de adviento de la nueva humanidad reconciliada, desde su perspectiva de mujer libre, amiga, esposa, madre, al lado de Jesús, el Cristo.

Imagen

Introducción

María ha sido y sigue siendo utilizada como signo de sumisión piadosa de las mujeres y, en general, de todos los cristianos. En contra de eso, en estos días finales de adviento 2021, quiero presentarla como signo, estímulo y exigencia de una revolución cristiana que no se ha cumplido todavía. Ella es principio y garantía de una revolución de adviento.

En contra de esa línea de “sumisión” representada por María, pienso que ella no puede ser manipulada al servicio de las clases o grupos opresores, ni al servicio de un tipo de anti-feminismo, ni eclesial ni no eclesial. Desde ese fondo he de comenzar formulando dos pequeñas observaciones:

1) La presentación bíblica de María como sierva no puede utilizarse para favorecer ningún tipo de opresión interhumana, sino todo lo contrario: Ella es, como mujer (como persona) e incluso como madre signo de libertad y exigencia de liberación.

2) Esa libertad y liberación de María no puede realizarse en forma de lucha de opuestos, esto es, de destrucción de los contrarios, sino de transformación radical, de unos y otros, en línea de mujer, de amiga, de madre. Ella ofrece el testimonio de una reconciliación mesiánica que es signo de la gracia de Dios, una reconciliación en libertad  y diálogo, al servicio de la vida de todos, con destrucción de los poderes opresores, con elevación de oprimidos, tal como proclama su gran manifiesto de Lc 1, 46-55.

En esta perspectiva queremos releer y analizar los textos del NT que presentan a María en el espacio semántico de sierva: esclava, servidora, humilde... para invertir su sentido. Partiendo de ellos estudiamos eso que podríamos llamar la inversión significativa del concepto: así pasamos de servicio a libertad, de sometimiento a autonomía, de lucha violenta a fraternidad, etc. María viene a presentarse ante nosotros como signo de ese "proceso de liberación" que ha realizado Jesucristo, el siervo por excelencia, conforme a Flp 2,6-11.

Como Cristo es siervo victorioso que ha ofrecido la gracia y plenitud para los hombres liberados, así María es sierva creadora: es la persona que, aceptando su propia realidad de creatura y desplegando el potencial de gracia que Dios le ha regalado, viene a presentarse como principio y modelo de liberación para los hombres. 

Solemnidad de la Anunciación del Señor

María creyente: libertad desde Dios

  Una visión generalizada define libertad como independencia respecto a todo influjo exterior y como autorrealización del propio sujeto; en el fondo, sólo es libre el viviente capaz de crearse a sí mismo, en una especie de movimiento inmanente, sin dependencias o influjos exteriores. Pues bien, en contra de eso, debemos afirmar que el hombre (=ser humano) es libre en la medida en que, acogiendo la palabra de Dios (su mismo ser) y la palabra de los otros, en comunicación con ellos, puede y debe vivir en autonomía, consciente de sí, a través de una opción que va explicitando con los años.

En esta  perspectiva se comprende la libertad de María: ella escucha la palabra de Dios, asiente desde dentro y dice: "He aquí la sierva del Señor; hágase en mi según tu palabra" (Lc/01/38). Éste es el testimonio más preciso y más profundo de realización en libertad que hallamos en toda la Escritura (prescindiendo ahora de Jesús). 

Dios se desvela ante María como palabra, por medio del Espíritu Santo. No es necesidad cósmica, ni es imposición biológica, ni siquiera es el destino de la vida. Dios es la palabra que saluda, le invita a responder en libertad y, al mismo tiempo, le sosiega; es la palabra que promete, explica y pide colaboración (/Lc/01/28-36); por eso habla sin imponerse, ilumina sin deslumbrar, actúa sin doblegar la voluntad del que le acoge. En el fondo, podemos definir a Dios como aquel principio personal de vida (Padre) que nos capacita para decidirnos y realizarnos como libres. En el fondo, lo que llamamos Dios es la experiencia radical de nuestra propia libertad potenciada, habitada, por el amor, en relación con los demás.

Dios actúa en el hombre como Espíritu, no como un poder o destino biológico que pueda situarse en el nivel de los agentes materiales o aun humanos que determina la concepción y gravidanza de una mujer. Precisamente como Espíritu, vida superior, fundamentante y creadora influye Dios y actúa por medio de María (Lc 1,35; Mt 1,18-21). Pues bien, como Pablo ha descubierto, "allí donde está el Espíritu del Señor está la libertad" (/2Co/03/17): Dios actúa liberando al hombre, Dios le capacita para realizarse libremente sin imposiciones exteriores de carácter opresor.

María es, desde esta perspectiva, la mujer que libremente acepta su condición de persona, la mujer que no está al servició de ningún varón, ni siquiera de unos hijos y que, sin embargo, precisamente por eso, porque es libre, puede dialogar con un varón, con otros seres humanos, poniéndose libremente al servicio de unos hijos… La mujer que puede decirle a Dios (y decirse a sí misma) que quiere y puede concebir (ser madre), pero en libertad, en comunicación de vida, siendo ella misma. Es mujer “empoderada” por Dios, en sí misma, no es sierva de nadie (en el sentido normal de ese término).

FLORENCIA, ITALIA - 20 Enero 2016: La Anunciación, Cuadro De Leonardo Da  Vinci, En Exhibición En La Galería De Los Uffizi (Galleria Degli Uffizi),  Florencia, Italia Fotos, Retratos, Imágenes Y Fotografía De

En esta perspectiva se sitúa la respuesta de María. Cuando dice que es "la sierva del Señor" no toma el término en sentido sociológico o jurídico; tampoco lo interpreta como signo de un sometimiento religioso, como causa de una destrucción o negación de su persona. Es todo lo contrario. María se dice sierva porque ha escuchado la palabra de la libertad, porque se ha descubierto fundamentada y potenciada por un Dios que la respeta en forma plena. Sólo por eso ella se entrega, en gesto de amor, en actitud de alianza. Porque sabe que Dios ha enriquecido gratuitamente su vida, ella le puede responder en actitud de gracia, ofreciéndole su vida.

Sierva, significa aquí, “responsable”, capaz de responder, de compartir, de dialogar… En ese sentido, en todo el AT, “siervo” tiene el sentido de “ministro”, el que “realiza un ministerio”, sea “ministro del rey” (de un gobierno) o ministro de una Iglesia (papa, obispo…etc.). Aquel que tiene capacidad de actuar, de realizar una obra, de realizarse a sí mismo, en medio de un mundo complejo, como el que aparece, por ejemplo, en los poemas del 2º Isaías.

De esta forma cesa la dialéctica del amo y el esclavo. Ni Dios es amo que se impone por la fuerza, ni María esclava que no tiene más remedio que entregarse a sus caprichos o mandatos posesivos. Dios es amigo que la potencia y fundamenta con su misma palabra de respeto (con su Espíritu); y María viene a desvelarse al mismo tiempo como amiga que recibe todo lo que tiene, lo hace propio y propiamente (de manera libre) puede realizarlo. Precisamente por eso, porque nadie la obliga, ella afirma que se ofrece como sierva.

En esta línea comprendemos la creatividad de María. Diciéndose a sí misma, esto es, pronunciando su palabra más profunda, ella permite que Dios mismo actualice su Palabra a través de ella. Precisamente en esta transparencia, donde la voluntad de Dios se hace voluntad de María y el amor de María es presencia plena del amor de Dios, se encarna el Hijo Jesucristo. Sólo allí donde Dios ha hecho posible que María le responda de manera personal, profunda y libre puede explicitarse (o encarnarse) su misterio de amor sobre la tierra.

  Nos hallamos en el centro de eso que pudiéramos llamar la paradoja del libre y el esclavo: sólo aquel que es libre puede decir humanamente "soy tu esclavo", en actitud confiada, creadora, agradecida. María se pone totalmente en las manos de Dios como sierva, porque se descubre en Dios perfectamente libre; así realiza su obra más perfecta, es creadora de sí misma.

Ésta es la vinculación del amor que se expresa en las palabras del Magnificat: "porque ha mirado la pequeñez de su sierva..., ha hecho en mí cosas grandes aquel que es Poderoso" (/Lc/01/48-49). Dios que era palabra se convierte así en mirada misericordiosa, mirada amiga, palabra creadora. Dios es mirada misericordiosa porque se ha fijado en la pequeñez (tapeinosis) de María para levantarla. Es amiga porque contempla sin juzgar ni dominar sin imponer ni doblegar. Es creadora porque la transforma y engrandece, de tal forma que "de ahora en adelante me felicitarán todas las generaciones" (Lc 1,48).

La creación se ha convertido de esa manera en cruce de miradas. Ha fijado Dios sus ojos en María, poniendo en ella su fuerza y su ternura Conforme a una experiencia que después ha transmitido Juan de la Cruz: "Cuando tú me mirabas / su gracia en mí tus ojos imprimían" (Cántico espiritual). María se descubre así mirada, transformada, enriquecida, valorada y liberada por la gracia de unos ojos que no juzgan ni escudriñan ni condenan, sino que animan, dan vida, irradian amor, invitan a colaborar. Ella se sitúa precisamente en el extremo opuesto de eso que una fenomenología de la mirada ha creído descubrir en la presencia de unos ojos siempre vigilantes que destruyen la autonomía y libertad humanas (Sartre). María descubre su valor porque la miran y gozosamente exclama: "se alegra mi espíritu en Dios mi salvador" (Lc 1,47).

Esta mirada de Dios desvela su grandeza creadora: no se cierra en sí para mirarse sin cesar en círculo inmanente; ha creado a los hombres para poder mirarles y complacerse en ellos, con el gozo de un creador y un padre amigo que se alegra en sus propias creaciones. Pues bien, María ya no tiene que esconderse en el jardín, como los hombres han hecho descubriendo la vergüenza de su desnudez pecadora, desde Adán y Eva (cf /Gn/03/07-11); no tiene que poner un velo sobre el rostro, ante los ojos como han hecho los judíos, ante el Dios del miedo que parece hablarles sólo en un lenguaje de terror y muerte (cf2Cor 3,13; cita de Éx 34 33.35); no tiene que cubrirse la cabeza como deberán hacer más tarde las mujeres de Corinto, que retornan a un estadio premesiánico de discriminación y miedo ante el misterio (cf ICor 11,2-16). María mantiene la mirada, y manteniéndola, en un gesto de amor y transparencia, responde ante el misterio de Dios diciendo en plena libertad: "He aquí la sierva del Señor" (Lc 1,38).

Al llegar a este nivel de la mirada, superamos nuevamente la dialéctica del amo y de la esclava: el amo mira para dominar, de arriba hacia abajo poseyendo en el deseo a la persona que hace objeto de su mirada. Dios ya no domina ni posee. Precisamente porque es Dios y no un pequeño diosecillo, aprendiz de dictador, puede mirar sin opresión ni dictadura. Estos ojos de Dios son el misterio del amor que crea. Por eso, María ha respondido, sosteniendo la mirada: "ha hecho en mí cosas grandes aquel que es poderoso" (Lc 1,49). En esa línea, algunos padres de la Iglesia afirmaban que María había concebido (había sido portadora de vida) a través de la mirada, evidentemente, sin negar los otros planos de la vida en plenitud, de la vida como carne, en el sentido radical de Jn 1, 14: Dios se ha hecho carne humana por la carne-carne de María, en relación con José, su desposado, etc. 

Dios hace las cosas con la mirada de su amor, como nuevamente sabe Juan de la Cruz: "yéndolos mirando, / con sola su ternura, / vestidos los dejó de hermosura" (Cántico espiritual). Esta hermosura no es algo añadido, un adorno que se pone y que se quita. La hermosura es el propio ser de la realidad, es la gracia que define a la persona de María, conforme a la palabra del ángel cuando dice que ella es la "agraciada" (Lc 1,28). Ésta es precisamente su verdad y su grandeza. Por eso, cuando dice: "Dios ha hecho en mí cosas grandes", ella confiesa: Dios me hace ser y yo soy por la acción de su mirada; Dios me despierta a la vida y yo puedo despertar, reconocerme y responderle.

Desde esta mirada-acción de Dios surge María como persona creada: surge totalmente de Dios para ser ella misma de una forma plena; Dios la deja en manos de su propia libertad, deja que ella se asuma a sí misma, se reconozca como libre y le responda, colaborando en la propia tarea mesiánica del surgimiento de su Hijo sobre el mundo. Salvadas todas las distancias, debemos afirmar que aquí se ha repetido el mismo esquema que encontramos ya en el paraíso.

Allí Adán se encuentra solo y no tiene una "ayuda semejante", una persona con quien pueda dialogar, confiándole su propia palabra, hasta la creación de Eva (Gén 2,17). Pues bien, de manera semejante, Dios se encuentra solo entre su creación hasta que puede dialogar con María, hallando en ella una colaboradora que, en algún sentido, es "carne de su carne y hueso de sus huesos" (cf Gén 2,23); ella es ahora su "imagen y semejanza" (Gén 1,26); con ella puede dialogar para la realización de su misterio sobre el mundo.

Éste es, a mi juicio, el sentido más profundo del relato de la anunciación (Lc 1, 26-38). El Dios que de nada necesita, ha querido necesitar de María para realizar humanamente (divinamente) la encarnación de su Hijo. Por eso, si la terminología del amo y del esclavo nos valiera, Dios mismo se vuelve "esclavo de María", llama a la puerta de su vida, espera su respuesta. Sin duda alguna, esta manera de hablar sobre Dios y María constituye un símbolo, pero no es un símbolo que pueda tomarse como secundario o reducirse luego al plano del lenguaje conceptual. Ésta es la expresión originaria del misterio. Es la expresión del Dios que habiendo creado seres libres viene a comportarse en libertad con ellos, en respeto y reverencia. Es la expresión del ser humano que, siendo creatura libre, mantiene y explicita su libertad precisamente frente a Dios.

No existe verdadera libertad en la relación entre los hombres si el hombre no es libre frente a Dios. No podríamos romper la dialéctica del amo y del esclavo si es que Dios continuara actuando como un amo que impone su deseo sin pedir colaboración ni esperar nuestra respuesta. La experiencia de Dios, tal como viene a expresarse en el relato de la anunciación de María, es la experiencia de la suprema libertad.

He dicho libertad suprema y no infinita porque sólo Dios es infinito y absoluto, en el sentido de que vive desde el fondo de sí mismo. El hombre, en cambio, vive desde Dios, en el contexto de una dependencia que resulta originante, creadora, respetuosa. Pues bien, desde el fondo de esa dependencia (como sierva), María puede decir y ha dicho su palabra de suprema independencia y libertad, una palabra que Dios mismo necesita para encarnarse sobre el mundo y para realizar su obra salvadora. De esta forma se han unido libertad y gracia. María es la agraciada de Dios (cf Lc 1,28) y sólo como tal, gratuitamente, puede responder y realizarse como libre.

Su libertad se define así como autonomía para colaborar en el misterio creador de Dios, que culmina su obra encarnándose en el mundo que ha creado. No es indiferencia para el bien y para el mal, para la colaboración y el rechazo, como algunas veces se ha supuesto en la línea de la escuela molinista. María es libre porque puede asumir como propio el plan de Dios, el sentido y esperanza de la vida, en comunión con José, su desposado. Así lo asume y de esa forma se realiza, respondiendo gratuitamente a la gracia y colaborando con ella. De algún modo pudiéramos decir que ella es la misma libertad creada, hecha persona dentro de la historia.  

(Texto base tomado de Xabier Pikaza, en S, de Fiores y S.Meo, Diccionario de Mariología, Paulinas, Madrid 1988,págs. 1062-1084)

Volver arriba