Pero después, los cristianos hemos creado una iglesia de órdenes ratificado la diferencia ministerial entre varones y mujeres; hemos clericalizado las funciones administrativas de la comunidad, hemos elevado sobre el conjunto de la iglesia un orden de funcionarios, muy inteligentes y dotados, pero que no responden al evangelio.
Ha terminado un ciclo histórico: estamos ante la última generación de ministros (obispos y presbíteros) clericales o sacerdotales de la iglesia.
Tiiene que llegar una generación nueva de cristianos, liberados para un tipo de ministerio no jerárquico, a partir de las mismas comunidades, sin condiciones de celibato, sin discriminación de sexo (obispos varones y obispos mujeres; obispos casados u obispos célibes), una generación de servidores del evangelio que no sean sacerdotes jerárquicos, ni tengan poder sagrado, ni puedan convertirse en grupo o casta por encima de los fieles.
Son muchos los buenos cristianos que no se sienten representados ni dirigidos por el tipo actual de jerarquía; no se les puede acusar de rebeldes, ni llamar anti-cristianos, o protestantes, porque la rebeldía protestante debe integrarse en la iglesia católica, para que tenga allí fruto. Pero no ha de ser una protesta en contra, sino a favor del evangelio, en la línea del mensaje y camino de Jesús en Galilea, donde tendremos que volver (Mt 28, 16-20).
Se ha dicho y se dice que ese cambio es imposible: humanos somos, no ángeles... No estoy defendiendo un angelismo, la pura improvisación: dejar que cada uno viva y haga como quiera, llamándose cristiano. Parece que nos da miedo la religión de la vida entera, de la comunicación festiva de los hombres y mujeres en la eucaristía.
La iglesia no es un “sistema de poder”, sino una experiencia de libertad y vida compartida. Nadie es en ella función de nadie; no hay en la iglesia una clase de tropa, como no hay clase de jerarquía. Pero puede y debe haber en ella un tipo de “servicios”, en línea de evangelio.
- Los servidores o “ministros” de la iglesia han ser hombres y/o mujeres que han tenido experiencia de Jesús. Por eso, la autoridad de los ministros eclesiales sólo puede interpretarse y vivirse como un “don”, una forma de regalo de vida. Los ministros de la Iglesia son “expertos” de Jesús, quieren ser y vivir como él, como portadores de su Palabra y servidores de su Vida, gratuitamente, por llamada o vocación de Jesús (del Dios de Jesús).
- Por eso han de ponerse al servicio de los demás, en especial de los pequeños y excluidos, necesitados. No consagran o defienden lo que existe, sino que quieren cambiarlo, como Jesús en una línea de acogida, animación. sanación, con palabras y con obras. En esa línea se ha dicho que los primeros en la iglesia son los apóstoles (cf. 1Cor 12, 28): enviados de Jesús para ofrecer palabra y pan, esperanza y dignidad a los excluidos del orden familiar y social, sacral y económico del mundo.
- Plano horizontal: Los ministros de la iglesia son amigos de Jesús siendo delegados de la comunidad. Dentro de una iglesia instituida,los ministerios brotan de la fraternidad y están a su servicio, tanto en el aspecto externo (misión, apostolado) como en el interno (cuidado pastoral de los creyentes). Por eso, siendo enviados de Jesús y servidores de los pobres, actúan como portavoces y animadores de una comunidad que les envía y escucha.
Estos elementos (experiencia del Dios de Jesús, servicio a los excluidos y mediación comunitaria) se vinculan y son inseparables El Dios de Jesús nos transciende, y actúa de formas diversas… Pero siempre ha de hacerlo a través del amor y diálogo comunitario.
Por eso, el nombramiento normal de los obispos debe hacerse a través del diálogo de los cristianos, que son portadores de la palabra y amor de Cristo y así han de expresarlo, escogiendo a sus ministros, a la luz de las necesidades de los pobres y excluidos, conforme a la palabra del Primer Concilio de Jreualén: nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros (Hech 15, 28).
1. La comunidad “nombra” a sus representantes u obispos. En un mundo de disputas y enfrentamientos como el nuestro (año 2023), la iglesia sólo será signo de reconciliación y de futuro evangélico si ofrece ejemplo verdadero de diálogo personal y social. Si no lo pueden hacer, si sus fieles se encuentran de tal forma divididos que resultan incapaces de escoger, desde el mensaje y ejemplo de Jesús, unos ministros, ellos no son dignos de llamarse cristianos.
Es evidente que ahora no lo hacen, en parte porque no asumen su propia responsabilidad dialogal y el parte porque se lo impide en método (provisional, dictatorial) de nombramiento de pastores desde Roma, con consultas secretas que se prestan a sospechas y manipulaciones
2. Pero una iglesia no se encuentra nunca aislada; por eso, cada obispo ha de actuar en comunión con todas las iglesias... cuyo vínculo de unión es el amor mutuo, representado en concreto por el obispo de Roma, como dice Ignacio, Romanos proemio
Pero obispo de Roma no tiene la exclusiva del Espíritu Santo… Al contrario, el Espíritu Santo empieza hablando por la comunidad reunida, que escoge a sus ministros (¡nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros!).
Ampliación
Los ministros de la iglesia han de responder a Palabra de Jesús: no son portadores de los resultados de una asamblea, ni simples portavoces de un grupo, sino creyentes que expresan y expanden aquello que han creído. Pero, al mismo tiempo, reciben el encargo de la comunidad de creyentes que les confía su tarea de amor comunión cristiana; por eso, expresan en su vida la vida y comunión de los creyentes de su iglesia. Esos aspectos se encuentran vinculados: los ministros de la iglesia son testigos de Jesús y portadores del amor comunitario. En ambos planos, ellos son trasmisores de un amor directo, de una comunión en la que sólo importan las personas, por encima de todas las presiones ideológicas o generales del sistema[2]:
– El sistema tiende a crear estructuras de poder impersonal, resolviendo de esa forma sus problemas, en línea de producción y administración. Así puede manejar a sus miembros, elaborando ideologías que sirven para ocultar la verdad y oprimir de manera sistemática a muchos. Pero, en otra perspectiva, puede ayudar y ayuda a muchos de sus miembros, sobre todo en occidente donde ha suscitado y ofrece mejores condiciones de vida: trabajo más fácil, bienes de consumo, tiempo libre para el diálogo y encuentro cara a cara, en el nivel del mundo de la vida.
– La iglesia se sitúa en el nivel de la comunicación personal directa. Ella no es sistema social, ni organización de burocracia para aportar servicios espirituales a quienes lo pidan, sino comunión directa de personas que escuchan la voz de Dios y dialogan sin más finalidad que vivir humanamente, en amor y contemplación. Por eso, todas sus estructuras están al servicio de la comunión personal. Eso significa que ella ha de crear espacios donde los creyentes, animados por la gracia y el perdón de Cristo, puedan compartir el amor y dolor de la vida, dialogando desde la Palabra de Jesús (que es de todos, no de algunos solos), en comunicación encarnada (eucaristía).
La iglesia es comunidad de persona, no sistema de poder sagrado. Ella existe solamente en el nivel de las relaciones personales, de conocimiento, comunicación y amor concreto. Nadie es iglesia por carta o ficha, internet o delegación, sino por experiencia de fe en el Dios de Cristo y comunión de amor con otros creyentes, que cultivan esa fe en diálogo mutuo. De manera consiguiente, una iglesia a la que nombran desde fuera sus obispos y/o presbíteros no es comunión de creyentes responsables, encuentro de personas, sino delegación sagrada de una dictadura, que sólo puede (podría) aceptarse para períodos breves de crisis, como sabían los juristas de la república romana (para poner un ejemplo vinculado al sistema que intentamos superar). La presencia de Cristo y la "autoridad" apostólica de la iglesia se expresan a través de la comunidad, que es portadora de un don y palabra trascendente. Pues bien, esa verticalidad (nivel contemplativo) se expresa por la mediación comunitaria, a no ser en los fundadores (puros apóstoles) que evidentemente no pueden brotar de la comunidad (que aún no existe). De aquí se deducen tres consecuencias:
Siendo comunidad de creyentes de Jesús, la Iglesia tiene el poder y autoridad de nombrar obispos, delegados de Jesús y/por la iglesia, varones o mujeres, por un tiemplo (o mientras puedan hacerlo rectamente. Pero si tiene el poder de crear, tiene, al mismo tiempo, el poder de limitar la autoridad de los obispos, trazando para ellos unos tiempo y estilos de animación oficial (en nombre de la comunidad entera) y así puede “agradecer” al obispo (varón o mujer) sus servicios, pidiéndole que se retire de nuevo a su vida normal cristiana, pues en el momento en que no hay “diócesis” comunidad que le agradezca y acepte sus servicios el obispo deja de ser obispo.
Este servicio debe “organizarse” con un tipo de normas establecidas, de forma que no quede en manos de la espontaneidad o dictadura de algunos… Por eso es necesario que haya instituciones “mediadoras”, conferencias de obispos, que sirvan para garantizar el buen orden del conjunto… Sin que se entienda como castigo el hecho de un obispo deje de serlo tras unos años de servicio, pues no hay jerarquía superior, ni un orden de personas episcopales por principio (por ordenación, por ontología) por encima de los simples fieles. La división permanente de jerarcas y simples fieles, de claro y laicado va en contra del evangelio de Jesús.
Carece de sentido que el Papa, el obispo de Roma, tenga el poder de nombrar (y controlar a todos los obispos…). Ese “poder” ha podido tener un sentido para superar la crisis de muerte eclesial del siglo X-XI, con la Reforma Gregoriana (del Papa Gregorio)… Pero actualmente, si no hay otra reforma que podríamos llamar “franciscana” (o petrina, paulina y jacobina/joanea de la iglesia primitiva…) la iglesia del siglo XXI morirá de asfixia de poder. Ciertamente, la autoridad del Papa como signo de unidad y animación me parece esencial, y debe recrearse, pero no en línea de infalibilidad separada de las iglesias de y de primacía de poder sobre ellas.
A modo de colofón
recuperar la raíz judía y pascual del evangelio, superando el sistema imperial (romano), que se impuso desde antiguo, convirtiendo a las comunidades en una sola iglesia romana, donde todos los asuntos importantes se resuelven desde un vértice administrativo y sacral que habría recibido de Dios el poder pertinente para ello. El sistema imperial había impuesto sobre la república una ideología de unificación militar, propia de tiempos de crisis; cayó aquel imperio, pero ha sido copiado y recreado en forma sacrales por la iglesia de Roma, que ha realizado así grandes servicios culturales. Pero el ciclo de esa iglesia-sistema ha terminado y tenemos que volver a la verdad del evangelio (no a la república romana), de manera que las iglesias puedan presentarse como experiencia y fruto de comunión cristiana.
Conforme al sistema imperial el mismo Emperador nombraba a sus delegados o funcionarios a lo largo y a lo ancho del imperio. En contra de eso, el modelo de federación o comunión de iglesias pone de relieve la unión dialogal: los fieles de cada iglesia comparten y resuelven sus problemas; las diversas iglesias se unen en la misma comunión (Cuerpo del Cristo), en diálogo fraterno, para bien de los más pobres. Se suele decir que cada iglesia tiene derecho a unos ministros que expresen y celebren en ella el Don de Cristo. Ese lenguaje me parece inexacto: no es que cada iglesia tenga derecho, sino que sólo es iglesia verdadera si acoge y expresa, si celebra y expande en forma comunitaria el misterio de fe y comunión de Cristo, nombrando para ello los ministros (obispos, presbíteros) que fueren necesario.
No es que cada iglesia tenga derecho a que le concedan desde arriba o desde fuera, por condescendencia o control de otra iglesia, unos ministros, sino que ella misma, como expresión de la gracia de Cristo, puede y debe expandir y celebrar la fe y esto implica necesariamente ministerios. La elección y nombramiento de ministros no es asunto de simple democracia, pero la praxis de las iglesias debe ser ejemplo de transparencia participativa y dialogal, pues los ministerios no brotan sólo de un poder horizontal del pueblo (=demo-kracia), sino que de la gracia Cristo; por eso, cada iglesia nombra a sus ministros desde el de don Cristo y para bien de los excluidos del sistema.
Conclusión . Cada iglesia es comunidad autónoma y debe resolver sus problemas, incluso los de admisión y ruptura de sus miembros (cf. Mt 18, 15-20). Sólo en casos muy contados ella debe buscar una "suplencia", pidiendo la ayuda de expertos de fuera, para plantear y resolver algunos temas. Allí donde, como sucede en la actualidad, la suplencia se convierte en norma y los temas principales (ministerios, asuntos organizativos) se resuelven desde una instancia externa o "superior" (obispados, Vaticano), las iglesias dejan de ser lugar de comunión personal directa, para convertirse en delegaciones impersonales de un sistema administrativo.
[2] Desde ese fondo, la eucaristía, que ha sido señal y presencia de Cristo en el grupo cristiano (entre los puros), debe abrirse hacia los pobres (no creyentes), como expresión del pan multiplicado. Así debemos superar un "ciclo" de eucaristía exclusiva de creyentes puros y retomar la inspiración de Mc, tanto en los relatos de multiplicación (Mc 6, 34-44; 8, 1-9), como en signo del pan en la barca, que no debe estropearse con la levadura del poder-sistema (Herodes) y de la pureza-fariseísmo (Mc 8, 14-21). Perspectiva convergente en Werbick, Chiesa, 178-203; 251-255; 377-396.