Viene de camino, si le das posada. Meditación de Adviento.

He comentado ayer el evangelio del primer domingo de Adviento, tomado de Lucas. Pero el verdadero comienzo de adviento para los cristianos sigue siendo Moisés, con la revelación de Dios como Yahvé (el que nos hace ser) , retomando el camino del Éxodo, gran Salida, la marcha que nos lleva  a la tierra prometida.

Toma el libro del Éxodo, si te parece. Vuelve al Dios de Moisés, con las reflexiones que ofrezco a continuación. Pero no olvides que tú mismo eres Moisés, si quieres hacer el camino de Adviento de Dios. Mi reflexión puede acompañarte. Lo importante es la posada 

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            Los vecinos de Israel y muchos judíos adoraban a Dios como Baal, Señor Toro, y le unían a la Ashera, Gran Madre. Ese Dios Toro podía engendrar y luchar y vencer, pero no podía amar ni cuidar a los hombres y mujeres. Era signo del sexo fecundo y la riqueza (oro), como indica el texto central de Ex 32, que le contrapone a Yahvé. Muchos judíos preferían al Dios-Toro, según la confesión del Sumo Sacerdote Aarón, hermano de Moisés, que decía: «Éste es tu Dios, Israel, que te sacó de Egipto» (Ex 32, 4). Ése Toro/Dios importante, como sabían otros pueblos antiguos (que adoraban a Indra y Zeus, Baal y Hadad etc.), pero no podía dialogar con los hombres, ni enseñarles un camino de vida, ni darles una ley social, ni amarles.

            Superando ese nivel del Dios-Toro, los creadores de la nueva religión israelita han interpretado a Dios como Persona y Presencia salvadora, alguien que puede hablar con los hombres, y enseñarles a vivir como con una Ley, sin imágenes sagradas ni signos sexuales divinos. Los responsables de esa revolución de Dios han sido los profetas del VIII al V a.C. y su influjo ha quedado reflejado en los textos fundamentales del Pentateuco, que le presentan como Yahvé, Aquel que Es.

Dios sin imagen (Ex 20, 2-6).Ese Dios Yahvé no es macho ni hembra, ni cielo ni tierra, nada que podamos conocer o ignorar, sino Amigo y Protector supremos de los hombres, Aquel que es por sí mismo, sin que nosotros podamos manejarle. Por eso, la Biblia prohíbe poner a su lado a otros dioses o representarle con signos del mundo y rechaza las imágenes sagradas (de madera o bronce) y las representaciones políticas (reyes sagrados):

  •  Yo soy Yahvé, tu Dios, que te saque de Egipto, de la esclavitud.
  • No tendrás otros dioses frente a mí.
  • No te harás ídolos, imagen alguna
  • de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o  debajo de la tierra.   (Ex 20, 2-6). 

Es un Dios celoso de su identidad, Yahvé, el Señor, sin esposa sin hijos, sin hermanos ni compañeros, por encima de todo lo que puede hacerse, decirse o pensarse. Es Dios invisible y no puede compararse con ninguna realidad del mundo (cielo, tierra, infierno). Y sin embargo es fuente de amor, de presencia liberadora, de responsabilidad humana, en línea de libertad. Así dice Moisés a los israelitas: 

  • No os pervirtáis y hagáis para vosotros escultura, imagen de figura alguna,
  • efigie de varón o hembra, imagen de animales terrestres, imagen de aves que vuelan por el aire…de peces que nadan por el agua, debajo la tierra….   
  • Porque Yahvé, tu Dios, los ha repartido entre todos los pueblos.
  • Pero a vosotros os ha tomado Yahvé de la mano
  • y os ha sacado del horno de hierro, de Egipto,
  • para que seáis el pueblo de su heredad (Dt 4, 11-20).

             Ésta es la palabra clave: “No os hagáis imagen de varón ni hembra, de padre o madre, de lo masculino o femenino...” Estrictamente hablando, los israelitas deben superar todos los signos humanos de Dios, de manera que no pueden llamarle ni siquiera padre… Sin embargo, paradójicamente, este Dios sin imagen aparece como alguien muy amigo, muy cercano, pues la Biblia sabe desde el principio que él les ha creado a su imagen y semejanza (cf. Gen 1, 28), ocupándose en especial de los oprimidos de Egipto, a quienes ama y libera de un modo eficaz: 

‒ Yahvé es trascendente, supera todo límite cósmico y social, de manera que no podemos llamarle ni siquiera Padre, pues al hacerlo le identificaríamos con un tipo de función humana. Dios desborda, al mismo tiempo, todo poder impositivo, representado por el Faraón y el sistema de Egipto (¡horno de hierro!).No se impone con autoridad, pero abre para los oprimidos un camino de libertad. No se confunde con nada, está más allá de todo lo que conocemos y desconocemos, pero nos impulsa a vivir.

‒ Yahvé es creador, un Dios cercano, y así ofrece a los hombres su “palabra” (mandamientos), de forma que ellos puedan vivir en libertad y justicia sobre el mundo. Él se revela por encima de los grandes poderes del cosmos (nube, oscuridad y fuego; cf. Ex 19), sin que podamos verle, siendo, al mismo tiempo, totalmente cercano a nosotros. No le vemos, pero podemos escuchar su Palabra, acoger sus mandamientos y cumplirlos, sabiendo que él cuida de nosotros, pues somos su tesoro (es decir, su heredad).

             Ésta formulación tiene grandes consecuencias sociales y políticas: Los israelitas han in­terpretado la estructura y práctica religiosa de los pueblos vecinos (egipcios, babilonios, cananeos) como idolatría (adoración de pode­res cósmicos) y como sometimiento social y político (el Dios falso avala y ratifica la opresión de Egipto y de los cananeos). Sólo rechazando el paganismo y descubriendo a Dios como liberador de los oprimidos, los israelitas han podido descubrir la verdad de Dios como fuente e impulso de todo lo que existe. 

El Taller de los Iconos.Relación de Obras.La Virgen de la Zarza Ardiente

Dios amor. Shema (Dt 6, 4-5).Dios no es padre ni madre, ni tiene figura, de forma que no le vemos, pero nos habla; no tiene rostro, pero nos acompaña. No se confunde con nada, y sin embargo crea todo, desde su trascendencia personal. ¿Cómo podremos representarle? Éstos son los momentos de su historia, vinculada de un modo especial con su Pueblo Israel: 

‒ Yahvé, Dios del Éxodo: nos libera del pasado de opresión y nos hace dueños de nuestra propia vida. Algunos ante­pasados de Israel, queriendo superar la esclavitud de Egipto, sintieron la ayuda protectora de Dios en el Mar Rojo. Desde entonces, su forma de entender la historia estuvo vinculada a esa experiencia: Dios es mano poderosa que libera a los oprimidos, es voz de gracia y libertad que convoca a los hebreos (esclavos, expulsados de un sis­tema imperial, pobres de toda raza y lengua), abriendo para ellos un camino de vida. Así lo siguen celebrando todavía judíos y cristianos en su fiesta pascual, con Moisés y Jesús (cf. Ex 1-15).

‒ Dios, Prome­sa de Vida: así impulsa a los hombres abriendo para ellos un futuro. Les libera de la esclavitud cósmica (por hermosa que ella sea), de la repetición cíclica del tiempo y de la vida, instaurando para ellos un camino personal (humano) de fidelidad y de esperanza. Él es poder de vida que, venciendo las limitaciones del miedo y de la muerte, la esclavitud social y la violencia cósmica, abre a los creyentes un futuro de existencia liberada. Así aparece en la Biblia desde Gen 12, con Abraham).

‒ Dios es Alianza, se une con los hombres como amigo, estableciendo con los suyos un contrato o compromiso de fidelidad mutua en amor, como persona con persona: no es un poder cósmico (un toro fuerte, con gran sexo y mucho oro),sino el Viviente Amigo: Aquel que sostiene y garantiza la vida de los hombres y mujeres de Israel, que así aparece como pueblo de la alianza, que mantiene con Dios un diálogo incesante, de libertad a libertad, de persona a persona, a lo largo del Éxodo (cf. Ex 19-34) y del Deuteronomio

             La visión de Dios que aparece en estas tradiciones es fruto de un proceso teológico (y vital), es el resultado de un camino  que los israelitas fueron descubriendo y recorriendo en una marcha religiosa (histórica y social) llena de riesgo y tensiones, a lo largo de siglos (del XII al V-IV a.C). Desde ese fondo se pueden precisar sus rasgos más significativos:

Gran Diccionario De La Biblia de Xabier Pikaza Ibarrondo 978-84-9073-163-5

‒ Yahvé es trascendente (está siempre más allá). No es la vida del cosmos, ni lo más alto del mundo, ni su totalidad. No es cielo estrellado ni la extensión de la tierra ni los mares. No es el todo, ni una zona especial dentro del todo. Tampoco es poder político, ni principio de estabilidad de los imperios de la tierra, sino el Infinito, Trascendente; existe por sí mismo, más allá de todo. Cambian y mudan las cosas que conocemos: todas se mantienen en constante movimiento de unión y separación, de nacimiento y de muerte, pero él está siempre como amor, cerca de su pueblo.

Es Dios del pueblo y libremente ha querido vincularse a Israel, a través de la “historia” ya citada (de Éxodo, Promesa y Alianza). En ese sentido, utilizando una palabra que es propia de la tradición teológica posterior, podemos afirmar que (siendo trascendente) Dios se ha hecho “inmanente” (se ha introducido) en la historia del pueblo. Más aún, siendo “eterno” (inmutable), él se ha hecho tiempo (mudable) para compartir la vida de los hombre. En este sentido podemos afirmar que él es Padre (protector, amigo) del pueblo.

            En esa línea, los israelitas más fieles a la alianza saben que Dios no es  padre ni madre, esposo ni esposa, hijo ni hermano, en sentido biológico, sino en sentido vital y personal mucho más hondo. Dios actúa como Padre y Amigo, porque es amor vivo y efusivo y porque actúa de esa forma,  de un modo personal (amoroso) en nuestra vida. No le conocemos, y sin embargo sabemos que nos ama. No necesita nada de nosotros, y sin embargo quiere que le amemos. Así lo muestra la gran Confesión de Fe de Israel, llamada “shema” (escucha):

   Amar a Dios, amar a los hombres. Dios  No tiene figura, y no le podemos ver, pero nos habla. Carece de imagen material, pero nosotros somos su imagen, su presencia en el mundo y así acompaña. No se confunde con nada, y sin embargo  está en todo y mantiene en su ser todo, desde su trascendencia (sin hacerse una cosa más entre las cosas). No conocemos su rostro, pero sabemos que nos ama y pide nuestro amor, estando así presente en cada uno de los hombres y mujeres que encontramos en la vida en camino de amor, siendo su imagen (cf. Gen 1, 27-28). No necesita nada de nosotros, pero quiere que le respondamos. Es trascendente y, sin embargo, es el más cercano, aliado en amor:

  •  Escucha, Israel: Yahvé, nuestro Dios, es Yahvé Uno.
  • Amarás a Yahvé, tu Dios,
  • con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.
  • Estas palabras que yo te mando estarán en tu corazón.
  • Las repetirás a tus hijos y las dirás sentado en casa o haciendo camino,
  • cuando te acuestes y cuando te levantes (Dt 6, 4-7).

 La Biblia sabe que hay otros amores (de padre o madre, hijo o hermano, amigo o compañero), pero descubre y proclama como principio de todos el amor originario de Dios, Gran Amado, que pone en movimiento la vida de los hombres con su mandamiento primero: Amarás a Yahvé, tu Dios… Ésta es la palabra creadora del cielo y de la tierra: “Amarás”, es decir “amadme, quiero ser amado, en mi amor encontraréis vuestro  camino”.

Ese amor que Dios reclama queriendo ser Amado despierta a los seres humanos, les hace carne de amor, les pone en camino, y así en camino seguimos desde los primeros “limos iníciales”. Esta es la tarea de Dios, este su oficio: Atraernos con amor, impulsarnos y darnos compañía, de manera que en él y por él vivamos, nos movamos y seamos (Discurso de Atenas: Hechos 17). Amarle con todo el corazón, con toda el alma… significa escuchar su llamada, acogiendo su presencia, respondiendo a su llamada, de persona a persona. Respuesta al amor de Dios, eso es la vida de los hombres. Este pasaje, convertido en centro de la experiencia israelita (shema), incluye dos artículos: Dios Amado, los hombres como amantes.

 (1) Dios amado, fondo y meta de  vida  de los hombres, más allá de todo lo sabido e ignorado. Conforme a la Biblia judía, él, se vincula de un modo especial con los israelitas (y por medio de ellos con todos los hombres y mujeres del mundo) diciéndoles “amadme”. Es como si él dependiera en un sentido muy hondo del amor y la respuesta de los seres humanos. No es solamente el que ama, como indica la tradición profética, sino también el que quiere ser amado, no por carencia o deficiencia, sino por plenitud suprema. 

(2) Israel, pueblo Adviento, expresión de la venida de Dios en el mundo, en su vertiente judía (que es muy importante, no la única) ha escogido para hacerse presente, diciéndole “amarás…” (=amadme), desde su transcendencia, confiándole así una misión de amor y fidelidad entre todas las naciones, como si fuera su esposa querida, no en un pleno de hierogamia sexual cerrada en sí misma, sino de identidad abierta y y comunión comunicativa  (y al al servicio de) todos los pueblos de la tierra[1].(cf. Eclo 17, 14-17) Éste es el primer mandamiento, y, en el fondo, el único: Dios, como trascendencia absoluta de amor quiere que le amemos, como si su esencia dependiera del amor que nosotros le damos, como espejo donde su luz se refleja Dios es para ser amado; existe en sí mismo existiendo en aquellos que le aman, es decir, que se aman entre sí, pues, como Jesús, el amor a Dios se expresa y despliega en el amor entre los seres humanos, que entre sí prójimos (cercanos, en la vida y camino: cf. Mc 12, 28-32).

La Biblia sabe que hay otros amores (padre o madre, hijo o hermano, amigo o compañero), pero descubre y proclama por encima de ellos el amor originario de (y hacia) Dios, el Gran  Amante, que quiere ser Amado, aquel a quien los hombres han de responder de un modo fiel, para ser así divinos. Ese amor a Dios no es un sentimiento superficial y pasajero, sino un gesto radical de confianza agradecida: Amarle con todo el corazón, con toda el alma y con las fuerzas significa responder a su llamada, acogiendo con fidelidad su presencia creadora, para hacernos y ser con él divinos.  Este pasaje (shema: escucha Israel…) ha venido a convertirse en centro de la experiencia israelita y contiene, como he dicho, dos “artículos”:

- Dios es único, es persona que ama a todos,  y de un modo especial al pueblo de Israel en un camino abierto a todos los pueblos. Dios no ha trazado un camino especial en Israel para bien de los judíos, sino para bien y testimonio de toda la humanidad.

- Dios no escucha y ayuda a los judíos como judíos, sino como “necesitados”, trazando en ellos y con ellos un camino abierto al conjunto de la humanidad, a todos los necesitados y víctimas de la historia humana, como muestra con toda claridad el libro del “éxodo” (de la liberación). Éste es el argumento y promesa del libro del Éxodo, que los judíos clásicos (desde Filón de Alejandría), lo mismo que los primeros cristianos (desde Orígenes y Gregorio de Nisa) han interpretado como libro del amor y libertad de Dios para todos los pueblos de la tierra.

             Tras el nacimiento e infancia de Moisés, el éxodo presenta la forma de actuar del Dios judío como Dios de todos los oprimidos y víctimas del mundo, una historia que Jesús de Nazaret ha retomado varios siglos más tarde en Galilea, para los judíos de su entorno y para todos los necesitados (enfermos, oprimidos, pobre) de la tierra.  En ese sentido, la historia del “encuentro de Moisés con Dios· no es una historia particular judía, sino una historia universal del adviento de Dios en la vida de los hombres. Empecemos, pues, desde el principio:  Moisés, hebreo de cultura egipcia, ha debido exilarse a Madián, donde pastorea el rebaño de su suegro y se acerca al Horeb (=Sinai), monte sagrado de las tribus del entorno, donde el Dios de todos los pueblos recuerda al pueblo hebreo que sufre y llora bajo el Faraón:

  • Los israelitas clamaban desde su servidumbre,
  • y el grito que nacía de su servidumbre subió a Elohim,
  • y Elohím escuchó su clamor y se acordó de la Alianza
  • con Abraham, Isaac y Jacob
  • y Elohim miró a los hijos de Israel y les conoció (Ex 2, 23-25).

           Dios se llama aquí Elohim, ser divino que rige el cosmos y la historia. Está vinculado a una Montaña sagrada, pero aparece de un modo especial como aquel que escucha y mira, se acuerda y conoce los sufrimientos de su pueblo, de los hombres oprimidos:

‒ Dios escucha y mira. Ciertamente, él habla, pues ha suscitado por su palabra todo lo que existe (Gen 1). Por escucha el grito de aquellos que padecen. Ha creado a los hombres, y debe acoger su llamada y mirarlas. Para que nosotros le miremos, él tiene que mirar y vernos primero. Quizá se ha retirado, para que nosotros seamos, pero lo ha hecho sobre todo para vernos mejor y ayudarnos.

‒ Dios se acuerda y conoce. Es fiel a sí mismo, a su palabra y promesa a favor de los hombres, a quienes ha querido. Dios recuerda su pacto, su amor por los hombres (cf. Gen 12, 1-3). Pues bien, ese recuerdo se expresa como alianza de “conocimiento”. Los hombres se conocen al amarse; Dios conoce a los hombres oprimidos, amándoles y haciendo en Alianza con ellos.

           El Dios universal (Elohim de todos los pueblos) aparece así como Ángel (=enviado) de Yahvé, es decir, como liberador de los oprimidos de Israel y de todos los pueblos como indica el pasaje que sigue, de gran profundidad.  Los oprimidos del mundo son como una zarza que arde y se quema; pero el fuego que arde en la zarza inútil del desierto es el fuego del amor de Dios, que libera a los hombres, porque les ama, siendo llama de vida. Los hebreos son la zarza, arbusto frágil que en cualquier momento puede quebrar y destruirse, pero Dios arde en ellos, sin consumirse:

  •  Moisés llegó trashumando hasta llegar al Horeb (=Sinai), el monte de Elohim.
  • Y se le apareció el Ángel de Yahvé, como llama de fuego, en medio de una zarza.
  • Y miró y vio que la zarza ardía en fuego, pero sin consumirse.  
  • Y vio Yahvé que Moisés se acercaba a mirar ‒ Y le dijo Yahvé:
  • He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto
  •  y he bajado para liberarlo del poder de Egipto
  • y para subirlo de esta tierra a una tierra buena y ancha…
  •  Por tanto: ¡Vete! Yo te envío al Faraón,
  • para que saques a mi pueblo... de Egipto (cf. Ex 3, 4-10).

    Nosotros somos Moisés, somos Adviento de Dios. Éste es centro de la historia de Dios en la Biblia israelita, el lugar donde se expresa la identidad del pueblo, con su experiencia de Dios y su esperanza de futuro. Ésta es la palabra fundante de Israel. Para los cristianos Dios será aquel que ha resucitado a Jesús de entre los muertos (Rom 4, 24). Para los judíos Dios sigue siendo aquel que ha revelado a Moisés su nombre: 

  • Moisés replicó a Elohim:
  • ¿Quién soy yo para ir al Faraón y sacar a los israelitas de Egipto?
  • Y Elohim respondió: ¡Yo estaré contigo!..  Soy el que soy (=Yahvé).
  • Así dirás a los hijos de Israel:Yo Soy me ha enviado a vosotros
  • Yahvé, Dios de vuestros padres... me ha enviado a vosotros.
  • Éste es mi nombre para siempre y ésta es mi invocación (Ex 3, 11-15).

          La tarea de Moisés no será doctrinal (una discusión sobre la naturaleza divina), sino social y transformadora una historia arriesgada de liberación. Es normal que Moisés tenga miedo ydiga: ¿Quién soy yo...? Pero Dios le responde ¡Yo estaré (seré) contigo!, expresando así de manera enfática su presencia activa. Frente al quién soy yo de Moisés se eleva así el Yo soy de Dios. Sólo ahora, Elohim (=Poder universal divino) vendrá a revelarse plenamente a Moisés, diciéndole su nombre, es decir, ofreciéndole su presencia: Yo soy (Yahve), soy el que estoy con vosotros, principio de vida, el Amado, el Amante.

           Hasta entonces  los israelitas no tenían un nombre propio de Dios, sino nombres comunes de formas y “marcas” divinas. Desde entonces saben (sabemos) que Dios es el amor de sus amores, el ser de todo lo que existe, diciendo: Yo soy., yo estoy con vosotros. Existo en mí mismo siendo en vosotros y para vosotros, soy el amor de vuestros amores, la esencia y verdad de vuestra existencia.  

Este nombre (Yahvé, soy el que soy) es por un lado misterioso: los filólogos no logran precisar del todo su sentido original, los judíos no lo pronuncian por respeto... Pero, al mismo tiempo, es el más sencillo, cordial, inmediato de todos; el verbo de todos los verbos, sin convertirse nunca en puro “sustantivo” (sustancia cerrada en sí misma): Dios es Yahvé porque en el momento clave de su revelación (todos sus momentos son clave/llave de vida) ha dicho y sigue diciendo: Ehyeh (=Yo estaré contigo, seré con vosotros). Es Nombre de camino, garantía de presencia (¡estoy!) y compromiso de acción liberadora, siempre verbo, nunca pura sustantivo. Dos son a mi juicio sus tres elementos conformantes:

Ese nombre expresa el Yo de Dios como presencia personal, no como objeto o cosa, un ídolo muerto. Dios es Aquel que presentándose a sí mismo dice "Soy el que soy/seré contigo", de forma que sólo así, en conversación con él se le puede conocer. Él aparece en Primera Persona, diciendo "Yo", haciéndose presente, pero no en una línea intimista (yo pienso, yo, yo…), sino actuando de forma liberadora, diciendo:¡Estaré con vosotros, para ser vuestro camino!

  1. Yahvé es el Dios de los oprimidos, es decir, de las víctimas, de todos lo que seguimos amando, llamando y buscando en adviento. Según eso, todo tiempo de Dios es Adviento, porque “la virgen/humanidad, preñada de Dios, ya va de camino…si le dais posada” (Juan de la Cruz, Villancico de Adviento).
  2. Dar posada a Dios significa darnos posada unos a otros, hacernos posada, lugar de reposo (presencia amorosa) para el Dios de todos los que vienen de camino.

 NOTAS

[1]Cf. F. Rosenzweig,La estrella de la redención, Sígueme, Salamanca 1977, 222‒229.

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