El tema no es el fin de la iglesia, sino el de la humanidad

¿Quién podrá detenerlo? El katekhon de 2 Tes 2 

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El tema no es el fin de la Iglesia
(es decir, de la Comunidad de los Creyentes de Jesús), del que trataré en Madrid el próximo domingo (imagen 1). El tema es el fin de la humanidad,   que aparece de muchas maneras en el Nuevo Testamento, partiendo de la Apocalíptica judía, del mensaje (muerte) de Jesús y de la experiencia de los primeros cristianos.

Muchos pensaban entonces (igual que piensan hoy) que este mundo es inviable,  que esta Iglesia no puede "detener" la llegada del fin, pues todo acaba (está acabando) de forma inexorable, por agotamiento cósmico (los bienes del mundo terminan), los hombres se matan entre sí y terminarán matándose del todo (guerras, opresiones) y por revelación de un Dios de muerte, que nos sitúa ante la "madre de todas la guerras"... que será la guerra del fin de los tiempos, no la madre sino la anti-madre, no la matrix sino la anti-matrix

     De la "matriz de Dios" (de un Dios cósmico o sobre-natural) hemos nacido... Pero esa madre (Pachamama, Amalur, Demeter, Ashera, Tao, Dharma...) que nos ha engendrado ahora se ha vuelto estéril, la estamos matando. Por eso, más que ante la madre de todas las cosas nos hallamos ante la muerte de todas las madres, como supo y dijo el gran mito de Mesopotamia al decir que la guerra (Marduk) había matado a la Madre de la Vida (Tiamat, Tehom).

    Este contexto quiero hablar de la muerte de la iglesia, es decir, de la comunión o comunidad de los hombres que creen, que viven y se aman, buscando un futuro de resurrección para sus hijos (para ellos), en las manos y en el corazón (en el gran seno de la Madre-vida). En ese contexto habla 2 Tes 2 del "katekhon", esto es, de aquel, de aquello que puede detener la hora del fin, dar un tiempo para la vida de Dios en el mundo, es decir, para la vida de los hombres, un tipo de hora 25, una humanidad ampliada para el bien.

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Entre las formas y motivos de ese fin, mirados desde la perspectiva actual (año 2019) pueden destacarse los siguientes:

  1. La iglesia morirá (está muriendo) porque muere el mundo en un proceso ecológico de destrucción implacable. Muere la humanidad, muere la vida sobre el mundo, por agotamiento ecológico (porque matamos a la Madre), por sobre‒producción. Nos quedan pocos siglos sobre el mundo; el ciclo del hombre se acaba. La Iglesia sólo puede ser un testigo impotente de ese fin que viene sobre tofos.
  2. La iglesia muere por agotamiento propio, porque ha sido (es) incapaz de ofrecer una visión y camino de vida a los hombres. El ciclo cristiano ha terminado: Acaban los creyentes, se cierran las iglesias, y los hombres quedan en manos de sus propias guerras de tipo militar y económico, de tipo racionalista (explicarlo todo) y de producción-consumo (malgastamos todas las reservas de la tierra). Acaba el ciclo eclesial del dominio de occidente sobre el mundo, el ciclo cristiano. ¿Qué puede venir? No sabemos. ¿Viene un super‒hombre, un super‒cristiano?
  3. La iglesia puede morir vencida (¿por dentro, por fuera…?) por el ideal y poder más alto del dinero (Mammón), de la pura razón, del poder puro… en manos de un capitalismo‒religioso, en manos de la super‒producción que termina destruyéndonos… en manos del hombre‒razón, que todo lo puede, pudiendo así matarse a sí mismo…
  4. Pero 2 Tes 2 habla de un "detenimiento" (o de un detenedor) del fin... De un tiempo ampliado antes de la destrucción, para que al fin triunfe la vida, eso que los cristianos llamamos la "comunión" de todos los vivientes, un tipo de iglesia más alta, vinculada al perdón, a la comunicación de a mor, a la resurrección de Dios entre los hombres.

            Este final de la Iglesia (es decir, de la humanidad) que Dios (gran Madre-Padre) ha querido reunir y salvar por su Palabra (Jesucristo, mesías encarnado)... ha sido evocado y anunciado de formas diversas por el Nuevo Testamento, tanto en el mensaje apocalíptico de Jesús (cf. Marcos 13 y paralelos), como en el libro del Apocalipsis de Juan.  Pero el texto más significativo de ese “fin de la Iglesia” se encuentra en la tradición de Pablo (Carta a los Tesalonicenses 2), donde encontramos las reflexiones que siguen.

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      En este contexto ha planteado el autor 2 Tes, un “sucesor” de Pablo   el aspecto simbólico del gran drama apocalíptico, entendido como  "batalla" final entre Cristo (la Iglesia de Dios)  y los poderes de la perdición.  Esta es la gran "película", el anti-matrix, la tragedia y victoria de la muerte, en las que nosotros (gladiadores siniestros) ofrecemos nuestro "brindis a la muerte", diciendo: Mors, morituri te salutant. (Oh muerte, los que han de morir te saludan...).

Como digo, este pasaje/película de 2 Tes (un retablo del fin de los tiempos) ha sido escrito por un teólogo visionario de la “escuela de Pablo”, que asume los datos básicos de la primera carta a los Tesalonicenses y quiere recrearlos (y de algún modo invertirlos) poniendo en el centro del mensaje la certeza de la destrucción de la Iglesia (de la humanidad), pero poniendo de relieve que la destrucción de este iglesia, de esta humanidad, es necesaria, para que llegue la parusía que es la revelación de la vida de e Nuestro Señor Jesucristo.

 Introducción al texto (2 Tes), los misterios del fin.Una carta anterior de Pablo (1 Tes 4) suponía la venida inminente de Jesús y se preocupaba por el tema inmediato de los muertos: ¿Qué pasa con aquellos que han muerto y no estarán ya en el mundo para recibir a Jesús, cuando venga). 1 Cor 1 seguía suponiendo que Cristo vendrá muy pronto y se ocupaba de mostrar los momentos del final: aquello que debe suceder cuando venga, para que todos lo sepan y estén preparados.

Por el contrario, 2 Tes supone que el tiempo del final se ha ensanchado y se alarga… La pregunta es ahora: ¿Por qué tarda tanto en llegar el final? Porque los hombres creyentes se encuentran cansados, no quieren que esto siga, desean que llegue es final.  Lo que preocupa no es que viene Jesús pronto, sino que tarda. Por eso, el autor de la carta, en nombre de Pablo invita a los fieles a seguir esperando, sin turbarse ante anuncio "engañosos" de su vuelta inminente de Jesús. Este "orden" final de 2 Tes ha marcado por siglos la imaginación de los fieles cristianos y al lado de muchas interpretaciones del libro de Apocalipsis “de Juan” ha servido para orientar en la espera a milenaristas y apocalípticos de todos los tiempos. :

Texto clave:

Con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo y nuestra reunión con Él...

No sucederá sin que venga primero la apostasía y se manifieste el Hombre de iniquidad, el hijo de perdición, el que se opone y se alza contra todo lo que es Dios o es adorado, de manera que se sentará en el templo de Dios haciéndose pasar por Dios.

Ahora sabéis quien lo detiene, a fin de que a su debido tiempo sea revelado.Porque ya está obrando el misterio de la iniquidad, pero debe ser quitado del medio Aquel que ahora lo detiene.Entonces será manifestado el Inicuo, a quien el Señor Jesús matará con el soplo (=espíritu) de su bocay destruirá con la epifanía (=resplandor) de su parusía

Y la parusía del inicuo es por operación de Satanás,Con todo poder, señales y prodigios falsos... (2 Tes 2, 1. 3-4. 6-9)

Alguien detiene al Maligno (alguien detiene a la muerte)

 Lógicamente, la historia debería haber terminado: Satán (el Anticristo) debería haberse alzado con furia destructora, para ser destruido por el Señor Jesús. Pero la amenaza «se ha parado» porque un Detenedor (Katekhon) está parando a Satán. ¿Quién es ese que detiene al Maligno: la misericordia de Dios, el imperio romano, la predicación cristiana...?. No se puede precisar, no es preciso saber ni decir más. Basta con saber que la gracia de Dios está abriendo un tiempo liberado de la ira, antes que actúe totalmente el Perverso y llegue, con el Señor Jesús, el cumplimiento de la historia.

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El texto ofrece así una teodicea moderadamente dualista. En el fondo está Dios, que se revela y obra en Cristo, de un modo escondido. En un plano más exterior, el mundo se halla amenazada por un Anti-Cristo, que es violencia satánica. Lo admirable no es que exista e influya el Perverso (que conocemos por experiencia), sino que sigamos existiendo nosotros, a pesar de que el mundo sea como es.

 Entendido así, este relato, de duro corte mítico, recibe sorprendente actualidad. Lo lógico es que hubiéramos muerto, que la «bomba» de nuestras perversiones nos hubiera destruido, tanto entonces (finales del siglo I d. C.) como ahora (siglo XXI). Lo nuevo y sorprendente es que Dios nos permita vivir, deteniendo el despliegue del mal, abriendo un espacio de vida en la historia. 

Las cosas que pasarán al fin de los tiempos.

  1. Tema: Parusía de Cristo, el gran retraso. Más que la tardanza de Jesús (problema de 1 Cor 15), al texto le importa el retraso del Perverso. Lo fácil es que el mundo acabe, por la cantidad de su violencia; lo difícil es que continúe. Lo admirable no es la destrucción, ni la parusía de Cristo (implícita en su Pascua), sino que siga habiendo un tiempo de espera. Esta es la teodicea: que Dios nos permita vivir por Jesús, aguardando su victoria final, en este tiempo de violencia[1]. 
  2. Apostasía, aparición del Anticristo. Conforme a una lógica de oposiciones, que está al fondo de la apocalíptica israelita, la redención de Dios sólo vendrá tras la gran apostasía (propia de Satán), de manera que donde amenazaba el triunfo de la perversión triunfe y se exprese la gracia de la vida. Pues bien, el autor de nuestro texto sabe que no ha llegado aún el momento, de manera que la historia sigue, pues la pascua de Jesús abre a los hombres un tiempo de esperanza[2]. 
  3. El Detenedor. La «ilógica» del mal, que opera por el Anticristo, conduce a la muerte, de forma que humanamente hablando este mundo debería haberse destruido. Pero Alguien (Algo) se opone, impidiendo que la Muerte triunfe ahora. Eso significa que en medio de la historia existe un potencial de vida, al servicio de la creación, una presencia de Dios, que permite que la humanidad subsista. El Detenedor que lo permite no es Jesús (que es Vida culminada), pero se relaciona con él, al servicio de los hombres[3].
  4. b’. Lucha final. El texto no narra la venida de Jesús en sí (en la línea 1 Tes y 1 Cor 15), sino como reacción frente al Perverso (como el Apocalipsis). Cuando parezca que el Contrario se eleva victorioso, cuando engañe a casi todos los hombres con prodigios falsos, vendrá el Cristo y le aniquilará con el Soplo de su boca (Palabra: cf. Ap 19, 15; 4 Es 13,10), «con la epifanía de su parusía», con la fuerza y gloria de su presencia. Esta victoria final de Cristo sobre el Perverso constituye el motivo central de la apocalíptica cristiana, el culmen de toda teodicea[4].
  5. a’. La Parusía del Inicuo. El texto, que empezaba hablando de la parusía de Cristo (a), termina evocando los signos de la parusía del Inicuo «con poder, señales y prodigios falsos»... De esa forma nos sitúa en el centro de la más dura anti-teodicea, con la «pruebas» de que Dios no existe: la iniquidad (propia del Anomos, Inicuo: 2, 6) y la injusticia (adikía: 2, 10). Frente al «amor de la verdad» (2, 10), que es la transparencia de Dios en Cristo, se eleva un mundo invertido de engaño y muerte, que tiende a convertirse en la última palabra de la historia. Pero este no-Dios no puede mantenerse frente al Dios de Cristo.

Motivos de esperanza

 Este pasaje ofrece una visión apocalíptica de Dios y recuerda que vivimos en un tipo de gracia. En realidad, llevadas hasta el fin, las contradicciones del mundo deberían destruirlo y eso sería quizá preferible para los creyentes: Dejarían ya de estar amenazados por la Ira, vendría el mismo Cristo a liberarles del Gran Miedo. Pero la esperanza de Cristo extiende unos tiempos de gracia entre su Pascua y Parusía, para que podamos mantenernos en la historia:

  1. Dios ha resucitado a Jesús, se ha revelado para siempre, en su vida, muerte y pascua. Sobre esta base se asienta el cristianismo, pues «Dios estaba en Jesús reconciliando el mundo consigo mismo...» (2 Cor 5, 19), uniendo en transparencia de amor y perdón a todos los vivientes (cf. 1Cor 15). Sin esta base y fe en el Dios de Cristo, la historia se haría locura de muerte.
  2. El Detenedor. Teodicea histórica. La acción de Jesús deja al desnudo la violencia de la historia. Pero allí donde el mundo podría haber terminado se abre un tiempo de gracia. Deberíamos morir, devorados por nuestro pecado, como sabe Rom 1-3... El hecho de que el Mal no triunfe ni se imponga es teodicea: providencia de Dios sobre la historia, hasta que llegue la revelación definitiva del Mesías.
  3. Victoria final. Teodicea apocalíptica. El tiempo de mal detenido no puede durar siempre. Explotará la iniquidad, amenazando todo, pero entonces «se mostrará el Señor Jesús y matará al Inicuo»: no habrá guerra ni batalla externa porque «el Señor le destruirá con el resplandor de su parusía» (2Tes 2, 8). Dios no forma parte del sistema de violencia. La revelación de su gracia: Esa es su teodicea.

             Este retraso de la parusía no funda una escatología intra-mundana (como hará Ap 20, 1-6), aunque funciona como expresión de una providencia especial de Dios, que retrasa la llegada del final, para que los hombres puedan seguir viviendo.La violencia reprimida estallará al final, según la perversión del Anticristo, y sólo entonces, superando la dinámica auto-destructora del maligno, se revelará la humanidad de Dios en Cristo. Esa será la teodicea apocalíptica, victoria de la vida de Dios sobre el sistema de muerte[5]. 

Conclusión: De la "madre" de todas las guerras al principio de todas las victorias.

   Este pasaje de Pablo narra en forma simbólica (mítica) el fin de todas las cosas: El fin de esta iglesia, de esta humanidad, de esta historia... Pero en el fondo de ese fin proclama la esperanza de la llegada más honda de la vida... que es lo Divino, que es la nueva humanidad. 

El tema central no es la llegada del fin, sino la experiencia y tarea del detenedor, es decir, de aquellos hombres y mujeres que está "deteniendo", retrasando, la llegada del fin. Esto es lo que podemos hacer... Mantenernos a la espera, deteniendo la llegada del fin, con nuestra vida, con nuestra anti-guerra, con el testimonio de nuestra esperanza.

    La tarea de la Iglesia no es anunciar y preparar el fin... sino detener su llegada, lograr que este mundo pueda ser todavía habitable, mientras esperamos le llegada de nuestro Señor Jesucristo.

 NOTAS

[1] Es un milagro el hecho de que podamos vivir en este tiempo de retraso (detención ¿distensión?), que Dios nos ha ofrecido, antes de que estalle la doble parusía. Para que venga el Señor ha de venir antes el Inicuo.

[2] El fin vendrá: Llegará la gran batalla cuyos rasgos evoca con nitidez este pasaje. La revelación del mal (Malvado) es un paroxismo de violencia, con signos tradicionales (cf. Dan 11,36; Ez 28, 2), recreados desde un fondo cristiano: Frente a Jesús, revelación de Dios, se eleva su Contrario (revelación de Satanás). La Pascua de Jesús suscita, como por contraste, la Anti-pascua del Perverso, Hijo de la iniquidad, que pondrá su Trono en el Templo, haciéndose pasar por Dios, como suponía Dan 9, 27; 11, 31 (Antíoco hizo colocar una imagen o altar pagano en el Templo) y como muchos pudieron observar, cuando Calígula (40-41 d. C.) mandó poner allí su estatua (cf. Mc 13, 14). Satanás, el Anti-Dios, actúa a través del Inicuo o Anti-Cristo, Mesías invertido (cf. Ap 13: las dos Bestias). Este es el pecado, el Mal supremo, tras el cual sólo queda la muerte. Pero sobre (contra) ese pecado se alzará el Mesías Jesucristo, para derrotarlo y expresar así la gracia y salvación de Dios, como he mostrado en Antropología Bíblica, Sígueme, Salamanca 1993. Cf.. G. Theissen, Colorido local y contexto histórico en los evangelios, Sígueme, Salamanca 1997, pp. 145-188.

[3] Los hombres padecen bajo la amenaza del Perverso, esperando la llegada de Jesús. Ellos pueden vivir por misericordia de Dios, porque Alguien-Algo detiene al Perverso. La historia es gracia. Cuando el Detenedor se oculte (o sea retirado) se desbordará el mal (apostasía, triunfo del Inicuo), que sólo Jesús, Kyrios pascual, podrá superar.

[4] El arma victoriosa de Jesús es la Palabra o «soplo de la boca», como en Ap 19, 15.

[5] La violencia de la historia conduce a la muerte. Podemos sobrevivir un tiempo, mientras el Detenedor reprime la ira. Pero al fin, cuando ella explote, no hallaremos más remedio en el sistema. Sólo Dios nos salvará por Jesús, portador de libertad y gracia, comunión y esperanza, sobre historia que parece condenada a muerte. Esta es la teodicea apocalíptica, secularizada por autores como E. Bloch, Principio Esperanza, Aguilar, Madrid 1975.

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