19.5.19 Dom 5 pascua:Como yo os he amado Amaos los unos a los otros. El testamento de Cristo

De penitencia me puso que le quisiera

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TEXTO:Juan 13,  34-35

Os doy un mandamiento nuevo: que os queráis unos a otros,  como yo os he querido. La señal por la que todos conocerán que sois mis discípulos  será que os amáis unos a otros 


El Evangelio de Juan  describe a Jesús como un hombre de amor, alguien que sólo dejó a los suyos en herencia el amor. Poco parece el amor como herencia, para alguien que quieres dineros, pero en sentido profundo es todo

‒ Juan supone que Jesús ha amado a los suyos con amor de hombre (como Cristo encarnado) y con amor de Hijo eterno de Dios. Ciertamente, él amaba a todos (¡tanto amó Dios al mundo…!), pero su amor se ha centrado de un modo especial en una comunidad de amigos (amados) con los que ha formado una escuela y semillero de amor (centrado en la comunidad del Discípulo amado).

‒ La vida de Jesús es experiencia de amor encarnado en una comunidad de amantes… En este contexto queda velado el amor a los “enemigos” (propio del Sermón de la Montaña de Lc y Mt); no se niega, pero queda en un segundo plano. Juan ha puesto de relieve el amor de Jesús a su Iglesia, a su  “comunidad de iluminados en amor”, comunidad-semilla, para transformar el mundo por amor.

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‒ Esto dice  dice a los suyos: “quereros  unos a otros… (como yo os he querido). No excluye a los enemigos, pero pone en primer plano queda la comunidad de amantes… De esa forma ha creado una comunidad de amor, que se expresa en forma de iglesia. Así puede decir a los suyos “amaos unos a otros como yo os he amado”[1].

1. Así lo había dicho Pablo desde la cárcel donde estaba detenido por amor

Os exhorto, pues, yo, preso por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, 6 un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos (Ef 4, 1-4).

 Ésta es la experiencia básica de Pablo y de sus seguidores: todos los hombres y mujeres pueden unirse en amor, formando un cuerpo, por medio de la iglesia. Pablo supone que habían sido en otro tiempo como niños, separados, enfrentados, dominados por leyes diversas que les impedían vivir en libertad. Pero Dios envío a su propio Hijo, para liberar a los que estaban dominados por leyes de diverso tipo, para que pudieran volverse mayores y vivir en comunión de amor (cf. Gal 4, 4).

2. El amor es fin y meta de la historia humana

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 Ésta es la experiencia escatológica, la certeza de que han llegado los últimos tiempos, pues se ha revelado la verdad definitiva del amor,   pues la justicia de Dios se ha revelado de tal forma que por ella los hombres pueden vivir y reconciliarse  en amor(cf. Rom 1, 17; 2 Cor 5, 11-21).

Otros han conquistado imperios (como Alejandro Magno) o han fijado instituciones nacionales (como el Moisés de la tradición judía). Pablo ha realizado algo más hondo: basándose en Jesús, ha suscitado y dirigido iglesias, es decir, comunidades mesiánicas sin más principio de vida que el amor, unidas entre sí, abiertas a toda la humanidad. De esa forma ha logrado algo que parecía imposible: que unos hombres y mujeres de orígenes distintos (pecadores, excluidos de la sociedad honorable) puedan juntarse y convivir de un modo eficaz, sin más principio ni norma que la gracia, entendida como amor mutuo liberado.

3. Iglesia, "estado general" de amor

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En perspectiva católica, siguiendo el testimonio de Pablo, la iglesia es, ante todo, un espacio de amor universal, donde en todos los rollos estás escrito simplemente "quereros"; un lugar donde hombres y mujeres pueden crecer y desarrollarse en amor, sin más asignatura ni obligación que esa "quereros".  

Iglesia, amor de esposo-esposaLa iglesia es una esposa mesiánica: «De tal forma amó Cristo a su iglesia que murió por ella, le ofreció su propia vida», como el hombre ama a la mujer, como el marido a la esposa querida (cf. Ef 5, 25 s). En esa línea se dice que los obispos o animadores de las comunidades asumen el lugar de Cristo y son «esposos» de su iglesia; por eso llevan una alianza como signo de compromiso de fidelidad y entrega. Pero la fuerza de ese amor han de vivirla de algún modo todos los cristianos, varones y mujeres, siendo esposos-esposas de la iglesia, viviendo dentro de ella en una relación de bodas  de Caná (cf Jn 2, 1-11).

 La iglesia es un grupo mesiánico, cuerpo del Cristo. En el amor matrimonial hay un momento, peculiarmente profundo, cuando los esposos se hacen un mismo cuerpo, compartiendo no sólo el pan, sino la misma vida (cf. Ef 5, 28s; con cita de Gen 2, 23-24). La iglesia es un cuerpo compartido, es ámbito de amor y plenitud mesiánica: no es algo que está fuera, que yo utilizo y dejo después, a conveniencia. La iglesia soy yo, siendo con otros: formando con ellos un solo cuerpo. 

Las dos imágenes (de matrimonio y de cuerpo) se unen. En el lugar donde ellas se cruzan y fecundan emerge la peculiaridad y sentido del amor hacia la iglesia. Ella aparece frente a mí y dentro de mí, como un amigo, un campo de amor que me ofrece su cariño y que recibe mi cuidado. Su amor me descentra, me lleva a superar el narcisismo egoísta de mi propia búsqueda y me abre hacia los otros; pero, al mismo tiempo, siento que la iglesia se halla dentro de mí mismo.... 

4. Amor de Madre, de pastor, de amigo

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Amor de madre.Los católicos llaman a la iglesia «santa madre»: en el seno de sus aguas bautismales reciben la existencia de creyentes. Con su palabra y sacramento, la iglesia les engendra en el camino de la fe y de la esperanza. Por eso, es un signo cercano de la dimensión materna de Dios, expresada particularmente en el Espí­ritu santo, amor que funda y sostiene a los creyentes. Así aparece como casa-materna: hogar donde los cristianos aprenden a ser y caminar. Por eso, muchos sienten nostalgia y quisieran tornar a las raíces de la madre, para vivir así en el seno de Dios que es el Espíritu, en el seno del que mana el agua de la vida

Pastores y ovejas, amigos. Siguiendo en la línea del evangelio de Juan (Jn 21), los cristianos aparecen con frecuencia como ovejas de un rebaño al que sus pastores deben amar, en gesto de entrega persona y de comunicación de la vida (cf. Jn 10). Pero el mismo texto sabe que pastores y ovejas de la iglesia son amigos que se conocen y se comunican, amigos que comparten la vida en transparencia (cf. Jn 10, 14 15, 15). Pastores y rebaño acaban siendo espacio de amor universal fundado en Cristo.

5.Fraternidad y amistad

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(a) La iglesia es una fraternidad donde no hay más padre-madre que Dios, ni más pastor-dirigente que Cristo: «no llaméis a nadie maestro, porque uno sólo es vuestro maestro (Jesús) y todos vosotros sois hermanos; no llaméis a nadie Padre..., no llaméis a nadie jefe...» (cf. Mt 23, 8-12). Estas palabras expresan el misterio de una iglesia donde sólo se puede hablar de tres amores. Hay un amor de Dios, que es padre/madre de quien recibimos la existencia, en gesto agradecido. Hay un amor de Cristo, maestro o dirigente universal, porque ha entregado su vida por todos. Hay un amor fraterno, que define la vida de todos los hombres y mujeres de la iglesia, en gesto de diálogo. Eso significa que no pueden establecerse jerarquías paternas o doctrinales dentro de la iglesia, porque el único padre es Dios y el único maestro es Cristo. Esta experiencia de fraternidad universal define el cristianismo.

(b) La iglesia es amistad: “Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros” (Jn 15, 12-17). También aquí aparece el Padre, como fuente de todo amor y Cristo, como principio del nuevo “mandato”, que es mandato de amor (2)   

La iglesia ha de ofrecer un espacio donde hombres y mujeres pueden ser amados. Vivimos en un tiempo en que corremos el riesgo de no tener ya referencias de amor. Es como si nos halláramos solos, en un mundo que nos ha “arrojado” a la vida, para que podamos sobrevivir, cada uno según sus fuerzas. Pues bien, en ese contexto, el conjunto de la iglesia puede y debe presentarse como espacio donde hemos nacido en amor y en amor podemos crecer y ser personas. En ese sentido ha de ser mantenida y profundizada la autoridad de la iglesia, entendida como ámbito de surgimiento y maduración, es decir, como verdadera “auctoritas”: como aquello que nos permite crecer en amor, viviendo de esa forma sin miedo al futuro.

6. Iglesia, una fiesta de amor

Ella no es sólo una “madre” que nos permite crecer, sino un lugar en el que debemos comprometernos a cumplir la tarea humana del amor. En ese segundo momento, dentro de la iglesia, amar implica esforzarse por cumplir el evangelio. Sin un compromiso fuerte de amor a favor de los demás no hay iglesia. Pues bien, amar en la iglesia (desde la iglesia) supone entregarse por los pobres, decidirse por la justicia, abrir un campo de esperanza de reino entre los hombres.  

Finalmente, amar en la iglesia significa participar en el misterio de su fiesta. El amor eclesial se celebra como agradecimiento personal y búsqueda confiada (orante) y experiencia de reino (celebración comunitaria).  Toda la tradición cristia­na sabe que el amor eclesial se concretiza en el servicio hacia los pobres. Pero esa misma tradición confiesa que el amor liberador, que continúa el gesto de la vida de Jesús, se celebra en la liturgia de su pascua, en la comunión y compromiso de la eucaristía.

Más allá de todas las posibles diferencias teóricas, más allá de las miserias en la praxis de la entrega por los otros, la iglesia ofrece un misterio de amor que se celebra como fiesta ya definitiva. Por eso, al final de todos los caminos, amar a la iglesia o en la iglesia implica celebrar en común la certeza, la promesa, la entrega y comunión de Cristo entre los hombres.

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[1] Cf. Y. M. Congar, Santa Iglesia, Estela, Barcelona 1965; A. Faivre, Ordonner la Fraternité. Pouvoir d'innover et retour à l'ordre dans l'Église ancienne, Cerf, Paris 1992 ; H. Küng, La Iglesia, Herder, Barcelona 1984; H. de Lubac, Meditación sobre la Iglesia, Encuentro, Madrid 1980; G. B. Mondin, La Chiesa, primizia del Regno, CTS 7, EDB, Bologna 1986; J. M. R.Tillard, Iglesia de iglesias, Sígueme, Salamanca 1991; La Iglesia local. Eclesiología de comunión y catolicidad, Sígueme, Salamanca 1999; J. Werbick, La Chiesa. Un progetto ecclesiologico per lo studio e per la prassi, Queriniana, Brecia 1998.

[2] Cf. A. Badiou, San Pablo. La fundación del universalismo, Anthropos, Barcelona 1999; R. J. Banks, Paul's idea of Community, Paternoster, Exeter 1980; G. Barbaglio, Pablo de Tarso y los orígenes cristianos, Sígueme, Salamanca; 1989; L. Cerfaux, La Iglesia en san Pablo, Desclée de Brouwer, Bilbao 1959; B. Holmberg, Paul and Power, Gleerup, Lund 1978; M. Legido, Fraternidad en el mundo. Un estudio de eclesiología paulina, Sígueme, Salamanca 1982; M. Y, MacDonald, Las comunidades paulinas, Sígueme, Salamanca 1994; W. A. Meeks, Los primeros cristianos urbanos, Sígueme, Salamanca 1988;   L. Schenke, La comunidad primitiva, Sígueme, Salamanca 1999.

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