Sin sitio en la Posada: El Nacimiento de la Tierra y de los Desterrados

Según el evangelio, Dios quiso compartir la vida de los hombres y no encontró posada, ni en la ciudad, ni en el hostal del barrio, ni siquiera en los bancos del arrabal… Más aún, los adversarios de la Vida querían quemar las “iglesias” de Dios, es decir, los lugares y casas donde nacen y viven en libertad de amor los hombres. 

La familia de Jesús no tenía dinero ni influencias para comprarse una mansión segura, amurallada, defendida del fuego y de las armas… Pero Dios era Dios y nació, aunque fuera en la iglesia quemada, o una cueva de pastores, un portal o puerta abandonada, una paridera de animales.  Sigue aquí mi felicitación (con Mabel) y me experiencia de Navidad, que va unida a la que ofrezco al final del you-tube de RD (¡Gracias, Jesús, por incluirla entera!)- 

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La imagen puede contener: Xabier Pikaza, María Isabel Pérez Chaves y Juan Ramon Perez Trujillo, personas de pie, cielo, nubes y exterior

1. Navidad en Belén. No había ni hay sitio en la "posada"

      Hace unos años, tras la muerte de la madre de Mabel, estuve con ella y con su padre en Belén (foto 1) y en Jerusalén (foto 2), en vísperas de Navidad. Lucían por doquier las luces de la Hanukka, anunciando para nosotros las Navidad cristiana, con el icono de la Cueva de Belén, con la visión del dorada de la Cúpula del Templo de Jerusalén, desde el Monte de los olivos.

    Mabel y yo fuimos a Belén, en vísperas de la Navidad, para celebrar el nacimiento de Dios, porque José y María estaban a su lado y le acogieron. Nació Jesús y su Iglesia, es decir, la humanidad amante renacerá de sus cenizas, por encima de todas  las opresiones y exclusiones de los hombres. Con ese recuerdo de Belén/Jerusalén, en nombre de Mabel y el mío, os deseo felicidad:

1. Felicidades  en esta noche oscuramente luminosa del Dios que nació y sigue naciendo en Jesús y en cada uno de nosotros, aunque muchos se esfuercen en quemar el mundo, la Iglesia, la vida… Felicidades porque estuvieron allí María y José, dando la vida, manteniendo la esperanza 

2. Felicidades a todos en esta noche aciaga de bondad, a pesar de que muchos seguimos ocupamos en la cosas que hacían antaño las gentes de Judá y de Roma, contando el dinero, fabricando bombas incendiarias, dejando morir de hambre a los pobres. Felicidades, porque Dios es Dios y quiere seguir viviendo en nuestra vida, aunque nuestros imperios o emporios no quieran recibirle, y le esperen con fuego.

3. Felicidades a todos en este Día de la Vida que nace en el Valle de Sombras de muerte del mundo, a pesar de que muchos de nuestros belenes “cristianos”, hechos de luces y lujos, no tengan lugar para aquellos que pasan hambre y quieren venir y vivir con nosotros. Felicidades, a pesar de que a veces celebremos a un Jesús sin Jesús, a un Dios sin Dios, una Navidad sin nacimiento a la vida.  

4. Felicidades aunque a veces no haya casa sino "infierno" para muchos niños. Belén se ocupaba entonces de sus cosas: los pisos eran caros, imposibles las rentas, todos los lugares estaban ocupados por los okupas de siempre. No había lugar para alguien que viniera de lejos, ni siquiera en las iglesias, olvidadas o quemadas…   

Así nació fuera de la ciudad de los triunfadores , en una cueva del Campo de Pastores,  en una paridera donde parían las ovejas, en una cueva donde anidaban las aves y tenían su cubil los animales. Así sigue naciendo en la iglesia quemada, en un mundo que corre el riesgo de incendiarse por todas partes… Se arriesgó a nacer y la acogieron José y María.  

En un día como hoy, 24 de diciembre de 2020, en un mundo donde María y José no encuentran casa en los hoteles  caros, en una tierra donde millones de  pobres no tienen hogar caliente…, cerca de ciudades y pueblos donde se despilfarra la vida de todos... nació Jesús. 

   Por eso quiero celebrar su nacimiento... recordando dos de mis experiencias más hondas de nacimiento, en mis tiempos de niño, ante la Peña de Lekanda, ante la nieve de la luna de la Lunada. Os doy lo mejor que tengo..., con Mabel, mis recuerdos de Navidad hechos esperanza de vida.

2. Navidad ante el Gorbea, el nacimiento de la tierra

Itxina desde Orozko, Bizkaia | Lugares de españa, España, País vasco

Laberinto al pie del Gorbeia - Itxiña | El Diario Vasco

(Las peñas de Lekanda, Gorbea, desde el caserio de mi abuelo, con una de las cuevas de Itxina, donde imaginábamos la Navidad de Dios)

Mi primer recuerdo es la tierra: el balcón del caserío de montaña del abuelo, con vista hacia la peña de Lekanda (imagen), duro cortante del Gorbea sobre el valle de Orozko (Euzkadi). Con la peña se vinculan los arcos de la casa, uno cegado por el miedo o por el frío, el otro abierto sobre landas de nogales y laderas donde crece (¡crecía!)  un año el trigo, el otro la borona. Era mi montaña de Navidad. Allá, en un repliegue de la cortina de Roca debió nacer Jesús, en la Coba de Mari, signo de la Madre (Andra-Mari) del cielo.

 Jesús era todo, en ese Valle de Cielo (Zeruko-Arana). En ese mundo-cielo mi primera experiencia religiosa o simplemente humana era el sabor de la tierra, los colores y frutos del campo, el sol y la luna de estrellas (ill-argi, luz de muertos) en la altura. Es como si Dios lo fuera  todo, arriba y abajo, en animales y personas, formas, figuras y tiempos.  

No consigo distinguir mejor  recuerdo que al principio no existía diferencia entre el Dios total y lo divino. ¿Había un sólo Dios? ¿Había muchos?  ¡Todo era divino, con la roca al fondo (Gorbeiko-Atxa)! Pero en ese todo divino emergía ella, la Madre, Jaungoikoaren-Ama, con el Niño siempre naciendo,  con José en el fondo.

  Dios era todo. Bastaba con bajar de día, con el sol naciente, hacia las tierras inclinadas de la aldapa (cuesta) o contemplar por la ventana del labaurre (sobre el horno del pan)  los reflejos del sol moribundo en las paredes de la roma de Lekanda; bastaba con salir de atardecida y caminar bajo la luna agonizantesobre el campo; o calcular en noche clara las estrellas; o correr en la tormenta, sintiendo que los rayos de fuego y el agua jugaban a esconderse y perseguirnos, hasta que lográbamos llegar cansados a la casa, para encontrar allí a la abuela, cerradas las ventanas,  rezando su tris-agio, tres veces santo,al Dios poderoso, terrible y amigo, en la tormenta.

Por eso no me cuesta revivir mis raíces cósmicas sagradas (paganas, en sentido radical) de la Navidad, sintiéndome en el fondo sustentado a ellas, pues supe desde niño, y sigo sabiendo, que las cosas de la  tierra o, mejor dicho, el mundo entero (sol y estrellas, plantas y animales, campos de cultivo y casa de familia, con el recuerdo de los muertos) son símbolo o presencia de Dios, con la Madre-María  el niño en la gran Coba de Lekanda.  

 He tenido ocasión de celebrar ritos cristianos en  Jerusalén y Atenas, en el Sinaí y en  Roma.... Pero quizá me  he sentido más cerca del Dios vital, latido del cosmos hecho cielo (luna y sol), tierra sagrada, en la ciudad de los doses de Teotihuacan (México) o entre  las  ruinas vivas  que bordean el lago Titicaca (Perú, Bolivia), pero mi  betilu, casa o roca de Dios, lugar de su nacimiento,siguen siendo las colinas de Arrugaeta, junto al caserío del abuelo, en el Sukalde de sombras de la Navidad... o también en la Noche de San Juan, la noche inversa de la Navidad, con el sol sobre su plena alturas.         Una tarde-noche, cayendo ya las sombras, mi abuela me llevó para ayudarle a consagrar los campos, con la luz de una farola y  el jarrón agua bendita. Como sacerdotes de una religión eterna, campo a campo, pieza a pieza, anciana y niño juntos, en pareja sagrada, fuimos desgranando las plegarias, conduciendo la luz sobre el sembrado y fecundando  la tierra con el agua santa. Al otro lado del valle, en otros tantos caseríos y heredades, otros  sacerdotes del huerto divino  iban consagrando también sus heredades.

No queríamos manejar a Dios sino evocarle e invitarle a caminas con nosotros, con María, su Madre  y con el niño que bendice las cosechas. Nunca pensé que mi abuela quisiera atara Dios con la plegaria de la luz y el con del agua bendecida, sino unirse al Dios del mundo, y yo con ella, muy dichoso, caminando sobre las "munas"  divisoria s de los campos con la luz en la mano, el agua bendecida en la vasija nueva, la abuela rezando a mi lado.  

Aquel gesto descubría y recreaba el contenido sagrado de la vida y de la muerte, del verano y del invierno, de las plantas y animales, al débil resplandor de las estrellas que nacían sobre el cielo en el momento en que seguíamos llevando el agua y luz de la promesa de Dios (vida) en nuestras manos. Era liturgia natural del cosmos. La historia de los  hombres más antiguos y  la misma energía de la tierra nos hacían sacerdotes, al niño y a la abuela, y todo era sagrado, irradiación y promesa de Dios, aquella tarde de plegaria  que me introducía en el más hondo continente de la vida en una Navidad que es la vida entera. 

He aprendido después muchas verdades en facultades y libros de gran teología, pero aquella fue quizá  la primera y más valiosa de todas las verdades, sobre la cátedra abierta del campo, bajo la guía sabia de mi sabia abuela. Éramos sacerdotes, como el  Melquisedec (Gén 14), sin vino  de uva,  pero con trigo y maíz,  frutales cargados ya de promesa de vida, y con vino de manzanas (saga-ardoa), y con gallinas, corderos y vacas.  Éste es  quizá el más antiguo recuerdo  religioso (humano, familiar) que vuelve a enriquecer mi vida en días de nostalgia y esperanza de nuevos encuentros sagrados.

3. Navidad en el exilio. Riela Dios en la nieve

Cabaña en las montañas de Cantabria - Cabañas en alquiler en San Roque de  Riomiera, Cantabria, España

El Resbaladero y Casa del Rey. San Roque de Rio Miera por Carmen Casal |  Fotografía | Turismo de Observación

(Dos imágenes de San Roque de Riomiera, el mismo que yo vi como Navidad de Dios en la alta nieve la noche de Navidad del año 1948)

Me vuelve insistente otro recuerdo. Del caserío de la abuela debimos salir exiliados a la tierra donde habían “sancionado” a mi madre por política de muerte y  guerra, de políticos que se hacían pasar por cristianos. Tuvimos que ir a la zona de montaña más dura y hermosa, bajo el Castro Valnera, entre Cantabria y Burgos.  Fueron años duros, fuertes temperos en un pueblo de pasiegos trashumantes, entre muda y remuda, sin tierras de cultivo, descalzos en las brañas, durmiendo juntos sobre el heno.

En la plaza y la bolera  de aquel pueblo (siete casas, una iglesia,un mar ondulante de cabañas y abismos de rocas) aprendí el castellano que conozco, entre pasiegos huraños y leales siempre, en el alto Riomiera, bajo el puerto misterioso de Lunada (Concha de luna en la noche nevada), hoy campo de esquí,entonces  trocha de herradura agreste y serpentina  para machos y mulos que, semana tras semana, se arriesgaban a cruzar la nieve trayendo  al pueblo harina de la tierra de los Monteros de Espinosa.

Aquellos pasiegos guardaban el ganado mayor, entre las praderas de baja y alta Montaña, servidores de animales, pobres de dinero y  quejumbrosos, pero fuertes de libertad, sin más ley que sus vacas, ni más riqueza que su leche, queso, quesada y mantequilla, mudando de cabaña a cabaña, con sus mulos y sus cuatro trebejos de cocina, con las mantas y la ropa colgada a la espalda. Allí ejerció mi madre  de maestra de altura, con setenta escolares mezclados, de todas las edades (niños y niñas, de seis años a la mili o servicio militar que muchos evitaban  fingiendo ataques de epilepsia).

Había en el pueblo tres  jefes, venidos  de fuera: el secretario falangista, casado con una mujer buena, el médico liberal y el cura tratante de ganado. Todos los demás eran pasiegos,  sin más ideología que vacas y prados, sin más política  que los cuatro cortes de hierba cada  año.

Fui monaguillo con mi hermano mayor, en una iglesia en ruinas interiores, con altares quemados  por el paso de los “rojos” en la guerra. Me esfuerzo y no consigo recordar ninguna celebración, sólo una sacristía de cajones viejos  por el suelo, con vestimentas para el cura, luz de velas, con gente en los bancos oscuros y obligación de  estar quietos, de callar y no mirar.  No  conservo ninguna memoria específicamente cristiano de ese tiempo (entre cinco y nueve años). Lo que vuelve  siempre  y llena mis ojos de nostalgia religiosa es la manera en que se unían y rompían la roca y la  pradera. Todo era empinado, no podía encontrarse ningún prado liso en el entorno.  

En este contexto vuelve siempre a mi memoria una noche de Navidad. Habíamos salido a correr sobre la nieve antes que tocaran a misa de gallo, y se alzó sobre las  rocas de Parracolina una espléndida luna llena que brillaba (rielaba, titilaba) en las praderas colgadas del cielo, cegando los ojos en la nieve helada. Me sentí sobrecogido, muy pequeño y a la vez inmenso. Pienso que a los otros les pasó lo mismo.

Nos paramos para respirar tras la carreta, asentarnos en el suelo, asegurar que todo seguía done estaba. No dije nada, nadie se dio cuenta. Quizá todos estábamos transpuestos esa noche de gran luna de la Navidad. No había nada que decir, todo era lo que era sin más, en aquella noche triste (mi padre muy lejos, mi madre también fuera, esperándole quizá en algún puerto…). Habíamos quedado solos mis otros dos hermanos de entonces, y unos niños amigos, que la buena tía que nos guardaba había recogido en casa, para que cenáramos juntos…

Fue  la noche más triste de la Navidad sin abuela ni madre (había ido a pasar la Navidad en un puerto del sur, con mi padre marino, elaño 1948). Esa noche, con la tia de oro que nos cuidaba (Aurus/Aurelia), vino a convertirse en la más luminosa de las noches, con la luna cegando los ojos en la nieve y alumbrando las rocas… No hacía falta más, era todo.

Esta ha sido la experiencia "mística" más honda que nunca en verdad he tenido, como si el mismo Dios bajara hasta la tierra, para quedare en ella, naciendo en nosotros, llenándonos de vida, con su luz de leche blanca: Me sentí, sin saberlo decir con palabras, preñado de Dios (como María, la Virgen, de la que nos habló en la cena la tía), naciendo en la nieve, Dios niño, hecho luna, hecho roca, en el más fantástico y real de todos los posibles Nacimientos. Era Dios madre querida en la noche de nieve y misterio, mientras la abuela seguía en el alto bas-herri de Orozko y la madre en algún puerto del Mediterráneo, celebrando Navidad con nuestro padre.

Iglesia Parroquial

Sé que pronto fuimos a la iglesia, pero no recuerdo más. Mi misa verdadera del primer canto del gallo de esa noche preñada de Dios, la más honda liturgia de mi vida en la montaña, fue aquel Nacimiento de Jesús en la luz de  una luna de noche brillando en la nieve.  No solían dejarnos salir a esas horas, pero esa noche salimos a solas, por la carretera de tierra pisada, juntos varios niños, bendecidos por luna (que no era luz de muertos, ill-argi, sino de vida, bizi-argi), hasta la curvona, bajo el monte, esperando la misa del gallo navideño. Se apresuró bajo la clara luz, sobre la nieve, entre la sombra de las rocas, el claro sacramento de la noche y celebré como nunca he celebrado el nacimiento de Dios  sobre/en la tierra. Sé que sonaron las campanas. Estaban llegando las doce. Después no recuerdo nada. Todo había pasado, es decir, había quedado.

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