Amémonos, amados, porque el amor es (de) Dios (1 Jn 4,7-21).

Publique el pasado 5.2.24, en FB y RD, una reflexión sobre el “erotismo sagrado”. Dos días después (07.02.24), mi hermano Natxo incluyó en la página particular de sus amigos una viñeta (imagen 1), con dibujo y texto manuscrito, sobre aquella  reflexión, partiendo de de 1 Jn: Amémonos amados porque el amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.

    Además de evocar el signo clásico de unas espigas/racimos, él añadió dos golondrinas de primavera que se aman volando, o que vuelan amándose, para añadir al fin éstas palabras:

“Si precisares alguna explicación acude al filósofo y teólogo Xabier Pikaza en “Blog X. Pikaza: Verdadero erotismo: Dios encarnado en la carne de los hombres”.

Puede ser una ilustración de diario y texto

Introducción

 Agradezco a Natxo la “propaganda” que me hace, invitando a sus amigos a estudiar el erotismo sagrado a partir  de mi FB y del blog de X. Pikaza).

La invitación es directa  y me siento obligado a responder a ella explicando el sentido general de 1 Jn 4, 7-21  en la línea de un trabajo anterior  sobre el tema (imagen 2), pues  la primera  de Juan (1 Jn) ha relacionado el amor mutuo (amor interhumano) con el ser de Dios y amor de Dios, vinculando hay dos tipos de amor y mística conforme al evangelio que dice: Amarás a Dios con todo tu corazón y  amarás al prójimo como a ti mismo.

  • La mística  de Dios (erotismo, contemplación, gozo religioso).
  •  La mística del hombre (gozo, contemplación, erotismo de amor interhumano” 

El manifiesto de amor del la comunidad cristiana del Discípulo amado.

Parece que en un determinado momento, hacia el final del siglo I d.C,. la comunidad de Juan (es decir, del Discípulo Amado) había sufrido el riesgo del exclusivismo sacral, cerrándose en un tipo de amor puramente divino, interior, desvinculado del amor a los demás.

Pues bien, rechazando ese riesgo, el autor de 1 Jn (líder de la comunidad del Discípulo amado) debió  componer y publicar este “manifiesto fundante” sobre la unidad del amor a Dios y al prójimo,  poniendo, al mismo tiempo, identificando (=vinculando)  la mística teológica (experiencia del amor de Dios) y la mística  del amor inter-humano (amémenos amados), esto es, de la riqueza gozo del amor entre los seres humanos (en sus varias formas: amor erótico, paterno/materno, filial, fraterno etc.).

Este manifiesto sorprendente del amor interhumano como amor “divino” comienza con una invitación emocionada y urgente que dice amémonos amados, que no es un mandamiento superior, ni una reflexión teórica, sino una invitación grupal emocionada:

- El que dice “amémonos amados” no es alguien que está fuera del grupo, como maestro o jerarca, sino un animador comunitario, una especie de maestro de coro que se incluye en el grupo diciendo a todos “amémonos”. Esa palabra no es una orden o mandato, ni una enseñanza teórica sino una invitación amistosa…

- Esta invitación nos sitúa un círculo de amor, en el que todos son amantes (tienen que amar) y todos son amados (tienen que recibir y compartir el amor de los otros. Así lo indica la expresión litúrgica “agapetoi agapômen). El que dice estas palabras no está arriba, ni fuera del grupo,  sino que forma parte del “círculo o corro” donde todos son, al mismo tiempo amantes y amados, en un tipo de “baile circular”, en el que todos se miran y abrazan danzando en amor.

-Esta palabras implican un círculo danzante de amantes/amados, sin jerarquía de unos sobre otros (sin obispos particulares o presbíteros, sin varones  o mujeres divididos). Aquí se cumple la palabra de Gal 3,28: no hay varón ni mujer, griego ni judío, señor ni siervo… Sino que todos los creyentes/amantes/amados forman un círculo de amor en movimiento

- Esta invitación (amémonos amados) puede y debe traducirse como hace Juan de la Cruz, cuando, en el momento clave de su Cántico Espiritual   dice gocémonos amado… Amémonos significa gocémonos, no uno sobre el otro (en forma jerárquica o de imposición), sino en línea de comunicación… Cada uno se goza en el gozo del otro…

- La comunidad cristiana de Juan (Discípulo Amado) sufrió el riesgo cerrarse en un tipo de pequeño (como secta particular dentro de la iglesia). Para superar ese riesgo, el “maestro” del amor escribió este precioso texto, incluyéndolo al final de su primera carta encíclico (1 Juan). Aquí lo presento primero en su totalidad y lo comento después, analizando cada una de sus cuatro parte, para así responder a mi hermano y a los amigos de mi hermano. Gracias Natxo. El texto que sigue está tomado en parte de mi libro Palabras de amor, Desclée de B., Bilbao 

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Manifiesto de amor. Texto: 1 Jn 4,6-21

1. A Dios nadie le ha visto]. Amémonos, amados, unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él.

En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud.

[2 Hemos conocido y creído. Confesión cristológica]. En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo, como Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él.

3. Dios es amor. Confesión teológica]. Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del Juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo. No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor.

4.  Conclusión y mandamiento]. Nosotros amemos, porque él nos amó primero. Si alguno dice: "Amo a Dios", y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano (1 Jn 4, 7-21).

Explicación

 He dividido el texto en cuatro partes. Entre la primera (a) y la última (a’) hay una relación interna: ambas insisten en que Dios nos ha amado primero y vinculan amor a Dios y al prójimo, empleando el argumento de la visibilidad: nadie ha visto a Dios, pero su presencia se ilumina en el amor al prójimo a quien vemos. Las partes intermedias (b y b’) son de tipo más teórico/temático: una vincula el amor con Cristo, la otra con Dios.

1/ Dios nadie le ha visto (Amémonos unos a otros! (1 Jn 4,7-12).

 Hemos puesto como título las palabras del final de este pasaje (“a Dios nadie le ha visto…”) donde se retoma y replantea, desde el amor, el argumento básico de Jn 1, 18: “a Dios nadie le ha visto jamás; el Dios único que está en el seno del Padre, ése nos lo ha manifestado”. Aquí se refleja un tema central del Antiguo Testamento, que dice: “no te fabricarás escultura, imagen alguna de lo que hay arriba en los cielos o abajo en la tierra o en los mares por debajo de la tierra” (Dt 5, 8; Ex 20, 4).

En el hueco que deja la invisibilidad de Dios emerge la Palabra de amor, es decir, la comunicación dialogal de de amor de los hombres y Dios: no vemos a Dios, pero le escuchamos y podemos cumplir sus mandamientos. Pues bien, dando un paso más, el mismo Antiguo Testamento sabe que no se pueden hacer imágenes de Dios, porque la imagen y presencia son hombres y mujeres, de tal forma que la manera de amar, venerar a Dios es amar-venerar-adorar a los hombres : Dios creó al hombre; a su imagen y semejanza lo creó; varón y mujer los creó… (Gen 1, 26-27).

No se pueden hacer imágenes de Dios porque el ser humano es imagen: sacramento de Dios sobre la tierra. Ésta es la experiencia que está al fondo de nuestro pasaje: el Dios invisible se revela en el amor entre los hombres. Este pasaje identifica la presencia de Dios con el amor entre los hombres, de tal manera que la “mística divina” (y en concreto el erotismo sagrado, en sentido radical) se identifica con el “eros o amor fuerte” entre los seres humanos. 

  1. Conocer a Dios es amarnos (1 Jn 4, 7-8). Recogiendo una tradición ilustrada, L. Feuerbach, el gran filósofo post-hegeliano (y en un sentido pre-marxista) identifica Dios y amor, pero lo hace en forma excluyente: no hay un Dios en sí, lo divino es sólo amor humano (La esencia del cristianismo). Es evidente que nuestro pasaje no polemiza contra Feuerbach, pero, de una forma implícita, supera y refuta su postura: sabe que no existe Dios fuera del amor; pero añade que el Amor no es invento humano, sino que se identifica con el mismo “ser” de Dios, como origen y sentido de todo lo que existe. Por eso, el texto pide que nos amemos no para crear el amor (como si nosotros fuéramos los creadores de Dios), sino para reconocer el origen y sentido divino del amor, pues del amor (que es Dios) hemos nacido. Ésta es la experiencia original cristiana. En ese amor de Dios vivimos, nos movemos y somos (como dice Pablo en Hch 17, 28)
  2. Revelación del amor (1 Jn 4, 9). Feuerbach diría que nosotros revelamos (desplegamos, inventamos) el amor, al desplegar nuestro ser y realizarnos como humanos. Pues bien, sin negar la verdad parcial de esa postura, nuestro texto afirma que el amor es gracia antecedente: no lo hemos inventado nosotros; nos lo ha dado Dios por medio de su Hijo. La historia del amor nos precede y fundamenta. No venimos de un acaso, no estamos obligamos a imponer un ritmo de amor (perdón, justicia) sobre un mundo previamente informe, irracional, mezquino. Del amor nacemos. Por eso, nuestra acción de amar ha de entenderse como fidelidad a nuestro propio origen, expresión de nuestra esencia antecedente.
  3. Esencia del amor (1 Jn 4, 10). En esto consiste el amor (en toutô estin hê ágapè). El amor no es algo que hacemos a ciegas, dejando que actúe la naturaleza; ni es algo que logramos conquistar con nuestro esfuerzo como Prometeos que roban a los dioses celosos el fuego de la vida... No es tampoco una experiencia de nostalgia ante el fracaso de las cosas, ni equilibrio cósmico que acaba encerrándonos en medio de la trama de los astros. El amor es gracia que siempre nos precede: no lo hacemos, no debemos conquistarlo ni crearlo, sino que nos viene dado, nos lo ofrece como regalo, de forma que en ese amor de Dios vivimos y somos.

Sólo quien haya descubierto en su experiencia esta prioridad del amor puede hablar de lo divino. Pero el amor no sólo nos precede sino que, al mismo tiempo, nos rescata, nos redime, como dice el texto utilizando una palabra clave de la tradición sacrificial del Antiguo Testamento: Dios ha enviado a su Hijo como propiciación (hilasmon) por nuestros pecados, para introducirnos así y engendrarnos en su amor, en medio de este mundo.

 Ya no es necesario un rito de chivos emisarios (Lev 16), no hacen falta sacerdotes especiales, ni sacrificios rituales. El mismo amor del Hijo, en gratuidad y entrega de sí mismo, nos redime del pecado. Esta es la esencia del amor fuerte, que puede cambiar nuestra vida: en amor surgimos; del amor renacemos, superando así el pecado y la muerte (1 Jn 4,7).

Amar al prójimo es amar a Dios (1 Jn 4, 11-12). El amor al prójimo es consecuencia y visibilización del amor de Dios. Sólo en este contexto emerge la palabra clave de mandato: opheilomen, debemos amarnos unos a otros. El mandato (entendido como imperativo) es la base de la ética kantiana: el ser humano surge allí donde se escucha una palabra que le dice debes. Pues bien, aquí ese debes se traduce en forma dedebemos (en plural compartido) y se entiende como respuesta a un amor antecedente. Al principio no esté un “debes” sino un “vive”: has nacido del amor, en amor has podido ir desplegando tu existencia.  

Sólo porque nos han llamado podemosresponder, sólo porque nos han amado podemos amar, es decir, amarnos. De una mística de amor divino nacemos; en una mística de amor humano encontramos a Dios.

2 / Hemos conocido y creído! Confesión cristológica (1 Jn 4,13-16a).

Éste nuevo pasaje confirma desde Cristo lo que acabamos de indicar. El argumento es el mismo; pero ahora se expresa a modo de confesión creyente, de tipo experiencial, descubriendo que el amor de Dios se revela en Jesús, y que amando a Jesús y a los son su “cuerpo humano” podemos amar y amamos a Dios.

Éste es el credo  de aquellos que se descubren poseídos, transformados, por el amor de Dios en Cristo, en forma de eros (erótica cristológica) como han puesto de relieve entre otros Santa Teresa y San Juan de la Cruz.

Principio pneumatológico (1 Jn 4,13). Ésta es la prueba de que existe amor: (hemos recibido el Espíritu, hemos sido amados por Dios! La comunidad de personas (creyenes) se expresa a través de estas palabras se descubre recreada, renacida en amor. No hemos nacido por casualidad biológica, ni por simple acción/reacción cósmica, sino por don personal del Espíritu de Dos. Así lo ha destacado con frecuencia la tradición juanea en los pasajes que hablan del Espíritu santo(cf. Jn 3, 5-8; 4, 23-24; 6, 63; 7, 39; 20, 22), especialmente en aquellos que le presentan como paráclito o abogado, intercesor, de la comunidad (Jn 15-16). Dios nos ha dado en Jesús lo más excelso (su Espíritu); por eso le aceptamos, agradecemos su don, confesamos su existencia, en él permanecemos.

Primera confesión: envío del Hijo (1 Jn 4, 14). Y nosotros hemos visto (tetheametha): así comienza este pasaje, reasumiendo lo anterior en forma inversa: nadie ha visto a Dios, por eso estamos llamados a encontrarle en el amor al prójimo (4,12). Pero nosotros hemos encontrado (mirado/palpado: cf 1 Jn 1, 1) a Jesús y por medio de él se ha hecho visible lo invisible, tangible lo intangible, humano lo divino. Éste ver a Dios en Jesús implica vivir en el Espíritu: mostrar el mutuo amor, mostrarse transformados por su fuerza, en gesto de amor mutuo. El amor a Jesús es un amor misterioso; y por Jesús es misterioso el que nos tenemos unos a otros, en línea paterna y filial, fraterna y erótica

Segunda confesión: el Hijo de Dios es Jesús (1 Jn 4,15). Las palabras anteriores se podrían entender en sentido general: Jesús habría sido un buen revelador, pero sólo uno entre otros muchos. Nuestro pasaje refuta con fuerza esa postura, retomando el tema central de 1 Jn (y del evangelio de Juan): el amor de Dios no es algo que sucede en general, como si fuera una ley constantes de la naturaleza. El amor de Dios se ha revelado de un modo muy fuerte en Jesús, de forma que podemos identificarnos en y con él, como hermanos, amantes, amigos…. Todo amor humano es en el fondo un amor a Cristo y en Cristo, una historia divina, una encarnación de Dios en el mundo en concreto, en una historia muy precisa; el Amor se ha encarnado en Jesús de Nazaret

Confirmación (1 Jn 4, 16a). Sólo de esa forma, arraigados en la historia de Jesús, podemos confesar aquello que desborda las fronteras de la historia: hemos conocido el amor que Dios nos tiene. No lo sabemos por teoría, ni lo demostraremos razonando de modo intelectual o misticista sino que lo aprendemos en el Cristo. Hemos conocido y creemos (egnôkamen kai pepisteukamen) por impulso del Amor que es fuente y sentido del mundo. A Dios nadie le ha visto, pero ya podemos verle con los ojos del amor que nos ha dado Jesucristo.

3 Dios es amor: (confesión teológica! (1 Jn 4, 16b-18).

Esta palabra (Dios es amor, Dios es el amor) se ha ido preparando a lo largo de toda la Biblia, para que ahora podamos decirla plenamente: Dios es amor porque le vemos así en Cristo; confesamos que es amor porque hemos hecho la experiencia de su gracia en el Espíritu. Porque sabemos que el amor al prójimo es divino, porque hemos descubierto su verdad en Cristo y hemos visto que es principio y fin de todo lo que existe, decimos gozosos que Dios es amor, culminando así nuestro discurso.

Tesis: Dios es amor (1 Jn 4, 16b). Aquí se condensa el argumento precedente. Sólo en el contexto previo de la invitación al amor y de la confesión cristológica se ilumina esta palabra. No se trata de decir que Dios es un amor cualquiera, en la línea de Platón (Banquete) o de los mitos hierogámicos. No es que conozcamos ya el amor y después se lo apliquemos a Dios. El amor del que se habla aquí es revelación: algo que los fieles han hallado en Jesucristo,la revelación suprema de nuestra identidad, que puede abrirse y se abre por Jesús a todos los hombres, pues somos hijos de Dios (Dios encarnado) al amarnos.

Consecuencia. Amor perfecto, sin miedo al infierno (1 Jn 4,17). Muchos hombres viven amargados por la culpa y el castigo: les aterra el pecado que han trenzado, hasta quedar prendidos en sus redes que son siempre juicio y muerte. Pues bien, allí donde el amor se ha revelado (donde Dios mismo se muestra como Padre) cesa el temor del juicio y la vida se vuelve confianza. Como Aquél es... somos nosotros. “Aquél” es ciertamente Jesús (cf 1 Jn 2, 6; 3,5.7.16), que está ya en gloria y ha triunfado por su pascua de todo miedo y muerte. Lo que Jesús es (en vida pascual) eso somos ya nosotros, de un modo escondido, en liturgia de amor abierto a los hermanos.

Amor sin temor (1 Jn 4, 18). Muchos hombres vivían en el miedo: no habían descubierto al Padre Dios, ni habían entendido el amor. Por eso se movían a golpe de castigo, dominados por la angustia del pecado y el temor del juicio. Pues bien, ahora sabemos Dios se expresa en Cristo como amor que perdona y da la vida. Superando el nivel donde la vida es pura lucha, el amor que es Dios se ha desvelado como perdón, gracia y nuevo nacimiento en

4, Conclusión y mandamiento: invitación al amor  (1 Jn 4,19-21).

 El mismo Dios que nos ama (1 Jn 4, 16a), haciéndonos superar en Cristo todo miedo (4, 17-18), nos capacita para amar. Este pasaje, que recoge todo lo anterior, se relaciona de un modo especial con la primera parte del texto (con a). El amor de Dios se expresa como fuente y sentido de nuestro amor:

Principio (1 Jn 4,19). Recoge la fórmula inicial (agapômen: amémonos, cf 4, 7) y el sentido de todo el argumento: porque Dios nos amó primero debemos amarnos. Sobre la revelación del amor de Dios, expresada en Cristo, viene a fundarse el mandamiento cristiano. De lo que somos o, mejor dicho, de lo que Dios es en nosotros al amarnos, brota aquello que debemos ser/hacer: amarnos unos a otros. Ya no hay dos mandamientos (como en Mc 12,28-32: amar a Dios y amar al prójimo) porque el amor de Dios no es mandamiento, sino gracia que se expresa en el mismo amor al prójimo.

Razón fundamental (Jn 4, 20). Recoge lo dicho: la invisible de Dios se vuelve visible en el prójimo; por eso, el amor de Dios ha de expresarse como amor humano. Un Dios separado del prójimo se vuelve idolatría, mala religión, santidad perversa. Más que el posible “pecado” contra Dios (que nunca se puede refutar directamente), al texto le interesa el pecado sobre el prójimo. En este fondo la verdad deja de ser una teoría y la teodicea una abstracción.

Conclusión (Jn 4, 21). Culmina así el pasaje y todo el texto. Esta es la entolê, el único mandato: allí donde se ha dado amor a Dios habrá de darse y triunfar el amor mutuo (al prójimo). Los dos   mandamientos (amor a Dios y al prójimo) se expresan y concentran en uno: amor al prójimo…, que no es ya mandamiento (algo que se impone), sino experiencia e identidad de la vida humana. Ésta es la verdad de Dios encarnado en la historia, la verdad del hombre que vive en lo divino.

Bibliografía

[1] Comentarios: P. Bonnard, Les épîtres johanniques, Labor et Fides, Genève 1983; R. Schnackenburg, Cartas de Juan, Herder, Barcelona 1979; W. Tühsing, Las cartas de san Juan, Herder, Barcelona 1973. Cf. V. M. Capdevila, Liberación y divinización del hombre I: La Teología de la gracia en el Evangelio y en las Cartas de San Juan, Sec. Trinitario, Salamanca 1984; A. Feuillet, Le mystère de l'amour divin dans la théologie johannique, EB, Gabalda 1972; E. Jüngel, Dios como misterio del mundo, Sígueme, Salamanca 1985; D. Staniloae, Dios es amor, Sec. Trinitario, Salamanca 1995.

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