Nuevos pecados. 3. Violación genética. El hombre prêt a porter

He venido presentando los cuatro nuevos “pecados capitales”, propuestos por Mons. Girotti, en su entrevista al Osservatore Romano del 9 del presente. Dejaré para dentro de unos días el pecado de la drogadicción. Hoy presento el de la “manipulación genética”, que prefiero llamar “violación”, pues un tipo de manipulación ha existido siempre y puede ser buena. Lo malo es “violar” al ser humano, imponerle desde fuera un tipo de personalidad. De manera sorprendente, la prensa ha venido hablando de “violaciones bioéticas como la anticoncepción, pero ése debe ser un añadido de alguien interesado en introducir confundir niveles. Aquí se trta de algo mucho más serio, y Girotti no habla de la anticoncepción, sino de la violación genética, de la que trataré con más extensión, retomando y reformulando ideas que presenté ya en otro blog. El tema es extenso. Los que quieren mirarlo con rapidez pueden pasar al último apartado, donde hablo de los hombres pre-fabricados o prêt a porter. "Yo me encargo un obrerito, yo una amante, pero que sea morena, por favor, que no somos racistas"

La violaciones genéticas.

Las palabras de Mons Girotti son estas: “Innanzitutto l'area della bioetica, all'interno della quale non possiamo non denunciare alcune violazioni dei fondamentali diritti della natura umana, attraverso esperimenti, manipolazioni genetiche, i cui esiti è difficile intravedere e tenere sotto controllo”. Se trata, por tanto de condenar aquellas manipulaciones genéticas que constituyen violaciones de unos derechos fundamentales de la naturaleza humana. Dejo a un lado el tema de la “naturaleza humana”, que debe ser más precisado, para centrarme en tema clave: la posibilidad de una transformación del ser humano, impuesta desde fuera, por un tipo de ciencia.
Éste es uno de los campos de batalla donde se decide el futuro de la humanidad. Nos puede matar la bomba atómica, pero también podríamos matarnos si manipulamos las claves genéticas de la reproducción humana. Venimos de una larga historia de vida cósmica, vegetal y animal, que ha desembocado en un genoma abierto a la Vida con mayúscula, una Vida que sólo se despliega en nosotros si acogemos en humanidad (amor y palabra) a los niños que nacen. Pues bien, desde hace unos decenios (años), podemos influir no sólo en los niños que han nacido, sino también en el genoma del que proceden, introduciéndonos así de un modo nuevo (y posiblemente violento) en el proceso de reproducción y despliegue de la Vida que se expresa en nuestra vida.

Reflexión inicial. Nuevo amor de padre/madre.

En sí misma, la ciencia y técnica genética son muy positivas (un saber muy hondo) y pueden emplearse para curar y mejorar el proceso natural y personal del surgimiento de la vida. Más aún, en general, podíamos decir que el proceso de nacimiento humano había quedado sustraído a la violencia, de manera que (en contra de una visión pesimista de la generación, propia de San Agustín y de algunos teólogos cristianos) los niños nacían y crecían a partir del amor básico de las madres. En esa línea, se ha podido decir que el amor materno (engendrador) no ha sido trasmisor de violencia, sino portador y signo del amor de Dios: no nacemos de un pecado, sino de una gracia original (aunque en ella pueden haberse incluido rasgos de pecado).

Cf. H. U. VON BALTHASAR, “El camino de acceso a la realidad de Dios”, en Mysterium Salutis II, I, Madrid 1969, 41-42. Sobre el amor materno y la violencia de género, cf. también: C. CORIA, El sexo oculto del dinero, Paidós, Buenos Aires 1992; Las negociaciones nuestras de cada día, Paidós, Buenos Aires 1997; E. BADINTER, ¿Existe el amor maternal?, Paidós, Barcelona 1991; E. GIBERTI y A. FERNANDEZ, La mujer y la violencia invisible, Sudamericana Buenos Aires 1989; J. CORSI, Violencia familiar, Paidos, Buenos Aires 1994; Violencia masculina en la pareja, Paidos, Buenos Aires 1995; G. FERREIRA, La mujer maltratada, Sudamericana, Buenos Aires 1989; Hombres violentos, mujeres maltratadas, Sudamericana, Buenos Aires 1992.


Pues bien, esa situación podría cambiar, no sólo por manipulación genética, sino también por los cambios que pueden darse en el amor de los padres (¡que podrían quererse a sí mismos más que a los hijos!) y en la educación primera de los niños, que puede convertirse en campo de batalla entre diversas instituciones (como pueden ser el Estado y la Iglesia, en España, con la ley de “Educación para la Ciudadanía”: año 2008). El problema clave no está en los medios técnicos de la “reproducción asistida”, sino en la mediación humana radical de la generación: cada niño tiene que nacer del amor de los padres (¡hasta ahora ha sido casi sólo del amor materno!) o no nacerá como humana.

Estamos en un momento clave del proceso de la humanización. El problema radical se encuentra en la trasformación del sentido de la paternidad y maternidad, motivada por un cambio fuerte en condiciones de la vida. Pero, dicho eso, he querido insistir aquí en los riesgos de un proceso genético en el que interviene la ciencia, advirtiendo que puede convertirse en destructor, si es que se emplea para la producción de unos humanos (hominoides) manejados desde fuera, planificados y educados al servicio de un sistema, no para ayudar a los padres, sino para sustituirles.

Una bomba humana.

Somos seres natales, hemos surgido a través de un largo proceso de gestación biológica y educación cultural. Hasta hace poco tiempo, el poder político y la ciencia sólo han podido intervenir de manera muy débil en el nacimiento de nuevos seres humanos y en su primera educación, confiada, en general, a las mujeres. Pero ahora son capaces hacerlo de manera muy significativa, con la ayuda de una ciencia genética, que puede servir de gran ayuda, pero que podría utilizarse para dirigir el proceso genético, a través de diversas formas de violencia.
Hombres y mujeres nacen de otros hombres, que no solamente les dan vida física (por biología), sino vida humana, en un largo despliegue (de cuatro a siete años) en el que normalmente no intervienen los poderes políticos. En esa línea se decía que los hijos nacen “porque Dios lo había querido”, conforme a unos principios “naturales” que no solían programarse desde fuera, sino que formaban parte del mismo despliegue de la naturaleza y de una larga educación familiar. Ahora, en cambio, podemos programar ciertos elementos del proceso genético (empezando por el sexo), a través de unos medios científicos.
En esa línea se podría decir que los hombres ya no serán engendrados (por generación personal, vinculada a Dios o a la sabiduría de la naturaleza), sino fabricados, es decir, programado, a través de una compleja y exigente ingeniería genética. Así lo habrían querido Platón y otros pensadores/soñadores antiguos, pero no tenían posibilidades científicas y sociales para dirigir ese proceso. Ahora las tenemos y algunos han dicho que podría controlarse incluso un hipotético “gen de violencia” con el que nacemos, haciéndonos capaces de vivir pacificados. Así se ha llegado a pensar que podríamos superar las guerras del futuro, pues hombres y mujeres nacerían sin ese “gen perverso”, que les ha llevado a combatir unos con otros. Sólo, creando (=criando) una “raza distinta” y extendiéndola por selección cultural al mundo entero, podríamos hallarnos programados para el bien, superando toda guerra . En general, los investigadores niegan la existencia de un “gen de violencia”. Ciertamente, la agresividad animal existe, como dato biológico. Pero sólo el hombre la ha trasformado en “violencia” específicamente humana, que no se sitúa ya en un plano genético, sino en un plano personal y social. Entre los que han estudiado el tema, cf. J. SANMARTÍN, El laberinto de la violencia Ariel, Barcelona 2004. Mayor bibliografía en http://www.sepv.org/artilibros/artilibindex2.html

El problema es grande. Hasta ahora habíamos nacido, siguiendo la fortuna de la ruleta biológica, como portadores de un gen de violencia y dentro de una sociedad violenta, de manera que parecíamos condenados a luchar en una guerra social en la que sólo han sobrevivido los más fuertes. Algunos añaden que estamos en una situación de “no retorno”: si seguimos naciendo así como nacemos, sometidos a los impulsos violentos, acabaremos matándonos todos, pues poseemos ya un poder de destrucción total (bomba atómica) que, unido a nuestra agresividad y violencia, deja pocas esperanzas de vida para el futuro. Sólo podríamos superar nuestra violencia a través de un nacimiento distinto, programado genéticamente, que produciría otra humanidad, que estaría preparada para la paz.

Bioética: ¿superación de la violencia?

Ésta podría ser en principio una buena aspiración: vencer el “gen” violento que parece dominarnos. Pero podría ser también una tentación, pues destruyendo ese “gen” (si lo hubiere) podríamos destruir al mismo ser humano. Precisemos mejor el argumento:

a. Una buena aspiración. Muchos piensan que hemos sido animales enfermos, bajo el dominio de un instinto de muerte, que podría llamase pecado original. La Iglesia cristiana ha querido superar ese pecado ofreciendo a los hombres un nuevo nacimiento espiritual (bautismo), para hacerles miembros de una comunidad de renacidos. Pero ese nuevo nacimiento no ha sido capaz de conseguir sus objetivos, pues las divisiones y violencias han seguido tras la llegada y expansión del bautismo cristiano. Por eso, muchos (algunos) añaden que es preciso planear y aplicar un nuevo nacimiento, más eficaz, organizando y recreando genéticamente el parque humano, sin que exista ya violencia . Esta podría haber sido la tesis de P. SLOTERDIJK, El parque humano, Siruela, Madrid 1999, que asume y desarrolla la imagen inquietante de un “parque animal” para desarrollar la raza adecuada. Pero, al lado de eso, propone una exigencia de transformación que parece tener evocaciones religiosas, en la línea del no-actuar de ciertos movimientos chinos, como indica en Eurotaoísmo, Seix Barral, Barcelona 2001.

b. Una tentación. Al planificar de esa manera el nacimiento de nuevos individuos corremos el riesgo de crear una humanidad a nuestra imagen y semejanza, es decir, a nuestro servicio (al de los fabricantes. Más aún, los hombres y mujeres así fabricados no serian personales, dueños de sí mismos, responsables de su vida, sino un tipo de máquinas complejas programadas y dirigidas desde fuera. Muchos suponen que una planificación genética que intentara suprimir el gen/violencia sería un nuevo acto de la tentación mesiánica del diablo (cf. Mt 4; Lc 4), que le ofreció a Jesús su “paz” con tal que le sirviera. Siguiendo esa línea, unos hombres manipulados y programados por un diablo ilustrado (un equipo mundial de programadores genéticos y educadores globalizados), podrían trabajar, comer y divertirse en paz, sin riesgo de violencia, pero no serían personas (hijos de un Dios que engendra en libertad), sino productos de un zoo de hominoides . En polémica con P. Sloterdijk, ha elevado su voz J. HABERMAS, El futuro de la naturaleza humana, Paidós, Barcelona 2002, defendiendo una eugenesia liberal y humanista, de manera que entre padres e hijos (científicos y niños “producidos”) pueda darse un diálogo en igualdad, sin imposición de unos sobre otros, sin que una generación de sabios defina lo que han de ser los hombres del futuro. La manipulación eugenética nos sitúan ante una guerra que ya no se libra entre seres libres e iguales, sino entre un grupo de sabios (manipuladores genéticos), que controlarían y dirigirían el proceso de engendramiento, y el resto de la humanidad, que perdería así su capacidad de mal (su gen perverso), pero también su libertad.

3. Pero la violencia específicamente humana no depende de un gen biológico (aunque, como todo lo humano, tiene un aspecto biológico), sino que se sitúa más allá de todos los genes, en el nivel de la libertad personal y de la responsabilidad humana, que se expresan y despliegan en un campo social. A diferencia de los animales (que son simplemente agresivos por naturaleza), el hombre, siendo agresivo (por animal) no es violento por necesidad y ley física, sino por opción, en libertad, pues la violencia no es agresividad biológica, sino opción destructora (odio), en un plano personal y social. Una solución biológica del tema de la violencia no sería solución, sino recaída en un tipo de animalidad prehumana, pues con la posibilidad de la violencia (el odio y la envidia) se suprimiría también la posibilidad del amor .

Problemas de fondo.

Hasta ahora, los niños han nacido por engendramiento personal de los padres y de su entorno. Si la nueva propuesta se lleva hasta el final, no habría ya padres, sino productores (un consejo de sabios, un Estado), que utilizarían el material genético de hombres y mujeres para fabricar in vitro y en la máquina (quizá incluso en vientres femeninos alquilados) un tipo de hominoides, mutados y seleccionados. Estamos ante un salto cualitativo en la vida humana. Por vez primera en la historia, la humanidad como tal se sitúa ante una opción decisiva de supervivencia, no sólo ante la bomba atómica, sino también ante esta bomba genética.
Se trata de saber si los hombres en conjunto quieren seguir siendo humanos o si prefieren optar por un tipo de post-humanidad que acabaría siendo infra-humana. Se trata de saber si los seres producidos “por ciencia” serían personas, vivientes autónomos, a imagen de Dios (como Jesus), con libertad, o productos biológicos pre-fabricados y manejados en serie, desde fuera de sí mismos. Es evidente que, por ahora, una manipulación biológica consecuente y generalizada es sólo una posibilidad, pues parece que no hay medios para realizarla. Pero puede iniciarse un camino en esa línea, de manera que empiece así la más dura de todas las guerras humanas, la guerra por el control de los niños que nacen. Llevada de manera consecuente, esa guerra sería la mayor de todas las violencias, pues se ejercería contra seres indefensos a los que obligamos a ser como queremos (objetos) y no como ellos querrían ser a través de su propio proceso de engendramiento personal (sujetos), en un contexto que les influye, pero no les determina. Así empezaría un tipo de esclavitud total, de alma y cuerpo, que determinaría incluso los aspectos psicológicos de los hombres así producidos.

Los hombres prêt a porter

Se podrían hablar de una eugenesia bondadosa, que trataría de “encauzar” a los embriones para evitarles los problemas duros de la vida y para suscitar hombres mejores, sin tendencias agresivas, sin tensiones de muerte y pecado (es decir, sin auto-conciencia y libertad). En esa línea se situaba el imaginario de cierta tradición, que enviaba a los niños sin uso de razón (no bautizados) a un limbo de inocencia, para que no sufrieran ni pudieran llegar a ser mayores. Se produciría un paraíso sin serpiente… y sin humanidad. Pero podría haber también (y sobre todo) una eugenesia perversa, para producir hombres-máquina, puros utensilios. El sistema de poder no parece interesado en experimentar con hombres-niños inocentes y felices, pero puede estarlo en producir hombres-máquina, esclavos vivientes. En otro tiempo se hicieron guerras por lograr esclavos de otros pueblos, para dedicarlos al trabajo o sacrificarlos a los dioses. Ahora se trataría de clonar y producir esclavos genéticos, para servicios laborales, sacrales o sexuales, hombres prêt a porter, según las necesidades del sistema.

Así podríamos producir hombres domésticos, según las necesidades, en la línea de la filosofía de Aristóteles, que hablaba de “esclavos por naturaleza”, como hemos visto en el apartado anterior.

(a) Habría hombres-soldado, para resolver los asuntos sucios de violencia. Ellos nos defenderían de posibles enemigos interiores y exteriores, como está mostrando un tipo de ciencia-ficción, más avanzada que la filosofía.

(b) Hombres-obrero, para los trabajos duros de limpieza, agricultura y construcción, robots vivos, no puramente mecánicos, con una inteligencia adaptada a las necesidades de cada caso.

(c) Hombres-cuerpo para el sexo, la gestación o la compañía, en sus diversas formas... Podría dejar, incluso, de ser vivíparos, pues habría humanoides para la gestación de los niños, “liberando” a las mujeres libres de su tarea materna.

Si algo así sucediera, si los clonados no fueran capaces de vivir en libertad y comunicación gratuita con otras personas, compartiendo con ellas su experiencia de nacimiento y muerte, la especie humana se habría destruido a sí misma o, al menos, se había dividido de un modo insalvable. Por un lado quedarían los nuevos dueños de la vida, manipuladores genéticos, fabricantes de hombres. Por otro estarían los esclavos genéticos, nacidos y programados para servir a sus señores. Ésta sería la última de nuestras guerras, guerra del fin del mundo, que a veces se ha descrito con tintes horrorosos, pero que podría resultar muy banal: los de arriba dejarían de ser humanos por renunciar a la moral; los de abajo no serían personas por carecer de libertad .
Esta manipulación sería la última de las cárceles, el cautiverio final de unos hombres que tras haber salido del sueño de la naturaleza madre, se encierran en la tumba de sus propias producciones. Pienso que es aquí donde debe revelarse la verdad de Dios, Vida infinita y abierta, de manera que también nosotros, los hombres, podamos “ser” gratuitamente lo que somos, en libertad, no como corderos o robots impersonales. El mayor infierno sería ser incapaces de infierno (es decir, de libertad).


La bibliografía sobre el tema resulta inabarcable. A modo de ejemplo, cf. N. BLÁZQUEZ, Bioética y procreación humana, BAC, Madrid 1988; La bioética y los hijos del futuro, Vision Net, Madrid 2004; E. BONÉ, ¿Es Dios una hipótesis inútil? Evolución y bioética, ciencia y fe, Sal Terrae, Santander 2001; H. G. ENGELHARD, Los fundamentos de la bioética, Paidós, Barcelona 1995; J. R. FLECHA, La fuente de la Vida. Manual de Bioética, Sígueme, Salamanca 2002; D. GRACIA, Como arqueros al blanco. Estudios de bioética, Triacastela, Madrid 2004; J. R. LACADENA, Genética y bioética, Comillas, Madrid 2003; J. MASIÁ, Bioética y antropología, Comillas, Madrid 1998; Bioética y antropología, Comillas, Madrid 2004; Tertulias de Bioética, Trotta, Madrid 2006.
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