El fin de la historia: la matarán, la quemarán, la comerán (tercer jinete: Ap17-18)
En el apogeo de la gran “revelación” del capitalismo neo-liberal, Francis Fukuyama, pensador oficial del sistema, de origen nipón-americano, publico un libro titulado “El fin de la historia y el último hombre” (1992). Su tesis tesis “simplista”, al servicio del “amo” podía resumirse en tres afirmaciones:
-La prehistoria había terminado hace milenios. Los hombre habíamos tenido unos milenios de historia, hecha de revoluciones y enfrentamientos militares, económicos, sociales e ideológicos (religiosos).
Pero ahora, con el advenimiento del sistema neo-liberal-capitalista la historia también estaba terminando. Llegaba la paz sin fin del progreso y de la ciencia, sin fin.
-Esa paz, el fin de la historia de muerte, venía liderada y encarnada por un tipo de alianza eterna de oriente-occidente, centrada en el poder de la ciencia y el dinero
Pero ahora, con el advenimiento del sistema neo-liberal-capitalista la historia también estaba terminando. Llegaba la paz sin fin del progreso y de la ciencia, sin fin.
-Esa paz, el fin de la historia de muerte, venía liderada y encarnada por un tipo de alianza eterna de oriente-occidente, centrada en el poder de la ciencia y el dinero
| Xabier Pikaza

Han pasado treinta largos años. Ciertamente puede terminar un tipo de “historia”, pero con ella puede terminar también el hombre. Éste es un argumento repetido desde muchas instancias no sólo sociales y económicas, sino religiosas y políticas, ecológicas y antropológicas. En este contexto, retomando el motivo de los tres jinetes de Ap 6 (del que vengo tratando en días anteriores, quiero exponer la visión de Ap 17-18, que trata de forma simbólica de la auto-destrucción y muerte de la Gran Prostituta, que es un tipo de ciudad del Capitalismo mundial. He desarrollado este tema en dos obras: El Apocalipsis y No podéis servir a Dios y a Mammón

La Gran la Ciudad del Capital Mundial
Jesús de Nazaret había condensado la historia de la humanidad como lucha o enfrentamiento entre Dios y Mamón: No podéis servir a Dios y al dinero (Mt 6, 24). El Apocalipsis describe esa lucha de un modo un modo profético, cuando expone la destrucción de la prostituta (Ciudad del capital). No la matará Dios, la quemarán, mataran y comerán (en gran venganza antropofágica) los poderes enemigos de la tierra, esto es, de los que ella había sometido:
¡Ven! Te mostraré el juicio de la Prostituta grande, sentada sobre aguas caudalosas, con la que se prostituyeron los reyes de la tierra y se emborracharon los habitantes de la tierra con el vino de su prostitución. Me llevó en espíritu a un desierto y vi a una mujer sentada sobre una bestia color escarlata, lleno de nombres blasfemos, que tenía siete cabezas y diez cuernos. La mujer iba vestida de púrpura y escarlata, y estaba adornada de oro, piedras preciosas y perlas. En su mano tenía una copa de oro llena de abominaciones y de la impureza de su prostitución. Y escrito en su frente un nombre: ¡Misterio! Babilonia, la grande, la madre de todos los prostitutos y de todos los abominables de la tierra. Y vi a la mujer emborrándose con la sangre de los santos y la sangre de los mártires de Jesús (Ap 17, 1-6)
Esta mujer es el Dios falso de la Ciudad del Capital, en aquel tiempo Roma (antes había sido Nínive o Babilonia, en los libros proféticos del AT. Los siervos de la Ciudad (como F. Fukuyama) cantan su grandeza (¡es diosa!) el profeta Juan ha visto que ella es sólo una prostituta por dinero. Su signo distintivo es una copa (poterion, vaso de dinero hecho principio de muerte). Normalmente, a la mujer antigua se la presentaba como es vientre y pechos: fecundidad, ánfora de amor, manantial de leche que alimenta a los nacidos. Pero ésta mujer no es seno gozoso ni maternidad generadora sino copa de misterio falso, dinero que emborracha y mata.

– El evangelio había presentado la copa (poterion) que Jesús regala a sus discípulos, el vino de su sangre derramada (cf. Mc 14, 23-25 par), a fin de que ellos mismos se vuelvan señal de amor unos para otros (cf. Mc 10, 39-40), y ha presentado también la copa de la mujer de la unción, la vida entregada por amor, más valioso que todo el dinero del mundo (cf. Mc 14, 3-9 par). Pero, en contra de esa copa de Jesús y de la mujer de la unción, el Apocalipsis presenta a la Prostituta como copa de abominaciones e impurezas (Ap 17, 4), como signo de una economía del mercado universal de Roma, que compra y vende a los pobres y les asesina por dinero (bebiendo su sangre: Ap 17, 6).
– Y escrito en su frente: ¡Misterio! (17, 5), es decir, revelación escatológica (sabiduría “superior” y mentirosa de un conocimiento y mercado universal de muerte por dinero). La Prostituta promete a sus amantes algo que nunca puede conceder (vida inmortal), pero en realidad les mata. De esa forma, es lo contrario a Dios, una humanidad que vive del engaño, destruyendo a los demás con su anti-eucaristía. Parece diosa, expresión del culto supremo del imperio, montada sobre la bestia, como imagen falsa que todos deben adorar (aceptar, venerar) si quieren vivir (comprar y comer) en ese imperio (cf. 13, 14-18), pero es solo humanidad de muerte, misterio de opresión, dinero falso, prostitución económica universal.
Esta Mujer Prostituta es la ciudad-dinero, y cabalga sobre la Bestia escarlata llena de blasfemia (17, 3), pues no puede dominar la tierra por sí sola, sino que necesita el apoyo del Imperio militar de Roma, que había utilizado ya la Segunda Bestia o Mal Profeta, para engañar a todos con milagros falsos (perversión ideológica), y que ahora la utiliza a ella, con su economía perversa (expresada en su número de muerte: 6-6-6). Ella es la ciudad sangrienta del mercado, la Corrupción Absolutizada, que no puede perdonarse, porque es el mal en sí, de forma que debe ser destruida y superada. Por un lado ella utiliza a la Primera Bestia (Imperio), sobre la que monta, como ramera universal; por otro ella depende de las bestias, que la utilizan para dominar el mundo:
‒ Está sentada sobre Grandes Aguas (Ap 17, 1), como Babilonia, ciudad originaria, sobre las corrientes primordiales (y sobre los canales del Éufrates: cf. Jer 51, 13). El ángel hermeneuta identifica después esas aguas (17, 15), que se refieren también, a las de Roma, con los pueblos, multitudes, naciones y lenguas que forman la base y sostén de la Prostituta y su Mercado (Roma).
– Con ella se prostituyen los reyes (Ap 17, 2; cf. 6, 15; 16, 14), esto es, aquellos que desean el poder, corrompidos así por el dinero, que aparece como absoluta corrupción. Al afirmar que los reyes se prostituyen con ella, el Apocalipsis está pensando quizá en los monarcas vasallos de oriente, entre los cuales se encuentran los herodianos judíos, vendidos a Roma. Pero la expresión puede ser más amplia y referirse a todos los monarcas que aparecen como aliados/vasallos de Roma (cf. Ap 17, 18; 18, 3.9; 19, 19), prostituidos con ella.
– Con ella se embriagan aquellos que se dejan corromper por la violencia de Roma, de la que se sirven para su provecho (Ap 17, 2). Como borrachos los presenta el texto: llenos de prostitución, sedientos de sangre. No saben, no conocen, no consiguen vivir en comunión personal, son un mundo pervertido. Esta imagen de la embriaguez universal es un lugar común de la literatura gnóstica, que presenta a los hombres ebrios, dominados por el sueño del olvido. Pero la gnosis evoca más bien una ceguera individual, que se supera por una iluminación interior. El Apocalipsis, en cambio, habla de una embriaguez social, vinculada a la injusticia económica, con el asesinato de los justos.
– Está borracha de la sangre de los santos y mártires de Jesús, de decir, de todas las víctimas y los oprimidos del mundo... (Ap 17, 6a), es como un lagar donde la uva prensada se hace sangre (14, 15-17). Esa Roma del capitalismo mundial ha construido y mantiene su poder sobre una base de antropofagia asesina, pues se alimenta de la sangre de sus sometidos, que se expresa de un modo especial (pero no exclusivo) en la persecución de los pobres creyentes que aparece así como punta de iceberg de un sistema universal de muerte.
Esta no es una imagen de erotismo sexual, pues el signo de la prostitución (masculina y femenina) se aplica aquí (con la tradición del Antiguo Testamento) a la idolatría y, en especial, a las relaciones sociales de violencia, centradas en la opresión económica y en la imposición social (asesinato), en contra de las bodas finales del cordero (Ap 21-22). En ese sentido podemos afirmar que la ciudad-mercado, sede de la Gran Bestia, es el misterio invertido, Babilonia la grande, encarnación económico/social de perversión (economía que oprime y mata a los pobres).
- Caída de Roma, economía que se destruye a sí misma. A esta Prostituta se le puede llamar Madre en el sentido patológico del término: (a) Es Madre de los Prostitutos (17, 5) que utilizan la violencia como forma de dominio (al estilo de los reyes de 17, 2). (b) Es Madre de los Abominables (17, 5), que derraman la sangre de inocentes, oprimiendo a los pobres y comprando-vendiendo todo por dinero. El Apocalipsis interpreta así la historia del poder/economía, que culmina en Roma, como festín de antropofagia, pues la Ciudad/Mercado cabalga sobre la Bestia y bebe la sangre de los mártires (de los asesinados). En su prostitución, que es pecado primigenio, culminan todas las sangres (cf. Ap 18, 24), desde el “justo” Abel (cf. Gen 4) hasta Jesucristo (cf. Mt 23, 34-36).
Pues bien, en este contexto, por una sorprendente asociación e inversión de ideas, en contra de lo que podíamos esperar, pero con una lógica impecable, el Apocalipsis descubre que la destrucción de la prostituta no es obra de Dios (que es creador, no destructor: Sab 11, 24-26), sino de sus mismos amantes (reyes, poder militar), que al fin se elevan y la matan.
Las aguas que has visto, sobre las que está sentada la prostituta, son pueblos, muchedumbres, razas y lenguas. Pero los diez cuernos que has visto, y la misma Bestia, despreciarán a la prostituta, la harán desierto, la dejarán desnuda, comerán sus carnes y la convertirán en pasto de las llamas. Porque Dios les ha inspirado para que cumplan su consejo (gnome): para que tengan un único consejo y entreguen su reino a la Bestia, hasta que se cumplan las palabras de Dios. Y la mujer que has visto es la gran ciudad, que domina sobre los reyes de la tierra (Ap 17, 13-18).
La Prostituta/Mammón domina sobre los reyes de la tierra, que la utilizan, y, sin embargo, en un estallido de ferocidad, esos mismos reyes se alzan contra ella, y así, de un modo atroz (¡cumpliendo un Consejo divino!), la destruyen y la comen. Estas palabras, de un hondo sentido simbólico, expresan una de las claves de interpretación más honda de la historia: El Gran Capital (Mammón/Prostituta) entra en crisis, de forma que será destruido por los mismos a quienes ha encumbrado.
Esta destrucción de la ciudad-capital perversa no es obra de Dios sino de los poderes satánicos que odian y su madre prostituta. Antes de luchar contra el Cordero, instruidos por un tipo de gnome o consejo sagrado (que parece venir de Dios y les engaña), los reyes vasallos y la Bestia imperial se elevan contra la prostituta, para devorarla y quemarla, como si Dios mismo guiara la historia dejando que los poderes sometidos destruyan a la prostituta, en un “crescendo” de mal que culmina en su misma destrucción. Pues bien, en esa línea, en un momento dado, en medio de una gran locura, la Primera Bestia (poder militar), unida a sus reyes, en gesto de inmensa perversión, desde su propio submundo de violencia y muerte, se eleva contra la Ciudad que él mismo había prostituido para destruirla.
Todos (emperadores, pueblos sometidos, reyes) la han utilizado. Pero ahora se vinculan mia gnômê, en un mismo consejo o decisión, en la última guerra civil, de manera que el mismo emperador (Primera Bestia) se eleva en contra de ella y la destruye. Ésta es la revancha de los sometidos (que se unen a la Bestia con sus reyes) para destruir a la ciudad mercado que parece dominarles). Es la guerra universal de la Bestia y sus vasallos, que han prostituido a la ciudad perversa del dinero, para al fin sentirse engañados por ella, de manera que deciden destruirla (destruir su propia obra satánica, la ciudad del Mercado).
Según eso, la “trinidad satánica” (bestia militar, bestia ideológica, prostituta) se hallaba edificada sobre bases de engaño y violencia que al final estalla, de manera que la Ciudad/Mercado de la que dependían las dos bestias aparece al fin como ciudad odiada, chivo expiatorio de un mundo pervertido. Todos la habían utilizado, diciendo que la amaban, pero en el fondo la odiaban, y así al final se elevan contra ella, en talión de revancha. La periferia (diez Reyes) se alía con el centro pervertido (Bestia militar) para destruir a la mujer/economía, utilizada y odiada. Todos la prostituyeron, pues la necesitaban. Todos la matan después, al descubrir que ella les utiliza y engaña Ésta es la hora de la verdad invertida, el desenlace de un capital que se destruye a sí mismo. Sólo al llegar aquí se dice expresamente que la Mujer es la Ciudad grande, la Geo-polis elevada sobre los reyes de la tierra (17, 18).
El Apocalipsis descubre y proclama de esta forma una verdad que suele pasar casi siempre inadvertida: El juicio final (la caída) de la gran ciudad no viene de fuera, sino del mismo interior de su dominio, de forma que no la destruyen sus enemigos, sino sus amigos, la Bestia y los Reyes, aquellos que querían cuidarla, edificarla como Torre de Babel, refugio de plena seguridad. Pero no han logrado someterla, de manera que el amor se les vuelve aversión, y de esa forma se empeñan en borrar su pasado, destruyendo a su misma falsa madre, mujer/prostituta, Babilonia (Ap 17, 5). Para enfrentarse al fin contra el Cordero, la Bestia y los Reyes destruyen a su madre Prostituta (gran mercado), y al fin terminan así matándose a sí mismos. Historia y mito se vinculan de esa forma en este relato escalofriante de guerra civil y deicidio. Este gesto parece nuevo, y sin embargo viene de antiguo, desde el Enuma Elish donde Marduk, rey de Babel, mata a su madre Tiamat, para alzar la gran ciudad (¡Babel!):
– Bestia y Reyes odiarán a la Prostituta,y lo harán precisamente porque la han utilizado (no amado), la han necesitado, pero al fin se avergüenzan de su necesidad. De ella han nacido (es madre), pero no pueden amarla porque es prostituta (cf. Ez 23, 25-29), y por eso la matan, odiándose a sí mismos al hacerlo. Esta es la perversión del poder sin amor, mercado sin diálogo, Capital sin vida humana.
– La desertizan y desnudan. Era lugar de encuentro de pueblos, lenguas, naciones (17, 15); pero todos se van, huyendo de ella, y así la dejan sola, prostituta vieja, abandonada, despreciada, un desierto (êrêmômenê), sin que nadie quiera o pueda defenderla, pagando sus favores. Así la ha visto el profeta, en yerma soledad eterna (Ap 17, 3), añadiendo que tras desertizarla la dejan desnuda (gymnê). Eran imponentes sus vestidos y adornos: púrpura, escarlata, oro y diamantes... (cf. 17, 4). Ahora es carne vieja, ante todos los curiosos que se burlan, al verla deshonrada, en desnudez de humillación (cf. Os 2, 5; Ez 16, 39; 23, 39).
– La comerán (fagontai kai autên). El Apocalipsis nos lleva así al motivo del sacrificio originario, repetido en los mitos más fuertes, en los más tensos relatos en los cuales (como dicen S. Freud o R. Girard), al principio de la memoria humana se habría dado un banquete de antropofagia que marcó la historia posterior. De esa forma, Bestia y Reyes matan y comen a su Madre prostituta. Conforme al talión del ángel de las aguas (cf. 16, 5-7), se podría decir: Ha bebido la sangre de los mártires de Cristo en copa de oro; por eso es justo que Bestias y reyes devoren su sangre.
– Y la quemarán al fuego. La visión de la ciudad que arde, fuego que asciende con humo hacia el cielo, estará en el centro de las lamentaciones que siguen (cf. 18, 8-10). Ésta es una imagen común, vinculada al incendio y destrucción escatológica de Jerusalén (cf. 2 Rey 25, 8-12) y del mundo entero, destruido al fin por fuego (cf. 2 Ped 3, 10), y también al gesto de quemar la carne de los animales destinados al sacrificio (cf. Lev 16, 27). Estamos en el centro de un rito destructor de antropofagia (¡el sacrificio originario!) en que Reyes y Bestia empiezan comiendo las carnes palpitantes de la prostituta, para quemar después al fuego lo que queda de ella.
El profeta Juan ha reconstruido así el Gran Pecado, en claves de rica ambigüedad. Por un lado, la muerte (asesinato, antropofagia) de la Prostituta es un gesto de justicia divina (de un talión escatológico). Pero, al mismo tiempo, es la culminación del pecado humano. Reyes y Bestia la matan, comen y queman, para así aparecer como mal en estado puro, en contra del Cordero.
Memorial del llanto. El fin del mercado (18, 9-19)
El lamento por la caída de Roma/Babilonia se funda en una larga tradición profética (cf. Is 13-23; Jer 46-51; Ez 25-32), que eleva una elegía invertida de gozo, por la caída de las ciudades opresoras, como Nínive y Babilonia, y sobre todo Tiro, ciudad del comercio mundial de su tiempo. Ap 18, 1‒19, 10 retoma y recrea con extensión ese motivo antiguo del que aquí sólo recojo y comento el lamento central de reyes, comerciantes y marinos:
‒ Llorarán y se lamentarán por ella los reyes (Ap 18, 9-10, los que con ella cometieron adulterio y compartieron sus placeres, cuando vean la humareda de su incendio. A distancia, estremecidos de espanto ante el desastre de la ciudad destruyéndose exclaman: ¡Ay, ay, la gran ciudad, Babilonia, ciudad poderosa! ¡Porque en una hora ha llegado tu condena!).
‒ Por ella lloran y gimen también los comerciantes (Ap 18, 11-17a), porque nadie les compra el oro y plata…Los que comerciaban antes ricos, se mantendrán ahora a distancia, estremecidos de espanto por el desastre de la ciudad, llorando y lamentándose, exclamando:¡Ay, ay, la gran ciudad, que vestías de lino, púrpura y escarlata que te adornabas con oro, piedras preciosas y perlas! En una hora se ha perdido tanta riqueza!
‒ Y también los pilotos, los navegantes de altura, los marinos (18, 17b-19)y cuantos se afanan sobre el mar, se plantaron a lo lejos y exclamaban viendo la humareda del incendio: Quién como esta ciudad grande? Y echándose polvo sobre sus cabezas, se lamentarán: ¡Ay, ay, la gran ciudad! Con tu opulencia se enriquecieron cuantos surcaban el mar con sus navíos. ¡En una hora ha quedado devastada!
Todos lloran, repitiendo el lamento ritual: ¡Ay, ay, la gran ciudad! (18, 10.16.19), evocando en su dolor la injusticia de su economía, de la que se habían aprovechado. Todos miran el incendio desde su poder (reyes), su riqueza (comerciantes) y sus ganancias (marinos). Éste es el lamento por la ruina del mercado injusto del que ellos vivían, una ruina que será fuente de gozo y abundancia para los auténticos creyentes (cf. Ap 18, 20‒19, 10, con Ap 21-22).
‒ Lamento de reyes (18, 9-10). Ellos mismos la habían prostituido (bebiendo la sangre criminal de sus violencias, compartiendo su riqueza; cf. 18, 3) y luego la han matado; fatalmente ahora la lloran, dentro del círculo de muere del dinero, en la línea de una violencia que se destruye a sí mismo. Por eso no lloran como inocentes, ni como víctimas, sino como culpables. Las Bestias orgullosas (cf. 13, 5) no lloran, como si no tuvieran corazón los reyes sí lo hacen.
Primero la han matado, después de haberla utilizando, pensando que ella es como un dique que se opone a su pasión de violencia infinita; la han asesinado y devorado en desmesura criminal (cf. 17, 15-18). Pero después la lloran, como llora el “protector” por la mujer la que ha prostituido, como llora el asesino por su víctima. Real fue el primer gesto (asesinato); real ha sido también el segundo (llanto), pero sin consecuencias, pues ellos no pueden divinizar ni “resucitar” a la prostituta, como cuentan algunos mitos.
Allí donde el falso amor se vincula al deseo de poder, la vida (¡la religión!) se convierte en llanto sin fin y sin remedio, como deseo impotente de tapar y negar el asesinato, como dice Jesús cuando acusa a los falsos devotos que primero matan a los profetas y después edifican tumbas en su honor: Mt 23, 16). Pero el Ap sabe que esta víctima es la última, pues los humanos han llegado al límite de las destrucciones, ya no pueden seguir matando. Frente al paroxismo de la violencia inútil (estos reyes lloran para nada, en llanto estéril que no puede crear vida ninguna) presentará el Apocalipsis el más alto misterio de Cristo.
‒ Llanto de comerciantes (18, 11-17).El Apocalipsis no ha contado en este lugar el llanto de los agricultores que labran su campo, viviendo del producto del propio trabajo, pues no vive ya en el horizonte rural de las parábolas del Cristo galileo, cercano a los pastores, sembradores de trigo o pescadores del lago. Juan escribe desde las ciudades del imperio, en las zonas más ricas de Asia, donde el dinero de los pobres está en manos de unos ricos comerciantes, a quienes aquí condena por su lujo hecho lujuria, que se eleva sobre el sufrimiento de esos pobres.
Este Juan no es un puro iconoclasta, un destructor de todo lo que suene a lujo, sino todo lo contrario, pues libro está lleno de imágenes de gran belleza: brillan el oro y las piedras preciosas, se escucha el canto de los enamorados, las bodas alegres, con ropas hermosas y ciudad brillante... Él se encuentra a gusto en un ambiente refinado de armonía y esplendor, pero siempre en un contexto de justicia. Precisamente por eso combate el lujo injusto con furia profética: ¡no quiere abandonar la riqueza en manos de unos pocos, convertida en signo de opresión, en tráfico de sangre!
Por eso condena la maldad de una economía imperial al servicio del lujo y sangre de la ciudad prostituida. No condena un comercio humano al servicio de los pobres, ni rechaza la riqueza de los panes y peces compartidos del mensaje de Jesús (cf. Mc 6, 30-44 par). Él no iría en contra de un mercado solidario, para compartir lo producido, actuando así como medio (espacio) de encuentro entre los hombres, empezando por los pobres. Pero condena este comercio de muerte, entendido como cueva de bandidos de la Prostituta (para utilizar el signo de Jesús en Mc 11, 17).
En ese contexto se entiende el llanto de los comerciantes que, con la caída de Roma, han perdido sus mercados, de forma que ya nadie comprará su lujo, ni aumentará su dinero. Esos comerciantes han sido servidores de injusticia, de manera que al fin sólo les queda el llanto por las mercancías que no pueden vender, especialmente cuerpos y almas humanas (Ap 18,11-13):
- Objetos preciosos: oro, plata, piedras ricas, perlas.
- Tejidos caros: lino, púrpura, seda, escarlata.
- Materiales: sándalo, marfil, maderas, bronce, hierro, mármol.
- Especias: canela, clavo, perfumes, ungüentos e incienso
- Alimentos: vino, aceite, flor de harina y trigo.
- Animales: ganado mayor, ovejas, caballos y carros.
- Personas: cuerpos (=esclavos) y almas humanas
Esta lista comercial del mercado de Roma sólo cita algunas “mercancías” más significativos (omite los templos y estatuas de dioses), para así mostrar que, al fin y al fondo, Roma es un mercado que empieza con el oro y plata (esto es, con el dinero) y acaba con el tráfico de personas (cuerpos y almas humanas). Todo se compra y vende en su mercado, en especial las personas, de manera que la gloria imperial de Roma termina reduciéndose a un mercado universal sin más religión ni patria que el dinero, al servicio de los ricos comerciantes, dueños del oro y los esclavos que se venden en la plaza, al lado de los carros, ovejas y/o caballos. Nadie había condenado de esta forma (con esta sobriedad y dureza) el comercio de esclavos (mujeres, niños…), que viene al final de la lista de las mercancías, convirtiendo a Roma en una trata de vidas humanas al servicio del dinero.
̶ Llanto de marinos (Ap 18, 17b-19), con referencia a la elegía de Tiro, que es la ciudad del comercio mundial, el capitalismo divinizado (Ez 28, 12-19). Tras los reyes y comerciantes vienen los marinos, portadores de la mercancía Su presencia parece inspirada en la Elegía de Tiro (Ez 27-28), que el Apocalipsis recrea desde su perspectiva. Tiro había sido la ciudad del comercio y riqueza de Oriente, asentada en las aguas, elevada sobre la roca de su inmenso capital con la ayuda de sus naves, la ciudad-dinero, un emporio universal antidivino, compendio y signo de toda idolatría:
Tú (príncipe de Tiro) eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabada hermosura. En Edén, en el huerto de Dios, estuviste. De toda piedra preciosa era tu vestidura: de cornerina, topacio, jaspe, crisólito, berilo y ónice; de zafiro, carbunclo, esmeralda y oro. ¡Los primores de tus atabales y flautas eran para ti en el día de tu creación! Yo te puso como querubín ungido, protector, en el santo monte de Dios. Allí estuviste, y en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día en que fuiste creado hasta que se halló en ti maldad.
A causa de tu intenso trato comercial, te llenaste de iniquidad y pecaste, por lo cual yo te eché del monte de Dios y te arrojé de entre las piedras de fuego, a ti que eras querubín protector. Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor; yo te arrojaré por tierra, y delante de los reyes te pondré por espectáculo. Con tus maldades y la iniquidad de tus tratos comerciales profanaste tu santuario; por eso, yo saqué fuego de en medio de ti, y te consumió, y te puse en ceniza sobre la tierra ante los ojos de todos… y serás causa de espanto… (cf. Ez 28, 12-19).
Esta lamentación por la caída del príncipe (=ciudad) de Tiro comienza con un canto a su grandeza y belleza sobrehumana. La capital marina de oriente aparecía ante el profeta como signo de perfección y hermosura, revelación de Dios sobre la tierra, y así la presenta como ejemplo del hombre primigenio y perfecto, que habitaba en el paraíso (como Adán en Gen 2-3). La misma ciudad era en fondo el paraíso, en una tierra de gloria, entre el mar de occidente y la inmensidad de oriente, vestida de piedras preciosas, con perlas y con oro, como en el Edén de los tiempos.
El príncipe/ciudad era un querubín de Dios, su signo y santuario sobre el mundo, Capital sagrada del dinero, montaña sobre el mar abierto a todo el mundo, revelación mesiánica de Dios, con rasgos mitológicos e históricos. Tiro, emporio de sabiduría y de riqueza, aparece así como templo y sede Dios, en formas económico-políticas, como humanidad originaria, sin pecado ni defecto… Pero como Adán-Eva pecaron, comiendo del árbol del conocimiento del bien/mal y recibiendo en castigo la muerte, así Tiro pecó, precisamente por orgullo y prepotencia de dinero, soberbia anti-divina (quiso hacerse Dios) y opresión humana (su riqueza al servicio de la injusticia, de la opresión y de la muerte). Por eso dice Ezequiel que Dios la expulsó de la montaña, destruyendo la ciudad y quemando a sus habitantes. Pues bien, en esa línea ha interpretado el Apocalipsis la caída de Roma, con el lamento de comerciantes y marinos, retomando el motivo central de la soberbia y la injusticia del dinero, que acaba destruyéndose a sí mismo.
En esa línea sitúa el Apocalipsis a Roma, montada también sobre las grandes aguas de los pueblos (cf. 17, 1.15). Y de esa forma lloran por su ruina los marinos, que tenían como oficio llevar la mercancía a la metrópoli del mundo, como los comerciantes y marinos antiguos lloraron la de Tiro (cf. Ez 27, 28-36). El llanto de los marinos formaba una parte esencial de la elegía por Tiro, reina de los mares, a cuyo servicio habían trabajado, haciéndose hizo ricos. Por eso, Juan Profeta, autor del Apocalipsis, exilado en la isla rocosa de Patmos, dirigiendo en espíritu sus ojos hacia Roma, ciudad prostituta, a la que matan, devoran y queman sus antiguos amantes (las dos bestias, los diez reyes) retoma ese mismo motivo del gran llanto de comerciantes y marinos.
De esa forma se completa la elegía de los reyes (primero la han matado y después lloran), con la de estos comerciantes y marinos, que formaban el tejido político-económico de la gran ciudad. Juan proclama de esa forma su palabra contra la ciudad prostituida, no sólo como creyente, sino como hombre justo, en la línea de Ezequiel. A su juicio, la persecución contra los cristianos es sólo un momento (un signo particular) de la opresión general de Roma, ciudad-mercado, que oprime a los pobres (lo mismo que oprimía Tiro, reina del mar, a los pueblos/mercados del Mediterráneo).
Roma aparece en este contexto como “nueva Tiro”, ciudad del comercio y del dinero, donde todo se compra y vende en gesto de prostitución universal, empezando por el oro, pasando por tejidos, materiales ricos, especias y alimentos caros, hasta llegar a los animales y a los hombres. Dentro de aquel mundo de soldados e ideólogos, al servicio de un fuerte y durísimo mercado, los hombres sólo tenían sentido y “valían” como un objeto más de su mercado.
Roma quería presentarse como Ciudad Santa de la Paz Eterna, encarnación de la justicia de Dios (como Tiro, en Ez 28: Querubín de Dios, ciudad sagrada de sabiduría), pero sólo es un burdel al servicio del dinero. Ha querido proclamarse Diosa: “Yo soy reina; no conozco viudez, ni veré tristeza alguna” (Ap 18,7). Se ha embriagado de su gloria..., ha bebido la sangre de los mártires, los pobres de la tierra (cf. Ap 18, 24; 19,1-2), y esa sangra clama al cielo porque en ella ha culminado el poder del Dragón sobre la tierra (cf. Ap 12-13). (a) Satánica es la violencia militar (Primer Bestia), como poder que se diviniza y exige adoración: “¿Quién podrá compararse con la Bestia y ofrecerle resistencia?” (Ap 13,4). (b) Satánica la violencia ideológica, inteligencia al servicio de la Bestia. (c) Satánica es finalmente la ciudad-mercado de la prostituta.