15.09.19.  Dom 29 tiempo. ord.C Oveja perdida o pastores culpables

Ante la nueva tarea pastoral de la Iglesia

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Esta imagen y parábola del Buen Pastor 
es bella, pero, al mismo tiempo, inquietante, y quizá  anacrónica (el mundo de los viejos pastores está terminando, al menos en occidente…). En el mundo moderno, los pastores han perdido (o están perdiendo) su vinculación personal con ovejas (o cabras, vacas y cerdos…), para convertirse en sueños superiores, que se imponen y dirigen a sus animales con medios técnicos…

Esta puede ser una imagen injusta, pues los fieles (los cristianos) no son ovejas ni cabras, animales que han de ser pastoreados (llevados a sus pastos…), sino personas libres, como sabe Jesús cuando dice “ya no os llamo siervos, ni ovejas, sino que os amigos”, pues he querido compartir con vosotros todo lo que Dios me ha dado, todo lo que tengo (cf. Jn 10, 1‒21; 15, 15)

En otro tiempo, reyes y obispos, podían aparecer como “pastores”, de manera que tenían autoridad sobre las ovejas, a las que “domesticaban” (insertaban en sus casas) o incluso “domaban”, pero hoy no tiene sentido hablar de “doma” de personas.

            Desde ese fondo quiero leer la parábola inicial de este domingo 15.09.19, para situarla después en su contexto bíblico y cristiano. Ciertamente, puede hablarse en la iglesia de ovejas perdidas, inocentes, pero quizá debe hablarse más (en este año 2019) de pastores culpables, que pervierten, utilizan y destruyen a las ovejas, como puso de relieve Jesús y como he destacado en las dos últimas postales de este blog, a partir del inquietante libros de A. Rosmini, sobre las Cinco llagas de la Santa Iglesia, producidas por pastores que oprimen a sus ovejas.

Evangelio:

 En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: "Ése acoge a los pecadores y come con ellos ."Jesús les dijo esta parábola: "Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido. "Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse (Lc 15, 1‒27).

Ésta no es una parábola de ovejas perdidas, sino más bien de fariseos‒escribas, que se toman como pastores, pero no cuidan a las ovejas, sino que las utilizan y expulsan, no dejando a Jesús que las acoja (que cama con ellas)

El signo del pastor

La figura del pastor y su rebaño pertenece al mundo cotidiano del antiguo oriente, donde se aplicaba principalmente a los reyes y a los sacerdotes. Pastor es en  Sumeria, Asiria y Babilonia,   el rey, que tiene el deber de reunir a los dispersos, proteger a los enfermo y  ayudar a los débiles del pueblo. Pastor es en el cielo Dios, aquel que cuida del rebaño grande de los hombres.

El Antiguo Testamento sabe que Dios es pastor de Israel (Gen 48, 15; Sal 23, 1; 80, 2): dirige a su pueblo, lo lleva a las fuentes y pastos, lo reúne y lo protege (Sal 23, 3: Jer 23, 3; Ez 34, 11-12, etc.). También los jefes de Israel reciben rasgos de pastor (cf. 2 Sam 7, 7; Jer 13, 20; Sal 78, 72), aunque parece que nunca se les atribuye di­rectamente ese título, que será propio del mesías: Dios «les daré un pastor único que los pastoree: mi siervo David; él les apacentará, él será su pastor. Yo, el Señor, seré su Dios y mi siervo David será príncipe en medio de ellos» (Ez 34, 23-24; cf. 37, 22.24; Jer 3, 15; 23, 4).

La certeza de que Dios cuida a las ovejas y la promesa del nuevo pastor mesiánico de Ez 34, 11-14; 23, 23  forman el punto de par­tida de una visión teológico-simbólica que llega hasta Mt 25, 32. En el fondo está igualmente la imagen de 1 Hen 89-90, donde el camino de Israel, desde el diluvio hasta el mesías, aparece como historia de un rebaño; los miembros del pueblo son tapróbata (ovejas); Dios las guía, superando los peligros, los rechazos y rupturas hasta el tiempo en que llegue el salvador- mesías.  

Los hombres como s ovejas.

Unidas en rebaño, las ovejas son para el Antiguo Testamento un signo del pueblo israelita (2Sam 24, 17; Sal 76, 21 LXX; Num 27, 17). Así lo muestra de un modo especial Sal 73, 1, LXX: «¿Por qué... está ardiendo tu cólera contra las ovejas de tu rebaño (probata nomês mou)?». Ez 34, 31 asegura: «Vosotros... sois ovejas de mi rebaño, probata poimniou mou, y yo soy vuestro Dios». La literatura rabínica y apocalíptica utiliza el mismo simbolismo, sobre todo en 1 Hen 89-90 donde se cuenta toda la historia de Israel partiendo de la imagen de las ovejas del rebaño de Dios. En esa perspectiva se mantiene el Nuevo Testamento y de manera especial el evangelio de Mt, que utiliza siempre probaton de un modo metafó­rico, poniendo de relieve el riesgo en que los hombres están de se oprimidos y destruídos por malos pastores..

En esa línea simbólica, Mateo afirma que las gentes que escuchan y acogen la palabra de Jesús son «como ovejas sin pastor» o con pastores perversos (Mt 9, 36; cf. Ez 34, 5). En esa línea, los  discípulos de Jesús reciben el encargo de acudir «a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mt 10, 6; 15.24). Pasando ya al plano eclesial, Mt compara al creyente en peligro con una oveja que se pierde y puede perecer (Mt 18, 12). Por su parte, el misionero es como oveja en medio de lobos (Mt 10, 16).

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 Llega a tanto la fuerza de la comparación que se dice que los falsos discípulos son como «lobos con piel de oveja», es decir, creyentes fingidos, que destruye‒devoran a los otros. (Mt 7, 15; cf. 26, 31). Esta visión de Mt podría ampliarse con otros pasajes del Nuevo Testamento (cf. Jn 10, 1-17; Heb 13, 30; Pe 2, 25). Todo eso permite suponer que las ovejas del juicio final (Mt 25, 31-46) tienen un sentido metafórico: ellas constituyen el auténtico Israel, la nueva comunidad escatológica. Por eso reciben un lugar a la derecha del gran Rey, en ámbito de reino.

Id a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mt 10, 6)

En la línea de la literatura tardía del AT (Ezequiel, Zacarías…) y de muchos libros intertestamentarios (o apócrifos) como 1 Henoc, Jubileos,Test. XII Patriarcas y de gran parte de la literatura de Qumrán, la causa de la ruina de Israel se debe a los malos pastores civiles y religiosos (príncipes, sacerdotes…) que, en vez de guiar y cuidar a las ovejas de Israel las están destruyendo.

En ese contexto aparece Jesús como “buen pastor” (contrario a los “malos” pastores, de los que se ocupa Jn 10: celotas guerreros, un tipo de sacerdotes…), de manera que su mensaje y camino aparece como un “conflicto de pastores”. Evidentemente, a Jesús le han criticado por ocuparse de las “ovejas malas” de Israel (publicanos, prostitutas, enfermas, pobres…), en vez de centrarse en las buenas, para recrear con (desde) ellas el buen pueblo de la alianza, como querían, desde diversas perspectivas, esenios y fariseos, saduceos y celotas.     

 No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaria;id, más bien, a las ovejas descarriadas de Israel (Mt 10, 5‒6)

              En un primer momento, este mandato no era negativo (no vayáis a los samaritanos y gentiles…), sino radicalmente positivo y conflictivo: “Id a las ovejas perdidas de Israel”, dice “perdidas”, no pecadores, ovejas que se han extraviado y corren el riesgo de perderse por culpa de los malos pastores.

Esta prohibición (no vayáis…) y este mandato (id más bien) puede entenderse como expresión de la conducta misionera de algunas iglesias judeo-cristianas o como prohibición histórica de Jesús. En un primer momento Jesús no se ocupó de samaritanos ni gentiles, sino de los judíos expulsados, oprimidos… Pero después, con toda la lógica del mundo, los cristianos de la línea de Pablo (y luego los evangelios de Marcos, Mateo, Lucas y Juan) descubrieron que esas ovejas perdidas de Israel era un signo de todos los perdidos del mundo, que no son pecadores en sentido moralista (aunque puede haber entre ellos pecadores de este tipo), sino oprimidos, expulsados, marginados.

  Ciertamente, esas ovejas le importan a Jesús por ser israelitas (¡forman parte de su pueblo!), pero, sobre todo, por hallarse aplastadas, de manera que al final (en el fondo) más que su identidad nacional importa su condición humana, como personas perdidas, oprimidas, en la línea de la gran experiencia de Mt 9, 36‒39, donde se dice que Jesús  descubrió que los hombres estaban “esquilmados, apastados”, como ovejas sin buen pastor, en manos de lobos que se hacen pasar por pastores.

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Mt 15, 25. La lección de la mujer cananea

Esta experiencia y argumento está en el fondo del relato de la mujer cananea y de su hija enferma, tomado de Mc 7, 24-30, donde el Jesús de Mateo empieza repitiendo el mismo argumento de 10, 5-6 (ha venido para las ovejas perdidas de la casa de Israel: 15, 25).   De un modo lógico, asumiendo las tradiciones de su pueblo, como Hijo del David nacional, en la línea Mt 10, 6), Jesús responde a la mujer pagana diciéndole que Dios le ha enviado solamente a las ovejas perdidas   de la casa de Israel, y que no es bueno echar el pan de los hijos a los perritos.

Supone así que los israelitas son hijos queridos de Dios; los gentiles, en cambio, son perros, en la línea de 7, 6: “No echéis lo santo a los perros… ( en el sentido de perros asilvestrados)”. Pues bien, esta mujer cananea acepta ese lenguaje, y pide a Jesús sólo las sobras, pues también a los perritos (kynariois) ahora en el sentido de perros pequeños, caseros) se les dejan las migajas que caen de la mesa de los hijos. Ante esa palabra, de un modo sorprendente, Jesús se deja convencer, descubriendo y aceptando la gran fe  de esta mujer, descubriendo que entre las ovejas necesitadas de Israel y las del mundo entero no existe distinciòn

Frente al banquete de muerte de Herodes (cf. Mt 14, 6-12), se eleva aquí el banquete de curación y vida que Jesús ofrece a todos, incluidos los gentiles. Frente a la comida exclusivista de los escribas y fariseos, que sólo admitían en la mesa a quienes tenían a su juicio manos limpias (cf. Mt 15, 1-20), convencido por esta mujer, Jesús ofrece su banquete de pan y salvación para los gentiles.

Jesús había comenzado aceptando el ritmo “canónico” de la historia de la salvación: En primer lugar se encuentran los judíos, luego los gentiles; primero hay que alimentar y curar a los hijos y después, cuando esos hijos estén saciados, podrán alimentarse los perros, es decir, los de fuera. Ésa era la visión normal de la mayoría de los judíos de aquel tiempo, y la visión que seguimos teniendo todavía muchos “cristianos”: Primero ha de haber pan para nosotros, los de casa (compatriotas…). Sólo después podrán alimentarse los de fuera.

Jesús empezó manteniendo en principio (en teoría) esa visión, pero la experiencia (la necesidad) de esta mujer hace que cambie (=se convierta).  Desde aquí se entiende su nuevo y más hondo mensaje, dirigido no sólo a las ovejas perdidas de Israel, sino a todas las ovejas perdidas del mundo.La figura del pastor  

Pastor misericordioso, buen pastor (Jn 10)

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             Volvamos al tema de nuestro evangelio (Lc 15, 3-6).A Jesús le han acusado de comer con pecadores, perdonando y recibiendo en su mesa a los proscritos de la alianza (publicanos, prostitutas). Jesús se defiende contando esta parábola, en la que Dios (o el pastor mesiánico) viene a mostrar su solidaridad con las ovejas perdidas. En esa línea avanza  el texto del buen pastor:

«Yo soy el buen pastor; el buen pastor entrega su vida por sus ovejas. El mercenario, el que no es pastor ni tiene a las ovejas como propias, ve venir al lobo y abandona, huyendo, a las ovejas; y así viene el lobo y las destroza y las dispersa. Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas y ellas me conocen, como el Padre me conoce y yo conozco al Padre. Así entrego mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este redil; las debo conducir, para que escuchen mi voz y de esa forma haya un rebaño y un pastor» (Jn 10, 11-16).

 Es esta línea anterior, el pastor se ha convertido de alguna forma en padre y amigo del rebaño. Jesús, buen pastor, se distingue de otros malos pastores, mercenarios, que han venido a presentarse como salvadores, siendo en realidad puros asalariados, que han querido aprovecharse del rebaño, pues sólo les importa su poder y su dinero. El evangelio de Juan alude aquí probablemente, en la línea de 1 Henoc 83-90, a los diversos líderes que, en esos últimos años, entre el 50 y el 100 d. C., han manipulado a los judíos, llevándoles a la perdición (centrada en la guerra orgullosa y suicida contra Roma, en clave de violencia, no de gracia).

Jesús es verdadero pastor porque conoce a las ovejas (hombres), dialogando con ellas en intimidad de corazón. Sólo así, sobre una base de conocimiento personal puede fundarse la comunidad de los salvados como iglesia donde todos tienen un lugar para vivir en plenitud. Jesús es pastor y puerta del rebaño; Jesús es guía y casa para las ovejas.

            De esa forma, llevado hasta el extremo, este signo del pastor nos saca del ámbito animal (pastoral) para situarnos en un plano intensamente personal, de comunicación afectiva. En ese contexto debemos añadir encargo de Jesús a Pedro a quien pide que «apaciente sus ovejas» (Jn 21, 16-17). En esa línea se dirá que los ministros de la iglesia son pastores que aman a las ovejas, dialogando con ellas como Buen Pastor, que es Cristo.

La oveja extraviada (Mt 18, 12-14), es decir, la que quiere perderse

En este contexto ha recreado Mateo la parábola anterior de la oveja perdida, que proviene del Q (cf. Lc 15, 3-7), introduciendo en ella algunas variantes significativas, que nos permiten profundizar en el argumento anterior. No se trata de una oveja simplemente perdida (apolôlos) como en la versión de Lucas, sino errante, voluntariamente  extraviada, pues planêthê, se aleja del rebaño donde siguen los noventa y nueve hermanos, y de esa forma se extravía, buscando otros pastores y otros pastos. Miraba así, esta parábola tiene un sentido mesiánico, pero sobre todo eclesial, en la línea de los otros pasajes de Mateo sobre las ovejas: Jesús ha venido a buscar y salvar a los que vagaban sobre el mundo como ovejas oprimidas y aplastadas, sin pastor para guiarlas (9, 36) etc.

¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas ¿no dejará en los montes a las noventa y nueve, para ir en busca de la errante? 13 Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más alegría por ella que por las noventa y nueve no errantes. 14 De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños (Mt 18, 12-14)[1].

      Éste es un motivo eclesial, enraizado en la historia bíblica que habla de Dios como pastor de las ovejas de Israel. Pues bien, en este caso Jesús no viene a buscar simplemente a la perdida (apolôlos), por la razón que fuera sino a la que va errante (planêthê), es decir, a la que se extravía porque ella misma lo ha querido, como un astro caído del cielo en la tradición apocalíptica. Este pasaje alude según eso a un miembro de la Iglesia que pierde su rumbo, y no mantiene la buena orientación, de manera que el Cristo de Dios ha de venir a buscarla y rescatarla:

− Oveja descarriada, como los astros errantes (18, 12). No se limita a “perderse” de un modo general, como en Lucas, sino que se extravía, como los planetas que no siguen su rumbo, sino que abandonan el orden celeste. No actúa de esa forma simplemente porque es débil o pequeña, sino porque ha querido buscar otras formas de vida, arriesgándose al hacerlo, quizá por ignorancia o falta de cuidado, pero también por su propia “maldad”, separándose así de las otras ovejas. Mateo utiliza aquí el lenguaje “planetario” de la apocalíptica, especialmente el empleado por el grupo de Henoc (cf. 1 Hen 72-82), que habla del pecado de los astros que se extraviaron, perdieron su rumbo y empezaron a errar, como “planetas”. Evidentemente, ésta es sólo una “alusión”, pero ella ha de tenerse muy en cuenta, en un contexto influido por la interpretación de la parábola del trigo y la cizaña (13, 36-43) y por la alegoría del juicio (25, 31-46). En sentido inmediato, la oveja “que se pierde” (planea) es un creyente de la iglesia, pero su situación ha de entenderse desde el “mito” de los ángeles/astros caídos, a los que Jesús habría venido, de algún modo, a rescatar[2].

 − Pastor de ovejas, no de astros errantes (18, 12). La tradición apocalíptica judía habla del gran juicio de los ángeles/astros errantes (cf. 1 Hen 18, 13-16), que tenían gran fuerza, y que fueron lanzados por Dios al abismo de la condena y la muerte. Pues bien, en contra de eso, Mt 18, 12-14 vincula a las “ovejas/astros errantes” con los miembros más débiles de la comunidad, que no pecan en principio por orgullo angélico/astral (por ser muy importantes), sino por debilidad y pequeñez y, de un modo especial, por culpa de aquellos más “fuertes” de la comunidad que les escandalizan y desprecian. El pastor no espera que la oveja venga arrepentida, como el padre del Hijo Pródigo (cf. Lc 15), sino que sale a buscarla, dejando en el monte a las otras noventa y nueve, que han mantenido su lugar en el rebaño.

− Problema eclesial, la alegría del pastor (18, 13-14). Ésta es una parábola eclesial, que no trata ya en principio de los publicanos y pecadores a los que Jesús vino a buscar, como en Lc 15, 1-2, ni de los astros caídos, sino de aquellos creyentes que han perdido la comunión de (o en) la Iglesia. Se trata, pues, de un problema de identidad y extensión de la Iglesia, centrado de un modo más concreto en sus miembros más pequeños y necesitados.

De esa manera, esta parábola nos saca, pues, del espacio cósmico, del gran pecado de los ángeles/astros para introducirnos en la problemática concreta de la vida comunitaria donde las ovejas pequeñas/pobres pueden extraviarse, en la línea de los niños que se pierden si no reciben la ayuda y cuidado de los grandes. En ese fondo ha de entenderse la alegría del pastor, que no sólo acoge/ayuda a los niños/pequeños (18, 6-10), sino que busca a las ovejas extraviadas de la Iglesia, sin echarles en cara su pecado, sin acusarles por aquello que han hecho, sino todo lo contrario: mostrando su alegría al encontrarlas. Ésta no es sólo una parábola del perdón a los arrepentidos, sino de búsqueda y salvación de los perdidos.

Conclusión

En este contexto (a diferencia de las versiones anteriores de la parábola de fondo de Jesús), las ovejas de las que trata este pasaje no están simplemente perdidas, por culpa de los malos pastores, sino que están extraviadas (a pesar de que los pastores puedan ser bueno…), pero el problema de fondo sigue siendo el de los malos pastores el de los malos “guías”, que hacen que se pierdan las ovejas.

            Ciertamente, Jesús no es un ingenuo… Sabe bien que las ovejas pueden perderse porque ellas así lo quieren. Pero, a su juicio, el gran problema de la comunidad judía de su tiempo (y de la iglesia del nuestro) es que las ovejas (el conjunto de los hombres) está en mano de malos/perversos pastores, que hacen que las ovejas se pierdan.

            Esta distinción entre pastores y ovejas parece mantenerse con cierta fuerza en los evangelios sinópticos, pero, al final, llegando hasta su culminación el mensaje de Jesús, todos los hombres y mujeres somos ovejas y pastores, de forma que la responsabilidad es de todos (aunque unos arrogan el privilegio de ser más pastores que otros). En el evangelio de Juan (Jn 10 y Jn 15) esta distinción casi desaparece: Todos somos ovejas y todos pastores los unos de los otros. 

[1]JDupont,La brebis perdue et la drachme perdue, LumVie 34 (1957) 15-23; JDupont,La parabolede labrebis perdue(Matthieu 18, 12-14; Luc 15, 4-7); Greg 49 (1968) 265-287; S. Arai,Das Gleichnisvom verlorenen Schaf: Eine traditionsgeschichtliche Untersuchung, AJBI2 (1976), pp. 111-37.

[2] Esta oveja extraviada es como los ángeles/planetas errantes, pero su pecado no es de tipo cósmico (propio de astros orgullosos), sino humano, personal, en la línea de los miembros más pequeños e indefensos de la comunidad. Significativamente, esta parábola presenta a esa oveja errante (18, 12) después de haberse referido a los ángeles de los pequeños (18, 10), como indicando la relación que existe entre esos motivos, no sólo en la apocalíptica (1 Henoc), sino en gran parte de la tradición cristiana hasta el siglo III d.C., donde el pecado de los hombres se vincula al de los ángeles/astros, como puso de relieve Orígenes. He desarrollado el tema en Antropología 95-152. Cf. P. Grelot, La géographie mythique d’Hénoch et ses sources, RB65 (1958) 33-69; La Légende d’Hénoch dans les Apocryphes et dans la Bible, RSR 46 (1958), 5-26; 181-210; L’Eschatologie des Esséniens et le livre d’Hénoch: RevQ 1 (1958-59) 113-31; P.D. Hanson, Rebellion in Heaven, Azazel, and Euhemeristic Heroes in 1 Enoch 6-11:JBL 96 (1977) 195-233: G. W. E. Nickelsburg, Apocalyptic and Myth in 1 Enoch 6-11: JBL 96 (1977) 383-405; A. Y. Reed, Fallen angels and the history of Judaism and Christianity: the reception of Enochic literature, Cambridge UP 2005. El Catecismo de la Iglesia Católica, 1983, núm. 391-395, sigue evocando esta caída de los ángeles astrales.

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