Jesús, terapia integradora. A propósito de E. Miquel:¿Fue Jesús un personaje socialmente desintegrado?

Mi colega y amiga, Esther Miquel Pericás acaba de publicar un trabajo muy significativo:¿Fue Jesús un Personaje Socialmente Desintegrado?,  Revista Bíblica 82 (2020, 3-4):373-98.   

Reelaborando en línea teológica algunas de sus intuiciones antropológico-sociales, a partir de mi trabajo sobre la Historia de Jesús,he redactado para este domingo de los “milagros” de Jesús en Marcos 2, 28-39, las reflexiones que siguen.

Gracias, Esther (foto más adelante) por motivar con tu trabajo las simples notas teológicas que siguen.

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Jesús no decía: te he curado, tienes que someterte a mi poder,

sino “tu fe te ha curado, vive en libertad”.  No curaba a los enfermos ni ayudaba a los pobres para crear con ellos una religión de sometidos, sino todo lo contrario: ¡Para invitarles a vivir en libertad!

No buscaba fama social o religiosa, sino el bien de las personas. No era un defensor sentimental de los enfermos, creando con ellos una relación de sometimiento, sino todo lo contrario: Quería y procuraba que los mismos enfermos, “poseídos” por poderes diabólicos, se liberaran a sí mismos, asumiendo el riesgo de la libertad.

Sólo así, como expresión y signo de lo que él llamaba de Dios, pero también (¡al mismo tiempo!) de la capacidad creyente de los pobres y enfermos, Jesús fue abriendo un camino de “salvación” (es decir, de curación, de vida en libertad…). En ese sentido, sus “milagros” eran señales de un tipo de presencia más honda en un mundo que parece condenado, destruido, sometido a lo diabólico; pero eran, al mismo tiempo, una expresión y consecuencia del poder creador de los mismos enfermos y posesos, a los que decía: ¡Tu fe puede curarte, tu fe te ha curado!

 −Los “milagros” de Jesús no demuestran nada en un plano de ciencia físico-química, y sin embargo ellos abren un camino, por encima de toda ciencia (¡sin negarla ni excluirla!), hacia un nivel superior gratuidad, de eficacia vital, que desborda todo aquello que puede demostrarse, suscitando de esa forma admiración y asombro. Por principio, ellos no prueban nada (si lo hicieran no sería milagros), pero abren un camino y muestran, más allá del sistema de causas y efectos, la presencia y acción de un poder de amor que desborda y fundamenta nuestra vida.

Los milagros son “fe en movimiento”, una ventana abierta hacia el futuro de la vida interpretado como libertad y salvación para enfermos y angustiados. La novedad más significativa de Jesús fue el hecho de que a su lado, por su palabra, los pobres y enfermos, en el borde de la posesión diabólica, no se cerraran en sí mismos, sino que confiaran en el Poder de la vida, descubriendo y mostrando de esa forma la capacidad creadora de la vida. Esto es lo que muestran misteriosamente los gestos carismáticos de Jesús a favor de enfermos y posesos.

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‒ Los milagros son comunicación en gratuidad, no expresión de una magia dominadora, ni de una ciencia impositiva, que actúan según propias leyes programadas, poderosas. Por eso, los milagros no son algo que los hombres hacen, de manera que uno pueda decir a otro “yo te he curado”, sino que ellos acontecen, se despliegan, surgen… allí donde hay personas que confían en los demás, confiando en sí mismas.  No son consecuencia de un poder que puede manejarse (como quiere Simón Mago: Hech 8, 4-25), sino revelación de la Vida que existe y se despliega en la vida de cada uno, empezando por los pobres.  Como impulsor y/o transmisor de esa fe actúa Jesús. No viene a controlar a nadie por ley, como hacen los escribas, ni a imponerle un tipo de sacrificio, como los sacerdotes, sino a decirle a cada uno “vive”, existe por ti mismo, en comunión con los demás[1]. 

Milagro es, según eso, la misma vida humana, entendida como don, regalo y tarea que desborda los esquemas y leyes de un sistema político o sacral. Milagro es el descubrimiento de la presencia de Dios (del poder de la Vida) en la propia vida. Milagro es ser persona… Cada vida humana es milagro de libertad, de comunión, de supervivencia. En esa línea, como buen “psico‒terapeuta” Jesús no ha venido a curar a los enfermos desde fuera, imponiéndose así por encima de ellos, sino a decirles que se curen ellos mismos que crean, que vivan en liberad. Por eso, él no acude a ningún tipo de ley religiosa o social, ni cura por medio de amenazas, sino apelando a la fe de cada uno, a su deseo de vivir, a la gracia de la vida, que podemos llamar “Dios”[2]. 

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Jesús fue un hombre capaz encender una llama de fe

             en la conciencia de hombres y mujeres de su tiempo, ampliando de esa forma su conciencia, haciéndoles capaces de ponerse en contacto con la fuente divina de su vida, y vivir de esa manera, en libertad, siendo ellos mismos, en comunión de amor, sin someterse a ningún poder externo, de tipo militar, social o religioso. Dios no es ya una potencia sagrada separada de la vida, ni una ley externa que domina sobre el hombre, ni un sacerdote más alto que santifica desde fuera a los impuros, sino la Vida más honda en la vida de los hombres, como Reino, curación y libertad. 

Para Jesús, lo contrario a la Vida (=Reino) de Dios no es la muerte, sino la enfermedad sin fe, la opresión, la violencia.  En ese sentido, Jesús afirma que el reino de Dios viene allí donde   se acaba y supera un tipo de vida dominada por la muerte impuesta de un modo violento, un tipo de enfermedad que nace del hambre, de la opresión, de la violencia (en la línea de Mt 25, 31‒46). En ese sentido, el Reino de Dios implica una experiencia más honda de fe, es decir, de confianza, de entrega y regalo de la vida. Los que escuchan y acogen la palabra sanadora de Jesús han de superar otras ocupaciones y cuidados, otros dolores y ansiedades, poniéndose (poniendo lo que tienen y son) al servicio de los demás.

  Una vida marcada por el deseo de sanar

 Todo nos permite suponer que Jesús, un artesano de la construcción (cf. Mc 6, 3‒4), había sentido la llamada del juicio final de Dios y fue donde Juan Bautista, para arrepentirse (para preparar la llegada del juicio final). Pero en ese contexto, quizá en la misma “ceremonia” del Bautismo como anticipo de la muerte (cf. Mt 1, 9‒11), descubrió de otra manera la presencia de Dios y su llamada poniéndose al servicio de la “vida” (de la curación) de los enfermos.

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No podemos precisar de una manera psicológica el proceso de maduración humana, perosabemos que, en un momento dado, tras su encuentro con Juan Bautista, él empezó a presentarse y actuar como representante (portador) de la palabra y mensaje de Dios como salud, en Galilea, vinculando la llegada del Reino de Dios con la curación de los enfermos, no con el cumplimiento de leyes sacrales, ni con penitencias o sacrificios de templo, ni con un tipo de guerra santa y victoria sobre los enemigos de Dios

En esa línea, él descubrió y mostró con su vida la relación más honda que había entre la salud de los enfermos y la llegada de lo que él llamaba Reino de Dios. Así vino a presentarse y actuar como “terapeuta” de Dios, vinculando la llegada (implantación) del Reino de Dios y la curación de los enfermos, no por un tipo de obras suyas, sino por la fe de los mismos enfermos, vinculando de manera inseparable lo que hoy solemos llamar el cuerpo y el alma, que no son dos substancias separadas, como pudo pensar Descartes, sino dos aspectos o momentos de la misma realidad humana. 

No fue médico de cuerpos ni almas,

 en la línea de un espiritualismo posterior que desprecia o deja a un lado el cuerpo o separa y espiritualiza el alma. Fue médico o terapeuta de personas, en línea de fe, es decir, de confianza básica en la vida, un terapeuta lógicamente discutido, pues no estaba al servicio del templo de Jerusalén, ni de la ley establecida de los escribas, ni del poder de Roma o de las autoridades políticas de Galilea.

‒ Fue terapeuta discutido y algunos le tomaron como un mago ambiguo, capaz de promover un tipo de “salud” en algunos enfermos, o de impulsar un movimiento de pobres y excluidos sociales, pero en una línea “asocial”, contraria a los principio del orden social imperante de los sacerdotes y escribas (y de los mismos romanos). Por eso es normal que le condenen como un “mago” satánico, alguien que cura a los locos y enfermos con poderes dudosos y con resultados aún más dudosos, rompiendo en nombre de Dios el buen orden de la sociedad establecida.

‒ Otros, en cambio, le vieron como un hombre de Dios, profeta poderoso en obras o palabras,  dotado del Espíritu, para anunciar el reino de su vida y de su gracia sobre el mundo, en la línea de Elías y otros profetas antiguos a quienes la tradición de las Escrituras veneraba como santos. Jesús era para ellos un testigo y portador del poder de Dios, por encima de los rabinos y sacerdotes oficiales del templo de Jesús. El tema de fondo era la “definición” de la salud y del orden social; el tema era sí la frágil paz económica, social, religiosa y militar de Galilea y de Jerusalén en aquel momento podía soportar la presencia e influjo mayoritario de hombres como Jesús[3].

Una salud peligrosa

 Conforme a la visión socio‒religiosa de muchas personas de su tiempo (un tipo de sacerdotes y rabinos), la propuesta de “salud” (de curación) de Jesús iba en contra de la identidad social del judaísmo. Con su forma de curar, es decir, de promover la vida y libertad, la salud e independencia de los pobres y marginados de Galilea, Jesús ponía en riesgo el orden social de un tipo de “judaísmo”. Ciertamente, todos aceptaban un tipo de curaciones de Jesús; pero, en conjunto, algunos judíos pensaron que la salud que Jesús proponía iba en contra de los intereses del judaísmo, en un momento de difícil equilibrio político‒religioso como el que mantenían rabinos y sacerdotes de Israel, unos con otros, y todos con los romanos.

. Ciertamente, Jesús curaba a algunos enfermos‒pobres, impulsándoles a creer y a vivir en libertad, sin dejarse dominar por un tipo de autoridad religiosa establecida (propia del templo o de algunos rabinos). Eso significa que la salud que promovía Jesús era en el fondo “peligroso”, en el sentido de que (hablando con un lenguaje popular) dejaba “muchos diablos sueltos”.

  A diferencia de Jesús, los sacerdotes y algunos rabinos del entorno de Jesús preferían que un tipo de enfermos (posesos) y pobres fueran sumidos bajo el buen orden político‒social y religioso que, a su juicio, venía ratificado por la “ley” israelita. Unos enfermos y pobres sometidos son preferibles a nos curados y pobres “liberados”, capaces de pensar y de obrar por sí mismos. Por eso, algunos le acusaron de rechazar el orden social y rebelarse con su magia contra el poder de Dios:

‒ Algunos dijeron que era un mago satánico contrario al orden social sacralizado por la autoridad socio‒religiosa de Jerusalén (y de Roma). Su “pecado” consiste precisamente en “curar” los pobres y enfermos, es decir, en invitarles a vivir en libertad y en salud, aunque ello pueda parecer peligroso para un tipo de “élite” político‒religiosa dominante en aquel tiempo.

‒ Otros pensaron que la curación de Jesús es peligrosa porque ensancha la mente y corazón de enfermos y pobres, para que piensen por sí mismos, sin someterse a un tipo de orden socio‒religioso establecido. Parece un “pecado” insignificante: ¿Qué mal puede causar la curación de unos pocos enfermos? Pero, en realidad, es un pecado muy grande: Lo que Jesús hace curando a los enfermos (y resucitando simbólicamente a Lázaro) va en contra del orden religioso establecido, como dice Caifás en Jn 11, 47‒53).

En esa línea, Jesús vino a presentarse en Galilea como agente (impulsor y modelo) de un despertar religioso, que no se expresa en la creación de un nuevo Estado independiente, ni en forma de victoria militar, sino en el descubrimiento y despliegue de un nivel más hondo de conciencia, en una línea que pudiéramos llamar de “mutación” antropológica. Ciertamente, en el fondo de su “transformación crística” está el convencimiento de una presencia más honda de Dios, que se manifiesta en la misma conciencia humana de aquellos que le escuchan y se dejan transformar por él (es decir, por el impulso de fe que descubren y liberan en contacto con él).

El tema no es saber si hay un “Dios en sí” (de tipo ontológico, separado de la vida humana), ni demostrar su existencia con métodos científicos o metafísicos, sino de descubrir y dejar que se exprese y actúa en la vida de los hombres el “Dios interno” del que Jesús habla a sus oyentes.

Jesús no habla a los hombres de un Dios que está fuera, que actúa por ejemplo en un templo, o en un tipo de guerra que ellos (los judíos) van a vencer, derrotando a los romanos, o que se expresa en algún tipo de “credo” teórico, sino del Dios que es potencia de vida y libertad en la misma vida humano. Es un profeta “campesino”, y no pone en marcha un proyecto de “conversión” de los sacerdotes del templo, o de los grandes funcionarios del rey de Galilea (Herodes Antipas) o del emperador de Roma (Tiberio), aunque no excluye a ninguna (y los evangelios le presentan hablando con todos los que vienen…).

Jesús se dirige a los hombres y mujeres de su entorno, enfermos, oprimidos y pobres de Galilea diciéndoles que precisamente ellos, son “portadores” de Dios, que Dios habita en su interior, como padre‒madre creador (engendrador), haciéndolos capaces vivir de un modo más alto, hijos libres (liberados) de Dios, destinatarios de la más alta dignidad que puede existir en este mundo. Jesús les invita de esa forma a ponerse en pie, a superar su abatimiento, a vencer por dentro su enfermedad y a vivir.

 En esa línea, él ofrecía a muchos marginados y explotados de su entorno una nueva conciencia de sí mismos,como personas “amadas”, en las que el mismo Dios habita y realiza su obra de curación‒liberación. Ciertamente, en un sentido, sus acusadores podían decir que se trataba de una medicina de placebo, para engañar y adormecer a los pobres, diciéndoles que son portadores de Dios, que están habitados (fecundados) por la Vida superior que actúa a través de ellos.

Pero, desmintiendo esa acusación, muchos hombres y mujeres, habitantes de los márgenes de Israel (campesinos pobres, pescadores del lago, prostitutas, enfermos, publicanos, leprosos, paralíticos…) aceptaron esa palabra de Jesús, se descubrieron “habitados por Dios”, beneficiarios de su amor, portadores de su vida, de tal forma que algunos se descubrieron “curados” incluso físicamente, empezando comprender su identidad y su tarea de un modo distinto, incluso a caminar, a ver, a escuchar.

Evidentemente, las curaciones eran de tipo psico‒somático, y así tenían que ser necesariamente, pues son “curaciones” (animaciones) integrales, de la pisque (alma) y del soma (cuerpo), siendo en sentido radical curaciones “pneumáticas”, operada por el Pneuma profundo, es decir, por el Espíritu de Vida que se expresa y actúa en la conciencia originaria de los hombres y mujeres, como el antiguo Job del libro (enfermo en el estercolero de su ciudad), como los cojos‒mancos‒ciegos, como los publicanos y prostitutas, con los posesos e impuros del tiempo de Jesús, que convive con ellos y que actúa en ellos un “ampliador” (recreador) de la conciencia humana.

Nosotros, que vivimos en un mundo mecanicista (biologista) tendemos a pensar que aquellas fueron curaciones puramente mentales, propias de una conciencia que se engaña a sí mismo. Pues bien, en contra de esa, las curaciones de Jesús fueron integrales, del espíritu, de la mente e incluso del cuerpo, y por eso sus enemigos le acusaron y condenaron a muerte, porque vieron que su conducta era “subversiva”, porque iba en contra del orden establecido de sacerdotes y soldados que necesitan dominar sobre un mundo (sobre una humanidad) de sometidos.  Olvidamos a veces que los hombres, en cuanto tales, somos ante todo conciencia: Somos lo que creemos ser de verdad. No somos lo que tenemos fuera, en plano de dinero o posesiones (que pueden acabar esclavizándonos), sino aquellos que “creemos ser”, en un tipo de conciencia radical, no mentirosa, como seres capaces de conocernos, de amarnos, de sentirnos, en comunión de vida con los demás.

 No propongo el ejemplo y testimonio de Jesús para ratificar un tipo especial de iglesia cristiana, ni de humanidad occidental, sino para retomar actualmente (2021), su impulso sanador, en medio de una gran crisis cultural y económica, psicológica y sanitaria.  No se trata, pues, de decir, de manera impositiva, que Jesús era “Hijo de Dios” en un sentido dogmático, ni que era la revelación definitiva de la conciencia humana, pues una afirmación como esa sólo puede sostenerse desde un plano de fe confesional, sino de tomarle como un “guía” de conciencia, de ampliación humana, sino de recrear su terapia de humanidad, en un tiempo como el nuestro,parecido al suyo..

  Era como he dicho un tiempo de gran “locura social”, como vienen diciendo los historiadores. Las antiguas concepciones de la vida se mezclaban y cambiaban mutuamente, mientras parecía acabar el viejo orden social. Triunfaba por un lado un tipo de optimismo racio­nal (racionalista) unido a la experiencia de la nueva paz roma­na; pero en otros contextos esa “pax romana” se entendía como expresión del triunfo diabólico de los poderes más perversos que habían aparecido y se extendía por el mundo. Filósofos, santo­nes, magos, charlatanes re­corrían los caminos, ofreciendo soluciones nuevas y expe­riencias al parecer más profundas de la vida. Comen­zaba a extenderse un tipo de "culto de misterio”: una liturgia de identificación vital con el gran Dios que muere y renace por (con) los hombres. Se extendía, al mismo tiempo, el gran deseo de una salvación racio­nal, de tipo gnóstico: muchos buscaban la unión con lo divino a través del conocimiento.  

En medio de eso, muchos hombres y mujeres de Galilea vivían angustiados sobre todo por el hambre, la inseguridad social, el derrumbamiento de los ideales antiguos de la vida.  Galilea, la tierra de Jesús, había sido durante siglos (desde el VII a.C.), una especie de “campo mixto” donde las antiguas tradiciones de Israel se habían mezclado con visiones religiosas prevenientes de Asiria, Babilonia y Siria.

Hacía sólo un siglo que había sido “reconquistada” por los judíos “asmoneos” (macabeos) de Jerusalén, por el rey Alejandro Janeo (hacia el 104/103 a.C.), sino repoblada por “colonos” judíos, empeñados en rejudaizar la tierra. Pero los “sueños” mesiánicos de los colonos judíos no habían logrado imponerse; no se habían cumplido las esperanzas proféticas del Israel antiguo, y la mayoría de la población estaba sometida a un intenso sufrimiento, sobre un mundo amenazado por la violencia y el hambre, por enfermedades del alma y del cuerpo (que en el fondo eran las mismas).

En aquella situación (con un 40% de la población al borde de la locura) se extendían entre el pueblo doctrinas y proyectos sociales diversos: Deseos de alzamiento militar, bandidaje social, con una masa de población desarraigada, en manos de magos de diverso tipo, de hechiceros y embaucadores. En una situación de pre‒guerra económica y social, política, psicológica y religiosa como aquella, pudieron surgir personas clarividentes, capaces de empalmar con las raíces más honda de la locura, pero también de la salvación humana, como muestro miles de papiros conservados y encontrados en Egipto, pero extendidos por todo el oriente[4].

 Notas

[1] Por eso se han opuesto a los “milagros” de Jesús los escribas de la ley, partidarios del orden que sacral que ellos controlan, dispuestos a expulsar y/o dominar (no a acoger/curar) a los distintos, impuros y enfermos. El milagro de Jesús consiste, precisamente, en acoger a esos impuros, apelando para ello a la gracia, es decir, al don humilde, gozoso, universal, del Dios Padre, diciéndoles a ellos, a los mismos enfermos y pobres, que crean, que confían, que caminen, dándoles la mano para ello (no para dominarles).

[2] Los milagros son lo más natural, en el sentido fuerte de ese término, siendo a la vez sobre-naturales. No son la irrupción de una fuerza que se impone con violencia (destrucciones cósmicas, armas militares o dinero), sino don puro, el regalo más débil y más poderoso (nunca impositivo) de alguien que se entrega (comunica) a sí mismo, a fin de que otros sean.  (1) En ese sentido, mirada desde su hondura, la vida humana como tal es un “milagro”. No nacemos de los poderes cósmicos, ni de leyes del sistema, sino del amor gratuito y la compasión cercana. Así lo ha mostrado Jesús, comunicando humanidad a los enfermos y diciéndoles que vivan, en amor, sobre toda violencia, que sean ellos mismos.  (2) Los milagros son comunicación radical: expresan la certeza de que ha llegado el Reino, de manera que hombres y mujeres pueden comunicarse en gratuidad, unos con otros, superando los tabúes exclusivistas y los poderes de una ley que impone el orden condenando y rechazando a los que parecen ilegales.  Este es el principio y meta de todos los milagros, la comunicación “divina” de la vida, en libertad, para el amor.

[3] Lógicamente, como he dicho ya, algunos de los pensadores judíos más significativos del siglo XX, admitiendo el valor profundo del mensaje y vida de Jesús, lo han rechazado como opuesto al orden social israelita. Lo que Jesús propugnaba iba en contra de la forma en que el “judaísmo legal” entendía la vida y pervivencia del pueblo judío, en aquel contexto político‒social. Cf.  Sch. Ben-Chorin, Hermano Jesús. El Nazareno desde una perspectiva judía, Riopiedras, Barcelona 2003; D. Flusser, Jesús en sus palabras y en su tiempo, Cristiandad, Madrid 1975;  P. Lapide  y U. Luz, Der Jude Jesu. Thesen eines Juden – Antworten eines Christen, CBW, Stuttgart 2000; J. Neusner, A Rabbi Talks with Jesus: An Intermillenial Interfaith Exchange, Doubleday, New York 1993; W. Vogler,  Jüdische Jesusinterpretationen in christlicher Sicht, Böhlaus, Weimar 1988; K. Wengst, Jesus zwischen Juden und Christen, Kohlhammer, Stuttgart 2004.  

[4] Como he dicho, existía en oriente un tipo de magia egipcia, conocida desde antiguo por sus libros y papiros. Había también una magia persa, influida por su dualismo y su demonolo­gía, una magia helenista, judía…Resulta muy significa­tivo el hecho de que, superando fronteras confesiona­les, los magos del paganismo se sirvieran de nombres y prácticas judías para realizar sus curaciones, sus encantamientos y exorcismos.

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