2.2.25.Luz de Dios, no venganza, De Simeón a Simeón, de Judit a María. Meditación de Candelas
El próximo domingo, 2.2.25 celebramos con la tradición el fin del tiempo de Navidad, la fiesta de la de la paz, vinculando a dos varones y dos mujeres: (a) Por un lado está Simeón “guerrero” de la venganza israelita, con Judit cortando el cuello al enemigo. (b) Por otro lado está Simeón, el anciano de la paz que acoge a Cristo en sus brazos niño diciendo “ahora Señor puedes dejar a tu siervo morir en paz y diciendo a su madre que llevará siempre la espada de Dios en sus entrañas
No es normal que esta fiesta que han celebrado hasta ayer nuestros mayores se olvide actualmente. Me parece justo retomarla como fiesta de la "candelaria" como día de paz, con el nuevo Simeón y con María, ante Jesús, Candela de paz.
| Xabier Pikaza

Introducción. La Biblia de las venganzas de Dios. IT
En la línea de mi postal r puede situarse la oración del Eclesiástico, que recoge testigo de la venganza de Dios:
Sálvanos, Dios del universo, infunde terror a todas las naciones... Despierta la ira, derrama la cólera, doblega al opresor, dispersa al enemigo... Ten compasión del pueblo que lleva tu nombre; de Israel a quien nombraste tu primogénito; ten compasión de tu ciudad santa, de Jerusalén, lugar de tu reposo (Eclo 36, 1-2. 8-9. 17-18).
En esa línea puede situarse el motivo central de 2 Macabeos 14-15, pero en lugar de Antíoco IV hallamos al rey donde el general perverso cae vencido en el campo de batalla por Judas Macabeo el guerrero de la venganza de Dios. En un contexto semejante aparece Judit, la judía vengadora, que vende y mata (degüella) a Holofernes, guerrero infernal que que quiere destruir toda la tierra (cf. 2Mac 15,34-36; Jud 13, 9-10; 14, 6-13)[1].

Judit es la nueva la heroína de Israel, lo mismo que David en otro tiempo, al matar a Goliat y cortar su cabeza (cf 1Sam 17). Pero el tiempo de Judit ya no es tiempo de varones guerreros como “David (pues no los hay, todos están atemorizados), de mujeres fuertes que arriesgan su vida y alcanzan victoria con la ayuda del Dios de la venganza que se opone a Nabucodonosor, signo de los reyes opresores del mundo:
‒Por un lado está Nabucodonosor que se hace dios sobre la tierra, apareciendo así como enemigo del verdadero de Judá/Jerusalén. A su lado está Holofermes que representa el poder militar casi absoluto de ese rey anti-divino; da la impresión de que no tiene fallo alguno, no hay resquicio de debilidad en su estructura y fuerza combativa.
‒A otro lado está Judit, la bella y valiente judía que confía en el Dios verdadero y destruye el poder del falso y perversodios del mundo. Frente al poder brutal de los pueblos viene a triunfar la fe superior de la mujer, conforme a un tema expresamente desarrollado en 3 Esdras 3-5: fuerte es el vino, más fuerte el rey (guerrero), pero más fuerte todavía la mujer activa.
De esta forma, reflejando la política del tiempo, el libro nos introduce en la complejidad de los poderes humanos. Lo mismo que David, bello muchacho, venció con su honda frágil al durísimo guerrero Goliat, Judit, viuda bella “pero” religiosa, derrotó con la panoplia de su seducción al invencible general asirio, en el momento de suprema confusión del pueblo, cuando las autoridades de la ciudad simbólica (Betel/Betulia) deciden entregarse al enemigo, si las cosas no mejoran (Jud 7). Ella es la que dicta la más honda lección de teología vengadora a los judíos sitiados, pidiendo tiempo para realizar suplan. Ellos lo conceden, sin saber de que se trata (Jud 8), un plan que ella (descendiente de Simeón, el vengador antiguo) presenta ante Dios en oración:
Señor Dios de mi padre Simeón a quien pusiste en la mano la espada, para vengar a los extranjeros que violaron la matriz de una virgen para mancharla, que desnudaron sus partes para vergüenza y profanaron su matriz para deshonra; aunque tú habías dicho (no se actúe así! ellos lo hicieron. Por eso entregaste sus jefes a la muerte; y su lecho, envilecido por su engaño, con engaño quedó ensangrentado; heriste a esclavos con sus señores y a los señores con sus tronos. Entregaste sus mujeres al pillaje, sus hijas a la cautividad; y todos sus despojos fueron repartidos entre tus hijos queridos.
Aquí está los asirios, crecidos en su fuerza, orgullosos por sus caballos y jinetes, ufanos con el vigor de su infantería confiados en sus escudos, lanzas, arcos y hondas; no reconocen que tú eres el Señor que pones fin a las guerras. Tu nombre es Señor: destruye su poderío con tu fuerza, aplasta con tu cólera su dominio. Porque han decidido profanar tu santuario, manchar el tabernáculo donde descansa tu nombre glorioso, echar abajo con la espada los cuernos de tu altar. Mira su arrogancia, descarga tu ira sobre sus cabezas, pon en mi mano de viuda la fuerza para hacer lo que he pensado.
Aplasta por la seducción de mis labios al esclavo con el señor y al señor con su criado; quebranta su altivez por mano de una mujer. Pues tu poder no está en el número ni tu imperio en los poderosos; sino que eres Dios de los humildes, defensor de los pequeños, protector de los débiles, animador de los desanimados, salvador de desesperados… Haz que todo tu pueblo y todas las tribus conozcan y sepan que tú eres el único Dios, Dios de toda fuerza y poder y que no hay nadie que proteja a la raza de Israel fuera de ti (Jud 9, 2-14)[2].
Judit ha puesto su oración y gesto sobre el trasfondo de una historia de durísimo talión: Simeón y Leví vengaron antaño la “afrenta” de Dina, su hermana, violada/utilizada por Siquem el cananeo. Ellos, Simeón y Leví, mataron a todos los varones del lugar, después de haberlos engañado y debilitado con astucia, en un gesto que el libro del Génesis condena o, por lo menos, no ensalza (cf. Gen 34, 30-31; 49, 5-7). Pues bien, la nueva teología judía (cf. Jub 30; Test Leví) rehabilita a Simeón: es bueno vengar con sangre la afrenta de sangre que se hace a los judíos.
La oración de Judit asume y reelabora aquella saga de la venganza de Simeón actualiza y repetida por Judit, que degüella con engaño al cruel pero simple Holofernes. Desde este fondo ha de entenderse la oración que vincula el gesto de Simeón y el de Judit. En ese contexto ella define al Señor como Dios de Simeón, Dios de venganza:
‒Dios de Simón, Dios de Judit (Jud 9, 2-4).Éste es el Dios de Finés/Pinjás, sacerdote vengador, que mata al hebreo que pacta con la cananea (Núm 25,7-11 y a Ex 2,23). Este es el Dios de la judía (Judit) que emerge como nuevo Simeón, pidiendo la ayuda de Dios, Señor celoso que protege el honor de su pueblo para engañar y destruir a los contrarios. Como los hijos mayores de Jacob/Israel (Simeón y Leví) debían vengar, por ley tribal, a la hermana maltratada, así Judit, heroína mayor de Israel, pide a Dios venganza y se dispone a castigar a los extranjeros: matar a sus jefes y herir a esclavos con señores, entregando al pillaje a todas las familias enemigas. Sobre un fondo de fidelidad y celo de Dios, que cuida de la suerte de su pueblo, emerge aquí la más violenta acción de engaño/guerra. El Dios de Judit es salvación por la venganza astuta; es expresión de la debilidad (Judit) hecha más fuerte que la pura fuerza de Holofernes.
‒ Dios eterno de venganza (Jud 9,5-6). Eternidad significa continuidad salvadora; el gesto de liberación y venganza, realizado en otro tiempo a través de Simeón, viene a convertirse en paradigma de su acción perpetua (la de antes, la de ahora, la de luego). Por eso, cuando Judit eleva su plegaria ante la omnipotencia y omnisciencia de Dios no se presenta ante algún desconocido, sino ante el Dios de la historia de su pueblo. En este contexto, se expresa la acción del Dios eterno, que diciendo hace las cosas en contra del dios falso, Nabucodonosor/Holofernes que dice y no cumple lo dicho (cf. 2,1-13). Éste es el Dios de la guerra santa, el Dios militar de Sión y de la tradición guerrera de Israel, de la que Judit toma los pensamientos y palabras de su plegaria (cf. Ex 15,1-17 y 1 Rey 18-19).
En ese contexto, los enemigos asirios (en realidad los babilonios) aparecen como anti-Dios, la fuerza estatal divinizada, el poder militar que pretende aparecer como absoluto. Estrictamente hablando, ellos son el ídolo supremo, signo del hombre que se vuelve antivino por la conquista y la venganza. Ellos son el Son pecado siempre repetido: se colocan en lugar de Dios y quieren destruir su santuario/tabernáculo/altar, es decir, los tres signos privilegios de la presencia divina en el mundo, conforme a la visión israelita. Contra ellos emerge el Dios Israelita, representante de una fuerza y venganza más alta:
‒Sólo Dios es el Señor, Kyrios de la historia. Este es el Dios que, conforme a la experiencia de la guerra santa (en cita de Ex 15,3 LXX), pone fin a toda guerra; no necesita luchar por medio de un ejército; no se apoya en los soldados y las armas, como los asirios, sino que demuestra su poder a través de la debilidad de Judit, mujer vencedora.
‒ Judit es mediadora de la victoria/venganza de Dios. Ella es débil, una simple viuda (Jud9,9), mujer que debía hallarse sometida a la violencia o prepotencia de otros. No empuña la romphaia o espada cortante de su padre Simeón (9,2); pero tiene buena mano y puede actuar; tiene labios de mentira(apatês) y desea engañar para matar a los perversos. Esto es lo que ofrece a Dios, esto es lo que pone al servicio de su pueblo: una mano de viuda/mujer, una astucia de labios seductores.
En vez de Judit, matando a Holofernes, viene María con la paz de Cristo su hijo
Así lo ha entendido y presentado el evangelio de Lucas en la escena de la purificación/presentación de María y de su hijo. Ella es la nueva Judit (pero con un sentido inverso/adverso). Pero en vez de encontrarse con el patriarca Simeón, héroe de la venganza de Israel, ella se encuentra en el tempo con un anciano de paz, símbolo del verdadero Israel, llamado también Simeón:
22Cuando se cumplieron los días de su purificación,según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor…25Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel… Le había sido revelado por el Espíritu Santoque no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. 27Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, 28Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: 29«Ahora, Señor, según tu promesa,| puedes dejar a tu siervo irse en paz.3 0Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: 32luz para alumbrar a las naciones | y gloria de tu pueblo Israel».33Su padre y su madre estaban admiradospor lo que se decía del niño (Lc 2, 22-33)
Éstos son los temas princípiales de la escena: Paz para Israel, luz para las naciones… Éste es el día de la Candela, lluz de Cristo, luz de su madre Israel, salvación para los pueblos, verdadera purificación…Así lo ratifica Simeón, el israelita piadoso que toma en brazos entonando su canción de despedida:
Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz...,porque han visto mis ojos tu Salvación,luz para revelación de los gentiles y gloria de tu pueblo Israel (Lc 2, 29-32)
Al decir a Dios que quiere (puede) morir, Simeón hace suya la historia del pueblo de la alianza: Ha cumplido su tarea de vigía mesiánico, ha mantenido por siglos (milenios) la espera y por fin ha visto y ha palpado al portador de la salvación que es Jesús, gloria de Israel y revelación, luz para los gentiles. Todo final es muerte y Simeón que lo conoce, está dispuesto a morir, sabiendo que esa muerte (la del Cristo, la suya como israelita) es para bien/luz de los gentiles y gloria de Israel (las dos cosas van unidas, morir y ser luz para los gentiles).
Por eso, el canto de bendición de Simeón a Dios con el niño en brazos es un culto de amor y vida universal, de israelitas y gentiles a la vez, no de unos contra otros. El anciano Simeón está dispuesto a morir ya, en amor colmado de esperanza, con todo lo que ha hecho y ha sentido a lo largo de los siglos el pueblo israelita, con todo lo que han buscado y sufrido los gentiles.
Con Jesús termina el tiempo del templo, se han cumplido los ritos de preparación particular de Israel, sólo queda el por-venir universal de Dios en Cristo que nace como niño, para empezar la nueva humanidad desde la infancia. Lo que así termina no no es sólo la vida de Simeón; sino una forma de ser israelita; un tipo de templo, una experiencia de historia y nacionalidad particular judía, tal como lo muestra la obra de Lucas (Lucas y Hechos).
Jesús suscita de esa forma una crisis de muerte y nuevo nacimiento, en forma de conocimiento y comunicación, de vida compartida y de resurrección. Para que el camino de las promesas (de la búsqueda de Israel) se cumpla de un modo universal tiene que morir Simeón, pero sigue viviendo en María, la madre de Jesús que asume en su corazón/alma de creyente la vida y destino de todos los hombres, como le dice Simeón, del modo más solemne:
Tu hijo es signo de caída y resurrección de muchos en Israel,una señal controvertida (σημεῖον ἀντιλεγόμενον),y a ti misma una espada atravesará el alma (τὴν ψυχὴν),para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones(ἐκ πολλῶν καρδιῶν διαλογισμοί., cf. Lc 2, 35)
Cristo, Hijo de María, será causa de caída (muerte) y resurrección, de fracaso y cumplimiento del Primer Testamento en el Segundo, de muchos de Israel, a favor o en contra de la Iglesia. No todos se alegrarán de su venida; no todos cantarán ante él, no todos entonarán el himno de muerte del anciano israelita, sino que muchos se alzarán en contra del mesianismo de Dios y perderán al fin su vida (su esperanza). Esta ha sido la experiencia más sangrante de la iglesia antigua, tal como aparece en los evangelios de Marcos y Mateo, tal como la revive Pablo y como Lucas la recoge luego en Hechos. El mismo Jesús que ha venido a ofrecer la paz para Israel se ha convertido en principio de lucha, controversia y muerte para muchos judíos.
Una paz que se alcanza por dolor…
Jesús será bandera o señal discutida; ante ella se alzarán, litigarán unos con (contra) otros, judíos de un tipo y de otro. Lo que antes fue gozosa esperanza (todos se unirán, transformados) viene a convertirse en voz de llanto, profecía de desdichas. Precisamente aquí se inscribe la tarea y respuesta de María. La batalla por Jesús viene a librarse dentro de su alma o psiché de María, que ilumina por dentro con Cristo, de forma que en ella se expresan los pensamientos de muchos corazones, en camino de sufrimiento y vida de los hombres, a quienes Jesús ilumina con su vida.
Esta es la purificación (=elevación mesiánica) de la madre de Jesús (no la anterior, celebrada conforme al rito judío en Lc. de 2, 22-24). Este es el momento más fuerte y más hermoso (luminoso) de su vida, de manera que la espada que atraviesa su alma viene a presentarse como iluminación de los “pensamiento” (dialogismoi) de muchos corazones. María aparece así como una “biblia abierta”, como lugar donde se vincula la búsqueda y seguimiento de Jesús, la Escritura entera, la Biblia de la nueva humanidad. El verdadero representante de Israel es ya María, la madre de Jesús, tal como aparece en la tradición del evangelio de Juan (escena de Caná, Jn 2, 2-11 y de la cruz, Jn 19, 25-27).
La figura de José (padre israelita) desaparece o queda en un segundo plano (lo mismo que en Mt 1, 18-25 o en Gal 4, 4) y sólo viene a elevarse María, como representante del verdadero Israel, de la humanidad entera, ante el Cristo Mesías, mejor dicho, a su lado. Éstos son los elementos básicos de la comunicación del dolor/amor de María, vinculada por la “espada” de su alma con la comunión de amor de Jesús, su Hijo, en el camino de separación y de unión de los dos testamentos, del Primero en el Segundo o contra el segundo) y de Israel en Cristo o contra Cristo.
Ésta es la paz que, como he dicho, sólo se alcanza por dolor… sufriendo para que llegue, dando la vida por ella, como la Candela de María que se consume y alumbra dando paz, en contra, totalmente en contra de Judit, que no es signo de María, sino de una anti-maría
1) La espada que atraviesa el alma de María es el dolor de Israel.El signo de Jesús divide a los judíos: les enfrenta (les hace discutir) a unos con otros, les escinde (hace que caigan o se eleven), rompe por dentro al pueblo, como lo sigue rompiendo de algún modo hasta el día de hoy. María no puede quedar indiferente ante esa gran ruptura y crisis: es madre Israel, representante del pueblo mesiánico, como hemos podido descubrir en su canción o profecía (Magníficat de Lc 1, 45-55). Por eso sufre: revive en sí el dolor entero de su puebl0.
2) La espada de María es su dolor como creyente, que debe recorrer el camino de la noche de fe, compartiendo el camino de Jesús. Creer es confiar en aquello que ha de venir, dar gratuitamente a los demás lo que tenemos darse en amor y compartir la vida con ellos. En ese sentido, María deberá compartir el dolor de la vida de Jesús, que anda con gente extraña, alejado de su casa, cuando sus hermanos salieron a “prenderle”, porque querían que volviera a Nazaret. Pero Jesús respondió “mi madre, y mis hermanos y hermanas son los que buscan la voluntad del Padre. De esa forma tuvo que aprender María a compartir su alma con el corazón de todos los hermanos/familiares de Jesús (Mc 3, 31-35)[3].
3) Es la espada de muchos judíos que rechazaron al Dios de Jesús.En este contexto dice María: “Llevo una gran tristeza, dolor de parto que no cesa; quisiera ser yo mismo anatema en Cristo en favor de mis hermanos, compatriotas en la carne, los israelitas...” (Rom 9, 2-3). Aplicando estas frases a María, podemos afirmar que ella no sufre sólo por la lucha entre unos judíos y otros a causa de Jesús, sino también, y de una forma especial, por el rechazo concreto de aquellos que niegan al Cristo y, negándole, pueden perderse en caminos sin retorno[4].
4) Compasión de madre ante la Cruz (Jn 19, 25-27). Este dolor de madre bajo la cruz de Jesús forma pare del camino de fe de todos los creyentes: Simeón, el profeta, ha descorrido ante los ojos de María el velo de su historia (el futuro de su hijo). Precisamente allí donde, al final del camino humano de Jesús, tendría que haber existido alegría, pero surge y se extiende la mayor tristeza. Revivamos la escena, con Simeón, en el templo, donde llevan al niño.
(5) Espada de los sufrientes de la iglesia. Siendo madre del Cristo universal María ya no es sólo madre israelita (Sara, Raquel…) sino madre de la humanidad mesiánica, de todos los que sufrirán en el mundo, enfermos y excluidos, cautivos y encarcelados. De manera consecuente, María padece en carne viva el dolor de la humanidad que ha de vincularse en amor, dándose vida unos a otros (cf. Mt 25, 31-46).
Nuevo Simón. De la venganza a la paz mesiánica.
La tradición cristiana ha tendido a presentar a Simeón, hombre de la profecía “mesiánica” del dolor de María, como anciano, pero el texto dice sólo que eran un anthropos (un ser humano, un hombre), añadiendo que se llamaba Simeón (= Dios ha escuchado, cf .Gen 29, 33), un nombre que llega del pasado israelita, el segundo de los doce patriarcas de Jacob/Israel (Rubén, Simeón, Leví, Judá…). Su figura está asociada con dos gestos significativos:
- Como he dicho, Simeón es el patriarca violento y justiciero que tomó la espada para vengar a los extranjeros que violaron a la virgen Dina, siendo reprochado por el padre Jacob (cf. Gen 34, 30-31; 49, 5-7). La nueva teología judía (como hzce Jubileos 30) ha rehabilitado su figura y le presenta como vengador de sangre, patrono de todos los que luchan con la espada en contra de los opresores de su pueblo. De esa forma ha recreado Judit 9, 2-15 su hazaña sangrienta, pues ella se gloría de hija de Simeón, renovando su gesto de venganza y matando con su propia espada a Holofernes, opresor del pueblo[5].
- Conforme a su testamento, Simeón aparece como envidioso (tema esbozado por Gen 37: Tiene celos de José, quiere matarle). Pero superando aquella violencia juvenil, el anciano Simeón, en su Testamento, pide a sus descendientes que eviten la envidia, que amen y acojan a los otros. Así acaba su mensaje: Obedeced a Leví y a Judá; no os levantéis contra estas dos tribus, porque de ellas surgirá la salvación de Dios; porque el Señor suscitará de Leví como un sumo sacerdote y de Judá un rey... que salvará a todas las naciones y al pueblo de Israel. No es ya Simeón hombre de espada o envidia sino patriarca de conversión y esperanza mesiánica[6].
El nuevo Simeón (Lc 2, 25-35) se entiende desde el transfundo de esas evocaciones que suscita el antiguo, como portador de esperanza mesiánica, signo del pueblo que aguarda la llegada del salvador (en la línea de su Testamento). Pero, al mismo tiempo, Simeón es hombre convertido que supera la violencia antigua: No pondrá la espada vengadora en manos de Judit, su descendiente, para que mate al enemigo, sino que enseñará a María, madre mesiánica, a sufrir dentro del alma el dolor de la espada cristiana, transformando así la guerra en profundización orante, como sabe Hebreos:
Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de dos filos; llega al centro donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón. Nada se le oculta; todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas (Hebr 4, 12-14 )
Ésta es la mejor analogía del conocimiento mesiánico de la Biblia, al estilo de María, conforme al testimonio de Simeón, como “espada” de luz de Dios, que penetra por Cristo en el “corazón/alma” de los creyentes, en el lugar donde se vinculan y dividen alma (deseo) y espíritu (vida), coyunturas y tuétanos (las partes más profundas humana, en sentido corporal y espiritual. Todo queda así, en oración, patente ante Dios, ante los ojos del creyente. Todo queda patente en amor de unos a otros, en presencia universal de vida, en vida compartida hasta la resurrección
NOTAS
[1] En esa misma perspectiva sed sitúa el libro de Ester. Las dos mujeres (Judit y Ester) personifican eso que pudiéramos la venganza femenina de Israel, valiéndose del encanto de su sexo para seducir al varón que parecía triunfador. Ester actúa dentro de la ley del matrimonio; Judit, en cambio, finge apareciendo como fiel judía y prostituta de lujo, para así engañar (seducir, emborrachar y matar) al incauto y brutal Holofernes. Ciertamente, Ester no mata al enemigo, sino que le seduce/conquista, para que haga matar al perverso Amán, (equivalente a Nicanor en 2Mac y a Holofernes en Judit), en un gesto que culmina en orgía de sangre y venganza: “Los judíos pasaron a espada a sus enemigos, matándoles y exterminándoles…” (Est 9, 5).
[2]Cf. A. E. Cowley, Judith, en R. H. Charles, Apocrypha of the OT, Oxford 1971, 242-267; C. A. Moore. Judith, New York 1985; A. M. Dubarle, Judith: Formes et sensdes diverses traditions, Roma 1966; E. Haag, StudienzumBuche Judith, Trier 1963; N. B. Johnson, Prayer in the Apocrypha and Pseudoepigrapha, Philadelphia 1948, 67-77: A. Lacoque, Subversives ou un Pentatenque de femmes, Paris 1992, 45-62 P. W. Skehan, The Hand of Judith, CBQ 25 (1963) 94-110.
[3] En un sentido, María perdió a su Hijo. pero en otro ganó mucho más al recibir por él a cientos y cientos de más hijos y hermanos. Éste fue el dolor de multiplicación de su familia, dolor de abundancia y soledad en el que, en el lugar de Jesús, ella tuvo que aceptar a muchos más hijos y familiares.
[4] Ella ha iniciado la andadura de la fe y por eso debe padecer con Pablo este dolor de parto (odynê) que no es inútil, porque Cristo ha muerto por “muchos”, es decir por todos.
[5] Cf. X. Pikaza Dios judío, Dios cristiano, EVD, Estella 1966; A. Lacoque, Subersives ou un Pentateuque de femmes, Cerf, Paris 1992, 45-62.
[6] TestSim 7,1-2. Superando la envidia y asumiendo la esperanza mesiánica emerge Simeón como signo de fidelidad y promesa. Por eso, Lc 2,25 ha evocado su nombre en este momento de la trama mesiánica.