24. 5. 20. Un aviso, una llamada a la "conversión" para la Vida
| Xabier Pikaza
Hace exactamente cinco años, el 24.05.2015 en papa Francisco firmó la encíclica Laudato si... Ella comienza con las palabras italianas del Cántico de las Creaturas de Francisco de Asís: “Laudato si’… (Alabado seas, mi Señor) y se sitúa en la línea de su exhortación “Evangelii Gaudium” (El gozo del Evangelio, 2013).
El papa nos invitaba a celebrar el evangelio como gozo no sólo para los hombres, sino para el mundo entero y así quiero ponerlo de relieve este fin de semana (23-24 mayo 2020), a los cinco años de su publicación, en las fiestas gozosas del quinquenio.
Quisiera haber puesto un título más esperanzado y gozoso, pero no he sido capaz. He hablado de la Laudato sí en muchos lugares, casi siempre con gozo por el evangelio de la tierra hecha campo de gozo y esperanza para todos. Pero este año del quinquenio, año del Coronavirus, en un momento que parece ya de desescalada, me viene a la mente una dura palabra de Francisco diciendo cuando dice (GS 57) que, con motivo de la gran "lucha (anti-)ecológica por el dominio de la naturaleza al servicio del egoísmo de los (algunos hombres), puede esconderse un riesgo de guerras, camufladas (disfrazadas) con nobles reivindicaciones
Las reivindicaciones son nobles: libertad para todos, justicia, progreso, creatividad, excelencia....El mismo coronavirus (con las fiestas de la ecología) puede convertirse en ocasión para nuevas dictaduras de un tipo o de otro: Ecología para algunos, para los que lo merecen, una ecología "colonizada" al servicio de los nuevos conquistadores, que poseen los medios de comunicación y del dinero.
Parece difícil que estalle una guerra militar pura (atómica), pues podríamos morir todos, atacantes y atacados, pero hay otras guerras sociales, económicas, ideológicas en las que podemos entrar aún más si no andamos todos con cuidado.
Está en riesgo la democracia, en manos del interés, del dinero y la mentira de unos y/u otros. Está en riesgo la vida sana de millones de personas, la educación, la cobertura sanitaria, la belleza, el gozo del evangelio de la vida, al gozo de nacer, de crecer, de amar, apagarse en paz en manos de la Vida...
Fue un gozo la palabra de Francisco hace 5 años (¡5 años que han sido una eternidad de esperanza!), ha sido un gozo su propuesta en el Sínodo de (para) la Amazonía, una esperanza su camino de Iglesia, al servicio del Evangelio de la vida... Pero, al mismo tiempo, ha sido tiempo de tristezas, de guerras económicas, de ascenso de populimos con ribetes de dictadura, en Europa y América, en Asia y en África... A ahora, al final, a los 5 años de la Laudato Sí, ha llegado el coronavirus con su inmenso interrogante (quizá para quedarse).
En ese contexto he querido insistir en el riesgo de nuevas guerras comerciales, ideológicas, de neo-fascismos, neo-liberalismos sin libertad, de neo-comunismos sin comunión. Así van estas reflexiones, con agradecimiento por la Encíclica, con deseo de nuevos caminos en línea de vida, con miedo de guerras nuevas en el horizonte (guerras que perderán los de siempre, los más pobres).
Introducción, una Encíclica distinta
Es un canto al Dios de la vida (¡Alabado seas, mi Señor...). Pero es, al mismo tiempo, una advertencia ante la posible muerte cercana de la vida de la tierra, cosa que hoy sentimos con más fuerza, en el tiempo del Coronavitus. No somos inmortales, no podemos todo, podemos (y en el fondo quizá queremos) destruírnos. En contra de eso, el Papa quiso ofrecer hace 5 años una advertencia, un aviso, una invitación a la Vida.
Esta encíclica volvió a sorprender y a despertar la conciencia de cientos millones de cristianos, pero también de no cristianos, por la fuerza y frescura de su mensaje ético, al servicio de una humanidad y de una tierra que se encuentra amenazada por el riesgo creciente de una muerte cósmica, de tipo no sólo militar (de lucha mutua entre los hombres), sino ecológico (de destrucción o degradación de la naturaleza).
Esa muerte ecológica, que puede sumarse a la muerte atómica, genética y social, no es algo que se encuentre inmensamente lejos (como la formulada por la 2ª Ley de la Termodinámica, sobre la degradación de la energía), sino muy cerca, pues puede producirse en unos pocos siglos (algunos hablan de decenios), si seguimos impulsando una loca aventura de una modernidad, empeñada en su progreso insolidario, “gastando” para ello (¡detrás de nosotros el diluvio!) las fuentes de energía, especialmente las de tipo fósil, de la “madre tierra”, envenenando de esa forma su atmósfera y sus aguas.
En el centro de la Encíclica (num 57) el papa decía hace 5 años unas palabras que son hoy más urgentes que entonces: Hay poderes que están enturbiando el agua de la vida, preparando el terreno para nuevas y más duras guerras comerciales e incluso militares.
Una encíclica bien prepara en el tiempo.
(La imagen 1 y la siguiente son de Siro López, Contenedor de Silencios)
Esta encíclica se sitúa en la línea de las “encíclicas sociales” de los Papas, que tienen más de un siglo de historia, desde León XIII (Rerum Novarum, 1891) hasta Benedicto XVI (Spe Salvi, 2007), con aportaciones de gran valor, como las ofrecidas por Pío XI, Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II. Pero, sin perder su conexión con las anteriores, esta nueva encíclica toma un giro sorprendente y nos coloca ante una preocupación y una tarea nueva, ante un problema urgente, que ningún Papa, había destacado hasta el momento: El riesgo de una destrucción cósmica de la vida, motivada y acelerada por una utilización degradante e injusta de la energía terrestre.
Este Papa, que viene casi del Tercer Mundo (de las villas pobres de Buenos Aires), tiene la valentía de exponer algo que otros papas, políticos, economistas y pensadores del Primer Mundo rico no se habían atrevido a decir, por defender unos intereses particulares, quizá legítimos en un sentido (en línea de libertad y creatividad), pero contrarios al interés de la humanidad. De esa forma retoma, en una perspectiva práctica nueva, el mejor ideal de la gran Ilustración europea de los siglo XVIII y XIX, que Kant formuló de manera lapidaria en la Crítica de la Razón Práctica: Sólo es verdad aquello que vale (=sirve) para el bien de cada uno de los hombres y de la humanidad en su conjunto.
En esa línea me atrevo a presentar esta encíclica como una crítica de la razón ecológica, en el sentido fuerte que ese término ha tenido en la tradición filosófica, a partir de E. Kant., con sus tres grandes críticas (de la Razón Pura, de la Razón práctica y del Juicio) Desde ese fondo quiero destacar los tres puntos principales de su “crítica” creadora, para indicar después que ella nos sitúa ante la tercera gran revolución de la humanidad.
Ante el “fin” de la modernidad.
El Papa Francisco acepta y valora el desarrollo de la modernidad, tal como lo propuso Pablo VI (Populorum Progressio, 1967), pero descubre que ese mismo progreso industrial y técnico, político y económico lleva el germen de su propia destrucción, si es que no humaniza su despliegue y no lo pone (se pone) al servicio de los valores reales de la vida del hombre en la tierra. El progreso tiene un elemento bueno, vinculado al poder que el hombre ha conseguido por la tecno-ciencia. Pero ese mismo poder, mal utilizado, sin más guía y freno que la consecución de más poder, puede llevarnos a la destrucción no sólo de la naturaleza humana, sino de la misma vida del planeta tierra.
Éste es el punto de apoyo de la encíclica: Los hombres hemos logrado aumentar nuestro poder de vida, pero también el poder de matarnos, como sabía ya la Biblia (Dt 30), allí donde lo ponemos al servicio de la violencia interhumana (guerra) y de la búsqueda ilimitada de una producción económica, concentrada en unas pocas manos, y dirigida por la utilización indiscriminada de las energías fósiles. Éste no es, pues, un pecado meramente “religioso” en el sentido restringido de la palabra, sino un “pecado social y cósmico”, que puede llevarnos a la destrucción de la vida sobre el mundo, como he puesto de relieve de manera programática en Teodicea (Sígueme, Salamanca 2013), vinculando la “ex-sistencia” de Dios con la vida del cosmos, centrada para nosotros en el planeta tierra.
Situándose en esa perspectiva, el Papa asume las mejores aportaciones de la Teología de la Liberación, y en esa línea cita como autoridad a J. C. Scannone, que fue su maestro (núm. 150); pero, al mismo tiempo, se apoya en la reflexión crítica de la Segunda Ilustración, representada no sólo (al menos veladamente) por la primera Escuela de Fráncfort, sino también por el pensador ítalo-alemán R. Guardini, que, en su libro sobre “El fin de la Edad Moderna” (1950), puso ya de relieve, hace medio siglo, el riesgo de un poder técnico, político y económico desvinculado de la ética, es decir, de la justicia y solidaridad (núms. 203, notas 87, 92)
Una economía cancerosa
El Papa acepta el progreso de la economía productiva (con el valor de la empresa y el mercado)… pero quiere que ella se ponga al servicio de la vida concreta de los hombres, vinculado de forma inseparable a la “hermana madre tierra”, condenando para ello, de un modo tajante un tipo de especulación financiera y de ganancia a todo precio, que destruye (como un cáncer implacable) no sólo los bienes reales la tierra (por la polución, el cambio climático, la lucha por el agua…), sino que va en contra de la justicia y la fraternidad entre los hombres.
El Papa condena así una situación en la que “los poderes económicos continúan justificando el actual sistema de economía autónoma, de tipo financiero, en la que priman una especulación y una búsqueda de la ganancia pura “que tienden a ignorar… los efectos que ella produce sobre la dignidad humana y sobre el medio ambiente”, olvidando que “la degradación ambiental y la degradación humana y ética están íntimamente unidas” (núm. 56). En esa línea desenmascara el “mito del progreso” que, puesto al servicio de algunos, pone en riesgo la vida de todos en un planeta tierra de dimensiones limitadas (60, 79).
En ese plano, la crítica de Francisco resulta especialmente dura en contra de “un sistema económico que sigue impulsando, de manera ideológica y aprovechada, los mitos de una modernidad basada en la razón instrumental: el individualismo, progreso indefinido, competencia, consumismo, mercado sin reglas” (210). En contra de eso, el Papa insiste en la necesidad de regular la producción y el mercado, desde una perspectiva igualitaria, de justicia, para bien de todos, no por lucha de clases, ni por exigencias de un tipo de comunismo ya sin influjo real en este tiempo, sino a partir de la misma vida de los hombres en la tierra.
El Papa condena así, de un modo radical, a los “poderes económicos que continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente”. A su juicio “la degradación ambiental y la degradación humana y ética están íntimamente unidas”. El Papa añade que muchos no tienen conciencia de realizar acciones inmorales; pero eso se debe al hecho de que “la distracción constante les quita la valentía de advertir el influjo de su conducta en la realidad de un mundo limitado y finito”. Por eso, hoy «cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta” (cf. num. 56).
Necesidad de una nueva política que no sea esclava de la economía capitalista
El Papa valora la acción social al servicio del ser humano y la juzga necesaria… pero condena de forma tajante su “dejación” actual, que es el gran pecado de una parte de la política actual, que está dejando de buscar el bien de los hombres concretos y la fraternidad de los pueblos, para ponerse al servicio de una economía impersonal (financiera) y de un ejercicio de poder que se torna valioso en sí mismo (el poder por el poder, antes que el bien del hombre). Esa política ha dejado de ser una acción social al servicio del hombre, y se ha hecho esclava de una economía in-humana y mentirosa.
En este contexto, quizá por vez primera en un documento papal, después de cien años de condena del marxismo (y de un tipo de capitalismo), el Papa deja a un lado la oposición ya puramente retórica entre Comunismo de estado y Capitalismo liberal, para situarse en un nivel previo y más importante, de defensa real de todos los hombres y mujeres, concretos, reales, por encima de estados y naciones, en una “madre tierra” de la que formamos parte.
De manera consecuente, el Papa ha condenado una extracción y utilización egoísta de los “combustibles fósiles”, al servicio de unos poderes políticos y económicos, actualmente aliados, que, avanzando en esa línea, terminarán envenenando la atmósfera y reduciendo las posibilidades de vida de la madre tierra (165). En esa línea, él se atreve a condenar la actitud de muchos políticos actuales, que se han hecho esclavos de los poderes económicos, y así mienten a las poblaciones (como en la Conferencia de Río, 2012), defendiendo los intereses de un tipo de capital, en contra de las personas concretas, pues “como siempre, el hilo se corta por lo más débil” (170). Por eso, sigue diciendo el Papa:
“La política no debe someterse a la economía y ésta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia. Hoy, pensando en el bien común, necesitamos imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana. La salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población, sin la firme decisión de revisar y reformar el entero sistema, reafirma un dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro y que sólo podrá generar nuevas crisis después de una larga, costosa y aparente curación” (189).
Eso significa que sin la “renuncia” de algunos estamentos “poderosos”, sin un cambio económico, la vida del hombre en la tierra se vuelve imposible:
“Es insostenible el comportamiento de aquellos que consumen y destruyen más y más, mientras otros todavía no pueden vivir de acuerdo con su dignidad humana. Por eso ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en algunas partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente en otras partes” (193).
Lógicamente, para que surjan nuevos modelos de progreso, necesitamos «cambiar el modelo de desarrollo global», lo cual implica reflexionar responsablemente «sobre el sentido de la economía y su finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones»… Un desarrollo tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no puede considerarse progreso (194).
Ante la tercera revolución
Sobre esos niveles de “crítica” económica y política avanza el pensamiento y propuesta del Papa Francisco, y su fuerte voz puede situarse entre la voz de aquellos que afirman que la humanidad se encuentra ante su riesgo y oportunidad definitiva, ante una tercera ola, ante un tercer reino que puede ser de vida o de muerte, en la línea de la gran propuesta de Dt 30, 15-16: Ponto ante ti la vida y la muerte, el bien y el mal, escoge…
Algunos de esos pensadores “ilustrados” como K. Marx y A. Comte habían insistido en el cambio de “paradigma” de la modernidad, entendido en forma de “giro copernicano”. Ese cambio, marcado por el paso de la teoría a la práctica, de la obediencia a la autonomía creadora del hombre, nos ofrecería un tipo de salvación. Hasta ahora los hombres habrían estado al servicio del mundo (para contemplarlo como algo exterior, para someterse a ello); pero ha llegado el tiempo en que el hombre se ha vuelto consciente de sí, dueño del mundo, de manera que no puede ya limitarse a comprenderlo, sino que ha de cambiarlo, configurarlo a su imagen y semejanza, sin límites ecológicos o morales.
El lema de la modernidad sería “atrévete a saber” (sapere aude), no sólo en un plano intelectual, sino también técnico, político y económico. Es como si nos dijeran: Atrévete a cambiar las cosas, dominando todo lo que puedas, en un plano racional y moral, político y económico... Atrévete, sin más, en el plano del átomo y la bomba, la combustión de carburantes fósiles y la especulación financiera, con plena libertad, sin cuidarte de la vida de los otros, pues tu libertad está por encima de ellos, y todo avance es bueno.
Ese principio, que estaba latente en un tipo de Ilustración del siglo XVIII-XIX, ha desembarcado en el siglo XX en la economía liberal de los Estados Unidos de América y en el colectivismo (marxista) de otros países, viniendo a dominar sobre la tierra entera hasta expresarse en la economía y política mundial de la actualidad (siglo XXI), de tipo ya puramente liberal y capitalista, empeñada en el dominio ilimitado del hombre sobre el mundo, en línea de progreso siempre creciente y de consumo mayor de energía.
Pues bien, el “desarrollo” consecuente de ese principio nos ha llevado a chocar contra un muro sin salida: Hemos logrado mucho dominio sobre el mundo, hemos amasado y amontonado un gran capital financiero, pero podemos envenenar las fuentes de vida de la tierra, igual que la fraternidad entre los hombres. Hemos creído que éramos eternos y que nuestro poder era “divino” en un plano material, pero olvidando que la tierra es limitada, que de ella venimos y en ella somos, de manera que si la destruimos nos destruimos a nosotros mismos.
Una ecología integral. Conclusiones
Ante esa situación, con la autoridad ética que le concede el ser representante de la iglesia Católica, y miembro de un país como Argentina, esclavizado por fuertes disensiones económicas, volviendo a las raíces de la experiencia bíblica y de la Palabra de Jesús, el Papa Francisco se atreve a dirigir a todo el mundo (no sólo a los cristianos) su palabra de juicio y su exigencia de cambio, para que el mundo de los hombres pueda ser espacio y tiempo de celebración gozosa.
De esa forma se sitúa y nos sitúa ante una “tercera revolución”, pero no en una línea de dominio técnico, de puro desarrollo científico o de acumulación de capital, sino de respeto a la vida del mundo, de justicia social y de gozo en el mundo. Superado el largo tiempo en que los hombres se hallaban dominados por la tierra (antigüedad), y los dos siglos de desarrollo imparable de una modernidad dominadora (XVIII-XX) en que los hombres han querido estrujar y manejar la tierra con su tecnología extractora, al servicio de una economía financiera ideologizada (al servicio de algunos) , tiene que llegar la tercera etapa de una política nueva, al servicio de los hombres y los pueblos en cuanto tales (cf. 196), una política que se ponga al servicio real de todos los hombres y los pueblos (197), reconociendo errores pasados y poniendo su poder al servicio de los hombres concretos, en especial de los más débiles (198).
Francisco valora, evidentemente, la religión y el pensamiento, citando no sólo a maestros cristianos como Francisco de Asís y Juan de la Cruz (con R. Guardini, y otros pensadores protestantes y ortodoxos), sino a musulmanes (cf. el sufí Ali Al-Kawwas), pero no separa el “cielo” de la tierra (como a veces se ha dicho, no sólo desde el marxismo, sino también el liberalismo económico). Así dice que la mayor fidelidad al Cielo (que se identifica de Dios) se convierte en gozo y exigencia de mayor fidelidad a la tierra (que es revelación de Dios), con indicaremos con dos observaciones conclusivas:
La visión del Papa Francisco tiene un fondo apocalíptico, en el sentido fuerte de la palabra. A su juicio, la misma vida del hombre en el mundo está en peligro: La atmósfera se sigue envenenando y aumenta la temperatura de los mares, mientras las negociaciones de los poderes políticos (estados) fracasan en las cumbres mundiales, sometidos al dictado de una economía injusta (54), y de esa manera crece la degradación ambiental y la opresión humana sobre el mundo (56). Estamos ante el riesgo de unas guerras ecológicas: “Es previsible que, ante el agotamiento de algunos recursos, se vaya creando un escenario favorable para nuevas guerras, disfrazadas detrás de nobles reivindicaciones” (57). Y mientras tanto crece “una ecología superficial o aparente que consolida un cierto adormecimiento y una alegre irresponsabilidad” (59).
Pero más fuerte que ese tono negativo es su esperanza. El Papa Francisco cree en el valor positivo de la vida de los hombres, capaces de superar el riesgo de la destrucción.En esa línea sorprende su esfuerzo por superar toda retórica (de un lado o del otro) y toda ideología, poniéndose al servicio de la justicia social, del reconocimiento mutuo y del despliegue de los valores de la vida, sabiendo que formamos parte de la Vida de la Tierra, que es presencia y revelación de Dios. Por eso, su encíclica nos alegra a muchos que, desde un punto de vista religioso o no, valoramos ante todo al hombre y buscamos la justicia en la verdad, a través del amor a los más débiles, dentro de una tierra que consideramos.
Así nos anima el Papa Francisco, impulsándonos a vivir y comprometernos en la línea de una política y de una economía distinta de la actual… Ciertamente, su propuesta podrá doler a muchos representantes de un sistema económico/político, que quieren mantener por encima de todo su “libertad” de producción, sin preocuparse de la justicia social y de la fraternidad de todos los hombres de la tierra (no sólo de los de su país), ni de los daños que pueden ocasionar en ella. Pero esta enciclica ofrecerá una alegría aún mayor, si cabe, a los que creen (creemos) en los seres humanos concretos, por encima de toda ideología.