10.8.25 No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha querido daros el reino. (Lc 12, 32)

Dom 19 TO. Así empieza el evangelio de este domingo (Lc 12, 32, 48), centrado en dos ideas principales.

(a) No temas, pequeño rebaño; no tengas miedo, no pierdas el ánimo, ni desesperes. Vive con gozo, estás en manos de Dios.

(b) Porque  Dios tiene el gozo de concederos su reino. No tienes nada que hacer sino sólo acoger su regalo de amor que es la vida, compartiendo de esa forma la alegría de Dios, su felicidad, pues nada ni nadie os podrá destruir, ni quitaros el gozo de vivir en gozo y esperanza.

   Así lo pondrán de relieve las reflexiones que sigue, que son un comentario de este pasaje de Lc 12,  leído desde la perspectiva de del anuncio del evangelio de Md 1, 15-15.

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No temas pequeño rebaño.  La alegría de ser pequeña iglesia

Éste es el evangelio  del amor de Dios hacia los hombres  que él ha creado, hacia la comunión de amor (iglesia) en la que él ha querido reunirnos. Así lo mostraré comentando este evangelio de Lc 12, desde la perspectiva de Mc 1,15 .   

Después que Juan fue entregado... Eran y son tiempos malos. Han matado o silenciado a los profetas como Juan Bautista. Parece que no hay remedio.

Vino Jesús a Galilea. Han matado a Juan, pero Jesús viene a Galilea y comienza a proclamar su buena nueva. Jesús viene a Galilea y quiere que nosotros empecemos de nuevo desde Galilea. 

Proclamando el evangelio de Dios.   Con Galilea pasamos del espacio del Bautista (desierto/río) al espacio del Reino de Dios, para acoger allí el mensaje de Jesús, abierto a todos los hombres. Jesús no se encierra  en una casa particular, susurrando al oído un secreto de iniciados; no se instala en una escuela, ofreciendo cursos de enseñanza especializada, no ofrece su palabra a la vera del templo sagrado (a los puros), ni a la orilla del río/desierto (con los especialistas de la penitencia). Viene a Galilea, ofreciendo su evangelio para todos; lo hace con claridad (que se entienda bien), en voz alta (que lo escuchen), como heraldo o pregonero de buenas noticias que deben extenderse por el pueblo.

En vez del  bautismo de Juan  para perdón viene a situarse la buena noticia del Reino de Dios (¡tú eres mi Hijo...!), como victoria sobre lo diabólico. De esa manera, la palabra de Dios a Jesús abre un camino universal de vida  en Galilea:    

Se ha acercado (llega) el reino de Dios. Ésta es la experiencia original, el principio y motor del evangelio. La solución de los problemas que atenazan a los hombres no depende simplemente de ellos, de forma que no se encuentran condenados a buscar su salvación con obras propias, con un esfuerzo duro al servicio del cambio social o personal. Hay algo previo, el evangelio de Dios que existe y viene (está viniendo ya) para ofrecer su reino o señorío salvador para los hombres; hay en nuestra vida algo previo: Somos don, regalo de un Dios que nos dice: No temas, mi hijo (mi amigo), porque Dios ha querido daros el reino, su vida..

Se ha cumplido el tiempo.La llegada del Reino marca el cumplimiento del tiempo. Juan Bautista moraba todavía al otro lado, antes de que el tiempo terminara y se cumpliera. Por eso, dentro de la lógica de la profecía israelita, los oyentes de Juan debían mantenerse en actitud de conversión penitencial. Pero ahora, cuando llega el reino anunciado por Jesús, el tiempo (kairos) de los hombres se ha cumplido; ha llegado el tiempo de Dios en nuestra vid. Con Jesús pasamos al otro lado de la historia. Por eso, frente a las posibles pequeñas conversiones que sólo cambian por fuera lo que existe, dejando que en el fondo todo siga como estaba, Jesús nos ha ofrecido una mutación radical, es decir, el nuevo nacimiento. Dios nos hace ser, y de esa forma somos: herederos y testigos de su gracia. No nos limitamos a tener un tesoro, sino que somos tesoro y regalo de Dios.

Convertíos…Esta conversión no se expresa ya en forma de simple arrepentimiento y penitencia, sino de transformación (=mutación) de mente y vida, es decir, como meta-noia (μετανοεῖτε), cambio de ser, interior y exterior, no por obra humana, sino por presencia y acción de Dios. Los creyentes del evangelio no transforman su vida  por aquello que son (lo que ellos hacen) por sí mismos sino por lo que Dios hace en ellos. Superando el nivel previo de lucha mundo, de acción y reacción (de cumplimiento y paga o  sanción), viene a desplegarse ahora un extenso y gozoso continente de existencia filial en  gratuidad,  expresada como fe en el evangelio, es decir, como acogida de la buena noticia de Dios, es decir, de nuestra vida divina.

No es la conversión la que suscita el evangelio (¡no tenemos que ganar nada!), el evangelio el que nos convierte, nos transforma, haciéndonos capaces de acoger y construir la familia mesiánica o iglesia; somos el tesoro de Dios.

Creed en el evangelio. Frente a los principios antiguos de vida, que se expresan como lucha por la supervivencia, fuerte envidia y estrategia  de poder (como irá señalando el evangelio), Jesús pone a los hombres ante el principio de nuestra vida como don, tesoro de Dios. No se trata de creer en cualquier cosa, como ejercicio posible de autoengaño, sino de creer en el evangelio, buena nueva de Dios que ama a los hombres, que nos ama de tal forma que somos su tesoro, de tal forma que así podemos amarnos (agradecer nuestra vida en Dios),  de tal manera que podamos amar a nuestro prójimo como Dios nos ama y como nos amamos a nosotros mismos (cf. Lev 19, 18; Mc 12, 33) . De una vez y para siempre, en Galilea, ha venido a realizarse la gran mutación, el cambio que conduce de la antigua a la nueva historia.   Aceptar el don de Dios, reconocerse amado: esta es la verdad, es el poder del evangelio de Dios en nuestra vida.

 Los cuatro momentos que acabo de exponer, con Mc 1, 15 y Lc 12se implican mutuamente. Viene Dios, ofreciendo al hombre un nuevo ser) como evangelio; por eso nos transforma por sí mismo, es decir, desde el principio de su gracia; pero es tan intenso su poder de amor que logra transformarnos de forma humana, colaborando con él, haciendo que nosotros mismos nos hagamos seres nuevos.

El evangelio no es anuncio de un Dios que flota sobre el mundo, dejando que la historia de los hombres siga como estaba, sino fuerza superior e interna del Dios que penetra en nuestra vida. Hasta ahora, esa actuación/presencia  inmediata de Dios no podía realizarse. Los hombres tenían una posibilidad teórica de ser transformados, pero no estaban en disposición de dejarse transformar. Tenían capacidad, pero no había llegado el momento social y personal, cultural y espiritual de que esa capacidad de amor se se realizara. Ellos tenían necesidad de que  viniera alguien distinto de parte de Dios, que les transformara y que ellos se dejaran transformar, alguien que sembrara en ellos la semilla de Dios, en forma de palabra y camino de Reino. Ése ha sido Jesús.

 Jesús ha sembrado en los hombres la semilla de Dios(cf. Mc 4). No nos ha pedido nada. No nos ha exigido nada. Simplemente ha querido que escuchemos” su palabra, que creamos  en ella, que la aceptemos y nos dejemos transformar por su ofrecimiento y su llamada.

Jesús no aparece como un suplicante que implora a Dios agua para el campo, hijos para la familia, fortuna para la casa, vida para los enfermos... Es simplemente un hombre ha ido en busca de Dios, con los penitentes del Bautista y ha escuchado la voz ¡eres mi Hijo! descubriendo que Dios no pide penitencia (no quiere que nos sacrifiquemos ante él), sino que nos ofrece gracia.  No nos pide nada, sino que nos da todo lo que él tiene, para que seamos con él y como él.

-El Reino es Dios mismo Palabra/Amor que nos llama, dialoga con nosotros, siendo, al mismo tiempo, comunicación de vida, capacidad de amor entre nosotros  . El Reino es palabra compartida, no propaganda para comprar, publicidad para vender, sino  ofrecimiento gratuito de amor, que viene de Dios y que los hombres pueden compartir amorosamente.  

-El Reino es curación, esto es, salud: Que hombres y mujeres puedan no sólo  conversar, sino vivir en plenitud, regalándonos vida unos a otros. En esa línea, el evangelio identifica el Reino de Dios con la Salud, que es capacidad de amar y ser amado, que hombres y mujeres aceptan la vida como don de Dios, en  transparencia, encontrando y compartiendo así el tesoro de la vida en Dios unos en otros.  

-El Reino es el tesoro divino de nuestra vida humana, comunicación amorosa de unos con (en) otros. No se trata de creer unas verdades separadas, sino de vivir en fe, es decir, “creerse” (compartir palabra uno  en otros), comunicándonos vida unos en otros. Ésta es quizá la nota distintiva del Reino que Jesús anuncia; el Reino de Dios es la vida como don, regalo gratuito

 Todo lo hace Dios (es de Dios) y, sin embargo, los hombres y mujeres han de realizarlo todo, no esperando de un modo pasivo, que llegue sino procurando  que llegue, siendo ellos mismos profetas mesiánicos, en comunicación de amor. En ese sentido decimos que todo hombre/mujer es Mesías (Reino de Dios, gran tesoro), porque Dios actúa/es en cada uno (especialmente el más pobre) es Dios para los restantes hombres y mujeres[1].

El Reino es Dios en nuestra  vida (¡como vida!) de seres humanos, no de un modo abstracto, como idea, sino a partir de la realidad concreta de los pobres, desde la marginación de los campesinos y artesanos de Galilea, donde muchos podían pensar que Dios no existe (no actúa) porque la vida de hombres y mujeres está al borde de la quiebra.  En ese contexto ofrece Jesús su programa y camino de Reino:

-El Reino  es banquete compartido no puro alimento material. (Lc 14, 16-24; Mt 22, 1-14; cf. Ev. Tom 64). Según una tradición antigua, Dios había preparado su comida para todos y de un modo preferente para los “buenos judíos” (representantes de unas “clases” superiores, “elegidas”). Pero, siguiendo la inspiración y experiencia del Bautista, Jesús ha descubierto que los invitados preferentes han rechazado la llamada. Esos preferentes no han venido, ni quieren que otros vengan a compartir el banquete, porque lo quieren sólo para ellos, y así lo pierden

-El reino es comunión, es vida compartida, no cada uno por sí mismo, sino cada uno  con los otros, superando las fronteras de los “elegidos” de Israel, como muestra el pasaje de la mujer siro-fenicia que pide a Jesús para su hija las “migajas” de la mesa de los hijos del reino israelita (cf. Mc 7, 28). Avanzando  en esa línea, un nuevo pasaje afirma que vendrán personas de todas las naciones (de norte y sur, levante y poniente), para tomar parte en el banquete final, que no es comida para cuando el mundo acabe, sino para este mismo mundo, empezando por los antes excluidos (Mt 8, 11-12; Lc 13, 28).  

 Notas

[1] Cf.  Hermanos de Jesús y servidores de los más pequeños (Mt 25,31-46), Sígueme, Salamanca 1984. 

[2] Ésta es una experiencia que ha sido formulada de un modo especial tras la muerte de Jesús, en el principio de la Iglesia, pero ella puede y debe situarse también en el tiempo de su vida, pues él ha interpretado el Reino como banquete abierto a las naciones, empezando por los más pobres.  Cf. S. Vidal, Jesús Galileo, Sal Terrae, Santander 2006. Cf. G. Theissen y - A. Merz,  Jesús histórico,  Sígueme, Salamanca  2000, 300-301. 

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