30.6.24. La hemorroísa y la hija del archisiagogo. Dos mujeres una curación de fondo (Mc 5, 21-43; Dom 13,ciclo B),
Dos milagros de mujeres, uno incluido en el otro. He desarrollado el tema de fondo y la unidad de ambos milagros en Comentario de Marcos. Aquí presento los dos por separado, en forma de esquema. Buen domingo a todos.
| Xabier Pikaza

La hemorroisa (Mc 5, 24b-34)
24 Mucha gente lo seguía y lo estrujaba, 25 y una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años, 26 y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todo lo que tenía sin provecho alguno, yendo más bien a peor, 27 oyó hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. 28 Pues se decía: *Si logro tocar aunque sólo sea su manto, quedaré curada«. 29 Inmediatamente se secó la fuente de su sangre y sintió que estaba curada del mal. 30 Y Jesús, dándose cuenta prontode la fuerza que había salido de él, se volvió en medio de la gente y preguntó: ¿Quién ha tocado mi manto? 31 Sus discípulos le replicaron: Ves que la gente te está estrujando ¿y preguntas quién te ha tocado? 32 Pero él miraba en torno a ver si descubría a la que lo había hecho. 33 La mujer, entonces, asustada y temblorosa, sabiendo lo que le había pasado, se acercó, se postró ante él y le contó toda la verdad34. Él le dijo: ¡Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu mal!.
Es persona sin familia. Conforme a la ley sacral judía, su condición de hemorroísa (mujer con hemorragia menstrual permanente) le expulsa de la sociedad: no puede tener relaciones sexuales ni casarse; no puede convivir con sus parientes ni tocar a los amigos, pues todo lo que toca se vuelve impuro a su contacto: la silla en que se sienta, el plato del que come... Es mujer condenada a soledad, maldición social y religiosa. El milagro de Jesús consiste en dejarse tocar, ofreciéndole un contacto purificador. Jesús no la ayuda para llevarla después a su grupo; no le dice que venga a sumarse la familia de sus seguidores, sino que hace algo previo: le valora como mujer, acepta el roce de su mano en el manto, ofreciéndole el más fuerte testimonio de su intimidad personal; le anima a vivir y le cura, para que sea sencillamente humana, persona con dignidad, construyendo el tipo de familia que ella misma decida. No la quiere convertir en nada (a nada) sino capacitarla para ser al fin y para siempre humana.
- Era hemorroisa desde hace 12 años (5, 25). Nadie podía acercarse a su cuerpo, compartir su mesa, convivir con ella. Como solitaria, aislada tras el cordón sanitario y sacral de su enfermedad, vivirá en la cárcel de su impureza femenina. No puede curarla la ley, pues la misma ley social y sacral la ratrifica como enferma, ha creado y ratificado su enfermedad. Por eso no puede acudir a los escribas ni a los sacerdotes para curarse.
- Es mujer sin curación humana, pues los muchos médicos (pollôn iatrôn) fueron incapaces de curarla (5, 26). Lo ha gastado todo en sanidad y no ha sanado, como dice con ironía el texto. Pero más que la ironía destaca aquí la impotencia.
- Es mujer solitaria, pues su mismo tacto ensucia lo que toca, pero tiene un deseo de curarse que desborda el nivel de los escribas de Israel y de los médicos del mundo.Lógicamente, su misma enfermedad se vuelve deseo de contacto personal. Ha oído hablar de Jesús y quiere entrar en contacto con él: ¡Si al menos pudiera tocar su vestido! (cf. 5, 27-28). No puede venir cara a cara, no puede avanzar a rostro descubierto, con nombre y apellido, cuerpo a cuerpo, porque todos tenderían a expulsarla, sintiéndose impuros a su roce. Por eso llega por detrás (opisthen), en silencio (5, 27).
- Es mujer que conoce y sabe con su cuerpo (5, 29). Toca el manto de Jesús y siente que se seca la fuente "impura" de su sangre, se sabe curada. Alguien puede preguntar: ¿cómo lo sabe? ¿de qué forma lo siente, así de pronto? ¿No será ilusión, allí en medio del gentío? Evidentemente no. Lo que importa de verdad es que ella sepa, se sepa curada, que pueda elevarse y sentirse persona, rompiendo la cárcel de sangre que la tenía oprimida, expulsada de la sociedad por muchos años.
- Jesús irradia pureza y purifica a la mujer al ser tocado (5, 30-32). También él conoce y actúa por su cuerpo, vinculándose a ese plano con la hemorroisa. Sólo ellos dos, en medio del gentío de curiosos legalistas, se saben hermanados por el cuerpo. A ese nivel ha tocado la mujer, a ese nivel sabe Jesús que, más allá de los que aprietan y oprimen de manera puramente física, le ha tocado una persona pidiendo su ayuda; evidentemente, él se la ha dado. Los discípulos no saben entender, ni distinguir los roces de la gente: quedan en el plano físico del gentío que aprieta (5, 31). Jesús, en cambio, distingue y sabe que ha sido un roce de mujer, pues antes de mirarla y conocerla se vuelve para descubrir a "la" que ha hecho esto (5, 32).
- La mujer debe confesar abiertamente lo que ha sido, lo que ha hecho, lo que en ella ha sucedido (5,33). Estaba invisible, encerrada en la cárcel de su impureza. Ha venido a escondidas, con miedo, pues quien viera lo que hace podría castigarla (5, 27). Pues bien, Jesús reacciona obligándole a romper ese ocultamiento vergonzoso, hecho de represiones exteriores y miedos interiores. En otras ocasiones, ha pedido a los curados que no digan lo que ha hecho, para que el milagro no rompa el secreto mesiánico o se vuelva propaganda mentirosa sobre su persona (cf. 1, 34. 44; 3, 12). Pero en esta pide a la mujer que salga al centro y cuente a todos lo que ha sido su vida en cautiverio y cómo ha conseguido la pureza de su cuerpo. Ella debe contar lo que ha pasado y sufrido, mostrando así en la plaza pública, ante todos los hombres legalistas y de un modo especial ante el Archisinagogo, que está esperando que Jesús vaya a su casa, lo que ha sido su vida y lo que es la curación.
- Jesús ratifica en forma sanadora el gesto de confianza y el contacto humano de la mujer que le ha tocado. No se atribuye la curación, no quiere ponerse en primer plano. Cariñosamente le habla: ¡Hija! Tú fe te ha salvado. Vete en paz (5, 34). Todo nos permite suponer que esta palabra ¡hija! resulta en este caso la apropiada, la voz verdadera. Quizá nadie le ha llamado así, nadie le ha querido. Jesús lo hace, dejándose tocar por ella, reconociéndole persona (hija) y destacando el valor de su fe. Ella le ha curado.
Puede seguir existiendo el problema de la sangre menstrual (trastorno físico) en plano médico y psicológico, pero aquí ha perdido su carácter de maldición y su poder de exclusión religiosa, de rechazo humano. Esta mujer no aparece ya como impura sino como persona enferma a la que ha sanado su fe y su palabra (su forma de decirse en público). Así la ha valorado Jesús, superando una tendencia corporalizante (biologista) del judaísmo, codificada en Levítico y Misná. Frente a la mujer naturaleza, determinada por el ritmo normal o anormal de las menstruaciones, encerrada en la violencia que su sangre y proceso genétivo simboliza (para los varones), Jesús ha destacado su valor como creyente que vive y de despliega su humanidad a nivel de fe.
4.- La hija del Archisinagogo: impureza y muerte (Mc 5, 21-24a.35-43).

21 Y cruzando al otro lado, mucha gente se aglomeró junto a él a la orilla del mar.22 Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies 23 y le suplicaba con insistencia, diciendo: Mii hijita está agonizando; ven a imponer las manos sobre ella para que se cure y viva. 24 Y fue con él...[se inserta la escena de la hemorroisa]
35 Todavía estaba hablando cuando llegaron unos de casa del Archisinagogo diciendo:Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro. 36 Pero Jesús, que oyó la noticia, dijo al Archisinagogo: No temas; basta con que tengas fe.37 Y sólo permitió que lo acompañaran Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. 38 Llegaron a casa del Archisinagogo y, al ver el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos, 39 entró y les dijo: ¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida.40 Pero ellos se burlaban de él. Entonces Jesús echó fuera a todos, tomó consigo al padre de la niña, a la madre y a los que lo acompañaban, y entró adonde estaba la niña. 41 La tomó de la mano y le dijo: ¡Talitha koum (que significa: Niña, a ti te hablo, levántate). 42 La jovencita se levantó al instante y echó a andar, pues tenía doce años. Ellos se quedaron atónitos. 43 Y él les insistió mucho en que nadie supiera esto y les dijo que le dieran de comer.
El testimonio de la hemorroisa permite sitúa el nuevo gesto de Jesús con la hija del Archisinagogo. La hemorroisa había vivido encerrada en su flujo constante e "impuro" de sangre menstrual, que duraba doce años (5, 25). La hija del Archisinagogo había cumplido doce años(5, 42): había estado segura, se hallaba resguardada en el espacio de máxima pureza de Israel (casa de un jefe de sinagoga) y sin embargo, al descubrirse mujer, con el primer flujo de sangre que enciende su cuerpo, ella decide por dentro apagarse; no tiene sentido madurar en estas circunstancias.
Son muchas las mujeres que han sufrido y sufren al llegar a esa edad: pueden sentir el temor de su propia condición, de su cuerpo deseoso de amor y maternidad, pero amenazado por la ley de unos varones (padres, hermanos, posibles esposos) que especulan sobre ellas, convirtiéndolas en rica y frágil mercancía. Hasta ahora podemos suponer que esta niña había sido féliz, niña en la casa, hija de padres piadosos (sinagogos), resguardada en el mejor ambiente. De pronto, al hacerse mujer, se descubre objeto de deseos, miedos, amenazas, represiones. Le bastan doce años de vida para sufrir en su cuerpo adolescente, que debía hallarse resguardado de todos los terrores, un terror que sienten de forma especial cierta mujeres marginadas: hemorroísas, leprosas... Por su misma condición de niña hecha mujer empieza a vivir en condición de muerte. Estamos en el centro de una crisis familiar. No sabemos nada de la madre (que aparece al final, en 5,40), aunque podemos imaginar que sufre con la hija, identificándose con ella. El drama se expresa y culmina desde el padre, capaz de dirigir una sinagoga (ser jefe de una comunidad) pero incapaz de ofrecer compañía, palabra y ayuda, a su hija. Por eso, el verdadero milagro de Jesús es la conversión del padre, que debe transformarse, como la hemorroisa, para acoger y educar a la hija para la vida:
- Un Archisinagogo busca a Jesús para pedirle que cure a su hija (5, 22-24b)). Sólo al final (5, 42) se dirá que tiene doce años, edad de maduración como mujer casadera, años de enfermedad (menstruación irregular de la hemorroisa: 5, 25). Las dos están unidas por un mismo dolor, vinculado a su condición femenina, en el contexto social israelita. Este niña debía ser (hacerse ya) mayor y sin embargo el texto la presenta por dos veces como niña, en palabra significativa (paidion, korasion: 5, 40-41) que acentúa eso que pudiéramos llamar su rasgo infantil, presexuado. Es como si negara su maduración de mujer, intentando quedarse en la infancia. Precisamente porque eso es imposible ella se muere.
- Jesús hace que el padre archi-sinagogo recorra un largo camino de fe (5, 35-36). Está la niña muriendo(eskhatôs ekhei) y sin embargo él se detiene con la hemorroisa (5, 24b-34). Es un retraso mortal, la niña muere. Dicen que no merece la pena que venga, no hay remedio (5, 35). Pero Jesús responde ofreciendo salud allí donde humanamente era imposible y diciéndole al padre: ¡No temas, sólo cree! (5, 36). En el caso anterior era la misma mujer quien creía (así le dice Jesús: ¡Tu fe te ha salvado!: 5, 34). Ahora es el padre quien tiene que creer, realizando el milagro. Jesús tiende de esa forma un nexo muy profundo entre dos personas que parecen hallarse en los extremos del tejido social israelita: la hemorroísa impura y el puro Archisinagogo. A los dos se pide lo mismo: ¡que tengan fe!.
- Jesús entraen la habitación de la niña con su padre y su madre (5, 37-40). Llegan a casa. Ambos, padre y madre, unidos e iguales, pueden dar a la niña testimonio y garantía de futuro. Se ha convertido el padre, ha aceptado el gesto de la hemorroisa, está dispuesto a creer. Este es el milagro: que su niña se vuelva mujer, en estas circunstancias, que asuma con gozo la vida. En busca de Jesús había salido un padre antiguo e impotente, vinculado a la vieja estructura sacral israelita. Ahora viene con Jesús como hombre nuevo, pues ha aceptado el gesto y curación (limpieza) de la hemorroisa.
- Jesús toma consigo a tres discípulos (Pedro, Santiago y Juan: 5, 37). No van como curiosos, ni están allí de adorno. Son miembros de la comunidad o familia cristiana que ofrece espacio de esperanza y garantía de solidaridad a la niña hecha mujer. Significativamente son varones, pero ahora penetran como humanos (respetuosos, deseosos de vida, no dominadores) en el cuarto de una enferma que probablemente ha muerto, está muriéndose, por miedo a los hombres. Su presencia convierte este pasaje en sacramento eclesial: superando la sinagoga judía (donde la niña parece condenada a morir) emerge aquí, con el Archisinagogo y su esposa, una verdadera iglesia humana donde la niña puede hacerse mujer en gozo y compañía. Esta iglesia se distingue de todas las sinagogas antiguas y modernas que ponen sus estructuras y dogmas por encima de la libertad de la mujer. Estamos ante un sacramento de la maduración personal de la mujer. Antes de pedir que sea judía o cristiana, en clave confesional, la iglesia ha de ofrecerla gozo de vivir en una comunidad donde nadie imponga su forma de ser sobre los otros. Este es un texto de iglesia, texto de familia: padres y discípulos penetran juntos en el cuarto de la enferma, ofreciéndole confianza de futuro.
- Sólo entonces (con el padre convertido, la madre presente y los discípulos formando comunión) puede realizar Jesús su gesto: agarra con fuerza a la enferma (kratêsas) y dice ¡talitha koum!, niña levántate (5,41). No basta un toque suave que limpia (como al leproso: 1, 41); hace falta una mano que agarre con fuerza y eleve (como a la suegra de Simón: 1, 31), rescatando a la niña del lecho en que había querido quedarse por siempre y diciendo: ¡Egeire! (levántate! Frente al llanto funerario que celebra la muerte (5, 38-40) se eleva aquí Jesús como dador de vida y promesa de pascua: al misterio de la resurrección de Jesús, proclamada en Galilea, pertenece esta niña devuelta al camino de la vida.
- Jesús pide que den alimento a la niña (5, 43), como insinuando que sufría de anorexia. Están en el cuarto los siete (los padres, tres discípulos, Jesús y la niña). Ella empieza a caminar. Jesús no tiene que decirla nada: no le da consejos, no le acusa o recrimina. Es claro que que las cosas (las personas) tienen que cambiar a fin de que ella viva, animada a recorrer un camino de feminidad fecunda, volviéndose cuerpo que confía en los demás y ama la vida. Tienen que cambiar los otros; por eso dice a todos (autois que incluye a padre y discípulos) que alimenten a la niña, que le inicien de forma diferente en la experiencia de la vida.