Santo sin milagro (Juan XXIII), santo con milagro (Juan Pablo II)

Con ocasión de la "fiesta" de Juan XXIII y Juan Pablo II (27.04.14) se ha discutido la necesidad y sentido de los milagros en la canonización de los santos:

‒ En el caso de Juan Pablo II se ha seguido el íter canónico actual (¡relativamente reciente!), con la aprobación de un milagro, que serviría para "probar" su santidad (conforme a una legislación que ha sido fijada en el siglo XVIII por el Papa Lambertini, Benedicto XIV: 1740-1758).

‒ Por el contrario, en el caso de Juan XXIII, el Papa Francisco ha “saltado por alto (por algo)” el milagro, de manera que la canonización se ha realizado conforme al estilo tradicional, apelando a las virtudes y al testimonio de santo, sin necesidad de apelar a milagros.

En esa línea, lo que se ha llamado “dispensa” del Papa Francisco no ha sido una novedad, sino una vuelta al estilo tradicional de canonización de la Iglesia más antigua , que aceptaba (y ratificaba) el testimonio de los fieles cuando proclamaban la "santidad" de una persona, y la invocaban y tomaban como signo de evangelio, dándole un tipo de culto.

De un modo tradicional, el que "canonizaba" no era nunca el Papa (hasta muy entrada la Edad Media), sino el pueblo cristiano, cuando descubría y proclamaba de forma espontánea y mayoritaria la santidad de una persona. Lo que hacían los obispos y luego el papa venía más tarde, y consistía en aprobar (ratificar y extender al conjunto de la iglesia) la "canonización" realizada previamente por el pueblo.

El tema es importante, y por eso he querido aclarar algunos puntos sobre el valor y el gran riesgo de apelar a unos pretendidos milagros, "probados por la ciencia", para canonizar a unas personas, pues esa "apelación" a los milagros va en contra de la forma de actuar de la Iglesia primitiva (cf. Hch 15, 28: "nos ha parecido...", sin necesidad de justificarse con milagros)y de la racionalidad que el mismo Dios nos ha dado (sabiendo que el milagro no puede ser prueba física de algo, pues se sitúa en otro plano de fe y vida).

Por eso, alguien "malicioso" podría invertir o reinterpretar el título de la postal que he puesto arriba, y poner:

Santo por el milagro de su vida (Juan XXIII);
santo para el que no ha bastado el milagro de su vida (Juan Pablo II).


Evidentemente no es así, pero el tema tiene miga. Siga leyendo quien quiera enterarse algo más.

Punto de partida, con P. Kaziri.

Quiero empezar evocando algunos datos canónicos y una reflexiones posteriores, que presenté ya en parte en una postal del 30.11.09, con ocasión de la tesis doctoral de un mercedario amigo.


Por eso he querido poner (tras las imágenes de los dos nuevos santos) la portada de esa tesis salmantina de Pierre Kaziri, en la que se fundan básicamente mis aportaciones.

Fue una tesis con la máxima calificación, por eso aprovecho lo que entonces se dijo (y dijimos) en la Universidad del Episcopado Español. Y con esto un saludo, un abrazo, para ti, amigo Pierre, cuando leas estas palabras. Con todo corazón...

Hola Pierre, amigo de tantos años, al fin de la postal va una semblanza de tu vida. Certifico la verdad de lo que dice, y mucho más. Cuídate y sigue en la brecha.

Una tesis doctoral, un tema académico.

No se trata de un asunto de gustos, sino de una cuestión académica y doctrinal, que desarrolló mi amigo y hermano Pierre Kaziri en su tesis doctoral en Derecho Canónico, en la Universidad Pontificia de Salamanca (11.1109). El tema era:
Las virtudes y el martirio como razones o causas para beatificar o canonizar a un venerable, a lo largo de la historia y en el Derecho actual de la Iglesia.

Fue una tesis razonada, precisa, profunda, y así lo reconocieron los especialistas del tribunal, representantes de las tres grandes Facultades de Derecho Canónico en España: Navarra, Comillas y Salamanca.


Al final quedó en el aire una pregunta: ¿Qué pasa con los milagros exigidos para ciertas canonizaciónes? ¿Qué sentido tienen y qué aportan, como signo o prueba de santidad? Con su tradicional sabiduría africana, P. Kaziri renunció a responder a esa pregunta, diciendo que él sólo había expuesto los dos motivos tradicionales:

La Iglesia católica ha canonizado y canoniza a los mártires y a los hombres o mujeres de virtud probada y ejemplo de vida, sin necesidad de milagros. El tema canónico de los milagros resulta posterior secundario.

En la sobre-tesis y en larga sobre-mesa dialogamos sobre el tema entre varios amigos y compañeros, todos especialistas, hombres de iglesia. Se impuso, por su autoridad, el argumento del Prof. A. Vázquez, filósofo y teólogo, el mayor especialista hispano (¡y consultor de obispos!) en psicología de la religión, que nos dijo:

«Exigir milagros, como hoy se hace, para beatificar o canonizar a un santo me parece magia. Va en contra del estilo “cristiano” de Jesús y de la Iglesia. Apelar para esto a milagros es algo que está más cerca de una ordalía o de ciertas pruebas mágicas que aparecen todavía en el Antiguo Testamento (como las aguas amargas) que del estilo evangélico de vida de Jesús».


Dialogamos tras la tesis sobre el tema y ahora quiero evocar algunos de los argumentos esgrimidos, por si los lectores quieren reflexionar sobre ellos. Por favor, amigos, los argumentos no son míos (sólo míos), sino de un teólogo y psicólogo de la religión y de varios canonistas de las Facultades de Derecho Canónico de España.

Todos afirmaban que, hoy por hoy (en la línea de lo que ha pasado con Juan Pablo II), la Iglesia oficial apela a los milagros… pero añadiendo que sería mejor que se revisar su empleo en las beatificaciones y canonizaciones de los santos (como ha hecho el Papa Francisco para el caso de Juan XXIII, añado yo ahora, a toro pasado, pasados cinco años). Lo serio no es apelar a milagros como pruebas (o signos) de santidad. Los serio es apelas a la vida y testimonio de los santos.

Apelar a milagros, una visión precrítica (y poco cristiana) del Derecho Canónico.

Exigir milagros, como hoy se hace, para beatificar o canonizar a unas personas nos parecía algo poco cristiano, más cercano a la magia que a la experiencia del evangelio. Va en contra del estilo “cristiano” de Jesús y de la Iglesia y se sitúa en la línea de la ordalía o de ciertas pruebas “sobrenaturales” que se exigían en el Antiguo Testamento (como las aguas amargas), pero no en la iglesia primitiva.

Por mi parte, yo creo” en los milagros, es decir, en la presencia de lo sobrenatural, en el poder de la Vida que se expresó en Jesús y que se expresa en muchos hombres y mujeres, pero convertirlos en “prueba” exigida para resolver un tema (un juicio, un proceso de santidad) me parece contrario al evangelio.

Esto es lo que pienso, con la mayor parte de los teólogos y canonistas católicos con quienes he dialogado sobre el tema. Ésto es lo que dijimos entonces, tras la tesis de P. Kaziri:

a. La mayor parte de los teólogos creemos en los “milagros” en el sentido del Evangelio. No sólo pensamos que la vida es un milagro y que, sobre todo, es un milagro la fe y la experiencia de la gracia, sino que estamos convencimos de que hay muchas cosas que no pueden explicarse por la pura ciencia.

b. Pero el milagro no es algo que va “contra las leyes de la naturaleza” (¡pues no conocemos lo que ella, la naturaleza, significa!), sino aquello que nos abre hacia un horizonte más amplio de vida y de esperanza. El milagro auténtico es “Dios”, es decir, la fe en Dios… En ese sentido, los milagros ya concretos son “señales” (signos) de esa presencia de Dios, no pruebas, como sabe el Evangelio: Jesús nunca “ha probado” algo con milagros, más aún, se ha negado a hacerlo, cuando le han pedido y exigido que los haga. (Jesús no probaría con un milagro la santidad de su siervo Wojtyla) Pero su vida está llena de signos de misterio, para aquellos que saben ver.

c. Si un milagro se probara científicamente no sería milagro, sino que caería (de alguna manera) dentro de la lógica de la ciencia. La buena ciencia sabe que en la vida de los hombres hay cosas y cambios que no se explican a través de una ciencia de tipo físico (como la medicina clásica), pero eso no significa que ella los considere milagros (en el sentido de acciones que rompen las leyes de la naturaleza), sino que deberíamos ampliar el concepto de naturaleza y de vida humana.

d. No negábamos, pues los milagros, pero pensábamos que ellos no se pueden probar en un plano “científico”, pues tampoco sabemos lo que es la ciencia y lo que podrá ser mañana. Por otra parte, el despliegue de la salud y de la enfermedad de los hombres y mujeres nos sitúa en las mismas fronteras de la ciencia, abriéndonos a elementos y factores que no podemos dominar con los métodos de contabilidad científica actual.

e. Por otra parte, pedirle a Dios “milagros” para probar que un hombre o mujer es santo nos parecía más cercano a las ordalías medievales (de tipo germano) que al estilo bíblico y cristiano de vida. Pensábamos que en este campo la praxis canónica de la Iglesia tiene que cambiar, adaptando el Derecho Canónico al Evangelio (al estilo de vida de Jesús). Estábamos convencidos de que Jesús nunca pediría un milagro de estos que pide el Derecho Canónico actual para canonizar a alguien… Ni siquiera a él le habrían podido canonizar según el Derecho Canónico (pues los “científicos” de entonces, que no eran malas personas, no creyeron en sus milagros… y la resurrección no se puede probar con métodos científicos).

f. Además, no es más milagro la curación “externa” de un enfermo que el hecho de que ese enfermo muera. Más milagro fue la muerte de Jesús en la Cruz que el posible “descenso” de la cruz, por obra de ángeles o seres sobrenaturales (como el mismo Jesús dijo). Pedir (exigir) milagros de curación cuando Dios no “curó” a Jesús de esa manera en la cruz nos parecía poco cristiano. El tema lo planteó de una forma intensa el gran Dostoievsky, en los Hermanos Karamazov, al hablar de la muerte y de la corrupción de un monje “santo”. ¿Qué es más milagro la incorrupción en el sepulcro que el corromperse en un sentido para renacer en otro, como dice San Pablo en un lugar famoso de 1 Cor 15).

g. Toda la tradición cristiana, desde el tiempo de Jesús, conoce bien el tema de la ambigüedad y manipulación de la “milagrería” que puede darse y se da en ciertas capas de la Iglesia (aunque éste no es el caso en las causas de beatificación y canonización, decíamos). El único “milagro” es la fe, una fe actica que puede mostrarse en el hecho de que muchos hombres y mujeres se hayan puesto en manos de Dios a través del “testimonio” algunos santos… Esa fe que cambia la vida que es el verdadero milagro.

Una conclusión (ya mía), con un libro del “Opus” (en parte)

Me gustaría que el Derecho Canónico cambiara esa norma de los “milagros necesarios” para beatificar o canonizar a un santo, pues creo que ella no responde al evangelio ni a “sabiduría humana”. Si se quiere conservar el término “milagro” habría que darle otro sentido, otros matices, en la línea del cambio personal y de la apertura de horizontes humanos, ante el misterio de Dios, ante el don de la vida, tal como descubrimos en el Evangelio de Jesús.

No quiero ya tratar del milagro “concreto” que se ha aprobado para la canonización de Juan Pablo II (una persona que ha sido “curada” de una gravísima enfermedad, “invocando” al Papa). No dudo de que se haya curado, no dudo de que haya invocado a Juan Pablo II. Pero decir que eso ha sido milagro en el sentido que se le da al término y que el “autor” (o intermediario) ha sido Juan Pablo II me parece demasiado.

Al acabar la conversación (hace ya cinco años) alguien nos dijo que lo que decíamos era el tema central de un libro importante,que he leído después, pero no me ha hecho cambiar de opinión, aunque tiene muchas cosas buenas, y así lo recomiendo a todos los lectores de mi blog. Uno de sus autores (Martín de la Hoz) es de la Prelatura del Opus Dei), el otro (Quintana B.) es promotor de las causas de beatificación y canonización en la diócesis de Madrid. Han hecho un buen estudio, que me ha enseñado mucho, aunque no me ha convencido.

Excurso para gente con tiempo:
José Carlos MARTÍN DE LA HOZ - Ricardo QUINTANA BESCOS, CAUSAS DE CANONIZACIÓN Y MILAGROS (Desclée de Brouwer, Bilbao 2008)


El libro citado aparece (en parte) con esta “propaganda” en la solapa: En el siglo XXI parece muy atrevido hablar de milagros. Precisamente en un momento en el que el desarrollo de la ciencia y de la técnica parece explicarlo todo, resulta aventurado pronunciar la palabra milagro. Ante una curación inexplicable o una respuesta de Dios a una petición extraordinaria de los hombres, siempre aparece el racionalista que todos llevamos dentro: ¿Será una sugestión? ¿Es verdad?

La realidad es que Jesucristo, hace ya 2.000 años, pedía fe como requisito previo para obrar cualquier milagro. Hace falta fe para captar el hecho extraordinario como milagro. En cualquier caso, Dios sigue obrando milagros, como atestiguan los procesos de canonización y el testimonio de tantos hombres y mujeres del mundo entero. Dios sigue actuando en la Historia, está entre nosotros.

Necesitamos y queremos “milagros”, pero en otro sentido, no para “probar algo” (si uno es santo o no), sino para superar el plano de la pura racionalidad, penetrando en el ámbito de la gracia, de la felicidad de Dios, del don de la vida. Lo que Jesús pide es “fe” activa, amor intenso al servicio de los demás. Más aún, la fe es capaz de “hacer milagros”, es decir, de transformar la vida de los hombres y mujeres, en un plano de totalidad, incluso de manera “corporal”. Pero “demostrar” que hay milagros concretos, realizados por la intercesión de este “santo” concreto y poner esos milagros como “prueba” de santidad me parece quizá demasiado (es decir, poco evangélico). Quizá sería hora de que cambiara la norma canónica sobre los milagros en los procesos de beatificación y canonización.
El verdadero milagro de Juan Pablo II (como el de Juan XXIII) ha sido ser su vida entera al servicio de la unidad y de la misión de la Iglesia.

Excurso: Pierre Kaziri


Tengo en mis manos el extracto de la tesis doctoral en Derecho Canónico de mi amigo Pierre (La prueba de las virtudes heroicas y del martirio en las causas de canonización). No he podido leer la tesis entera porque no soy un entendido en la materia del derecho canónico y el tema me da una cierta pereza mental. He leído otros escritos suyos y confieso que son intelectualmente rigurosos.

Burundés de nacionalidad, Pierre realizó sus estudios pre-universitarios en Rwanda y los universitarios en España (Universidad Pontificia de Salamanca) y en Madrid (Universidad Pontificia de Comillas). De nivel intelectual alto, sus discusiones son siempre a base de pruebas y argumentos válidos. No es de los que cuentan chistes, ni habla con “groserías oficializadas”. No es demagogo ni inspector de las vidas ocultas de sus vecinos. Normalmente habla al estilo africano, pausado y sin levantar la voz. Tal vez por eso no suele “vender bien” sus ideas a los occidentales siempre aprisados, poco oyentes y dados a discusiones estériles. Pierre no es un charlatán.

La tesis la dedica a sus padres Gaudens y Césarie, al Padre Manuel Rodríguez Carrajo y a la familia Dafonte Vaz. El P. Manuel (amigo en común) falleció hace un par de años y he hablado de él en una de estas entradas. Buena gente. El P. Dafonte fue uno de los cuatro primeros misioneros mercedarios que pisaron la parroquia de Pierre en 1968. Cuando fue expulsado del país por el gobierno burundés se instaló en Puerto Rico pero mantuvo su amistad con Pierre. De hecho toda su familia profesa su estima por Pierre.

Una de las virtudes de Kaziri (así le llaman sus compañeros religiosos mercedarios) es su discreción. Como no es un tipo interesado en los barullos urbanos, si le cuentas una confidencia no debes preocuparte de que llegará a oídos malvados. Naturalmente que como humano se equivoca, pero siempre he visto una especie de inocencia en sus pocos errores. He compartido con él, y él conmigo, muchas confidencias desde hace más de quince años y le considero un buen tipo. Me alegro de sus logros, me apena sus fracasos y deseo que su tesis doctoral le siga aportando sabiduría y pureza de corazón en su misión evangelizadora en Yaoundé (Camerún).
(cf. http://mividaenmarcha.blogspot.com.es/2010/05/pierre-kaziri.html ).
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