Papa Francisco, Vida religiosa FR 3. Casa de la Iglesia, el camino de la vida religiosa

Así comienza el Papa Francisco su Encíclica: 

 «Fratelli tutti», escribía san Francisco de Asís para dirigirse a todos los hermanos y las hermanas, y proponerles una forma de vida con sabor a Evangelio. De esos consejos quiero destacar uno donde invita a un amor que va más allá de las barreras de la geografía y del espacio. Allí declara feliz a quien ame al otro «tanto a su hermano cuando está lejos de él como cuando está junto a él». Con estas pocas y sencillas palabras expresó lo esencial de una fraternidad abierta, que permite reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite.

En ese sentido, la encíclica va dirigida, como la Carta de Francisco de Asís a todos los "hermanos" y "hermanas", vinculados en comunidad de amor  y de vida en la "casa de la Iglesia". Desde ese fondo quiero evocar los principios evangélicos de la vida religiosa en este comienzo del siglo XXI, desde la experiencia de la iglesia como abierta de fraternidad, "par-oikia" o parroquia. domus Ecclesiae-

Tratado de la vida religiosa, 1990: Amazon.es: Pikaza, Xavier: Libros

Introducción.

Se ha venido diciendo que el siglo XXI será místico o no será. Pensamos que esa frase debe re-interpretarse: el siglo XXI será comunitario o no será. Pues bien, en esa línea de apertura mística y diálogo comunitario, abierto a la misión humana/social del evangelio se sitúa la vida religiosa. Es importante la mística, pero más importante el amor mutuo, la experiencia y camino de una vida compartida, que es signo de Dios y garantía de futuro humano. O dialogamos en tolerancia y amor, conocimiento y gozo mutuo y en apertura a los pobres, o la historia humana acabará destruida por la opresión de algunos y la lucha infinita de todos. 

Diálogo humano y vida religiosa. Punto de partida.

                         En otro tiempo, la vida religiosa estuvo a veces al servicio del poder. Así encontramos, junto a los testigos ya indicados del diálogo cultural y religioso, algunos religiosos inquisidores, empeñados en guardar la pureza social de la fe, investigando el posible error de los herejes; junto a los redentores de cautivos, descubrimos los religiosos soldados, armados caballeros para expulsar a los “infieles” de la tierra o defender con la espada a los creyentes; junto a los hermanos pobres encontramos, en fin, a los dueños y dueñas de grandes haciendas, aliados con la nobleza secular del tiempo. También esos religiosos forman parte de nuestra historia, pero ahora, superando la unilateralidad de algunos ejemplos del pasado, queremos asumir y continuar el diálogo y creatividad humana y cultural de los mejores religiosos y religiosas del pasado, místicos y redentores de cautivos, contemplativos y misioneros al servicio de la dignidad del ser humano, dentro. Siguiendo su camino, los religiosos han de aprender a dialogar, en este tiempo nuevo, ofreciendo el testimonio y gozo de Jesús sobre la tierra.

REFUNDAR LA VIDA RELIGIOSA EN EL SIGLO XXI. O'MURCHU, DIARMUID.  9788488540225 La Llar del Llibre

Evangelio y promesas. Diálogo en amor, escucha mutua

             Esta experiencia de diálogo que los religiosos han de  expandir sólo es posible si viven en actitud de diálogo interno, en fraternidad gozosa, centrada en Jesús.  Para realizar mejor sus tareas apostólicas y sociales, cierta VR ha destacado quizá en exceso el aspecto más institucional de sus organizaciones, poniendo a sus miembros al servicio de una tarea bien unificada. Pues bien, sin negar eso, pensamos que debe destacarse el aspecto más carismático: la libertad de cada religioso, la comunión gozosa de amor entre todos. Más que el triunfo externo de ciertas obras eclesiales y apostólicas, educativas, sanitarias o sociales, importa la vida fraterna, liberada, de los religiosos y testimonio de amor.

             Ha sido y es bueno liberar a los cautivos, curar, enseñar y acompañar a los más pobres, pero ha de hacerse desde la propia propia experiencia de fraternidad evangélica, vivida en comunidad de amor, que puede ser de célibes, pero que, en principio se abre a todos, célibes y no célibes, pues la clave de la vida religiosa no es el celibato en sí, sino el amor en fraternidad abierta a todos.

  Por eso, la primera misión del religioso consiste en ofrecer con su amor el testimonio del Reino de Dios y su bienaventuranza sobre el mundo.  Antes que definirnos por las cosas que hacemos, debemos distinguirnos por nuestra propia vida de cristianos gozosos, que se saben amados por Dios y se vinculan en comunidades fraternas, formadas por hermanos célibes y no célibes, en fraternidad intensa.

 Más que decir lo que hacemos, debemos mostrar lo que somos, mostrándonos sin miedo, en transparencia humana y cristiana. Pertenece a nuestra vida la formación de comunidades que cultivan y gozan la fraternidad, una fraternidad abierta, como la de Jesús, a los excluidos del sistema, a los cojos‒mancos‒ciegos, a los publicanos y prostitutas, casados o célibes, porque como he dicho, la esencia de la vida religiosa no es el celibato en sí, cerrado, sino la fraternidad.

  Para que ella sea estable, los religiosos formulan unos votos que son importantes, como promesa personal y gozosa de vida,   no como juramento sacral, pues Jesús ha dicho ¡No juréis en modo alguno! (Mt 5, 34). El Dios del evangelio no quiere obligaciones legales, sino la palabra sencilla de la y fraternidad diaria. No exige víctimas, quiere amigos; no busca personas sometidas a su autoridad por voto, sino creyentes libres que crecen día en libertad, vinculados al propio grupo, en gesto que llamamos obediencia.

Las Dimensiones de la Profecía de la Vida Religiosa

            Tanto la tradición oriental como occidental, quieren que los religiosos vivan en fraternidad oyente…, sin imposiciones superiores, sin poderes jerárquicos, todos en hermandad dialogal… Puede haber, según las tradiciones, un tipo de animadores, no para imponer su autoridad, sino para animar la fraternidad, para escuchar juntos, es decir, para obedecer (del latín ob-audire), para acojer con asentimiento activo la gracia de Dios, dialogando con los hermanos y liberándose para el amor compartido, en camino de maduración personal.

Vivimos en una sociedad competitiva, donde unos quieren aprovecharse de los otros, en actitud de sospecha y batalla. Pues bien, en contra de eso, el religioso quiere aprender de los demás, no para someterse a ellos, sino para madurar en libertad, no para abajarse ante una jerarquía, ni interior ni exterior, sino para vivir en fraternidad dialogada, dentro de la iglesia. Ese diálogo es la esencia de la obediencia religiosa y no un medio para obedecer mejor. Los religiosos no dialogan para conseguir así otros fines, sino para vivir, en intercambio de ideas y afectos, a nivel intra- y extra-comunitario, según el evangelio.

Ciertamente, la VR ha podido convertirse a veces en una institución poderosa y eficiente, que ofrece sus servicios culturales, sanitarios o sociales a los necesitados.  Ello ha tenido sus aspectos buenos, pero ha corrido el riesgo de convertirla en una institución de poder, al lado de otros poderes de la tierra. En contra de eso, pensamos que la VR es una comunión de amor mutuo, vivido desde Cristo como gracia de Dios. Por eso, su actitud primera es la obediencia de amor, es decir, la capacidad de escucha mutua y diálogo entre todos los hermanos, en un mundo necesitado de diálogo amistoso. 

La Castidad religiosa no es en sí celibato, sino amor en gratuidad

                         Nosotros, religiosos, no tenemos ninguna receta mágica para solucionar los problemas, pero pensamos que nuestra misma vida ofrece un camino de respuesta. Por una parte, queremos ofrecer el testimonio de nuestro amor gratuito, sin más interés ni finalidad que la contemplación y despliegue de ese amor, sobre todo en las comunidades e institutos de tipo más contemplativo.  Ese amor puede expresarse de un modo particular en comunidades de célibes, liberados para un tipo de presencia intensa de evangelio. Pero puede y debe expresarse también en formas de comunicación afectiva más amplia, más extensa, formando un tipo de “casas de la Iglesia” (casas o comunidades de evangelio), como eran las “parroquias” del principio de la Iglesia: Grupos de célibes y casados (con ermitaños, con pobres). Ése es el tipo nuevo de “comunidades de amor fraterno” en la vida religiosa.

            En ese sentido más fuerte, la fraternidad de la vida religiosa se identifica con la misma comunidad de la “domus ecclesiae”. Esa casa de la Iglesia no es el templo (edificio), pero es normal que tenga como referencia una “casa abierta” de fraternidad en la que se reúnen grupos de cristianos, con célibes y no célibes, todos con un compromiso de fuerte fraternidad, para acompañarse y dialogar, para entender la vida y desplegarla como experiencia fuerte y gozosa de amor, una casa donde quepan los excluidos y distintos, sociales y sexuales, en compromiso de amor fuerte, de intensa fraternidad.

              En esa “casa de iglesia” puede haber y es bueno que haya personas célibes, no porque el sexo sea peor o pecado, sino porque hay diversos carismas personales, diversas formar de ser y de estar y de actuar en la comunidad. Más que la renuncia a unas posibles relaciones sexuales, importa en esta vida religiosa, entendida como “domus ecclesiae” (casa de Iglesia)  el despliegue maduro y gozoso del amor, tanto al interior como al exterior de la comunidad.

Entendidos así, los religiosos, con un compromiso fuerte de fraternidad, no son ascetas sino iluminado: alguien que se sabe acogido, desde el don de Dios, por pura gracia, y se siente capaz expresar y culminar su vida en amor, de forma coherente, en relaciones de fraternidad comunitaria y caritativa.

            Se ha dicho a veces que, en este mundo erotizado, la castidad debe vigilarse, especialmente en lo que toca a las religiosas, empleando para ellos leyes y rejas, prohibiciones y tabúes.  Pues bien, ese tiempo ha pasado, tiene que pasar (pues la vía de la ley y la prohibición no es vía de evangelio).

No se trata de prohibir y vigilar, sino de cultivar la fraternidad, en formas gozosas, libres, compartidas, en grupos de experiencia evangélica, pues el diálogo afectivo con hermanos, amigos y compañeros no es un añadido, sino esencia de vida religiosa, con sus diversos componentes, dentro de eso que vengo llamando la “casa del evangelio”. 

Esta es la prueba, este es el signo de la fraternidad: que un grupo de hermanos pueda cultivar en libertad duradera el gozo del amor mutuo, para abrirse en amor hacia el entorno, en formas distintas, según las personas, según las circunstancias, unos célibes, otros casados…  Jesús no pide renuncia, sino fuerte amor humano, que evidentemente implicará renuncias, pero que se expresa sobre todo suscitando espacios y caminos de gozo compartido. 

Por eso, una fraternidad de célibes donde se insiste en la negación, una castidad que no se cultiva en amor comunitario, ni se abre en solidaridad, ni se expresa también en formas de amor matrimonial y de gran familia fraterna no es ni humana. Algunos critican y ridiculizan hoy la castidad diciendo ¿Para qué vale? Ciertamente vale. Vale como forma de amor, de experiencia de comunión abierta al conjunto de la comunidad cristiana, a los pobres…

 Hay en la “domus ecclesiae”, hay otras formas de expresar el amor (en matrimonio, grupos de vinculación personal y social...), pero entre ellos resulta muy significativa el camino de los hermanos o hermanas célibes, como experiencia de comunión gratuita, gozosa, duradera, en plano de evangelio, siempre en comunión con los otros hermanos… “fratelli tutti”, todos hermanos, como decía Francisco de Asís y como ha puesto de relieve Francisco Papa.   

            Históricamente, la castidad de los mujeres ha estado más vincula a un tipo de consagración sacral y de servicio caritativo, y la de los varones se ha encontrado más vinculada a las tareas ministeriales, de un modo especial en institutos clericales. Pues bien, desde la identidad de la vida religiosa y por el carácter propio de los ministerios eclesiales, esos signos y funciones deben replantearse, dentro de la fraternidad más amplia de la “casa de la Iglesia”, formada por varones y mujeres, por célibes y no célibes (casados o no).

             Sin duda, un tipo la castidad celebratoria puede ofrecer una libertad interior y exterior especialmente valiosa para ciertos ministerios o trabajos eclesiales... Pero, en sí mismos, los ministerios pueden realizarse desde otras opciones y tipos de vida.  Por eso, queremos que la castidad se mantenga y valore sí misma, como signo de libertad evangélica y diálogo comunitario, abierto a la misión testimonial de los religiosos, sin entenderse como presupuesto o condición para ciertos ministerios eclesiales de varones.  Pero esa castidad sólo puede ser y será valiosa en la medida en que se integre dentro de comunidades fraternas más extensas, con matrimonios, con apertura a los pobres… como fermento múltiple de reino sobre el mundo.

Pobreza e instituciones.

            Queremos plantear, finalmente, el tema de la institución y lo hacemos en el marco tradicional de la pobreza, es decir, del servicio mutuo, del desprendimiento a favor de todos dentro y fuera de la comunidad. Por eso, Francisco de Así creó una fraternidad de “hermanos menores”. Sabemos que VR ha nacido y crecido como protesta de libertad, dentro de una iglesia que corría el riesgo de institucionalizarse.  Sin duda, ella no tiene el monopolio de Jesús y su evangelio, pero quiere expresar algunos de sus rasgos más significativos: el seguimiento fuerte, la libertad personal, la gratuidad básica, la vinculación comunitaria... Para ello debe crear y ha creado, a lo largo de siglos, instituciones adecuadas, que son formas de expresar y organizar el amor, dentro de una iglesia también organizada a lo largo de los siglos.

            Los institutos religiosos, especialmente de clérigos, se han puesto al servicio de la institución eclesial, realizando tareas de administración, apostolado y suplencia social (caritativa) que pertenecen al conjunto de la iglesia. Más aún, esos mismos institutos se han organizado a veces, como empresas ricas, pero no al servicio de la producción capitalista, sino de una acción cultural, caritativa y/o social que es muy valiosa en línea de evangelio. Pues bien, al comienzo del siglo XXI, reconociendo su valor, pensamos que ese modelo de organización religiosa debe revisarse: el religioso no “se casa” con una Institución en cuanto tal, ni puede interpretarla como su riqueza.

Ciertamente, el religioso no rechaza por principio el valor de los bienes, pues sabe que Dios los ha creado y son positivos, puestos al servicio del Amor. Pero sabe también que ellos pueden volverse peligrosos, si encierran al humano en su deseo, sobre todo en un tiempo consumista como este, donde importa el tener por tener, el vivir por conseguir mayores bienes.  Por eso quiere liberarse de la obsesión de tener y consumir, pues busca sobre todo la libertad personal y la solidaridad con los necesitados. Por eso, las casas de la iglesia, las casas de fraternidad cristiana, como aquí las he venido presentando…vendrán a ser (y están empezando a ser) auténticas “parroquias” (de para‒oikia, comunidades domésticas), formadas por cristianos que asumen el gozo y tarea de la fraternidad, en línea de celebración, de amor mutuo, de acogida a los pobres…

No se puede hablar, por tanto, de una “pobreza institucional”, sino de una “pobreza de evangelio”, desprendimiento activo, al servicio de la comunión de vida y de la apertura a los pobres… Es aquí donde resulta quizá más necesaria una revisión evangélica de la pobreza y riqueza, como quiso Francisco de Asís y como quiere el Papa Francisco. No se trata de no tener, sino de tener en gratuidad, en comunión, para servicio mutuo, para apertura a los más pobres.

Riqueza y pobreza se relacionan hoy con las instituciones laborales o sociales, más que con la posesión concreta de unos bienes. Ricos son aquellos que ocupan un lugar dominante dentro de las instituciones; pobres son los marginados en de ellas o por ellas. En principio, la VR no ha buscado dinero, ni seguridad económica; por eso, han sido y son muchos los religiosos que viven en las zonas marginales de la sociedad, en gesto de encarnación y entrega personal de vida.... Pero la misma exigencia de ayudar a los demás ha hecho que la VR se haya convertido una en de las instituciones más reglamentadas y ricas de la sociedad cristiana Individualmente, los religiosos han vivido en pobreza, como institución han sido muchas veces ricos. En ese contexto se inscribe la opción por la pobreza.

            En un primer nivel, para dialogar de verdad con los pobres del mundo, la VR debe abandonar su poder institucional, vinculado muchas veces al sistema dominante, realizando para ello cambios que pueden resultar drásticos. Son muchos los que afirman que algunos institutos religiosos, nacidos  con finalidades de suplencia educativa o sanitaria, han cumplido ya su ciclo y deben acabar, pues sus instituciones no pueden competir a nivel económico o social que las que organizan los estados; además, les resulta difícil encontrar vocaciones para realizar una tarea como esa.

            Pero, en otro nivel, para realizar su obra social, la VR debe encontrar o crear nuevas estructuras de presencia testimonial y obra social, sin caer por ello en las redes de la riqueza organizada. Este es quizá el mayor de nuestros retos, internamente vinculado al seguimiento de Jesús.           Están acabando algunos, pero debemos crear nuevas instituciones que expresen hoy día la llamada de Jesús y resulten transparentes en plano de pobreza. Posiblemente, nos esperan tiempos de crisis.

Algunos cristianos religiosos dejarán la estructura más oficial de la iglesia, como hicieron los monjes antiguos de Egipto, en gesto de protesta contracultural. No buscarán la desobediencia activa, sino la creatividad carismática, que le haga capaces de re-descubrir el evangelio y recrear la VR.  De esta manera, volviendo a las fuentes de la vida de Jesús, intentarán convivir de nuevo con los pobres, dialogando con los expulsados de la sociedad, abriendo y compartiendo espacios de convivencia humana para y con los últimos del mundo. Evidentemente, ellos deben plantear y resolver de nuevo los grandes temas cristianos de la oración y convivencia, de la unidad y pluralidad de las comunidades, retomando las tradiciones carismáticas de la vida religiosa.

            Pero este rechazo de la estructura no puede ser permanente. Los religiosos, reunidos en nombre de Jesús, deberán buscar y crear nuevas formas de convivencia y acción cristiana, en línea de diálogo más hondo con las necesidades reales de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Para ello, deberán integrarse formando nuevos monasterios y/o congregaciones de vida intensa, al servicio del evangelio, el medio del mundo.

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