Ministro del evangelio: una historia de amor 5.5.19 Pedro ¿me quieres El ministerio del amor

Saber amar, no hay otra condición

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No hay otra condición para ser testigo de Jesús, ministro de la iglesia: papa, como Pedro (imagen 3), o cura de barrio como  Federico (Imagen 4). 

Lo que importa para ser cura o para es  querer a la gente de Jesús y ser querido por la gente. En esa línea se sitúa y nos sitá este Jesús resucitado que pregunta a Pedro si le quiere, para estar seguro de él y  para confiarle el encargo de animar a la iglesia (Jn 21).

Pues bien, ese Pedro a quien Jesús pregunta si le quiere es cualquiera de los creyentes, la viejecita o el niño, el profesor o el carbonero. Y por su parte, el Jesús resucitado que pregunta a Pedro si le quiere es también cualquier cristiano, especialmente el niño, el indefenso, el más enfermo, porque todo cristiano, todo necesitado, es presencia de Jesús (es Jesús resucitado).

Saber querer y ser querido por la gente: esa es la tarea del Papa de Roma o del vicario de Villagarcía, y al mismo tiempo la misión todos los cristianos y cristianas que realizan funciones de Jesús (¡todos!) en el ancho mundo y en la Iglesia.

Éste es el argumento del evangelio de este Dom. 3 después de Pascua (Jn 21). Después de Magdalena (dom. 1) y de Tomás (dom 2), vienen ahora Pedro y el Discípulo Amado (dom. 3), y nos ofrecen su amor su experiencia de pascua. Este servicio de amor de estos dos discípulos complementarios constituye el centro de la Iglesia.

Contengo la respiración al comentar este evangelio, pues día tras día me avergüenzo de leer en la prensa escandalosa escándalos de curas pederastas o poco finos en amores, aprovechados y violadores de todo tipo. No son todos así, gracias a Dios, ni la mayoría... Pero algunos lo han sido y lo son y se aprovechan de su poder y celibato para mal-querer y destruir a los indefensos, en especial a los niños.

Se me ponen los pelos de punta al leer este evangelio: ¡Pedro ¿me quieres?! Pero,  a pesar de ello, pienso que es necesario comentarlo,  con agradecimiento y temblor, con temor y  esperanza, pues la Iglesia de Jesús resucitado no tiene más herencia ni capital que el amor, de manera que sus ministros (Pedro y/o Discípulo Amado/a) han de saber que sólo en amor es mi ejercicio (Juan de la Cruz), viviendo a pecho descubierto del amor y en el amor,  que ha de dirigirse especialmente a los niños e indefensos.

Todo lo demás, si  el papa y clérigos son casados o solteros (célibes por vocación o circunstancia), varones o mujeres, homo- o hetero-sexuales) es a la postre secundario, tomar el rábanos por la hojas y no por su "cuerpo" (que es en ese caso el cuerpo de Cristo, según 1 Cor 12-14).

   Varias veces he tratado de este argumento en mi blog. Ahora me limito a ofrecer un comentario general de Jn 21. Ciertamente, está en el fondo el tema de la pederastia o mal amor, pues donde es más grande la llamada al amor puede ser mayor su riesgo, sobre todo si va unido a un tipo de poder eclesiástico y/o civil.  Pero de aquí en adelante no me ocupo ya de la pederastia (aunque todo lo que digo puede aplicarse a ella).

Siga quien quiera, y que tenga buen domingo (domingo de la madre o del padre, del amigo... y de cura), pues Jesús pidió y ofreció a los suyos simplemente que se amaran, es decir, que amaran y se dejaran amar por los demás, de un modo integral, como buena nueva o evangelio de Dios.   

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   Este es el tema de fondo que he desarrollado en alguno de mis libros, cuya portada presento a continuación, especialmente la del Diccionario de la biblia o la de La novedad e Jesús. Buen domingo a todos. 

Introducción. Jn 21, un evangelio especial, resumen de todo el evangelio.

   Habían pasado algunos decenios desde el comienzo de la Iglesia, con idas y venidas y variantes, y hacia el  año 100 una comunidad cristiana muy especial, de origen judío, que había empezado a desarrollarse primero en Jerusalén y después (quizá tras la guerra del 67-70) en alguna zona del entorno (Siria-Transjordania o Asia Menor), se integró en la Gran Iglesia.

Esa comunidad que llamó a las puertas de Pedro (símbolo de la Gran Iglesia) había estado animada por un personaje enigmático, que se presentaba como el «discípulo amado» (cf. Jn 21, 24), su máxima autoridad era el Espíritu Santo, que Jesús les había prometido y ofrecido (cf. Jn 14, 16; 15, 16; 16, 13) y desarrolló una intensa fraternidad, de tipo carismático, sin grandes instituciones externas.

Pues bien, pasados unos decenios (entre el 30-90 d. C.), esos «amigos de Jesús», a quienes podemos presentar como carismáticos del amor, representados por el Discípulo Amado, corrieron el riesgo de perder su identidad, entre disputas internas y tensiones de tipo gnóstico (impulsadas por un tipo de espiritualismo que podría separarles del Jesús de la historia) y entonces, algunos (quizá una mayoría) se integraron en la Gran Iglesia, donde la memoria y autoridad de Pedro aparecía como garantía de fidelidad cristiana y unidad eclesial [1].

Ellos trajeron consigo un evangelio (Jn) donde, al lado del Discípulo amado, que era signo clave de la comunidad, se  reconocía también a Pedro (Jn 1, 40; 6, 68; 11, 6-9) y se recordaba su figura en el contexto de la pascua (Jn 20, 1-17) y, sobre todo, de la misión de la iglesia, como indicaremos, comentando de un modo especial el capítulo final (Jn 21), añadido quizá en la última etapa de la redacción del evangelio, para trazar las relaciones históricas e institucionales entre Pedro (Iglesia organizada y misionera) y el Discípulo amado (libertad en el amor, identidad carismática cristiana).

Pedro Pescador, la iglesia misionera,iglesia de los Siete

Pedro, que aparece como representante de la iglesia institucional, sale a pescar en la barca, con otros seis discípulos, como para recordar que la misión fundadora de la iglesia, en su primera apertura a los pueblos, fue decisión y tarea de Siete discípulos del Cristo (no de los Doce, ni siquiera de otros misioneros como Pablo). Al frente de esos Siete (que recuerdan a los helenistas de Hech 6-7) se encuentra Pedro y a su lado, inseparable y necesario, está el Discípulo amado, que así aparece como testigo de la verdad del evangelio, pues se ha dejado transformar por ella y no tiene más autoridad y tarea que amar y ser amado, a partir de un Cristo a quien vemos como presencia de Dios (es Señor, Hijo Divino), siendo fundador de una comunión de «amigos» (Jn 15, 15).

Este discípulo expresa la esencia de la iglesia, refleja su verdad, pero debe mantenerse unido a Pedro. Por eso, si se aísla y separa, puede acabar destruyendo al mismo grupo, pues la comunidad necesita estructuras para organizar el amor. Así le vemos, y vemos a su Iglesia, en comunión con Pedro.

La función de Pedro aparecía anunciada al principio del evangelio (Jn 1, 42), cuando Jesús le dijo: Tú eres Simón, hijo de Juan; tú te llamarás Cefas, que significa Pedro, es decir, Piedra-cimiento de la iglesia (como suponía Mt 16, 17-18). Por eso, el Discípulo Amado acepta a Pedro, como expresión de identidad eclesial, junto a la autoridad carismática del Espíritu (que aquí recibe el nombre de Paráclito: abogado, animador, consuelo).

De esta manera se indica la gran tarea de la Iglesia: La comunidad del Discípulo amado (que ha condensado su más honda experiencia en el Paráclito) debe dialogar con la iglesia institucional (simbolizada en Pedro); por eso tiene que aceptar y acepta al final de su evangelio a Pedro. En esa línea, este (Jn 21) parece la expresión de un pacto constituyente, quizá implícito, que se realizó en el paso del siglo I al II, entre la Gran Iglesia (representada por Pedro) y la comunidad del Discípulo amado.

Pedro ¿me amas? - Daniel Le Roux - 1989

Este pasaje, todo Jn 21, no quiere narrar unos hechos antes ignorados, nuevas historias sobre Jesús y sus discípulos, sino recrear la esencia cristiana, vinculando la comunidad del Discípulo amado con la iglesia de Pedro, como había hecho, desde otra perspectiva y con otro lenguaje, aunque con intenciones semejantes, el evangelio de Mateo (cf. Mt 16, 16-19).

(1) Según Mateo, Pedro era garante de una interpretación universal de la Ley, testigo y signo de la apertura del evangelio a los gentiles y a los pobres; por eso, los judeo-cristianos legalistas, que habían ido elaborando las tradiciones de Mateo, debían confiar en Pedro y aceptar su misión universal (Mt 28,16-20).

(2) Según Juan, Pedro es también garante de una misión universal que se funda en la pascua de Jesús y lleva a los creyentes desde el Mar de Galilea a todos los pueblos de la tierra; pero Jn 21 añade que esa misión debe realizarse conforme a los principios de un amor del Discípulo amado.

Los símbolos de Jn 21 (pesca milagrosa, comida a la orilla del lago...) son tradicionales (cf. Lc 5, 1-11). Nueva es su forma de entenderlos.

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En el comienzo del relato está Simón Pedro que dice voy a Pescar. Sin esta decisión de Pedro, que asume la iniciativa misionera del evangelio (que de hecho parece haber surgido entre los helenistas y Pablo), no hubiera existido una iglesia universal. Pedro aparece así guiando un grupo de Siete discípulos (no Doce), con Tomás, Natanael, los zebedeos (Santiago y Juan) y otros dos cuyos nombres no se dicen (Jn 21, 2).

Uno de ellos, a quien la tradición posterior identificará sin pruebas con Juan Zebedeo, es el Discípulo amado. El tiempo de los Doce testigos de las tribus de Israel ha terminado, y también el de Santiago de Jerusalén. Estamos en el tiempo de los Siete (entre ellos Pedro y el Discípulo amado). Pedro lleva a sus amigos al "mar de Galilea", que es la tierra de Jesús y símbolo del mundo entero (no va a Roma como hace Pablo en Hechos). 

Una noche sin pesca

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Subieron a la barca y esa noche no pescaron nada. Amanecía y estaba Jesús a la orilla, pero los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo:«¡Muchachos! ¿Tenéis algo de comer?». Respondieron: «¡No!». Él les dijo: «¡Echad la red a la derecha de la barca y encontrareis!». La echaron y no podían arrastrarla por la cantidad de peces. Entonces, el Discípulo al que Jesús amaba dice a Pedro: «¡Es el Señor!». Y Simón Pedro, oyendo es el Señor, se ciñó el vestido y se lanzó al mar (Jn 21, 3-7).

Pedro ha dirigido la faena, pero no conoce aún a Jesús, no le distingue en la noche, de manera que parece incapaz de discernir lo que está haciendo (lo que de verdad está pasando en la noche de la historia humana, sobre el mar desconocido). Por el contrario, el Discípulo amado ha conocido a Jesús en la noche y sabe lo que pasa y se lo dice a Pedro, compartiendo de esa forma su experiencia con los compañeros de la barca. Pedro dirige la faena (en la línea de lo que podrá hacer luego el Papa de Roma), pero depende de los otros y especialmente del Discípulo amado, y no sólo de Jesús que espera en la orilla, recibiendo los peces que traen los discípulos y ofreciéndoles el pan y el pez del Reino.

Oficio de amor

Pues bien, cuando todo parece haber terminado y los discípulos toman en la orilla el pan de Jesús con los peces de la pesca misionera, el texto sigue, de manera sorprendente, como seguiré comentando:

Después que comieron, Jesús dijo: «Simón, hijo de Juan ¿me amas más que estos?». Le dijo «¡Sí, Señor! Tú sabes que te quiero». Le dijo: «¡Apacienta mis corderos!». Por segunda vez le dijo: «Simón, hijo de Juan ¿me amas?». Le dijo: «¡Sí, Señor! Tu sabes que te quiero». Le dijo: «¡Apacienta mis ovejas!». Por tercera vez le dijo: «Simón, hijo de Juan ¿me quieres?». Se entristeció Pedro, porque por tercera vez le había dicho ¿me quieres? Y le dijo: «¡Señor! Tú lo sabes todo, sabes que te quiero». Y le dijo:«¡Apacienta mis ovejas!» (Jn 21, 15-17).

            Pedro recibe una doble misión. Hasta ahora ha sido pescador, esto es, misionero universal, en una línea destacada por la tradición de Marcos, cuando narra las primeras llamadas de Jesús, que convoca a los cuatro primeros discípulos (Pedro y Andrés, los zebedeos) para hacerles «pescadores de hombres» (Mc 1, 16-20). Pues bien, por un cambio que es lógico en el itinerario del evangelio, Pedro-Pescador (que recibe en su barca los peces de todos los pueblos) ha de convertirse en Pedro-Pastor, que cuida y ama a esos peces, transformados ya en ovejas-amigos de Jesús.

Recordemos en este contexto que, según la tradición bíblica, hay pastores bandidos,que dicen guardar el rebaño, pero lo dominan a su antojo, para su provecho; hay pastores mercenarios, que actúan por dinero, sin amar a las ovejas, de manera que acercándose el peligro escapan, como sabe la historia y teología israelita (desde Ez 34 hasta el libro de las Visiones o Sueños de 1 Henoc 83-90) y como añade con toda nitidez el mismo Jn 10, 7-13. En contra de eso, Juan ha presentando a Jesús como pastor-amigo de hombres con quienes comparte en amor su existencia. Pues bien, Jesús quiere que Pedro se vuelva pastor de esa manera, sin mando ni imposición, pero cuidando en amor a los demás, como la amante del Cántico que dice «ya no guardo ganado, ni tengo ya otro oficio, pues ya sólo en amor es mi ejercicio»[2].

Un amor que guarda ganado

Así pasamos de la misión o pesca universal (desde la barca de Pedro) al pastoreo también universal que se expresa con el amor que tiene "ojos" para ver, corazón para compartir (cf. Jn 10, 14: «conozco a mis ovejas») y autoridad para acompañar a los demás en la trayectoria mesiánica. No es que Pedro deba cumplir «por amor» una tarea que en sí es pura organización, sino que toda su tarea consiste en animar en amor a los creyentes, de manera que no pueden separarse institución y vida. Por eso, Jesús le empieza preguntando ¿me quieres?

No hay más aprendizaje ministerial, ni más conocimiento pastoral que el amor. Pedro ha negado tres veces, ha tenido miedo (como los pastores que ven al lobo en Jn 10, 12) y ha dejado a Cristo, olvidando su palabra y compromiso (cf. Jn 18, 15-18 par), en una historia tejida de traición y negaciones. Jesús le pregunta por tres veces ¿me quieres?, para confiarle después una tarea, que aquí (a diferencia de Mt 16, 17-18) puede aparecer como signo de una función permanente, propia de los ministros de la iglesia.

Jesús sólo pide a Pedro una cosa: que le ame intensamente (es decir, que ame a los suyos), cuidando de esa forma a sus ovejas. Entendido así, más que un individuo particular, cuya tarea se pueda transmitir a otros individuos (misioneros u obispos, presbíteros o papas, varones o mujeres), Pedro es aquí signo de todos aquellos que realizan tareas misioneras (pesca) y pastorales (cuidado) dentro de la iglesia, sin más autoridad que el amor que cuida y anima.

Cristo había aparecido en Jn 10 como Pastor que ama (conoce) a su rebaño, en gesto que implicaba la entrega de la vida. Pues bien, ahora quiere que Pedro actúe de la misma forma (como hace ya el Discípulo Amado). Por eso le pregunta por tres veces si le quiere y le confía por tres veces su tarea: apacienta mis ovejas, pues el mismo amor de Cristo es amor a los hermanos (cf. Jn 13, 34-35). De esa forma, el evangelio de Juan asume y reformula el ministerio petrino dentro la iglesia, como servicio de amor a los creyentes no como poder o autoridad separable del amor. Un sistema administrativo necesita eficiencia, no amor; el capitalismo quiere racionalidad, no cariño. En contra de eso, el ministro de Jesús (varón o mujer)ha de ser testigo de amor, como el Discípulo amado.

Normalmente, quien guarda ganado no ama,

sino que se impone sobre las ovejas, creando instituciones o sistemas objetivos de control social. Por el contrario, quien ama no guarda ganado, sino que vive en grupos de pequeña intimidad, liberado de las tareas del sistema. Pues bien, superando esa división, Jesús quiere que en Pedro se vinculen y enriquezcan amor y servicio, intimidad y pastoreo. En ese sentido, todos los que aman son "pastores" en la iglesia. Pero hay una diferencia: al Discípulo amado le basta con amar, no se le pide que apaciente de manera programada a las ovejas; por el contrario, los pastores, como Pedro, deben traducir el amor en pastoreo, de manera que el ¿me quieres? se vuelve tarea: ¡apacienta a mis ovejas![3].

Esta iglesia de Pedro que es Amante-Pastor (contemplativo-organizador) no puede volverse sistema religioso de poder, pues por esencia el sistema religioso de poder, hace abstracción del amor (no le interesan las personas) y resuelve los problemas en forma legalista. Pedro, en cambio, es hombre de amor y su pastoreo no puede entenderse en modo alguno como oficio.

Este evangelio (Jn 21) ha condensado en Pedro a todos los ministros de la Gran Iglesia, que han de traducir el amor en pastoreo y han de expresar su pastoreo como amor. No dice cómo han de hacerlo en plano externo, ni cómo se instituyen sus servicios (¿serán obispos y presbíteros? ¿profetas y maestros?), pues eso es secundario y puede cambiar según tiempos y lugares. Por eso, este pasaje no alude a un tipo de hombres concretos, que deben presidir sobre la iglesia (como han hecho los Papas), sino a todos los ministros de la comunidad, que son autoridad de amor. Más que de unos hombres y/o mujeres especiales se habla aquí de una dimensión universal de la iglesia que pesca (atrae a los hombres en la noche del lago) y abre para todos un espacio de amor.

Pedro y el Discípulo amad: dos misiones, una persona:

Por todo eso, decimos que el Discípulo amado debe aceptar el ministerio de Pedro y Pedro la libertad del Discípulo amado, como indica el final del pasaje: «Cuando eras joven tú mismo te ceñías e ibas donde querías...; cuando seas mayor extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará donde no quieres» (Jn 21, 18). Esto lo dijo «indicando la muerte con que iba a glorificar a Dios» (Jn 21, 19). Este pasaje supone que Pedro ha muerto, cumpliendo el encargo de Jesús a favor de sus ovejas (cf. Jn 10, 11): ha ratificando su misión con el martirio y puede presentarse como signo de todos los pastores, ministros de amor, que deben aceptar a su vera la presencia del Discípulo amado, como sigue indicando el texto: «Jesús le dijo ¡Sígueme!. Pero Pedro, volviéndose, vio que también le seguía el Discípulo amado... y dijo a Jesús ¿Y este qué?. Jesús le respondió: Si yo quiero que él permanezca hasta mi vuelta ¿a ti qué? Tú sígueme» (Jn 21, 21-22)[4].

Pedro ha recibido una autoridad de amor y debe ejercerla siguiendo a Jesús y animando en el amor a sus ovejas, sin imponerse sobre el discípulo amado ni fiscalizarle. Contra la patología de un pastor (jerarca), que quiere tener la exclusiva y por eso vigila a los otros, ofrece su palabra nuestro texto, con el buen recuerdo de Pedro, que ha muerto por las ovejas de Jesús, dejando que a su vera siga el Discípulo amado. De esta forma ha definido los ministerios eclesiales, que nunca han de ser signo del poder particular de algunos, ni expresión de dominio o jerarquía sobre los demás, sino llamada y ejercicio de amor.

Se ha dicho que la ley es ordinatio rationis, orden o despliegue de la racionalidad. Pero Juan sabe que los ministerios o tareas pastorales de la iglesia, simbolizados en Pedro, no son expresión de una ley (de un derecho), sino expansión de amor (ordo amoris)donde no puede darse imposición de unos sobre otros, pues toda la vida cristiana es encuentro personal de conocimiento y donación de vida: «Yo soy el buen pastor y conozco a mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; a esas también debo atraer y oirán mi voz, y habrá un rebaño y un pastor» (Jn 10, 15-16)[5].

Pero no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado (Jn 17, 20-23).

 Esta es la meta: «que los creyentes sean uno, como nosotros somos uno», no en unidad de imposición jerárquica, como en la filosofía platónica y el orden imperial de Roma, de los que tratará el próximo capítulo, sino en unidad de diálogo siempre concreto entre los hombres y mujeres de la tierra. Sólo en ese contexto podrá hablarse del papado. Existen en el mundo otros principios y poderes, vinculados a la racionalidad económica y política, nacional o imperial (militar) y todos ellos se mueven en un plano de ley o de talión. Pero Juan sabe que el movimiento de Jesús no se expande y expresa como ley, sino como amor gratuito. Ese mismo amor, reflejado en la trayectoria y enseñanza del Discípulo Amado, puede y debe estructurarse de un modo social, como indica el símbolo de Pedro, que se aplica a todos los ministros de la iglesia.

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Notas

[1] Para una introducción a la historia literatura de la comunidad del Discípulo Amado: J. J. Bartolomé, Cuarto Evangelio. Cartas de Juan. Introducción y Comentario, Madrid, CCS, 2002; R. E. Brown, La comunidad del discípulo amado. Estudio de la eclesiología juánica, BEB 43, Sígueme, Salamanca 1987; A. Destro y M. Pesce, Cómo nació el cristianismo joánico: antropología y exégesis del Evangelio de Juan, Sal Terrae, Santander 2002; C. H. Dodd, LaTradición histórica en el cuarto Evangelio, Cristiandad, Madrid 1977;Interpretación del cuarto evangelio, Cristiandad, Madrid 1978; S. Vidal, Los escritos originales de la comunidad del Discípulo “amigo” de Jesús, BEB 93, Sígueme, Salamanca 1997; K. Wengst, Interpretación del evangelio de Juan, Sígueme, Salamanca 1988. Entre los comentarios: J. K. Barret, El Evangelio según San Juan, Cristiandad, Madrid 2003; R. E. Brown, El evangelio según Juan I-II. Cristiandad, Madrid 1979 (22002); X. León-Dufour, Lectura del evangelio de Juan I-IV, BEB 68/70 y 96, Sígueme, Salamanca 1992-98; R. Schnackenburg, El evangelio según san Juan I-III, Herder, Barcelona 1980.

 [2] Cf. Juan de la Cruz: "ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio" (Cántico B, estrofa 28). He estudiado el tema en Amor de hombre, Dios enamorado, Desclée de Brouwer, Bilbao 2004.

[3] En teoría, podría existir un amor que no apacienta, a nivel de sentimiento y contemplación, y un pastoreo eclesial sin amor (administración sagrada). Jn 21 vincula ambos momentos: el amor es principio de racionalidad o pastoreo, que se expresa suscitando instituciones de vida común, que son espacios de amor, lugares de encuentro personal, en la línea de Jesús que decía "no os llamo siervos, sino amigos..." (Jn 15, 15).

[4] Discípulo amado y Pedro (amor en libertad y amor ministerial) constituyen los dos polos de la iglesia, que Lc 10, 38-42 había representado en María y Marta (escucha y servicio). El Jesús de Lc reprendía a Marta y ponía de relieve la importancia de María. El Jesús de Jn 21 pide a Pedro (=Marta) que se porte como el Discípulo amado (=María). Pedro ha recibido la tarea de cuidar en amor servicial a las ovejas. El discípulo amado simplemente ama.

[5]Actualmente, la palabra «pastoreo» nos resulta extraña y muchos quisieran sustituirla por otra menos vinculada a la imposición de los hombres sobre los animales. Pero el pastoreo de Jesús es conocimiento o diálogo de amor, abierto hacia todos los hombres. Las ovejas de Jesús no son animales, no están sometidas a un pastor que las dirige y organiza desde fuera, en un gesto que podría ser incluso bondadoso y paternalista, sino amigos con quienes el pastor puede y debe dialogar en igualdad: «No os llamo siervos, porque el siervo no conoce lo que piensa su señor; os llamo amigos, porque os he manifestado todo lo que el Padre me ha dicho» (cf Jn 15, 15). Esta es la autoridad de Jesús y ella se expresa en forma de diálogo de amor, en libertad, como suponían igualmente Mt 18, 6-20 y Hech 15, 28.

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