Clarisas de Lerma, Bernardas de Villamayor

Hemos vivido seis años en un pueblo de Los Montes de Burgos, a seis minutos de Lerma, a tres de Villamayor. En Lerma, además de Carmelitas de Teresa y Dominicas, hay (había) Clarisas, que se han hecho famosas (el milagro de Lerma, más de cien monjas jóvenes, guapas, de carrera). En Villamayor hay Bernardas,ocho siglos de historia y cercanía humana.

Como somos cristianos de tradición hemos ido muchísimas veces a rezar y compartir la liturgia (y a comprar dulces) a dos de esos conventos, a las Clarisas de Lerma, a las Bernardas de Villamayor y damos gracias a Dios por haber podido hacerlo y, de un modo especial, por las mujeres-hermanas que en un convento y en otro nos han acogido en su su casa, aunque de modos muy distintos.


Clarisas de Lerma, una noticia

Noticia por ser muchas, procedentes en gran parte de las Comunidades Neocatecumenales, noticia por hacerse independientes (dejando ya de ser clarisas) y porque parecen que se pasan a la vida activa. Que el Señor Jesús les guíe y acompañe en su camino. Ahora que vivo lejos de ellas quiero darles gracias por aquello que nos han dado, aunque también he de mostrar mi extrañeza y dolor por no haberles podido dar nunca la mano.

Era una hermosura su iglesia casi siempre abierta. Era un gozo su liturgia con más de cien monjas (casi todas jóvenes, guapas, de carrera), que salían de la zona enrejada (no cabían en ella), para sentarse, tras sus leves cuchicheos, en los bancos inmediatos a los nuestros, a menos de treinta centímetros de distancia, sin ninguna separación.

Cantaban, cantábamos con ellas la gloria de Dios, con sobriedad, con belleza. Los días de fiesta venía a veces algún famoso animador o director y les daba (nos daba) sus sermones. Hemos ido en especial, tres o cuatro veces, para celebrar con ellas la Vigilia de Pascua y la Misa del Gallo, en la noche, con un frío inmenso, en la Acrópolis bellísima de Lerma, junto al sepulcro y monumento del Cura Español, el Cura del Trabuco, Guerrillero Merino.

Solía ser hermosa la liturgia… pero me ha quedado siempre una tristeza por ellas, una gran nostalgia. Estaban a un paso, en el banco de adelante, entregadas a Dios. Pero, en el momento de la reconciliación y del saludo, cuando el Presidente de la Asamblea nos invitaba diciendo “daos la paz”, se besaban entre ellas, pero no se volvían para darnos ni la mano. Todos los demás nos la dábamos, sin diferencias de edad, sexo condición… sellando así la liturgia. Ellas sólo hacían liturgia con ellas.

Más de una vez he tenido mi dedo sobre la toca o la espalda de la hermana-monja de adelante, para rozarle y decir “es Pascua, es Navidad”, dame la mano. Pero no se han enterado, no han querido darse cuenta, no han vuelto los ojos ni las manos para saludarnos y decirnos todos que somos cristianos, hermanos. Han quedado solas, en su gran soledad de 150 hermanas-monjas, ignorándonos a todos los demás.

Solía salir con gran pesar de la liturgia, por ellas, separadas, solas, tras el muro, sin darnos ni siquiera la mano, la noche de la Pascua de Jesús, la noche de su Nacimiento, sin felicitarnos, ni decirnos todos que somos hermanos. Me queda ese pesar, ahora que estoy lejos y que ellas cambian.

Dicen las noticias de prensa que dejan de ser Franciscanas-Clarisas, y me da también pena, porque quizá pierden a Francisco y a Clara. Sí, ya sé que quieren ser Iesu Communio, la comunidad o comunión de Jesús, pero eso somos todos, todos somos Comunión Cristiana, pues Jesús no es de ellas, sino de todos los que quieren amararse y quererse.

Dicen la prensa que quieren ser de vida actica. Yo me lo suponía hace tiempo: Las Comunidades Neo-Catecumenales les necesitan como catequistas. Harán un gran servicio a la Iglesia, a las comunidades, pero tendrán que aprender a mirar a la gente, a dar le mano, tendrán que cambiar mucho. Eso es lo que deseo.

Bernardas de Villamayor, un gran gozo

A tres minutos de mi pueblo estaban y están las Bernardas. Un convento bellísimo, con claustro románico y cabecero gótico de Iglesia. Ocho siglos al servicio del canto, de la contemplación, del pueblo.

No son ciento cincuenta sino poco más de una docena, mujeres de Dios, mujeres de pueblo, cercanas, amigas. Ibas al torno a comprar dulces y podías hablar con ellas, te daban consejos, rezaban por ti. Una belleza, no como en Lerma, que no veías a la tornera.

Ibas a misa y quedabas en la Iglesia fría (¡que fría era la tierra en los inviernos duros…!) pero venía una monja y te decía: ¡Entrad al coro con nosotras, pues hay sitio! Y así entrábamos, campesinos del pueblo, mujeres devotas, todos…. Y celebrábamos la misa todos, con el buen párroco cercano, amable, con las madres-monjas, formando una comunidad de Dios, una fraternidad humana.

Y si ibas a las siete menos cuarto de la tarde y caías por allí a rezar… te abrían también la gran puerta del coro (la tenían abierta) y te decían: ¡Queremos que recéis con nosotras, si os parece! Y había libros de coro para todos y podíamos cantar, los cantos de la liturgia y los cantos del pueblo y mirarnos a los ojos, y darnos la mano, con gran alegría, con inmenso respeto. Y fuimos muchas tardes, a la hora de Vísperas, tras el toque de campanas, con algunas mujeres amigas, devotas... Y es el mejor recuerdo que nos queda de la fría tierra de los Montes de Burgos (Zael, Madrigalejo, Villamayor), con D. Alberto, el párroco, con las hermanas del convento bernardo

En Lerma estarían celebrando también las vísperas, pero separadas, las hermanas-monjas y el resto de los fieles, sin darse la mano, sin prestarse el libro, sin abrir la puerta. Con las bernardas hacíamos comunidad, con las madres-monjas, bajo la mirada atenta de Bernardo y de Benito, los padres de las monjas.

Evidentemente, fuimos a despedirlas al irnos del pueblo de al lado y vieron varias y nos dieron dulces, y les dimos unos libros, y nos dieron además unos banquitos de oración, pues nos gustan… y nos separamos con el gozo de haber compartido muchas oraciones.

No hemos vuelto, porque el tiempo corre, pero me gustaría caer de nuevo por allí, para ver el cabecero gótico del templo, los arcos sobrios del románico tardío del claustro bernardo… pero sobre todo para sentarme en los sitiales del coro y rezar con ellas, benditas monjas del Císter, que deseo que sean por siempre contemplativas, otros ocho siglos por lo menos, en las tierras frías de los montes de Burgos.

Ellas tienen, además, una pequeña hospedería en el patio externo del convento, un lugar para rezar y meditar, y, sobre todo, para compartir la oración con la comunidad, yendo al coro con las monjas, siendo coro de alabanza y fraternidad.
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