(Exor 6) “Manada” angélica: los primeros violadores (1 Henoc)

Presenté el otro día el “crimen” de la manada a la luz de Gen 6-8,, un texto clave de la Biblia que nos ayuda a entender el hecho y el juicio de la violación en cuadrilla de Pamplona, en el San Fermín desdichado de 2016.

Hoy desarrollo la “versión angélica” (más mítica) del tema que aparece en el apócrifo de 1 Henoc, destacando algunos rasgos nuevos, más estremecedores de esta versión, que la Biblia no se ha atrevido a incluir en el canon oficial por su crudeza:

‒ 1 Henoc presenta a los violadores como Ángeles de la Guarda (vigilantes), que en vez de dirigir y ayudar a los hombre les pervierten, violando a las mujeres.

‒ Esa violación tiene un matiz sexual, pero más que pecado de sexo es de prepotencia y opresión humana, en línea de posesión diabólica. Estos violadores “diablos personales” que poseen a las “bellas” mujeres y destruyen toda la humanidad. En ese contexto resulta necesario crear un nuevo tipo de "exorcismo" social y personal contra los violadores, que se creen ángeles y no son más que bestias.

La Biblia judía (y cristiana) no ha querido aceptar este libro de Henoc en el canon, porque piensa (además de lo dicho: la crudeza de la escena) que el pecado destructor es "nuestro" (de hombres) no de ángeles. Los culpables de la destrucción de la humanidad somos nosotros, no unos diablos que han “poseído” y quieren poseer a las mujeres, violándolas por sexo y deseo de violencia. No podemos echar la culpa a otros, unos aliens satánicos; somos nosotros los culpables.

‒ A pesar de no ser "Biblia", el argumento del libro de Henos está en el fondo de gran parte de la tradición social y religiosa, judía y cristiana… marcando simbólicamente el origen de todos los pecados, como violación sexual y violencia personal, como se sabe desde el libro de los Jubileos hasta San Juan de la Cruz, cuando dice “debajo del manzano, donde tu madre fuera violada”.

Por eso quiero exponer aquí algunos rasgos de esa “primera violación”, entendida como pecado original, que sigue marcando la vida de los hombres y mujeres, como muestra de un modo muy claro el “crimen de Pamplona”.

Ciertamente, los culpables principales siguen siendo unos ángeles-machos (hombres), pero tampoco las mujeres son inocentes, pues el mismo mito supone que muchas de ellas han querido y quieren ser violadas, como sigue suponiendo el mito, como verá quien lea.
Como muestra la imagen 2 (final), este tema ha sido desarrollado en mi Antropología Bíblica, Sígueme, Salamanca 2005.

1. La invasión de los Vigilantes (1 Hen 6-11)

Estos capítulos contienen el mito fundacional, que puede haber sido utilizado por Gen 6, 1-8, por el Libro de Noé y por otros muchos libros apócrifos de la Biblia. El texto empieza así:

En aquellos días, cuando se multiplicaron los hijos de los hombres, sucedió que les nacieron hijas bellas y hermosas. Las vieron los ángeles, los hijos de los cielos, las desearon y se dijeron: Ea, escojámonos de entre los humanos y engendremos hijos.
Semyaza, su jefe, les dijo: – Temo que no queráis que tal acción llegue a ejecutarse... Le respondieron todos:– Jurémonos y comprometámonos bajo anatema... Entonces juraron todos de consuno y se comprometieron a ello bajo anatema. Eran doscientos los que bajaron a Ardis, que es la cima del monte Hermón, al que llamaron así porque en él juraron y se compro¬metieron bajo anatema. Estos eran los nombres de sus jefes: Semyaza, que era su jefe supremo, Urakiva, Rameel, Kokabiel... Tomaron mu¬jeres. Cada uno tomó la suya. Y comenzaron a convivir con ellas (1 Hen 6, 1-7, 1).

Los ángeles de Dios, que debían haber sido maestros y custodios de los hombres (cf. Jub 4, 14), se han vuelto sus adversarios y seductores: desean tener lo que les falta (mujeres e hijos) y juran lograrlo en el Hermón (en hebreo, hrm: juramento, anatema), en un lugar llamado Ardis (posible corrup¬ción de Yared, padre de Henoc: cf. Gen 5, 18-20) .

El texto tiene carácter narrativo: no elabora ni justifica los hechos; no dice si las mujeres excitaron a los ángeles, ni pregunta por su sexo, aunque todo el simbolismo supone que son masculinos. Tampoco dice nada sobre la posible reacción de los varones.

Pero es evidente que a través del mito de la invasión y violación angélica, el texto ha querido contar una historia humana de violencia sexual y política opresora. Estos «ángeles violadores» son sin duda un signo de los hombres «poderosos» que ejercen y despliegan su dominio en forma de violación sexual y social generalizada.

El mito no tiene que distinguir los dos niveles (el humano y el angélico-demoníaco), pero supone que se encuentran vinculados. Dicho eso, teniendo en cuenta su dimensión social, podemos volver a los temas de fondo, recordando que los ángeles actúan de forma meditada y firme, bajo juramento, ratificando con fuerza lo que hacen. No piden permiso a Dios, ni dialogan con las mujeres; simplemente las violan.

Este es el principio de nuestra historia; ciertamente, había previamente seres humanos y todavía siguen existiendo algunos que no nacen de violación (por lo menos los videntes o sabios vinculados a la tradición de Henoc). Pero la humanidad en su con¬junto comienza a estar determinada por este pecado original, que los hombres padecen, no cometen.

En ese fondo, el texto sigue presentando el nacimiento de los gigantes, hijos del cruce humano/angélico, seres que llevan en su carne una señal de desmesura: son híbridos enormes, de tres mil codos cada uno (cf. 1 Hen 7, 2), seres de violencia que destruyen y consumen los bienes del mundo: «Agotaban todo el producto de la tierra, comían a los hombres», igual que a los restantes animales, y bebían su sangre (1 Hen 7, 3-6). La narración ha introducido así vivientes de carácter des-tructor y ciego, como algunos titanes griegos y los monstruos de los mitos de otros pueblos.

1. Opresión y lamento.

Este pasaje ha insistido en aquello que los ángeles violadores de mujeres enseñaron (enseñan) a varones y mujeres, apareciendo así como maestros de todas las perversiones.

(1) Conocimientos religiosos falsos: ensalmos, conjuros, encantamientos, astrología... (cf. 1 Hen 7, 1; 8, 2-3) .
(2) Ciencias mágicas: «recoger raíces y plantas» (1 Hen 7, 1) con fines curativos y supersticiosos.
(3) Violencia militar: «Azazel enseñó a los hombres a fabricar espadas, cuchillos, escudos, petos, los metales y sus técnicas...» (1 Hen 8, 1). El control de los metales aparecía en Gen 4, 17-24 como una conquista peligrosa de los hombres; aquí aparece como enseñanza de los vigilantes que ponen el conocimiento al servicio de la guerra y lo interpretan de manera destructora. (4) El arte del engaño. Los invasores instruyeron a los hombres a ponerse brazaletes, a embellecerse (pintarse las cejas) y a usar piedras preciosas, convirtiendo la vida en un gesto de atracción y envidia que lleva a la violencia (cf. 1 Hen 8, 1).

El mundo que en Gen 1 Dios había creado bueno (espacio de hermosura y alabanza) se ha venido a convertir en objeto de deseos enfrentados, campo de batalla. Lógicamente, los hombres deberían haber sido destruidos, como consecuencia de un tipo de anti-gracia: la vida hecha engaño y conquista de muerte. Parece que estos hombres, condenados a la violencia angélica, no podrían haber pervivido.

Petición de ayuda:

A partir de aquí, desde el lugar de la no-gracia, se inicia un movimiento de retorno o deseo de gracia, marcado por un triple lamento y petición de ayuda.

(1) La tierra se quejó de los inicuos
(1 Hen 7, 6), como en Gen 4, 11-12 donde se afirmaba que ella maldecía a Caín, el asesino. Esta es la primera llamada a la venganza, que brota de una tierra que se encuentra definida por su relación con los hombres. En este contexto se puede afirmar que la justicia se expresa de una forma ecológica.

(2) Los hombres «clamaron en su ruina y llegó su voz al cielo» (1 Hen 8. 4), como se decía en el Éxodo de Egipto: gritaron los hebreos y Dios los escuchó (Ex 2, 23-25). Esclavos y oprimidos son ahora todos los que moran en el mundo; también ellos esperan libertad. La llamada a la gracia brota de la impotencia humana.

(3) Las almas de los muertos «se quejan también» (1 Hen 9, 3). Esta es una petición novedosa, de la que no existen, que sepamos, paralelos claros en el Antiguo Testamento: «Se quejan las almas de los hombres» «Claman las almas de los que han muerto, se quejan ante las mismas puertas del cielo, y su clamor ha ascendido y no puede cesar ante la injusticia que se comete sobre la tierra» (1 Hen 9, 9).

Esos planos se implican de un modo intenso. Hay un problema cósmico, es decir, de creación: se con¬tamina la tierra que Dios ha creado y ella clama desolada (1 Hen 9, 2). Hay un problema de opresión histórica: los aplastados del mundo elevan su voz pidiendo redención. Hay un problema suprahistórico: las almas de los muertos (especialmente de los asesinados por violencia satánica) se quejan pidiendo justicia.

Los redactores del texto se sienten representantes de la tierra (que sufre oprimida por los hombres) y de lo mismos muertos (que siguen vivos a través de su lamento). Todo el libro de 1 Henoc puede entenderse como expresión y expansión de este lamento histórico (asumido de algún modo por Pablo en Rom 8, 18-27).

2. La intercesión de los arcángeles.

Ese lamento de los oprimidos despierta o pone en pie a los arcángeles, es decir, a los seres celestes que, siendo fieles a Dios, realizan su justicia sobre el mundo. Aquí (1 Hen 9, 1) aparecen cuatro (Miguel, Uriel, Rafael y Gabriel), en signo de totalidad (1 Hen 20 cita seis o siete en vez de cuatro, pero el simbolismo es semejante). Ellos escuchan el lamento de los oprimidos y lo elevan ante Dios en forma de plegaria, realizando así una función de intérpretes (conocen lo que pasa) e intercesores ante Dios:

Tú eres Señor de Señores, Dios de dioses. Rey de reyes. Tu trono glorioso permanece por todas las generaciones del universo; tú has creado todo y en ti está el omnímodo poder... Tú has visto lo que ha hecho Azazel al enseñar toda clase de iniquidad por la tierra y difundir los misterios celestes que se realizaban en los cielos; Semyaza, a quien tú has dado poder para regir a los que están junto con él, ha enseñado conjuros. Han ido a las hijas de los hombres, yaciendo con ellas; con esas mujeres han cometido impureza y les han revelado esos pecados. Las mujeres han parido gigantes, por lo que toda la tierra está llena de sangre y crueldad. Ahora, pues, claman las almas de los que han muerto, se quejan ante las mismas puertas del cielo, y su clamor ha ascendido y no puede cesar ante la iniquidad que se comete en la tierra. Tú sabes todo antes de que suceda; tú sabes estas cosas y las permites sin decimos nada: ¿qué debemos hacer con ellos a causa de todo esto? (l Hen 9, 4-9).

Los ángeles perversos habían actuado en contra de Dios, de un modo violento. Por el contrario, los ángeles buenos interceden ante Dios, pre¬sentándole el pecado de los vigilantes y la opresión de los hombres por quienes elevan su plegaria.

Estos ángeles intercesores son cuatro, como los puntos cardinales, aunque después se pone de relieve la función de dos: Rafael y Miguel. Por su parte, los doscientos ángeles violadores, que antes se hallaban liderados por un espíritu llamado Semyaza (1 Hen 6, 3), aparecen aquí sometidos a dos jefes supremos: Semyaza, ya citado, y Azazel (o Asael). Este último, a quien 1 Hen 8, 1 señalaba expresamente como «el décimo de los jefes» (cf. 1 Hen 6, 7; 8, 1), aparece en la tradición bíblica (Lev 16, 8) como un dios/demonio del desierto que recibe (¿y origina?) los pe¬cados del pueblo. Nuestro texto (1 Hen 9, 4-9) pone en paralelo a Semyaza y Azazel, como difusores de secretos celestiales, violadores de mujeres, culpables de la sangre derramada sobre el mundo.

En un plano histórico-literario, esta dualidad satánica Semyaza/Azazel puede (y quizá debe) explicarse a partir de la convergencia de tradiciones diferentes. Pero ella juega ahora una función estructural, como indica la palabra posterior de Dios a los arcángeles, donde Azazel aparece como instigador y origen principal de la perversión: «Se ha corrompido toda la tierra por la enseñanza de las obras de Azazel; adscríbele toda la culpa» (1 Hen 10, 8).

Los hombres son inocentes, pero han sido sometidos a una gran des-gracia, cuyo responsable es Azazel, espíritu satánico o perverso. Por eso ha de ser arrojado a la tiniebla, enterrado en el desierto (cf. Lev 16, 8), consumido por el fuego del gran juicio, para que la tierra se vivifique (cure) por la acción de Rafael, medicina de Dios (cf. 1 Hen 10, 4-8). (2) Semyaza viene a presentarse en un momento posterior como causante de esos mismos males y ha de ser luego juzgado (atado, sepultado, consumido para siempre) a fin de que surja para el mundo un nuevo tipo de justicia ya defi¬nitiva. Su antagonista es Miguel, representante de la lucha y vic¬toria de Dios sobre los males de la historia (1 Hen 10, 11-22).

Cuatro son los arcángeles del juicio (cf. 1 Hen 10), aunque luego están centrados en dos: Rafael y Miguel. Dos son también los jefes del ejército satánico: Semyaza y Azazel. Entre arcángeles y espíritus perversos se entabla la gran lucha, en la que los hombres no son protagonistas, sino objeto de des-gracia (para unos) o de gracia (para otros). Sólo los ángeles buenos de Dios pueden derrotar a los espíritus perversos, en una guerra superior, de «extraterrestres» (cuyos ecos aparecen también en Ap 12, 7-12, aunque aquí, en contra de la tradición de Henoc, resulta esencial el influjo de la «sangre del Cordero»). Si espíritus fueron los causantes de la perversión, espíritus serán los mensajeros y caudillos de la salvación, en una especie de historia judicial cuya verdad se expresa y actualiza, en uno y otro caso, por encima de nosotros.

Esclavos fuimos de Azazel/Semyaza y sus secuaces (gigantes, demonios). Destinatarios gozosos seremos de la obra buena de Rafael/Miguel, renovadores del mundo y salvadores de los hombres. Estamos bajo poderes más altos. No se puede hablar de una antropología, pues no existe un logos humano de libertad, ya que los hombres son función de los ángeles buenos o perversos.

3. La guerra del fin del mundo.

La sentencia ha sido dada. Dios ha recibido el clamor que tierra/hombres/almas han alzado hasta el cielo por los ángeles (1 Hen 9), a quienes ahora envía a cumplir la sentencia dictada, a través de una acción salvadora que se realiza en cuatro momentos, que corresponden a los cuatro arcángeles citados (Uriel y Gabriel inician la obra; Rafael y Miguel la culminan).

(1) Uriel (=Arsyalalyur en el texto etíope) instruye a Noé, para que la hu¬manidad pueda salvarse del diluvio, en la línea de una tradición que conocemos por Gen 6-9 (1 Hen 10,2-3).

(2) Gabriel instiga a los gigantes (híbridos: diablo-humanidad), destructores de los hombres, para que se enfrenten y destruyan hasta el fin unos a otros, en espiral de violencia donde todos acaban por matarse (1 Hen 10, 9-10).

(3) Rafael está encargado de prender, enterrar y juzgar a Azazel (cul¬pable de todo mal), para que la tierra pueda ser vivificada o res¬taurada (1 Hen 10, 4-8).

(4) Miguel debe anunciar y realizar el juicio contra Semyaza y sus seguidores hasta aniquilarlos, de manera que pueda brotar la paz y bendición sobre la tierra (1 Hen 10, 11-22).

Los cuatro momentos y gestos de los ángeles de Dios se encuentran vinculados y expresan el sentido y la crisis actual de la historia.
Esos momentos no hablan de algo que sucedió en otro tiempo con Noé (no cuentan una historia pasada), sino que anuncian algo que está por llegar, que es inminente. Nosotros mismos somos Noé y por eso Uriel tiene que instruirnos, a fin de que estemos preparados para la gran liberación. Somos Noé y nos hallamos amenazados por los híbridos bestiales, los gigantes de la guerra y de la sangre a quienes Gabriel instiga, para que se combatan y devoren, hasta matarse unos a otros.

La guerra se decide por encima de nosotros: no tiene sentido pensar que podemos resolverla a través de nuestras fuerzas. Desde ese fondo debemos añadir que el autor de este pasaje (como gran parte de la apocalíptica antigua) es antimilitarista en un nivel mundano: los hombres no resuelven sus problemas por la guerra, pues la guerra engendra siempre nueva en guerra y culmina con la muerte de todos los que quieren alcanzar la paz por ella. El autor es antimilitarista, porque la guerra de la que habla no es humana, sino que se realiza en un plano superior del que los hombres no son responsables.

El gran castigo


El conflicto se despliega en dos niveles.
(1) Hay un plano de violencia perversa que se destruye a sí misma: los ángeles malvados y sus servidores se matan entre sí, en guerra despiadada, como dirá también Ap 17, 15-18, al afirmar que las bestias matan a la prostituta.
(2) Hay un plano de violencia salvadora: Dios, actúa a través de los dos arcángeles supremos (Rafael y Miguel) que se oponen y vencen a los archi-diablos perversos (Azazel y Semyaza). Esta es una guerra superior, y solo Dios puede vencerla por sus ángeles. Esta es la guerra final, como Dios mismo lo dice instruyendo a Miguel:

Elimina a todas las almas lascivas y a todos los hijos de los Vi¬gilantes que han oprimido a los hombres. Elimina toda opresión de la faz de la tierra, desaparezca todo acto de maldad. Surja el vástago de justicia y verdad, trasfórmense sus obras en bendición y planten con júbilo obras de justicia y verdad eternamente... Entonces serán humildes todos los justos, vivirán hasta engendrar mil hijos y cumplirán en paz todos los días de su mocedad y su vejez. En esos días toda la tierra será labrada con justicia, toda ella estará cuajada de árboles y será llena de bendición... Que sean todos los hijos de los hombres justos, y que todos los pueblos me adoren y bendigan, prosternándose ante mí. Sea pura la tierra de toda corrup¬ción y pecado, de toda plaga y dolor... En esos días abriré los tesoros de mis bendiciones que hay en el cielo para hacerlos descender a la tierra, sobre las obras y el esfuerzo de los hijos de los hombres. La paz y la verdad serán compañeros para siempre, en todas las generaciones (1 Hen 10, 15-11, 2).

Este es el juicio de Dios, la culminación de su obra. No ha sido necesaria una guerra humana (no hay mesías militar), ni hacen falta salvadores especiales (como Henoc). Dios mismo destruye a los perversos y recrea a los justos, por medio de los ángeles, especialmente por Miguel, a quien la tradición judía entiende como protector del pueblo israelita (cf. Dan 12, 1); de esa forma actúa como Señor del Árbol del conocimiento del bien y del mal.
(1) Por eso destruye-condena a los espíritus perversos o representantes del mal (Azazel/Semyaza) y con ellos a sus seguidores, no solo a los gigantes (guerreros de violencia), sino también a los hombres portadores de pecado (los lascivos y opresores).
(2) Por eso salva a los hombres buenos, concediéndoles, al fin de una guerra destructora, aquello que Gen 1 y Gen 2-3 habían ofrecido por pura gracia a los hombres del principio: la armonía cósmica, el Edén o paraíso. Eso significa que, en contra de Gen 1-3, la gracia de la vida no se encuentra al principio, como expresión de la bondad originaria de Dios, para que los hombres respondan voluntariamente a ella, sino que vendrá al final, cuando el mismo Dios destruya por sus ángeles buenos a todos los poderes del mal, que de algún modo han brotado del mismo Dios, como indicaba el texto ya citado de Qumrán, cuando suponía que los dos espíritus, los dos tipos de hombres, buenos y perversos, provenían del mismo Dios (1QS 3,13ss) .

En este contexto, falta la gracia antecedente y falta también la libertad, de manera que parece que los hombres son sólo un «juguete» de Dios, que les ha dividido primero en buenos y malos, para juzgarles después de manera consecuente. Así se formula un primer tipo de «dualismo divino» que la gnosis y cábala judía posteriores han desarrollado al afirmar, de alguna forma, que el bien y el mal pertenecen al mismo Dios, de manera que nosotros, los hombres, no somos más que destinatarios y espectadores de una guerra intra-divina: al «destruir» a los malos parece que Dios está destruyendo (expulsando) su misma parte perversa, de tal forma que al fin sólo quede en él su parte buena, conforme a un tema que aquí no está desarrollado, pero que forma parte de las tradiciones de la cábala judía posterior .

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