No podemos decirles que se hagan cristianos como nosotros Amazonia 2. Me bautizaron, me dieron su eucarstía

Cuarenta años misionero, sin bautizar a nadie

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Publiqué ayer una nota sobre A. Labaka Ugarte,
  a quien alancearon, con Inés Arango, en la selva de Aguarico, por haberse encarnado  en la  cultura de los aucas de la Amazonia de Ecuador.

Labaka se implantó como cristiano, franciscano capuchino y obispo  en la vida de los pueblos milenarios de la zona y, en principio, no quiso bautizarles como si él fuera superior y ellos inferiores, sino que le bautizaron ellos, aceptándole en su grupo (en su religión y vida).

 No dije que no bautizara en absoluto, lo hizo en algunas ocasiones, sobre todo como misionero y obispo de una zona de criollos y de campesinos quechuas, insertos ya en la cultura “mestizal” de la tierra. Pero creyó  que no era aún tiempo de bautizar a los amazónicos puros, sino de ofrecerles testimonio de evangelio, mientras seguían amenazados de muerte.

Por otra parte, antes de bautizarles pensó que debía ser bautizado él mismo, aceptando su cultura y "casa", su forma de vida y religión. Murió con Inés Arango, mártir de ese nuevo y eterno estilo de misión, que era el de Jesús y el Pablo, el Francisco de Asís y el de tantos cristianos, que antes de ponerse a dar o imponer una religión  de poder han querido convivir con la gente, yendo así desnudos, sin ropa de repuesto ni dinero (Mt 10).

Quiso encarnarse y convivir entre los grupos que aún no habían entrado en contacto con la cultura “convencional”, impositiva, de los poderosos, y murió por ello, con Inés, su hermana colombiana.

 No tuve la suerte de conocerle. Pero he leído algunas  cosas sobre su estilo misionero y he sabido que no se sentía llamado a comenzar bautizando a los “indios”, sino a evangelizarles con su vida, conforme al estilo que había propuesto su padre Francisco, en la pequeña y admirable regla para los misioneros.

No hablé con él, pero tuve la suerte de conocer a otro misionero semejante, también guipuzcoano, a quien fui a ver un día (un año después de lo que digo en la postal anterior, el año 1991), en Ezkio, junto a Zumárraga.

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ME LLEVÓ SU HERMANA MERCEDARIA, 

desde Zumárraga, donde estaba dirigiendo unos ejercicios espirituales, y pasamos una tarde admirable, de cercaníay  conversación teológica. Me había dicho su hermana que fuera a hablar con él, que le habían traído muy enfermo de la misión de Perú, y que le gustaría conectar con un teólogo. Fui dispuesto a soltarle mi sermón de clase,  pero fue él quien me ofreció una de las mayores “lecciones” de vida cristiana que he podido recibir.

Era ya mayor, y había pasado unos cuarenta años en la selva del Perú, en medio de unos grupos no integrado en la cultura “mestiza” o quechua. Pertenecía a la Orden de los Pasionistas, pero podía haber sido dominico, franciscano, carmelita, jesuita… o de alguna otra familia religiosa. Era un misionero sin más, un enviado de Jesús.

 Le pregunté si había conocido a Labaka, y me dijo que sí, habían coincidido en algunas reuniones misioneras. Provenían de la misma tierra, y tenían una misma forma de entender la presencia del evangelio en la Amazonia. Y añadió:

 − Él ha muerto por lo que había querido hacer y por lo que hizo, sin que un tipo de Iglesia y sociedad le entendieran demasiado. Tuvo la suerte de tener a su lado una hermana como Inés... y murió como había vivido.

 ‒ Le mataron otros indígenas…

‒ No le mataron otros indígenas, sino los poderes oficiales de los que se creen dueños de la tierra, de los que invaden la selva habitada hace miles de años por los aucas, le mataron los señores de las compañías petrolíferas que nos venden gasolina…

‒ Fue una casualidad, una equivocación, nadie quería matarle…

‒ No fue casualidad… Fue su destino y su gracia de misionero, él lo había merecido, lo mismo que Inés… Ya ves, a mí no me han matado, quizá porque no lo he merecido, y así me han traído aquí  para que me muera, pero también he vivido una experiencia fuerte, en aquella misma selva, pero en la parte de Perú…

 NO HE HECHO MÁS QUE ESTAR CON ELLOS

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  − Has estado mucho tiempo en una misión como la suya ¿Qué as hecho?

− Muy poco. Simplemente he querido estar. Como decía san Pablo, Dios no me ha mandado a bautizar, sino a evangelizar (1 Cor 1, 17); como decía san Francisco: ¡Cuando vayas a tierra de misión no empieces enseñando…! No he construido colegios nuestros, como algunos quieren hacer ahora, ni reducciones de indígenas, ni oenegés para ayudarles materialmente. Sin nada fui, sin nada he estado cuarenta años, y sin nada he vuelto.

No he hecho más que estar y convivir con los pequeños grupos étnicos, trabajar con ellos y rezar, a su manera y a la mía. He querido que ellos supieran que también nosotros, los cristianos, los occidentales y los blancos, podemos convivir con ellos, sin robarles ni matarle (Sobre la misión pasionista en Amazonia cf. https://amazoniapasionista.wordpress.com/historia/).

He convivido con unos condenados a muerte… Eso es lo que he hecho. Decirles con mi vida que no todos quieren matarles, destruir su tierra, cegar su cultura.

CONDENADOS A MORIR

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 Le pregunté qué significaba eso de que estaban condenados a morir, y me dijo:

− Lo que has oído. Decimos que vamos a llevarles cultura, progreso y religión. Y en el fondo lo único que terminamos haciendo es matarles, pues al contacto con nuestro tipo de salud, de vida y cultura no tienen más remedio que morir.

− Hay grupos que sobreviven… Yo mismo he visto indias amazónizas en Quito y el Lima, en casas de monjas…

− ¡Claro! Las sacan de su tribu para que mueran en la gran ciudad, o para que pierdan su identidad. Hay algunas tribus más grandes que pervivirán, por lo menos durante un tiempo, aunque perdiendo su forma de vida entre los grupos quechuas y los criollos. Como etnias autóctonas no tiene salida, van a morir pronto.

− Pero ¿no se puede hacer nada?

− Me temo que no. He estado allí cuarenta años, y no sé si los médicos y los superiores me dejarán volver...   y las cosas  para ellos han ido cada vez peor. Están condenados a morir, sin remedio, casi todos los grupos étnicos pequeños de la Amazonia.

Cada año mueren en el mundo docenas de antiguos idiomas, es decir, 40 culturas, religiones (grupos étnicos), y de ellos muchos pertenecen a la Amazonia. Algunos llegan a decir que mueren al año unos 40 (idiomas, dialectos, pueblos…). Pero vamos a decir que son varias docenas, que para el caso es lo mismo.

Yo he visto morir a tres tribus, a mi lado, tres grupos étnicos de la selva amazónica. Y seguirán muriendo más en los próximos años, porque la presión de los estados (Brasil, Perú, Ecuador…), de las petroleras, de la industria de las maderas, del turismo, que quiere verles como si fueran animales de circo… es imparable. No tienen remedio. Nosotros, los que creemos en el evangelio sin más, podemos hacer nada por ellos, sólo estar, como he estado yo, y como están otros misioneros y misioneras, franciscanos, dominicos, etc.

− Pero ¿no merece la pena bautizarles, antes de que mueran? Así hacían nuestras abuelas, bautizaban a los niños que iban a morir

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− Ya lo sé, y hacían bien, aquí, en estos pueblos. Pero allí, ahora que van a morir, yo no les puedo decir que su religión ha sido falsa, pues no lo ha sido yo no les puedo obligar a que abjuren de su pasado y olviden sus raíces… No les puedo mentir, diciendo que su Dios era falso, que su río y su selva no han sido de Dios, no han sido sus dioses. No les puedo pedir que cambien de religión, ahora que van a morir…

‒ Pero la Iglesia ha dicho que el bautismo salva de la muerte eterna…

‒   Ellos se salvan por ser creaturas de Dios porque llevan en su vida al Dos del río y de la selva, al Dios del Universo… Muchas veces, cuando entrábamos juntos al río , me decían: ¡Reza a tu Dios! Y yo les respondía: ¡Rezad vosotros conmigo y por mí! Y rezaban por mí al Dios del agua y del río, y lo hacíamos juntos… Y si me preguntaban cómo se llama tu Dios yo les decía que es el mismo que el suyo, el Dios Padre de los cielos,  el Dios amigo del río, a quien nosotros llamamos Jesús, el Dios del Espíritu, del viento, de la vida…

‒ O sea, que os bautizabais…

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‒  Nos bautizábamos sin necesidad de libros de registro, en el gran templo del río, que ahora están destruyendo. Ellos me bautizaban a mí, yo también a ellos, sin necesidad ninguna de que ellos dejaran su religión…

‒ Pero los cristianos decimos que bautizamos en la muerte de Cristo… para que todos reciban el don de vida de esa muerte, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

‒ ¡Claro! Mi obligación cristiana, mi tarea como misionero y pasionista, testigo de la pasión de Jesús (¡yo soy pasionista!, era acompañarles en su pasión (que es la de Jesús). Sí,  ciertamente, en otros lugares de misión del Amazonas han bautizado a muchos indios; algunos compañeros míos lo han hecho, pero yo, no he bautizado a ninguno, después de cuarenta años de misión directa.

No he bautizado a ninguno, pues pienso que Jesús no me mandó allí para bautizar y agrandar la Iglesia externa, sino para acompañar y ofrecer un pequeño testimonio de respeto y de comunión de vida con ellos  y creo que lo he hecho. Y así nos hemos bautizado mutuamente. Ellos me han “bautizado” de verdad, ayudándome a vivir, en el agua de la vida, que era y sigue siendo el agua del gran río, agua de Jesús, del mundo entero... 

 HUMANAMENTE, EN ESTA CULTURA NO HAY REMEDIO

 − Pero, ¿no se puede cambiar? ¿No se puede invertir la situación? ¿No hay remedio?

− Habría remedio, si fuéramos distintos, empezando por la sociedad civil, e incluso por la Iglesia. Si no quisiéramos tomar tierras para nuestro “desarrollo”, si no quisiéramos árboles y petróleo para aumentar nuestro capital a costa de su vida. Si nosotros, los más civilizados, fuéramos “hermanos” y como hermanos les dejáramos ser y les quisiéramos como son… podríamos decirles que se hicieran cristianos como nosotros.

Pero no se lo podemos decir, no podemos decirles que se hagan cristianos como nosotros, de esta sociedad occidental que les mata, de esta iglesia rica que está unida a los poderes del capital y del Estado que les quitan sus tierras… A nivel de gran sociedad, como cristianos del gran occidente colonizador, no tenemos derecho a bautizarles para nuestra religión; son ellos los que pueden bautizarnos, enseñarnos a compartir el río, a vivir en la esperanza de una tierra compartida, por todos, para todos, con ellos como protagonistas de su destino y del nuestro. Pero  eso parece imposible.  Vamos como superiores, como si tuviéramos un bautismo y una vida superior, que ellos no tienen…

‒ Pero tú no has ido a dominarles…

‒ Por eso no he querido ganarles para nuestra religión decir así que ya son míos, que les he ganado para mi religión, para mi cultura… Yo, y otros como yo, hemos ido para vivir con ellos, y hemos sido testigos de un inmenso derrumbamiento étnico, de una larga muerte. Hemos estamos con ellos (¡cuarenta años…!) viendo cómo les quitan la tierra, cómo les condenan a muerte… y muchos, simplemente, ante ese gran derrumbamiento, se dejan morir, así, como te digo…

− Pero ¿no te da pena? ¿Cómo has podido vivir así? ‒ Ha sido y sigue siendo una inmensa pena, pero también una gran alegría, pues al menos les hemos acompañado, aprendiendo mucho de ellos, enseñándoles algo de lo nuestro. Hemos tomado notas de sus viejos idiomas.

‒Habéis sido antropólogos…

‒ Claro. Pero yo no he ido allí como antropólogo, sino como cristiano… Han venido los antropólogos, les han preguntado, fotografiado… Pero han venido y se han ido. Estar, lo que se dice estar y convivir sólo hemos hecho nosotros, algunos misioneros. Llegué a aprender un idioma que ya nadie habla. Las cuatro o cinco personas que quedaban las han llevado a Lima, o están para morir. Yo sólo he querido que mueran en paz con su pasado. Porque Dios es grande y éstos tienen la salvación asegurada ¿no te parece a ti, que eres teólogo?

− Le respondí que no sé si soy teólogo de verdad… Soy teólogo de libro, he leído muchas cosas, he conseguido escribir algún tratado… Pero ante un problema como este del que hablas no sé responderte. Además, yo no he estado allí, no he pasado como tú cuarenta años… para que al fin te traigan aquí, a tu pueblo, casi a la fuerza, para morir.

− Te han dicho bien… Me han traído casi a la fuerza, para ver si me curan en Donosti. Pero creo que no lo harán, no tengo ya remedio. Quiero que me miren un poco, dar un beso a mis hermanas, estar aquí unos días, en el basherri… y volver después a morir, con mis indios… Y por lo demás, me parece bien que no me respondas, que no me digas nada. Pero veo que mi historia, que es la historia de tantos misioneros, te gusta, porque piensas que es la historia de Jesús, la de Francisco de Asís, la de Pablo de la Cruz… No, no es que yo sea bueno, de eso nada; pero es que he podido estar en el lado bueno, con los que mueren, acompañándoles a morir con dignidad...

 ‒ ¡PERO PODÍAS HABER CELEBRADO CON ELLOS LA EUCARISTÍA!

 ‒ Y la he celebrado, casi todos los días. ¿Qué te han dicho a ti que es la eucaristía? Cuando nos juntábamos en comunidad varios misioneros, pasionistas o no, celebrábamos nuestra eucaristía, con toda liturgia y demás… Pero después, todos los días, celebrábamos y celebramos la eucaristía con ellos, la de su religión, que es la de Jesús.

‒ ¿Cómo? ¡Dices que su religión es la de Jesús y la eucaristía la suya…!

‒ Evidentemente, sólo hay un Dios que es de todos, especialmente de ellos. Sólo hay un Cristo, que es de todos, especialmente de ellos… Y así cuando comíamos recordábamos a Jesús y celebrábamos su presencia.

‒ Pero me has dicho que no has “convertido” nadie.

‒No he convertido a nadie con papeles… Ni he bautizado con liturgia externa de iglesia a nadie, pero ya te he dicho que en el río hemos recordado al Dios del Río, que es el Dios del cielo y de la tierra, y nos hemos bautizado en él, compartiendo su vida, y lo mismo en la comida…

‒ ¿Cómo?

‒ Cuando  nos juntábamos a comer alguien rezaba… y yo rezaba con ellos, compartía su misma oración…. Y muchas veces me pedían que rezara yo… Y yo rezaba por su gente, por su gente, con sus dioses… Y recordaba también a Jesús mi amigo, y les decía que Jesús estaba también con ellos, y así lo aceptaban, sin más problema… el mismo Jesús al que habían matado…

‒ Pero no tenías ni pan de trigo ni vino de una…

‒ Ni santo que lo necesite. Toda comida solemne y fraterna es comida de Dios, con Jesús… Y toda bebida auténtica, de agua o de zumo… es vida y bebida de Jesús. Todo lo demás son argucias de teólogos que no entienden la vida.  Ellos se sentían unidos a mi Jesús, al del pan y el vino, pero sabiendo que toda verdadera comida y bebida, recordando a Dios, y a Jesús, es presencia de Dios y de Jesús que, según yo les decía, era un hombre que había vivido como ellos, para ellos…

‒ Pero ¿quién consagraba?

‒ Todos y cada uno… Toda comida y bebida entendida así y vivida de esa forma era eucaristía y podía dirigir la oración un hombre o una mujer, la madre de familia… y a veces me dejaban a mí, y hablaba en nombre de su Dios y decía que estaba con ellos, y que estaba con ellos Jesús… y que..

‒ PERO NO HABÍA DIFERENCIAS ENTRE SU RELIGIÓN Y LA TUYA..

 ‒Claro que las había… Yo les decía que nosotros, los cristianos, habíamos traicionado a su Dios y a nuestro Dios, al de Jesús…, que nos perdonaran… pero que también ellos tenían que perdonarse….

‒ ¿Cómo?

‒ Eso era quizá lo más difícil… ¿Cómo podían perdonar a los que venían a conquistar su tierra y a dejarles morir de hambre? ¿Cómo podían perdonar a los de las petroleras…

‒ Y además estaban las luchas entre ellos…

‒ Eso era lo más triste. En el recuerdo de las tribus estaba la memoria de largas luchas entre ellos, de muertes duras… Yo le decía que tenían que superar eso, que perdonarse entre ellos…

DENTRO DE UNOS VEINTE O TREINTA AÑOS…

 Y así acabó mi conversación con Koldo, el Pasionista misionero de Ezkio. Al despedirnos me dijo:

− Cuenta un día esta historia, cuando pasen los  años, cuando yo esté bien muerto, pero viviendo en el cielo de los indios amazónicos... Pero no digas mi nombre, dí sólo, si quieres, que me llamaba Koldo, que he sido un misionero pasionista, y que he podido ser feliz… en esa Iglesia de Amazonia, la iglesia de los que mueren sin remedio en este mundo, la iglesia de los que ni siquiera han podido ser bautizados, la iglesia de la presencia callada entre los más pobres de los pobres del mundo, las etnias que mueren cada año.

 Así acaba la historia. Han pasado más de veinte años. Con ocasión del recuerdo de A. Labaka, he querido recordar también la historia de este hermano pasionista de Ezkio, a quien recuerdo en el contexto del sínodo de Amazonia.

 Agur, Koldo maitia... Me dijo tu hermana mercedaria que habías muerto hace mucho, mucho tiempo, poco después de  nuestra conversación del año 1991.  Han pasado los años, pero la historia sigue, más actual que nunca, en el contexto del sínodo de Amazonia 2019.

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