Palabra en el silencio Navidad eres tú, cinco navidades

Navidad es Belén, son los pastores, los pobres, los niños, los desamparados

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La Navidad parece ser, ante todo, una noche de magia,
una cena de familia, para descubrir lo que somos, en actitud de gozo compartido.  Pero, además de esa cena de familia, muchos los cristianos que quieren celebrar (y celebramos) una “misa” de familia más grande, el nacimiento de Dios que ya sido en Belén y que sigue siendo entre nosotros, dentro de nosotros. 

Desde ese fondo quiero poner de relieve cinco fiestas de la Navidad, para que cada uno pueda destacar una de ellas… No hace falta leerlas todas de seguido. Basta quizá una de ellas: 

  1. La Navidad es Belén, una historia de la Biblia
  2. La Navidad son los pastores, los marginados de la historia, los más pobres, 
  3. La Navidad es Dios, Dios mismo que nace entre los hombres
  4. Navidad es la Iglesia que da testimonio del nacimiento de Dios  
  5. Navidad eres tú, Dios nace en tu vida… Tú mismo eres Dios que nace.  

PRIMERA NAVIDAD. BELÉN DE JUDÁ

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      Tomo aquí Belén en sentido simbólico, como ciudad del Mesías que un día ha nacido, pues de hecho él pudo haber nacido en Nazaret.  Así lo cuenta el evangelio de Lucas:

En aquel tiempo salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero. Este fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad. También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se llama Belén para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada...   (Lc 2, 1-14).

El nacimiento de Jesús es un hecho histórico, que expresa y proclama el nacimiento de Dios en la historia de los hombres. No nace en el palacio del rey, ni en la catedral de las religiones, sino en un descampado, entre los no aceptamos por la sociedad que esta noche celebra sus grandes cenas. No, no está allí, en esas cenas, está fuera.

- Históricamente, Jesús nació de una madre conocida, en un lugar y tiempo que ignoramos (probablemente en Nazaret), para iniciar una vida concreta de entrega a los demás y de anuncio de Reino, en amor, que le llevó a la cruz.

- Su nacimiento se ha narrado pronto como símbolo del amor providente de Dios, de un Dios que visita a los hombres, asumiendo su pobreza y ofreciendo, en medio de ellos, un fuerte testimonio de esperanza salvadora, en Belén, lugar de la genealogía mesiánica de David, un pastor que llegó a ser rey.

 El evangelio no tiene que explicar ni razonar; simplemente cuenta, situando el nacimiento de Jesús en el contexto de historia y esperanza de la humanidad. Sabe que Jesús es el Mesías de Israel y así lo debe destacar, pero sabe al mismo tiempo sabe que es también el deseado de los siglos y así narra:

- En tiempo del César Augusto.... Parece que ya existe un rey perfecto, para todos los humanos, Emperador de Dios sobre la tierra. Pues bien, mientras dominaba en Roma el Emperador sagrado (como dice un famoso texto de evangelio político, encontrado en Priene, Asia Menor), nace escondido, fuera del palacio, el  rey excelso de la humanidad, mostrando que el otro (el César Augusto) carece del poder real. Bajo un emperador del mundo (en tiempos de globalizaciòn del poder y del consumo), nace el Dios de la vida, sin más riqueza que un pesebre abierto de pastores.

- En tiempo del censo. El emperador ejerce su poder organizando un recuento de súbditos que le permita conocer a los hombres de su imperio, para exigirles tributo y tenerlos sometidos. En ese contexto, como miembro de un grupo oprimido, en camino de exilio llega el niño. No se sabe si ese censo se hizo en aquel tiempo, cuando nació Jesús, ni si obligaba a todos a empadronarse en el lugar de origen, pero sirve para situar a Jesús en el contexto histórico de un imperio que quiere tener dominio sobre todo, incluso sobre Dios. El imperio lo cuenta todo, todo lo somete, para controlar los impuestos. Pero hay algo que el emperador no puede contar, es la vida de Dios, que nace en un niño, que no tiene casa que le reciba.    

 SEGUNDA NAVIDAD. NO HABÍA SITIO EN LA POSADA

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 Nace Dios, después de milenios de preparación, pero nadie de los grandes de este mundo le recibe. No le reciben en el pueblo sagrado de Belén (en la Catedral, en el Palacio, en las cortes.. ), no le acogen en las casas de los ciudadanos pudientes del lugar, pues la tienen cerrada por el miedo a los ladrones. Por eso llega al mundo a cielo abierto y le reclinan sobre un pesebre de animales, de manera que así puede aparece como señor y salvador de todos los vivientes.

No está allí la televisión para recoger el acontecimiento,  ni el emperador de Roma, ni el sacerdote de Jerusalén, ni el sabio de Atenas, ni el místico de la India, ni el comerciante de China, ni el chamán de Siberia… No hay nadie a quien Dios pueda contar su historia… a no ser unos “pastores”, es decir, es decir, unas personas que no están inscritas en los grandes censos.  Ellos, los pastores, eran en aquel tiempo 

  1. los irregulares, como si hoy dijéramos:
  2. los que no tienen casa, ni cena, ni seguridad
  3. los caminantes, exiliados, inmigrantes…

            Nadie recibe a Jesús (reyes, sacerdotes, comerciantes…).  Todos están ocupados en otras cosas, tienen otros trabajos, problemas, comidas… Pero hay gente libre para Dios, es decir, para la vida, en los campos, fuera de las grandes listas de las celebraciones oficiales, como los pastores de antaño. Sólo unos “pastores” que no tienen nada, ni casa, sólo unos establos en el campo abierto.

 Nace Dios entre los expulsados de la ciudad, entre emigrantes, nómadas de la vida, tribus urbanas o gente de la estepa… Había por allí unos pastores, gente que pasa, que observa en la noche… Normalmente tendríamos miedo: ¿Quién puede estar por ahí en la noche? ¿Quién puede venir a la cueva…?  Tendríamos ganas de llamar a la policía. Pero no, entre los excluidos, fuera de la vida social organizada, están los pastores que vienen y encuentran al niño “en el pesebre”.

En un sentido, la noche es tiempo de miedo, no es para andar por los campos, no es para meterse en las cuevas… Pero ésta es una noche distinta, noche para que nazca el niño, para que vengan y adoren los marginados de la tierra, entre los que Dios ha nacido.

 TERCERA NAVIDAD. DIOS VIENE A CELEBRAR

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           Esto es lo más grande. No es fiesta de Belén, ni de pastores… No es fiesta de emperadores, comerciantes, soldados o sacerdotes y sabios… Es fiesta de Dios, que se alegra y baila, porque nace su Hijo entre los hombres de forma salvadora, no para imponerse sobre ellos, no para mandar desde arriba, sino para compartir desde dentro, con ellos, el camino de la vida:

«Un silencio sereno lo envolvía todo y al mediar la noche su carrera, Dios quiso que naciera entre los excluidos y expulsados de la sociedad el niño…» (cf. Sab 18,14-16).

            Ésta es la noche de la palabra de Dios, que no escucha el rey en su palacio, ni el sacerdote en su templo, ni los comerciantes en sus tiendas… Esta es la noche de la fiesta de Dios. Él mismo ha querido nacer, él invita.

Parece que está la ciudad engalanada de luces de comerciantes, la catedral está abierta, el palacio iluminado… Todos esperan, los grandes del mundo… Pero Dios ha querido celebrar su fiesta en los arrabales de los pastores, emigrantes… gente que puede ser buena, pero que que no se define por “buena” sino por desarraigada, problemática.  Allí, entre esa gente, dice Dios su Palabra: 

No temáis, pues yo os evangelizo un gozo grande para todo el pueblo: hoy os ha nacido en la Ciudad de David un Salvador que es el Cristo Señor. Y esta será para vosotros la señal: encontrareis un niño envuelto en pañales y recostado en el pesebre (Lc 2, 12).

Éste es el signo, un pesebre (phatnê) de animales, no hay cuna de reyes, ni altar de sacerdotes, ni hotel de lujo… Dios sólo encuentra un pesebre, en la cueva de los pastores, bajo el puente de los mendigos, en la choza de los carboneros, como se dice en las historias de los olentzeros.

 Ya lo sé, en muchas las casas, las familias han puesto un árbol para que nazcan allí los regalos, hasta en la plaza del Vaticano lo han puesto y está bien… Pero Dios no dice su palabra a los dueños de los grandes árboles, sino a los pastores expulsados de la gran sociedad.

  Ellos, los pastores, guardianes de ganado sobre el campo, vigilando en la noche sus rebaños en guardia defensiva (no guerrera), serán privilegiados de la gran esperanza de Dios. Ellos son los herederos de las promesas de David. La ciudad del rey (Belén) está cerrada, no ha querido recibir a su Mesías. Pero hay otra ciudad regia y misteriosa, el verdadero Belén de David y del Mesías, en los campos del entorno, en el pesebre abierto en los rediles, en las guardias de la noche, mientras velan los pastores.

Ellos, los pastores de la vida trabajosa, israelitas impuros (no pueden cumplir los reglamentos de la ley), despreciados por los fieles rabinos de la tierra, son portadores de la gran esperanza. Cuando llega el momento del rey mesiánico no salen a la escena los reyes del mundo (César Augusto), ni los grandes maestros de Israel con sus sacerdotes (ni siquiera Zacarías,) sino sólo unos pastores:

También expresan la esperanza universal, pues los otros títulos que el ángel evoca para el niño (Sôter o Salvador y Kyrios o Gran Rey) pertenecen al deseo de salvación de la humanidad. Pueden entenderse en plano israelita, pero en sí mismos desbordan ese espacio y pueden (deben) proyectarse sobre un fondo universal .

Sólo los pastores comprenden el sentido del pesebre: en el lugar de los animales ha nacido y recibe poder sumo el Salvador y Cristo. Lógicamente se les abre el cielo y escuchan la voz del canto angélico: ¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de la buena voluntad! (= a los que Dios ama) (2,14). La misma gloria de Dios (doxa) se expresa en el mundo como paz humana (eirênê). Este es el contenido superior y radical (final) de la esperanza.

CUARTA NAVIDAD,  IGLESIA EN LA TIERRA

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  La navidad es una fiesta cristiana; ella es con la pascua de resurrección la fiesta cristiana por excelencia. Pero es, al mismo tiempo, una fiesta universal, que tiende ya a celebrarse de algún modo en todo el mundo: ¡El nacimiento de Dios, es decir, de la vida!

Es una fiesta anterior al cristianismo. De algún modo, todos los pueblos del mundo celebrado una especie de Navidad: han descubierto que “Dios nace”, que la vida es un don, que cada niño es experiencia de un misterio de amor.  Por eso, la Iglesia cristiana no puede apropiarse del todo de esta fiesta, como si fuera suya, pues es de todos, de la humanidad entera.

             Ésta es para la Iglesia una fiesta afirmativa, con un happy end: los pastores corren a Belén y encuentran a María y a José y al Niño recostado en el pesebre. Es claro que se admiran: ¡reconocen la verdad de la palabra, el cumplimiento de la espera de los siglos, creen y veneran!. Sobre la cuna de Jesús se ha iniciado el camino de la nueva fe. Los primeros creyentes mesiánicos, los más hondos discípulos del Cristo son estos pastores. No saben cómo acabará la historia, no conocen todavía el recorrido y fin del Cristo, pero el signo del pesebre en una noche de guardia sobre el campo, les ha ofrecido una señal que vale para siempre:¡pueden alabar a Dios, ofreciéndole su canto de gloria sobre el mundo, manteniendo su oficio de pastores mesiánicos en el entorno de Belén!

Pero es también una fiesta problemática. No sabemos lo que será en el futuro la Navidad. Muchos piensan que ella va a terminar destruida en la feria del comercio mundial, del capitalismo que todo lo destruye. Si es así, si la Navidad acaba siendo simplemente luces de comercio, feria de propaganda de ventas inútiles… la humanidad habría perdido uno de sus signos más valiosos.

             Por eso queremos que la Iglesia siga ofreciendo el signo de la Navidad, es decir, el signo universal de la vida de Dios que nace entre los más pobres, en camino de justicia y de amor.

 QUINTA NAVIDAD,  DIOS NACE EN MI VIDA

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     Hay una dimensión final de la Navidad que han puesto de relieve desde antiguo los orantes, los contemplativos, los místicos:

La navidad soy yo, y eres tú… Dios que nace en mi vida, en tu vida. Ésta es una experiencia que han puesto de relieve los grandes cristianos, desde Orígenes has Gregorio de Nisa, desde Dionisio Areopagita hasta Teilhard de Chardin. Entre ellos quiero destacar a Juan de la Cruz, el santo de la Navidad, que cantaba coplillas a la “Virgen preñada que va de camino… esperando que la recibamos”.

     Ésta es una experiencia de Navidad que Juan de la Cruz ha desarrollado en su comentario al Cántico Espiritual (CA estrofa 38 y CB estrofa 39). Como se sabe, en el momento culminante del proceso de amor, allí donde el Cántico nos introduce en la intimidad de Dios, Juan de la Cruz afirma que el “alma”, es decir, el creyente “espira en Dios con la misma espiración de Dios”. Eso significa que Dios nace de verdad en nuestra vida, en nuestra propia realidad de personas. Eso significa que cada uno de nosotros, si de verdad descubrimos nuestra verdad, somos Navidad de Dios: 

 «El aspirar del aire es una habilidad que el alma  ella aspira en Dios la misma aspiración de amor   que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre,  que es el mismo Espíritu Santo, que a ella (al alma) la aspira en el Padre y en el Hijo  en la dicha transformación, para unirla consigo.   Y esta tal aspiración del Espíritu Santo en el alma  con que Dios la transforma en sí, le es a ella de tan subido y delicado y profundo deleite  que no hay que decirlo por lengua mortal...  Porque el alma, unida y transformada en Dios,  aspira en Dios a Dios la misma aspiración divina  que Dios – estando ella en Él transformada – aspira en sí mismo a ella (CB 39, 3).

Ese “aspirar del aire” es la comunicación de Dios, es decir, el nacimiento de Dios en nuestra vida, pues nos hallamos inmerso en la misma aspiración (respiración) de Dios, recibiendo su aliento (Espíritu de vida) y respondiendo, como el mismo Cristo (Hijo de Dios): dando a Dios su aspiración divina. Eso significa que la Navidad no es ya Belén, ni los pastores, ni la Iglesia de San Pedro, ni la humanidad…. Ciertamente, es todo eso, pero en sentido radical, la Navidad soy yo mismo, pues en mí nace Dios, pues yo mismo soy Jesús, el Hijo de Dios.

El hombre que ama se encuentra introducido en Dios y así recibe y comparte (comunica) el mismo ser divino, entendido como “aire” o "espíritu" santo. Esta aspiración pasa, por tanto, “de Dios al alma y del alma a Dios” (CB39, 4), de manera que por ella el alma se vuelve deiforme, transformada en las tres personas “en potencia y sabiduría y amor”.  Por eso, los santos (es decir, los creyentes y amantes) son “una cosa (con Dios), por unidad y transformación de amor”, no por esencia natural, sino por don divino.

             Esto significa que somos Dios por gracia (no por mérito), en comunicación personal, y el amor que somos (tenemos), al dar y compartir la vida (al aspirar el aire), es el mismo amor divino (cf. CB 39, 5-6). Aquí nos deja Juan de la Cruz, par que descubramos y celebremos la Navidad de Dios en nuestra vida.    La Navidad eres tú, pues Dios nace en tu vida.  Tú eres Belén, tú los pastores…

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