Dom 18 (Sal 89): Tú eres nuestro refugio ¡Retornad, hijos de Adán!
Salmo sapiencial, de tipo deuteronomista, escrito en un tiempo cercano a la última redacción del Pentateuco (siglo V-IV a.C.).
Salmo intenso, centrado en la “eternidad” de Dios y en la fragilidad de la vida humana, recoge una larga historia de experiencia religiosa del “pueblo elegido”, pero no ha sido escrito y formulado sólo para israelitas, sino para todos aquellos que de algún modo reconocen la presencia y acción de Dios en su vida.
| Xabier Pikaza


1 Oración de Moisés, hombre de Dios.
- Adonai/Señor, tú has sido nuestro refugio | de generación en generación.
- 2 Antes que naciesen los montes | o fuera engendrada la tierra y el orbe,
- desde siempre y por siempre tú eres Dios.
- 3 Tú reduces el hombre a polvo, | diciendo: «Retornad, hijos de Adán».
- 4 Mil años en tu presencia son un ayer que pasó; | una vela nocturna.
- 5 Si tú los retiras | son como un sueño, | como hierba que se renueva:
- 6 que florece y se renueva por la mañana, | y por la tarde la siegan y se seca.
- 7 ¡Cómo nos ha consumido tu cólera | y nos ha trastornado tu indignación!
- 8 Pusiste nuestras culpas ante ti, | nuestros secretos ante la luz de tu mirada:
- 9 y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera,
- y nuestros años se acabaron como un suspiro.
- 10 Aunque uno viva setenta años, | y el más robusto hasta ochenta,
- la mayor parte son fatiga inútil, | porque pasan aprisa y vuelan.
- 11 ¿Quién conoce la vehemencia de tu ira, | quién ha sentido el peso de tu cólera?
- 12 Enséñanos a calcular nuestros años,
- para que adquiramos un corazón sensato.
- 13 Vuélvete, Yahvé, ¿hasta cuándo? | Ten compasión de tus siervos;
- 14 por la mañana sácianos de tu misericordia,
- y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
- 15 Danos alegría, por los días en que nos afligiste,
- por los años en que sufrimos desdichas.
- 16 Que tus siervos vean tu acción | y sus hijos tu gloria.
- 17 Baje a nosotros la bondad de Adonai
- y haga prósperas las obras de nuestras manos.
- Sí, haga prósperas las obras de nuestras manos.
Este salmo se puede dividir en tres partes:
Canto a la gloria de Dios (90, 1-6). Frente a esa gloria definida como “permanencia” emerge la fragilidad del hombre, marcada por el paso del tiempo y, de un modo especial, por la muerte.
- Reflexión (90, 7-11). Ira de Dios, culpa del hombre. El tema del salmo no es sólo la finitud del hombre, sino de un modo especial su culpabilidad, que se expresa en forma de cólera de Dios.
- Petición (90, 12-17). Vuélvete, Yahvé ¿Hasta cuándo? Como he dicho, el salmista no quiere escapar de la muerte, buscando un tipo de inmortalidad del alma o de resurrección futura, sino descubrir la “vida eterna” de Dios en esta misma vida.
- Desde siempre y por siempre, tú eres Dios (90, 1-6).
El salmo empieza con un himno admirado a Dios, que es refugio del hombre, Señor del tiempo y de la vida. Ciertamente, el canto se dirige a Yahvé, Dios de Israel, pero no le empieza llamando así, sino Adonai, Señor Universal,, medida sin medida del Tiempo, ante quien y por quien se entiende la vida de los hombres.
Dios aparece así como refugio), aquel en quien el hombre vive con seguridad, por encima de los riesgos que le amenazan por doquier, y especialmente de la misma muerte, que, en un sentido, es la raíz de todos ellos. En ese contexto, Dios aparece como “señor del tiempo”, antes de todo tiempo: Aquel que era y es antes que naciesen los montes o fuera engendrada la tierra y el orbe. En el fondo de esas palabras subyace el símbolo de la creación como proceso de engendramiento, a partir del mismo Dios (entendido como vientre materno universal), desde el principio de sí mismo, como gran despliegue de vida. Frente al mundo así entendido, como realidad creada, Dios aparece “desde siempre y por siempre.
Esta es la experiencia básica del salmo: En el principio y fin de todo, se encuentra Dios, como aquel que, siendo creador de los hombres, les dice también “retornad, hijos de Adam”, retornad, sin duda a la tierra (porque tierra son: Adam, Adama). Ante la eternidad de Dios, la vida de los hombres es como un soplo que Dios les ha dado y que luego les retira, como sueño en la noche, como cosecha anual de hierba de la tierra. ¿A dónde va ese soplo? De Dios ha venido, Dios sin duda lo recoge.
Esta visión puede parecer inquietante, pero es en el fondo muy consoladora, pues los hombres son como soplo, ensueño, de Dios, de manera que ellos pasan, pero queda Dios, en quien son “recogidos”. Según eso, la vida no es una existencia en la nada sino una ex-sistencia en Dios, de quien vienen y al que vuelven los humanos. Desde ese fondo ha de entenderse la llamada final del salmista, cuando dice: “Vuélvete, Yahvé ¿hasta cuándo?” (91, 13: El tema clave no es que los hombres vuelvan al polvo, sino que Dios se vuelva a los hombres, redefiniendo y cargando de vida su existencia, por encima del polvo de la tierra, que Dios les hable, que Dios les ame
Reflexión (90, 7-11). Ira de Dios, culpa del hombre.
Desde ese fondo se entiende la reflexión que sigue, centrada en dos “experiencias” relacionadas de un modo misterioso, que definen la realidad humana: (a) Por un lado, los hombres están consumidos por la cólera y la indignación o furor de Dios (b) Por otro lado, al mismo tiempo, esos mismos hombres, están como vencidos/destruidos por sus propias culpas.
El texto no define teóricamente la relación entre esos dos “principios” o pilares de la vida (el pecado humano, la cólera de Dios), esto es la finitud y culpabilidad de los hombres ante Dios, tema que puso de relieve Paul. Ricoeur, en un libro titulado Finitud y Culpabilidad, 1949. Entendida así, la culpa de los hombres no es una simple desgracia biológica, sino que está vinculada a la gracia más alta de su vida, pues ellos, a diferencia de las puras cosas objetivas y de los animales, son capaces de situarse de un modo personal ante Dios, aceptando su presencia o rechazándola.
Dios pone ante sus ojos no sólo nuestras culpas, sino también nuestros secretos (esto es, la novedad de nuestra existencia: Dios nos mira, Dios nos ve…) … Eso significa que la vida de los hombres pasa y acaba en un sentido ante la “cólera” de Dios, en unos pocos años, a lo más setenta u ochenta. Pero, al mismo tiempo, esos años quedan “recogidos” en la mirada de Dios. Ciertamente, en un sentido, la vida es una fatiga inútil, el hombre pasa y vuela, sin apenas darse cuenta de ello; pero es una “fatiga” en Dios, ante la luz de su mirada. No es una fatiga en el puro vacío, sino ante el Dios que mira. Por eso, el salmista le sigue pidiendo.
Vuélvete, Yahvé ¿Hasta cuándo?(90, 12-17).
El orante no le pide a Dios vida “tras” la muerte (por inmortalidad o por resurrección posterior), sino Vida y Presencia, ante su mirada, en este mismo mundo enriquecido por su bondad y misericordia (en medio del riesgo de su cólera). En esa línea, el salmista empieza pidiendo a Dios “enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato” (90, 12). Calcular nuestros años) no es saberlos contar en sentido cronológico, sino enriquecerlos por dentro, para así alcanzar un “corazón sensato” esto es, lleno de sabiduría.
Esta es el “retorno” o, mejor dicho, la conversión de Yahvé (90, 3:. Ciertamente, en un sentido son los hombres los que deben “volver/volverse” (como decía 90, 3). Pero ahora, 90, 13-14, en este momento final, el salmista ruega a Dios que “vuelva”, que tenga compasión. De forma que llene la vida de los hombres con su gracia y su misericordia No pide a los hombres que se “conviertan” ellos, que hagan penitencia, sino que dice a Dios que despliegue ante los hombres el don de su divinidad, de forma que ellos puedan vivir en alegría.
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Esto significa que Dios no se halla fuera de la vida de los hombres, sino que él es más bien la Vida de su vida, el ser de su existencia. Por eso, el salmista le pide que despliegue en los hombres su obra y gloria divina de forma que ellos puedan vivir inmersos en la bondad de Adonai. No se trata, pues, de un cambio puramente humano, sino de un “cambio de Dios”.
En ese sentido, creer en Dios significa saber que el hombre es más que lo que él puede y hace por sí mismo Ciertamente, los hombres son capaces de pecado, pero ellos son también capaces de ser transformado en y por Dios. Esto es algo que el Nuevo Testamento ha comprendido Jesús y por Jesús, tal como lo ha puesto de relieve de un modo especial el evangelio de Juan.