Los pecados de la Gran Ramera: asesinato y robo (Ap 18, 1-19,8)

Va a culminar el tema de los “pecados” de la Prostituta Perseguidora, mata y roba a los fieles de Jesús (es decir, a los pobres). El pecado de esta Gran Ramera no es pecado “sexual”, sino social: es asesinato y robo.
Esta Perseguidora es la forma suprema y sistema de opresión del mundo: no es una simple ciudad, un orden político neutral, que regula en bien de todo el aspecto más externo de la vida y deja a cada uno ejerce luego su religión particular, sino que viene a presentarse como Sistema de vida integral, Sociedad destructora de lo humano, que se opone a la experiencia de Jesús, de tal manera que en ella se expresa y culmina el pecado de homicidio y engaño del Dragón antiguo (cf. 12, 4.9, en relación con 18, 24).
Introducción
Jesús había ofrecido su sangre como don, había regalado su vida en favor de los demás, como recuerdan con tonos eucarísticos diversos pasajes del libro (cf. Ap1, 5; 5, 9; 12, 11; 19, 13). Pues bien, invirtiendo ese signo cristiano, esta Ciudad lleva en su mano una copa o Cáliz de Oro (potêrion khrysoun: Ap 17, 4), pero no con un vino de amor y/o de sangre de entrega gozosa en favor de los humanos, sino con la sangre de los inocentes que ella ha derramado para elevarse a sí misma.

Va montada sobre lomos de Bestia y como humanidad bestial se alimenta de la vida de los sacrificados, en gesto de antropofagia consecuente. Devorar la carne de los otros, emborracharse de su sangre: ese era el gesto más antiguo del Dragón que intentaba comer al Hijo mesiánico (Ap 12, 4); ese el sacrificio de una religión invertida, el pecado de esta Ciudad perversa de la historia, que asesina y roba a los humanos para dominarles y así alzarse por encima de ellos:
Este es una Mujer que se alimenta de la sangre de los santos, culminando así el pecado de aquellos malos pastores de Israel que "devoran la carne" de su pueblo" (cf. Miq 3, 1-3); por eso es impura y abominable (cf. 17, 5-6). En ese fondo ha de entenderse el engaño de su Nombre, escrito sobre la frente. No se llama Roma, Reina, Diosa, sino que lleva un título más ambiguo y engañoso: (Misterio! Conforme a la terminología apocalíptica, Misterio es la revelación de lo escondido en el principio y meta de toda realidad. Ella, la Mujer Prostituta promete a los suyos la revelación definitiva de todo lo que existe, pero sólo les ofrece en realidad mentira y muerte.
Ciertamente, puede haber un misterio femenino positivo: la misma mujer, en su belleza y promesa de vida (y de un modo complementario el varón) es misterio, como ha mostrado E. Neumann, La grande Madre, Astrolabio, Roma 1981. Pero aquí el misterio es signo de mentira y destrucción. En este contexto se descubre el riesgo y poder del sacrificio destructor, que es un elemento básico de la religión como violencia, es decir, de la sangre o muerte que suscita un orden de opresión sobre la tierra, como ha destacado R. Girard, La violencia de lo sagrado, Anagrama, Barcelona 1995.
Primer Pecado: Asesinato (Ap 17, 6; 18, 24).
Ese "pecado original" del Dragón fracasado (Ap 12, 4-5) se concreta y repite ahora a través de esta Mujer, que no es ya enemiga y víctima (como en Ap 12), sino su cómplice de ese Dragón: es la Ciudad montada sobre la Bestia del poder político y militar, que "se emborracha con la sangre de los santos y testigos de Jesús" (Ap 17, 6), de manera que aparece como primera de las asesinas.
La bebida de su Cáliz (17, 4), que debía ser eucaristía gozosa, regalo de vida en favor de los demás, es sangre de injusticia, asesinato sacralizado, siempre repetido y necesario para seguir imponiéndose de un modo violento a los demás. No mata por error o pasión, de un modo ocasional, sino por necesidad sacral, de manera que lleva en una copa de culto religioso la sangre de los asesinados: vive de chupar la vida de los inocentes, como el Vampiro Dragón de Ap 12, 4; no tiene otra realidad ni oficio que matar y alimentarse de la vida de los otros y después lo justifica, diciendo que así impone y mantiene el orden divino sobre el mundo.
Pero el profeta Juan sabe que este es un orden invertido, como indica la elegía de lamento y gozo por su muerte, que condensa en su figura la maldad del conjunto de la historia diciendo que "en ella se encontró (se derramó) la sangre de los profetas y los santos y de todos los asesinados de la tierra" (Ap 18, 24).
La Ciudad Roma ha venido a mostrarse, según eso, como Sistema sacralizado de muerte: vive de matar, mata por necesidad, para así mostrar su grandeza. De esa forma se alimenta y diviniza a sí misma, llevando hasta la meta la lógica de todos los viejos sacrificios de la historia religiosa del poder: se eleva a sí misma abajando a los demás, vive oprimir y matar a los demás, como máquina refinada y malvada de aniquilación sacralizada, conforme a una experiencia que la tradición sinóptica (cf. Mt 23, 35) ha centrado en Jerusalén, diciendo que caerá sobre ella "la sangre de todos los asesinados, desde el comienzo del mundo". Al matar a Jesús, Jerusalén se ha venido a definirse como Ciudad de muerte: ella es signo y compendio de todos los hombres y sistemas que han matado a los demás, con pretensiones de justicia y religión, para así divinizarse a sí mismo. Pues bien, lo que Mt 23, 35 atribuye a Jerusalén lo aplica Ap 17, 6 y 18, 24 a Roma. Por fin, se ha descubierto y desvelado el mal del mundo: el pecado insuperable, la divinización total de la violencia.
Ciertamente, puede haber y hay pecados personales, propios de cada ser humano, como sabe muy bien el evangelio, que nos invita a la conversión personal. Pero este pasaje presenta más bien el pecado original y del sistema, de tal forma que Roma puede presentarse como Ciudad de todas las sangres, condensación y culmen de los asesinatos de la historia: antes había espacios y momentos de humanidad, grupos aislados, naciones diversas; ahora, nuestros textos han logrado descubrir y condensar en Roma todos los pecados de la historia humana, que comienzan (como sabe Mt 23, 35) en el asesinato primero de Caín.
Roma es un Caín hecho sistema social, ciudad que se construye y triunfa sobre bases de asesinato organizado, legalizado, sacralizado. Esto es lo que Jezabel no había reconocido: el triunfo del Sistema de Roma (y de aquellos que se beneficiando de ella: Reyes, Comerciantes, Marinos; cfr. 18, 9-19) está montado sobre la opresión y muerte de los degollados de la tierra (18, 24). Al interpretar la historia y sociedad de este manera, el Apocalipsis no cuenta una experiencia religiosa separada de la vida y de la historia, ni se ocupa de pequeños desajustes personales, sino que está descubriendo desde el evangelio de Jesús la más honda perversión de la humanidad que, por vez primera, puede verse como un todo, que se expresa de un modo ejemplar el Roma: el surgimiento y triunfo de una estructura de política sacral que parece muy gloriosa (la Ciudad imperio del mundo), pero que de hecho es una máquina de muerte.
He desarrollado el asesinato de Jesús como "compendio de todas las muertes" y Pecado original del Sistema, que se expresa en todos los asesinatos de la historia, en Antropología Bíblica, BEB 75, Sígueme, Salamanca 2005. En Sistema, Libertad, Iglesia. Las instituciones del Nuevo Testamento, Trotta, Madrid 2001, he querido "compensar" la posible unilateralidad profética de esta visión del Apocalipsis, destacando los posibles valores humanos del Sistema, siempre que supere su deseo de divinización (que no mate y robe como esta Roma) y deje que crezca a su lado un proyecto y camino no sistémico de libertad y amor mutuo, en el plano del "mundo de la vida".
Segundo pecado: Robo. El llanto de comerciantes (18, 11-13).
Del asesinato pasamos al robo. Conforme a una bella técnica de anticipación, a través del mensaje y lamento de Ap 18, descubrimos que la Ciudad ha sido ya arrasada por el fuego (ha muerto), de tal forma que podemos ver en conjunto lo que ha sido, como en una escena de juicio, que no viene de Dios sino de aquellos que se habían "prostituido" con ella. El texto nos hace escuchar el gemido de los falsos amigos", reyes (17, 9-10) y navegantes (17, 17-19), que habían utilizado a Roma (y habían sido utilizados por ella) para conseguir muchas riquezas. Ellos ahora se lamentan pues quedan en vacío, pobres y frustrados.
De un modo especial gritan los grandes comerciantes, que habían aprovechado el orden imperial para convertir la Ciudad y el Orbe en un mercado de pura compraventa o prostitución legalizada, robando y destruyendo así a los pobres. Cada cosa tenía en ella un precio y se podía conseguir pagando, como indica esta lista de bienes de venta y consumo. Todo se compra y se vende, todo, hasta cuerpos y almas humanas (Ap18, 11-13). Éste es una de las listas de "pecados" más impresionante que conozco. El pecado mortal es comprar y vender todo, incluso cuerpos y almas humanas. Esate es el mercado de la Gran Ramera, fijaós en la lista de "cosas" (personas) en venta:
Metales preciosos, dinero: oro, plata, piedras ricas, perlas.
Tejidos preciosos: lino, púrpura, seda, escarlata.
Materiales de fina construción: sándalo, marfil, madera, bronce, hierro, mármol.
Especias: canela, clavo, perfumes, incienso.
Alimentos para ricos: vino, aceite, flor de harina y trigo.
Animales y transporte: vacas, ovejas, caballos y carros.
Personas: cuerpos (esclavos)y almas humanas.
Esta es la lista de bienes que ofrece el Sistema a quienes quieran disfrutar sus beneficios. Todo se compra y vende, empezando por el oro y acabando en los seres humanos. Repito, pues aquí está el gran "secreto" de la Ramera: todas las cosas que pueden comprarse y venderse, incluidos los cuerpos y las almas. Roma ha creado un espacio de rica libertad para los ricos, convirtiendo el amor en compraventa y la misma vida humana en objeto de cambio y consumo, esclavizando de esa forma a todos los restantes.
Por eso, cuando la Ciudad se va quemando, lloran sin remedio los comerciantes, pues su "negocio" de robo legal y universal, vinculado al sacrificio, que señalábamos atrás ha terminado. La caída de Roma significa el fin de un "orden" económico montado sobre el libre intercambio de bienes para bien de poderosos y opresión de débiles, dentro de un Sistema sacral que se diviniza a sí mismo a costa de la expulsión y muerte de los que no pueden imponer su fuerza. El Pecado de esta Ciudad no es un gesto ocasional, sino todo el sistema: su misma estructura social, su economía de base es Pecado. Por eso, para bien de los pobres y de todos los humanos, es necesario que ella sea destruida.
Pues bien, frente al Sistema de opresión y esclavitud (robo legal) que es la Ciudad del mundo se eleva el signo de la Madre-Mujer perseguida, que no puede establecerse en forma de Ciudad a lo largo de la historia, porque no puede utilizar "armas" de sangre-opresión y de robo. El Apocalipsis no plantea, según eso, una lucha homogénea o de magnitudes equivalentes entre la Ciudad y la Mujer, sino un enfrentamiento de realidades inversas.
La estirpe del Dragón, que culmina en la Ciudad imperial tiene el poder de la sangre-muerte (asesinato) y el dinero, y de esa forma parece dominar de una manera indiscutida sobre el mundo. Por el contrario, la estirpe de la Mujer tiene el poder de la sangre de Jesús (que es la entrega de la vida a favor de los demás) y la palabra del testimonio (cf. 12, 11). Pues bien, todo el resto del Apocalipsis contará la historia de esa guerra en la que, siguiendo la lógica de Jesús, triunfarán muriendo sobre el mundo los sacrificados y expulsados de la historia.
¿Una historia final sin la Gran Ramera? Una conclusión teórica
Por un lado, el Apocalipsis sabe que en este mundo es imposible derrotar a la Gran Ramera, cosa que se logrará sólo cuando lleguen los cielos nuevos y la tierra nueva de la creación definitiva (cf. Ap 21, 1ss); por eso, en este tiempo de Roma y de las Bestias no queda más actitud que la resistencia. Pero, en otra perspectiva, el mismo Apocalipsis sabe que los fieles de Jesús pueden y deben buscar en este mismo tiempo un orden nuevo de fidelidad, expresado en la derrota de la Prostituta y de las Bestias, en el signo del Milenio (cf. Ap 20, 6).
Pues bien, ese Milenio sin Prostituta-Bestias forma sólo un horizonte de esperanza que es necesario (para mantener la promesa profética de la justicia sobre el mundo), pero no puede traducirse en un Orden político o social, es decir, en una Ciudad instituida y triunfadora, en línea "espiritual", como ha podido ser una Iglesia católica triunfante, como sistema sagrado de verdad y de vida que se opone al orden de mentira y muerte de la vieja Roma.
Por eso, la figura de la Mujer buena que se opone a lo largo de este tiempo a la mala Prostituta no es una Iglesia establecida y poderosa, en línea de sistema, sino una comunidad confesante de fugitivos y perseguidos, en las márgenes del mundo. De esa forma, el Apocalipsis nos traslada del centro mentiroso y opresor (de Roma) a la periferia de la verdad liberadora, que se expresa a través de la Mujer iglesia, que puede estar simbolizada por María, la Madre de Jesús y profetisa de los pobres, según la tradición que Lucas recoge en el Magnificat (Lc 1, 46-55).
Este es el sentido más hondo del signo mariano, que nos sitúa en el centro de la esperanza mesiánica, oponiéndose al Sistema de la Prostituta, que domina sobre el mundo con la ayuda de las Bestias. Este es el signo de la Mujer-Humanidad fiel, que mantiene el testimonio de Jesús (el evangelio de la vida) y no mata a los demás para vivir, sino todo lo contrario: es el testimonio de la Mujer que, desde la persecución, puede caminar y camina hacia las bodas finales de la vida, superando de esa forma el orden de un sistema (Ciudad) que se funda en el asesinado y robo estructurado.
Conforme a todo lo anterior, la Prostituta (que quiere presentarse a sí misma como Diosa) es signo y principio de un sistema de opresión social, que se expresa en Roma como Ciudad que ha triunfado y se mantiene por el asesinato y robo legalizado (sacralizado: para bien del orden imperial). Por el contrario, la Mujer perseguida de Ap 12, 6-17, que no quiere hacerse Diosa, representa a todos los que no ponen el fruto de su vida (y su misma vida) en manos del Dragón (cf. 12, 1-5), sino que lo entregan y se entregan por amor, en favor de los demás, en gesto generoso de donación personal y comunicación de bienes, que se expresa simbólicamente en el milenio, que es el triunfo de los sacrificados de la historia (cf. 20, 1-4). Por eso carece de sentido un "culto mariano" vinculado al sistema de opresión de la Prostituta, con su asesinato sistemático y su robo: ella, la Madre y Mujer mesiánica es signo de una vida y comunión humana que se opone a la muerte y robo de la Prostituta.
Vimos antes que la Mujer Perseguida podía presentarse como signo ecológico, pues la misma tierra la ayudaba, absorbiendo el agua destructora de la Bestia (cf. 12, 16). Pero ahora descubrimos que la verdadera ecología de esta Mujer-Madre ha de entenderse en perspectiva de humanidad, es decir, como defensa de la vida de los asesinados y expresión de justicia a favor de los pobres y oprimidos. De esa forma, el signo de la Mujer Celeste (Ap 12, 1-3) recibe sentido y forma social: este es el signo de Mujer-Persona amante, que se opone al "orden" del asesinato y robo, es el signo de una humanidad que se mantiene fiel a Dios, en gesto de amor generoso y comunión humana, tal como ha venido a expresarse simbólicamente en el milenio de la historia profunda y culminar en la escena de las Bodas del Cordero (Ap 21-22). Pues bien, en el camino que lleva hacia esas bodas descubrimos la fragilidad y muerte de la Prostituta.
He tratado del milenio en Apocalipsis, EVD, Estella 1999, 229-234. El motivo de fondo del milenio (el sentido del triunfo "histórico" de los sacrificados de la historia) constituye uno de los temas básicos dela teología y eclesiología a lo largo de la historia cristiana. Ciertamente, no se trata de un triunfo puramente espiritualista (pues el Apocalipsis no se ha situado nunca en ese plano). Tampoco es un triunfo estructural, propio del sistema de la iglesia, como otros han querido. Posiblemente, ese motivo evoca y abre un proceso de creatividad cristiana, que sólo puede resolverse de forma práctica, en la misma vida y compromiso de la iglesia, como de forma convergente evocan los diversos trabajos (de J. Beutler, B.Andrade, R. Aguirre, X,. Pikaza etc), recogidos en Apocalipsis: )fin de la historia o utopía cristiana?, V Simposio Internacional, Univ. Iberoamericana, México 1999