Misticismo de Jesús 2. Experiencia y acción del Espíritu Santo

Oración mística, oración de petición. Razones en contra. 

 No todos están de acuerdo con aquello que diré, pues hay una corriente de iglesia que dice que pedir no es orar… y que tampoco la mística es oración.

Dicen que no tiene sentido pedirle nada a Dios…, pues a Dios no se le alcanza con peticiones, sino sólo con silencio y agradecimiento. No logramos nada pidiendo. La única manera de lograr que una cosa se haga es hacerla…

El único pensamiento verdadero es el científico… Orar es razonar, resolver las cosas con el pensamiento, no dejar la mente en el vacío, para que nos dominen un tipo de ensueños….... Muchos piensan que orar es sólo contemplar y alabar, realizar una inmersión en lo divino, meditar...  

La oración de petición es un gesto de esclavos o niños, de seres dependientes. Nosotros somos ya maduros, no tenemos que pedir nada, sino reconocer lo que somos, reconocernos hijos de Dios y alegrarnos por ello...

Por otra parte, Dios lo tiene ya todo decidido, de manera que no podemos pedirle nada, pues resultaría inútil. Dios no se deja mover por aquello que podamos pedirle...

Oración mística, oración de petición. Razones a favor.

 A pesar de lo anterior, pienso que la oración de petición (y la oración mística) constituye un elemento clave de la religión  en general y más en particular de la religión  cristiana. Pues bien, en contra de eso,

 - Avanzando en la línea de un teólogo llamado Luis Molina (jesuita del siglo XVI) afirmó que, siendo infinito (existiendo en sí mismo), Dios no ocupa todo el espacio de la realidad, más aún, no ocupa ningún espacio, sino que abre en su interior un hueco (se hace hueco) para que broten y actúen con (por) él otros seres personales, con quienes él dialoga, influyendo unos en otros, haciendo unos en otros. Así nosotros, en Dios y con Dios oramos, dialogando, compartiendo el camino de la vida.

Ser persona es dialogar, y para hacerlo (para actuar como  persona) Dios ha creado otras personas, abriendo para (y con) ellas un espacio de comunicación. Su grandeza es no imponerse, sino vivir, mover y existir en la vida de los hombres, con-viviendo en y con ellos (cf. tema 13; Hch 17).

Dios actúa en nosotros, con nosotros, dependiendo de D independientes … El Espíritu (poder-amor de Dios) actúa en nosotros de un modo “real”, por medio de su Espíritu Santo, que como un tipo de “alma del mundo, principio animador de vida, que impulsa todo lo que existe y que colabora de un modo especial con nosotros, los hombres y mujeres, que escuchamos su voz ,recibimos su aliento, respondemos a su llamada   

Algunos hombres o mujeres están  especialmente dotados para para “escuchar la música de Dios, para descubrir la línea e impulso de su acción en el mundo… Max Weber, quizá el mayor conocedor de la religión del siglo XX decía que él se sentía “unmusikalisch”, que no lograba escuchar, sentir, compartir la música de Dios en el despliegue del mundo, Pero estaba seguro de que había profetas, hombres religiosos que habían sentido y sentían la música de Dios en el despliegue de la vida. Esos los místicos, los poetas, los profetas…, que tenían un “sexto sentido divino”.

-No es solamente Dios quien infunde su música en nosotros, sino que también nosotros podemos ofrecerle nuestra música a Dios… para que él realice (interprete) su gran melodía en el mundo… Pienso que entre ellos se encuentra Juan de la Cruz, con algunos místicos hindúes, y judíos  como Etty Hilleum que le ofrecen su música a Dios. 

Gran diccionario de la Biblia - Editorial Verbo Divino

Hombre y Dios, se comunican.

-- El hombre ha de escuchar a Diosy responderle… y Dios tiene que dejar que los hombres sean y actúen libremente, para concurrir, es decir, para actuar en/por ellos, para así “crear”, armonizar el verdadero mundo….

-- El hecho de que el hombre actúe (y de que su acción tenga un valor definitivo) es prueba y presencia de la acción de Dios. Éste es el tema clave de la “alianza” bíblica, Dios vive por su “espíritu (vida) en los hombres, los hombres en Dios…, que no es sólo aquel con quien el hombre concurre para hacerlo …   

Dios actúa en y por los hombres, abriendo un hueco para que ellos  sean y actúen con él y en su nombre, en diálogo de vida. Hay un canto que muchos orantes de USA atribuyen a Teresa de Jesús diciendo que Dios no tiene manos propias, exclusivas, sino que actúa a través de las manos y el corazón de los hombres.

Hasta ahora (siglo XX-XXI) podía parecer que sólo actuaba Dios… Ahora nos hemos dado cuentas de que Dios actúa a través de nosotros… Colaboramos con él, actuamos en el mundo, de una forma que debe ser contractura, pero que puede volverse destructora, como sabe la Biblia desde el principio (Gen 3-8), como sabe hoy la ecología.

Dios se ha encarnado en encarnado en la historia de los hombres… Esta es la novedad del Cristianismo: Los cristianos creen que Dios se ha “encarnado”, siendo así divino en la historia  y acción de los hombres.

Ése es el modelo de fe y de mística del Concilio de Calcedonia (año 451), de manera que todo sea divino, siendo todo humano. En esa línea podemos y debemos invertir las dos razones anteriores en contra de la oración de petición:

Pedir no es un gesto de esclavos o niños, sino una actitud de amigos.De verdad de verdad... sólo el amigo pide algo al amigo, en gesto de libertad y confianza...

Dios no lo tiene todo decidido, sino que decide con nosotros...Frente a toda teología de la pura predestinación quiero defender la experiencia y tarea de la comunión en libertad con Dios. 

La creación de Adán (Miguel Ángel) - Características y Análisis

  1. TEMA DE FONDO. DIOS Y EL HOMBRE

 Sólo por ser divino, Dios puede hacerse (abrir un) espacio donde el hombre sea (y actúe). Por su parte, el hombre ha hacerse transparente en su acción, de tal forma que en él actúe Dios, haciéndolo todo, en su nivel divino. Así caminan ambos, y dialogan y se influyen, uno en otro, en intimidad profunda, dialogando, pero de tal forma que no son dos, sino uno, como dice Jesús: El Padre y yo somos uno (Jn 10, 30; 17, 21).

En esa línea descubrimos que la acción de Dios es nuestra misma acción humana, de manera que nuestra acción es también divina, pues somos (con él) creadores de su mundo. No caminamos a solas hacia Dios, como si Él fuera la cumbre de una gran montaña, de miles de metros, que sólo algunos expertos coronan con esfuerzo, sino que él camina en principio con nosotros, siendo Dios y haciendo todo (haciéndose divino) a través de nuestra acción. Por ser transcendente como persona, él no se encuentra lejos, fuera, al exterior, sino al interior de nuestra vida, a nuestro lado, caminando con (y en) nosotros, de manera que en él y con él seamos y actuemos, como existencia en compañía: 

− Fundamentación. Dios no actúa físicamente como «una cosa más, entre otras», a nivel de mundo, cuando se relaciona con los hombres, como si debiera romper de un modo milagroso las leyes de la naturaleza para manifestarse. En un plano natural (físico) todo sucede conforme a los principios de la naturaleza (creación).

Dios se encuentra y actúa en un plano que podemos llamar meta-físico, es decir, de infinitud y presencia personal, fuera de la física (pero sin negarla). Eso no significa que él sea menos, sino más: Estando y actuando físicamente en todo, Dios se expresa en (con) los hombres, de un modo trascendente, abriendo y recorriendo un espacio en el que los hombres realizan una acción, que es divina (de Dios) siendo humana.

Ésta es la prueba: Dios hace a los hombres capaces de hacerse a sí mismos (en él y por él), de forma que ellos sean y puedan crear (en él y con él), y así él (Dios) sea en ellos, y ellos (los hombres) en Dios, y ambos juntos realizan la acción más elevada, la tarea de la historia. Creer en el valor trascendente de nuestra acción, eso es creer en Dios, como misterio original de vida, tarea arriesgado de Reino.

‒ Actuar como aliados. Los aliados temporales se vinculan para realizar una obra (con un fin determinado), de manera que acabada la obra termina la alianza. Los aliados definitivos se vinculan no sólo para obrar, sino para convivir y enriquecerse mutuamente (como sucede en el matrimonio), siendo uno en el otro y sabiendo ambos que sólo así pueden realizar la tarea más honda (que un caso muy especial es la educación de los hijos).

En esta línea hablamos de alianza entre el hombre y Dios, no sólo para hacer cosas (con ciertos fines), sino, y sobre todo, para con-vivir, ser y actuar uno en el otro. Dios no es aliado estratégico, sino amigo personal, y así podemos fiarnos de él: Nos ha dado libertad para ser y actuar en su mundo (tierra) y nosotros confiamos en él para realizar su tarea, sabiendo que el principio de todo conocimiento es la fe mutua (confiamos en el él, él en nosotros).

Creer no es aceptar cosas no vistas, sino confiar en otro, en este caso en Dios, aceptando la vida que nos regala, viviendo en él y dejando que él viva en nosotros. En el principio de todo conocimiento (y de toda colaboración con Dios) hay un gesto de confianza mutua: Creer en él (vivir en alianza) es saberse en sus manos, y dejar que él realice su acción más alta en nosotros. Creer en Dios significa comprometernos a realizar con él su Reino.

− Obra común, futuro del mundo. Antes de un tipo de pre-moción (lo que Dios hace en nosotros), en el fondo del con-curso activo (lo que hacemos juntos) está el conocimiento mutuo, es decir, vivir uno en el otro, Dios en los hombres por encarnación y los hombres en Dios por inhabitación. De forma lógica, las tradiciones bíblicas han interpretado la presencia e influjo de Dios como «palabra» de conocimiento mutuo y de realidad compartida, es decir, como diálogo creador en amor.

Las tradiciones bíblica saben que Dios y el hombre comparten la vida, se conocen y vinculan mutuamente, de manera que se puede hablar de una obra común (de Dios en el hombre, del hombre en Dios) en la que se expresa y define (decide) nuestra vida humana. Mirada en ese fondo, la cuestión debatida entre los dos grandes teólogos del siglo XVI, Báñez y Molina, que plantearon estos temas, no fue una pequeña “disputa bizantina”, sino la mayor cuestión teológica y filosófica de todos los tiempos.

Se trata de saber lo que Dios quiere hacer en (con) nosotros, y lo que nosotros podemos y queremos en (con) Dios, no sólo en un nivel de intimidad personal, sino con nuestro poder científico, físico y biológico. Se trata de «hacer» o, mejor dicho, de hacernos en el interior de la acción de Dios, trazando así una historia que nos define y desborda, desde el futuro de Dios, que ha de ser, si queremos, nuestro espacio de futuro.

No se trata sólo de conocer aquello que podemos hacer, sino de decidirnos y hacerlo (apostando por la vida de Dios, que es en el fondo la clave y raíz de nuestra vida) pues de ello depende nuestra forma de seguir viviendo y explorando en un mundo enigmático, abierto a grandes posibilidades, todavía sin explorar. Nuestro futuro está ligado a la forma en que acojamos la acción de Dios, dejando que él actúe en nosotros manera que seamos nosotros mismos los que decidamos lo que ha de ser, actuando en él, y optando al fin por la vida o por la muerte (como sabe Dt 30, 15).

‒ En ese sentido podemos afirmar que la historia es un riesgo y tarea de Dios, como han descubierto sorprendidos los cristianos al descubrir que el mismo Cristo de Dios ha sido crucificado, ha tenido que morir, para ser fiel al camino del Reino, en una historia que se definirá como resurrección de los muertos, es decir, como transformación creadora del pasado.

Hay ciertamente un mundo externo, sin interioridad (al menos conocida), que parece pasivo frente de Dios, como si Dios lo fuera todo, por sí mismo, sin nadie real a su lado o frente a él. Pero Dios ha querido crear (implantar) en ese mundo seres libres, capaces de escucharle (acoger su voluntad) y responderle, de tal forma que el sentido y futuro de la creación depende de ellos (de nosotros). En ese sentido, al crear seres libres, Dios mismo ha querido hacerse «dependiente» de ellos, en clave de amor, de una forma que asume y supera los planteamientos que hemos visto al hablar de Schleiermacher.

Ésta ha sido la prueba de la acción humana, entendida como acción de Dios. No es una prueba teórica, de especulación erudita, sino una tarea práctica, en la que está implicada nuestra vida. No nos limitamos a vivir, y además conocemos a Dios, sino que le conocemos (probamos su existencia) con nuestra misma acción, en libertad. En ese sentido, conocemos a Dios al «hacerle», haciendo así posible que él se haga a través de nuestra propia vida. Y con esto planteamos el tema decisivo de la libertad del hombre como prueba de Dios... Con esto abrimos el camino para la oración de petición.

UNOS TEXTOS BÍBLICOS

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos."Él les dijo: "Cuando oréis decid: "Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación." 

Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre.

¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿Cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?" (Lucas 11, 1-13).

Por eso, toda petición comienza siendo un acto de fe: al pedir a Dios su ayuda, le decimos que este mundo es suyo, confesamos su presencia creadora entre las cosas. Esto nos distingue de aquel tipo de rebeldes que rechazan el mundo como abiertamente malo, condenando a su posible creador (o Dios) como perverso. En medio de todos los posibles problemas que presenta, nosotros confiamos en el Dios que actúa sobre el mundo. Por eso mismo le podemos presentar nuestra miseria y nuestras peticiones.

Decimos muchas veces que Dios tiene un plan preestablecido, de manera que nosotros no podemos cambiar sus intenciones. Si es así, ¿por qué pedir? Resultaría preferible conocer su voluntad y no hacer ya peticiones. Esta observación tiene un momento de verdad: Dios no es aprendiz de creador, ser vacilante que no sabe qué hacer y cambia su acción y voluntad conforme a lo que pidan sus creyentes. Dios es creador y padre misterioso que mantiene su camino y forja el reino por medios que nosotros ignoramos.

Pero después que eso ha quedado ya bien firme, debemos añadir: Dios es amigo que dialoga con los hombres, por el Cristo, de manera que comparte con ellos la tarea de su reino. Eso significa que, en misterio superior y sin dejarse manejar por nada ni por nadie, Dios nos habla y nos responde: las palabras de los hombres, su actitud y peticiones, pertenecen al camino de su reino. Esto significa que el amor y voluntad de Dios no pueden interpretarse como fatalismo.

Dios no ha escrito los caminos de su reino de una forma solitaria, sin contar en modo alguno con nosotros. Al contrario, Dios atiende, Dios espera, cuenta con nosotros: de esa forma va trazando su camino en un camino que nosotros, a la vez, vamos trazando, en misterio de amor y gratuidad que sobrepasa el plano de las «leyes necesarias» de este mundo. Puede haber necesidad en un nivel materialista, donde sólo se conocen y formulan los hechos con las leyes de una ciencia limitada. Pero en plano superior, la vida se realiza en ámbito de gracia: este es el plano de la revelación de Dios, donde se vienen a centrar e influyen, de manera misteriosa, nuestras peticiones.

La historia verdadera no está escrita, la vamos escribiendo con Dios, en un camino que se encuentra dirigido hacia la plena salvación por Cristo. De esa forma, al suplicar a Dios que venga y nos ayude (en cada uno de los casos concretos de la vida), estamos ya colaborando en su venida salvadora. Nuestra petición expresa un acto de fe en Dios y va marcando nuestra vida en dirección de compromiso, pues con el mismo gesto de pedir reconocemos ya la presencia-acción de Dios en nuestra vida. Toda petición mantiene viva la llama del encuentro religioso. Misteriosamente, trascendiendo todas las posibles leyes necesarias de la tierra, desde el fondo de su misma gratuidad, Dios nos atiende, acompaña nuestra vida, cumple nuestras peticiones... La manera de expresar y concretar esta oración es siempre misteriosa. En realidad, nunca sabemos pedir como conviene (cf. Rom 8, 26). Por eso es necesario que el Espíritu venga en nuestra ayuda y que nosotros aprendamos, viviendo en el Espíritu.

PETICIÓN, COLABORAR CON DIOS

Si el hombre fuera sólo dependiente, ser subordinado, y Dios un jefe a quien debemos aplacar a fuerza de palabras, la oración sería simple acto de súplica. El hombre debería comportarse como esclavo. Pues bien, en contra de eso debemos afirmar: Dios ha querido hacernos libres, de manera que su misma voluntad viene a quedar «influenciada» por la nuestra. En esta perspectiva han de entenderse nuestras peticiones.

Dios no se impone sobre el hombre de manera necesaria: no ha querido tratarnos como trata a los vivientes y las cosas que no son personales. En este aspecto debemos recordar la controversia más famosa de la iglesia del barroco, la que enfrenta a los maestros Báñez y Molina, en la cuestión relacionada con la ayuda y presencia de Dios, es decir, de su “colaboración” con los hombres. Los dos grandes teólogos intentan explicar la conexión entre poder de Dios y libertad del hombre, utilizando esquemas y modelos que no han sido debidamente valorados. Pues bien, en esa perspectiva se sitúa ya nuestro problema. 

Por un lado, debemos afirmar que Dios actúa: influye con su fuerza de manera que suscita la emergencia del hombre como libre; influye con su mismo amor, sembrando en el amor y corazón del hombre una respuesta que éste debe darle libremente. Un creador limitado es incapaz de suscitar vivientes que se vuelvan libres y que puedan responderle: su actividad avanza en una sola dirección, del hacedor hacia su hechura, del constructor hacia la cosa construida. Por el contrario, cuando el creador resulta omnipotente (como es Dios) puede suscitar seres vivientes que se asuman y realicen como libres, de manera que acojan su llamada y le respondan libremente.

Al llegar aquí, debemos afirmar que el hombre influye también sobre su Dios. Para decirlo de otro modo, Dios ha dado al hombre espacio libre para realizarse y libremente debe respetarle y escucharle. Es evidente que el hombre no influye sobre Dios por su poder autónomo o grandeza, por sus obras entendidas en un plano legalista. El hombre influye por amor, porque el mismo Dios ha decidido respetarle en el amor, dejando que sus voces (que son voces de la historia) se introduzcan en su propia voluntad eterna. 

Esto nos sitúa en el centro del misterio, allí donde parecen superarse todas las palabras. Dios y el hombre se han unido para siempre en unidad que el mismo Jesucristo ha culminado en ámbito de reino. En esa unión han de entenderse la virtud y efecto de nuestras peticiones. 

Ciertamente, es un misterio que nosotros le podamos suplicar a Dios, pidiendo su ayuda en nuestra vida. El mismo Dios omnipotente se ha dejado emocionar por nuestra voz, cuando recibe nuestras peticiones. El mismo Jesucristo le ha venido a comparar a un padre de la tierra: no necesita del hijo, pero goza cuando el hijo le suplica y pide su asistencia. Pues bien, hay todavía otro misterio que es más grande: el mismo Dios quiere venir y suplicarnos. Creando a los hombres como hijos, el Dios omnipotente se ha venido a convertir, de alguna forma, en dependiente: quiere el amor de esos hijos, les pide su respuesta.

Toda la Escritura es testimonio de esa doble petición. Los hombres comenzamos suplicando a Dios los bienes de la tierra, pan, victoria y esperanza. Por su parte, Dios nos pide una respuesta de cariño. Ciertamente, Dios emplea también otros lenguajes: ordena, conmina, nos manda..., como indican muchísimos pasajes del AT. Pero, en un momento determinado, cuando los hombres llegan a volverse como transparentes ante el gozo de Dios y ante su gracia, el mismo Dios viene a mostrarse suplicante. En esta perspectiva debe interpretarse la más honda historia de la alianza, tal como han venido a interpretarla Oseas, Jeremías y el Segundo Isaías (Is 40-55): Dios es un esposo que suplica amor al hombre (que es su esposa). 

Ciertamente, la imagen de este Dios-esposo puede parecemos todavía demasiado autoritaria: es la imagen del varón que manda y tiene autoridad sobre la esposa. Pues bien, si penetramos hasta el fondo en esa perspectiva, descubrimos que ese Dios-esposo viene a presentarse como «débil»: no ordena, no impone, no subyuga, no doblega. Viene suplicante hasta la puerta de los hombres, como esposo abandonado que se duele y se lamenta ante la esposa, pidiéndole de nuevo una respuesta.

Nosotros, creaturas libres, le podemos dar a Dios algo que el mismo Dios no tiene: amor distinto, de personas de la tierra. Ni el mismo Dios que puede todo en otro plano (en relación con los vivientes que no son personales) puede doblegar la voluntad libre del hombre y suscitar amor gratuito. Si Dios quiere amor libre libremente ha de dejarnos y venir hasta nosotros, como suplicante; si no hiciera así, dejaría ya de ser divino (amor que hace posible la vida en libertad); el hombre, por su parte, dejaría ya de ser humano, como libertad creada, en un camino de búsqueda, en la historia.

En esa línea nos ayudan alguno ejemplos bíblicos ayudan a entender este misterio. Abraham, Moisés, el profeta Isaías y María, la madre de Jesús con Pablo, todos colaboran con Dios

 En esa línea nos ayuda sobre todo Jesucristo, que ha venido para hacer la voluntad de Dios en el mundo… Pa dialogar con Dios Padre y realizar su obra. El segundo es la vida de Jesús   Dios se vuelve humano, pequeño, vacilante, para hablar así a los hombres desde el fondo de su misma situación, de su dolor y desventura; de esa forma, el Dios crucificado (presente en los pequeños-hambrientos-aplastados de la tierra: cf. Mt 25, 31-46) está esperando una respuesta de los hombres. 

 NOTAS DE LA PETICIÓN, NOTAS DE LA MÍSTICA

 Jesús es el primero de todos los orantes que ha pedido la ayuda de su Padre. Sabe que «Dios le ha dado todo» (cf. Mt 11, 25-27), pero al mismo tiempo todo lo pide como don, como regalo que recibe de su gracia. Siguiendo a Jesús, los cristianos también piden, de manera que Dios viene a revelarse para ellos como aquel que les escucha y les responde. Los cristianos saben que la petición es infalible:

«Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe, el que busca halla y al que llama se le abre» (Mt 7, 7-8).

Las peticiones, las llamadas y las búsquedas del mundo acaban muchas veces en fracaso. Dios es diferente: la puerta de su corazón se mantiene siempre abierta, atentos sus oídos, despierta su mirada. Dios nos oye por el Cristo, de manera que «todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dará» (Jn 16, 23). Toda petición tiende hacia el reino, como dice Jesucristo:

«Buscad primero el reino y su justicia, y todas las restantes cosas se os darán por añadidura» (Mt 6, 33).

¿Qué cosas? El vestido, la comida, los bienes de la tierra. Son cosas importantes, pero nunca pueden ocupar el corazón del que suplica. Toda petición cristiana ha de encontrarse dirigida en primer lugar al reino. Así pedimos, con la misma oración del Padrenuestro: «Santificado sea tu nombre, venga tu reino» (cf. tema 8). En el fondo, pedimos que Dios venga. Como amigo que suplica la llegada de su amigo; así pedimos, invocamos y llamamos a Dios hasta que venga.

 La petición es infalible y tiende al reino porque se halla abierta hacia el Espíritu. En este plano, el evangelio es muy realista: sabe que los hombres somos débiles, pequeños, rodeados de problemas en la tierra; por eso nos anima a pedir sin miedo alguno, como el niño que no sabe apenas lo que quiere de su padre. Más que el objetivo concreto de la súplica, interesa el gesto mismo de pedir, esa confianza que ponemos en el Padre. Así comenta el evangelio:

En ese sentido, no  creemos como dogma de fe en un tipo nuevo de determinismo . Es cierto que las cosas de este mundo, miradas y medidas por la ciencia, se realizan como si Dios no interviniera; la acción de Dios no puede controlarse por parámetros de ciencia, sino en un plano superior de fe, confianza y amor ante el misterio. Por eso, los creyentes saben que Dios ha respondido, aunque no puedan (ni quieran) controlar su intervención con métodos de ciencia.

Petición del hombre y presencia de Dios vienen a ponerse sobre un plano de confianza religiosa; en ese plano, la vida no es destino impersonal, ni tampoco es un capricho de Dios, que siempre actúa de forma imprevisible, ni es efecto de la pura creación del hombre que va haciendo y forjando en lucha tensa su camino. La vida es don de amor y en diálogo de amor viene a desvelarse desde Dios para los hombres. Por eso, el plano de la ciencia (valioso, pero insuficiente) empieza a verse trascendido: por encima de sus límites hallamos al Dios ilimitado, el Dios de gracia y libertad que escucha nuestras peticiones y que actúa con nosotros (por nosotros) en un gesto creativo de vida y existencia.

La oración no es simple gesto de abandono pasivo en el misterio, como parecen suponer algunos tipos de mística: debíamos ponernos ante Dios en pura negación, sin decir, pensar, ni pedir nada; la oración sería pasividad pura. Pues bien, esa postura es incompleta: devalúa la relación personal del hombre con Dios, pone entre paréntesis la misma realidad y hondura personal de lo divino. Nosotros entendemos a Dios como persona: habla, escucha, nos responde. Por eso, toda la oración cristiana incluye un elemento de diálogo directo, ilusionado, activo, con el Dios que escucha nuestra voz y nos responde, porque se ha hecho solidario con nosotros.

Evidentemente, Dios no necesita de oración de súplica, entendida como petición que le dirigen los hombres desde el mundo: podía haber quedado quieto y clausurado en su misterio; además, él ya conoce lo que somos y necesitamos, sin que sea preciso que vengamos a su puerta y lo digamos. Dios no necesita esa oración, pero la quiere, como el padre quiere la palabra y colaboración del propio hijo.

Tampoco el hombre necesita de oración en un nivel biológico, científico o sencillamente moralista: hace su vida por sí mismo y no ha de estar pendiente de dioses o demonios, como dice K. Marx. Pero en un sentido más profundo, el hombre sólo encuentra su verdad y plenitud en la oración: allí descubre su valor como persona que recibe en gracia la existencia; allí despliega el valor de esa existencia, en actitud de diálogo con Dios, en un camino donde todo viene a presentarse como gracia (cf. tema 15).

 PETICIÓN, UNA FORMA DE AYUDAR A DIOS (ETTY HILLESUM)

En ese sentido podemos afirmar que los hombres ayudamos a Dios, haciéndole presente (divino) en el mundo. En esa línea, la señal de Dios es el hecho de que podamos ser y seamos personas (en libertad de amor, en compromiso de justicia, en esperanza de reconciliación…, dándonos la vida unos a otros. Ésta es la prueba más honda y más significativa, en un tiempo de crisis y desencanto como el nuestro, cuando parece que los caminos anteriores han quebrado o son ya falsos. Creer en Dios (postular y aceptar su existencia) significa optar por la comunión (comunicación) real, gratuita entre todos los hombres, no por razonamiento argumentativo (porque me conviene), sino por generosidad, regalando vida y abriendo así un camino de esperanza, desde los expulsados y oprimidos de la tierra.

En esta línea, optar por Dios (pedirle algo) significa colaborar con él, ayudarle a ser divino. Así lo descubrió de forma impresionante E. Hillesum (1914-1943), pensadora judía, condenada en un campo de concentración:

«Te ayudaré, Dios mío, para que no me abandones, pero no puedo asegurarte nada por anticipado. Sólo una cosa es para mí cada vez más evidente: Que tú no puedes ayudarnos, que debemos ayudarte a ti, y así nos ayudaremos a nosotros mismos» (Una vida compartida, Barcelona 2007, 142).

            Dios no puede ayudarnos en sentido externo, matando a los opresores, o rompiendo desde fuera la máquina infernal de muerte de los nazis (o de un tipo de neocapitalismo homicida).

Dios ha quedado en nuestra manos, se ha encarnado en nuestra historia   de forma que somos nosotros los que debemos ayudarle, manifestar su rostro, optando a favor de la comunicación universal, como hizo antaño Jesús de Nazaret y como ha hecho en el siglo pasado E. Hillesum, judía amiga de Jesús, condenada a morir en un campo de concentración por un imperio de falsa tradición cristiana. Ésa fue la tarea que ella asumió desde uno de los lugares que podrían suponerse más abandonados de Dios, descubriendo que Dios es presencia de amor gratuito en debilidad, es palabra y experiencia de comunicación allí donde algunos (los nazis) querían negar toda comunicación.

Ciertamente, Dios nos ayuda (capacitándonos para compartir la vida de un modo gratuito), pero lo hace en la medida en que nosotros le ayudamos, es decir, somos testigos (portadores) de su presencia comunicativa, capaces de Amarle (pues él es el Amado) como lo descubrió E. Hillesum. Ésta es la experiencia radical de Dios: Creer (aceptarle) es apostar por él (es decir, apostar por la presencia de Dios en los pobres y condenados de la historia) abriendo un gesto de comunicación gratuita y concreta a favor de ellos, como signo de una posible transformación universal, en amor y justicia.

Los hombres hemos explorado casi todos los rincones de la tierra, iniciando incluso una carrera de búsqueda espacial. Conocemos nuevos secretos de genética, formas de comunicación insospechada... Pero en el fondo sólo tenemos una tarea importante: Abrir caminos de comunicación gratuita y de esperanza, sabiendo que la vida permanece (resucita) en la medida en que la regalamos. En esa línea se puede completar la palabra del poeta (¡caminante, no hay camino, se hace camino al andar! A. Machado), diciendo «caminante, hay un camino de Dios sobre la tierra, que los hombres puedan comunicarse en amor, desde los más pobres, dando la vida unos a (por) otros». Quien eso haga cree en Dios, como E. Hillesum.

Orar, ayudar a Dios, compartir la vida con los  hombres (Sigue E. Hillesum).

Esta es la palabra clave: «Te ayudaré, Dios mío, para que no me abandones, pero no puedo asegurarte nada por anticipado. Sólo una cosa es para mí cada vez más evidente: Que tú no puedes ayudarnos, que debemos ayudarte a ti, y así nos ayudaremos a nosotros mismos» (cf. Una vida compartida, Anthropos, Barcelona 2007, 142).

Etty Hillesum, judía enamorada del Dios de Jesús, descubrió desde el centro de la mayor cruz del siglo XX (el exterminio nazi) la vocación cristiana de la misericordia, el amor compasivo, en apertura a Dios y a los otros seres humanos: Ayudar a los demás, ayudando de esa forma al mismo Dios, que he penetrado en la entraña del dolor del mundo. Así descubro la misericordia de Dios, haciéndome misericordioso, así experimento la encarnación de su poder, la redención, la vida, que yo mismo debo “regalar” a Dios, proclamando e iniciando su Reino, como hizo Jesús.  

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