Hemorroísa, la primera "doctora" de la Iglesia Ella le dijo toda la verdad... (Mc 5,33). La maestra de Jesús

La iglesia posterior ha negado, en general, la palabra a la mujer, y sólo ha reconocido palabras de hombres varones, conforme a una mala glosa de un revisor de San Pablo (1 Cor 14, 34). Pero en el principio no fue así: Según el evangelio de Marcos, en 5, 33, como en 7, 28;14, 3-9 y 16, 1-8, la primera palabra en la iglesia ha sido siempre de mujeres.

La que hoy comento (y ella le dijo toda la verdad) se sitúa en el contexto del “milagro” de la hija del archisinagogo y de la hemorroísa, que ayer presenté en RD con ocasión del evangelio del domingo (27.6.21, cf. Mc 5, 21-43).

A fin de curar a la “hija” de 12 años del archisinagogo, Jesús tuvo que curar  primero la hemorroísa, que llevaba doce años encerrada por una ley de varones “religiosos” que le prohibían ser libre y expresarse, a través de un "milagro" ostentoso, pidiendo a la mujer que diga toda la verdad, la de su vida, la del judaísmo, la de la iglesia

Jesús cura a la hemorroísa, pero necesita que ella cuente “su historia” ante todo, que enseñe (proclame) ante todos ante todos su verdad.  Por eso le llama, le pide (le exige) que hable y diga su verdad, para aprender él  y para que aprendan todos (archisinagogos, jerarcas, pueblo)... Y, a pesar de que tiene miedo de todos aquellos, esa mujer cuenta su vida, les enseña toda la verdad.         

Curación de la hemorroisa (¿?) - Colección - Museo Nacional del Prado

Introducción

Jesús necesita saber la verdad de esta mujer, su experiencia de enferma y oprimida por una ley falsamente religiosa de varones, para seguir así curando, creando iglesia. Para responderle,  ella no saca la Misná judía ni lo que dice un tipo de pretendido dogma o catecismo  oficial sobre las mujeres (¡eso a Jesús no le importa, ya se lo sabe!). Esta mujer hace algo mucho más profundo: Cuenta a Jesús y a todos sus acompañantes su verdad de oprimida y hemorroísa, no solamente su anécdota particular de “tocadora” (buscadora) de un Jesús de carne, sino su verdad universal de mujer oprimida que quiere ser curada

            El texto dice que ella le cuenta toda la verdad (con eipen: la verdad se narra, no se demuestra con teorías inventadas) toda la verdad (pasan tên alethêian). No hay en el evangelio, ni en el Nuevo Testamento, ni en toda la historia de la Iglesia una “palabra” (una confesión) más importante que ésta. Sólo una mujer tiene y dice “toda la verdad”, ante el Dios de Cristo y de la Iglesia, y sólo tras escucharla y aprenderla, Jesús podrá seguir curando a la niña enferma del eclesiástico y a todos los demás.

            Hasta el día de hoy (año 2021), en su conjunto,  la iglesia no ha sabido (o querido saber) la verdad que cuenta (confiesa) esta mujer. He comentado este pasaje en un libro sobre la Familia en la Biblia  y en un comentario de Marcos.  Desde ese fondo, con la ayuda de dos comentarios de mujeres (de M. Navarro  y E. Estévez) quiero comentar este evangelio.

 Mujer con hemorragia (5, 24b-29) ([1])

             Mc 5 24b…. Y mucha gente lo seguía y lo estrujaba, 25 y una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años, 26 y que había sufrido mucho con muchos médicos y había que gastado todo lo que tenía, sin provecho alguno, yendo más bien a peor, 27 habiendo oído hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. 28 Pues se decía: Si logro tocar aunque sólo sea su manto, quedaré curada. 29 E inmediatamente se secó la fuente de su sangre y supo por su cuerpo que estaba curada del flagelo.

Según la Misná judía y gran parte de la práctica eclesiástica cristiana, esta mujer es fuente y foco de impureza (¡tiene que  estar escondida en una casa de “arrecogías”, como monjas de clausura a la fuerza!), pero ella sale y avanza escondida y miedosa, en medio del gentío, pues si la reconocen tienen que expulsarla del grupo, haciendo un hueco en su entorno o incluso apedrearla.

            Nadie puede ponerse en contacto con ella, ni tocar sus pertenencia personales. Es una muerta viviente, expulsada de la sociedad y condenada a su propia soledad impura, por causa de una ley religiosa, defendida con celo por las «sinagogas» (por los archisinagogos, como éste al que Jesús acompaña). Pues bien, esta mujer, que no ha podido ser curada por la medicina (5,26), no se ha resignado a vivir como lo manda la ley israelita.

            Es persona sin familia. Conforme a la ley sacral judía, su condición de hemorroísa (mujer con hemorragia menstrual permanente) le expulsa de la sociedad: no puede tener relaciones sexuales ni casarse; no puede convivir con sus parientes ni tocar a los amigos, pues todo lo que toca se vuelve impuro a su contacto: la silla en que se sienta, el plato del que come...

LA FAMILIA EN LA BIBLIA | XABIER PIKAZA | Casa del Libro

  Es mujer condenada a soledad, maldición social y religiosa; pero ella se arriesga y sale para “tocar” y decir su verdad a Jesús. En este contexto,  el milagro de Jesús consiste en dejarse tocar, ofreciéndole un contacto purificador, contacto de persona a persona, de varón a mujer, de Dios con la humanidad. En el fondo del relato hay un recuerdo histórico (forma de actuar de Jesús) y una experiencia eclesial (la comunidad cristiana ha superado las normas de pureza humana y sexual del judaísmo)[2].

Jesús no la ayuda con el fin de llevarla después a su grupo; no le dice que venga a sumarse a la “familia” de sus seguidores, sino que hace algo previo: la valora como mujer, acepta el roce de su mano en el manto, ofreciéndole el más fuerte testimonio de su intimidad personal; le anima a vivir y le cura, para que sea sencillamente humana, persona con dignidad y para que construya el tipo de familia que ella misma decida. No la quiere convertir en nada (a nada) sino capacitarla para que ella sea, al fin y para siempre, humana. Socialmente impura era esta hemorroísa: rescatarla para la humanidad, para las relaciones personales, para la familia, esta ha sido una conquista capital del evangelio[3]:

 -- Era hemorroísa desde hace 12 años (5, 25). Nadie podía acercarse a su cuerpo, compartir su mesa, convivir con ella. Como solitaria, aislada tras el cordón sanitario y sacral de su enfermedad, vivirá en la cárcel de su impureza femenina. No puede curarla la ley, pues la misma ley social y sacral la ratifica como enferma. Por eso no puede acudir a los escribas ni a los sacerdotes para curarse. Vive sin esperanza de curación humana, pues tampoco los muchos médicos (pollôn iatrôn; 5, 26) fueron incapaces de curarla. Lo ha gastado todo en sanidad y no ha sanado, como dice con ironía el texto[4].

-- Es mujer solitaria, pues su mismo “tacto” ensucia lo que toca, pero tiene un deseo de curarse que desborda el nivel de los escribas de Israel y de los médicos del mundo.Lógicamente, su misma enfermedad se expresa como búsqueda de “contacto” personal. Ha oído hablar de Jesús y quiere entrar relacionarse con él, de un modo personal, a nivel de “cuerpo”: ¡Si al menos pudiera tocar su vestido! (cf. 5, 27-28). No puede venir cara a cara, no puede avanzar a rostro descubierto, con nombre y apellido, mirando a los ojos a la gente que la estruja, porque todos tenderían a expulsarla, sintiéndose impuros a su roce. Por eso llega por detrás (opisthen), en silencio (5, 27).

 -- Es mujer que conoce y sabe con su cuerpo (5, 29). Toca el manto de Jesús y siente que se seca la fuente "impura" de su sangre, se sabe curada. Alguien puede preguntar: ¿Cómo lo sabe? ¿De qué forma lo siente, así de pronto? ¿No será ilusión, allí en medio del gentío? Evidentemente no. Ella lo sabe por su cuerpo (egnô tô sômati…), que es la fuente y verdad del primer conocimiento. Los hombres tienden a conocer “a través de leyes” o por medio de razonamientos. Esta mujer, en cambio, conoce por su cuerpo, es decir, a través de la sensación interior por la que se expresa su corporalidad más honda.

Xabier Pikaza: "A Jesús habría que buscarle en la Iglesia…, pero antes en  los pobres y en los crucificados" - Periodista Digital

             El conocimiento intelectual y racional resultan en este caso secundarios. En el fondo de su vida, hombres y mujeres conocemos a través de la sensación, es decir, a través del cuerpo, de manera que podemos afirmar que somos “inteligencia sentiente”. Pues bien, frente a todas las razones religiosas de los escribas y sacerdotes de Israel, Jesús quiere volver y vuelve a este nivel más hondo de conocimiento corporal, que es fuente de salud humana, el principio de toda religión. En ese nivel, lo que importa de verdad es que ella sepa con su cuerpo, se sepa curada, que pueda elevarse y sentirse persona, rompiendo la cárcel de sangre que la tenía oprimida, expulsada de la sociedad por muchos años. Por eso es decisivo que sepa, se descubra limpia en contacto con Jesús. Así dice Marcos que ella “conoce por su cuerpo”[5].

El mismo gesto de esconder su enfermedad y avanzar entre el gentío, corriendo el riesgo de tocar a unos y otros a su paso, era una especie de protesta religiosa. Esta mujer no se había resignado a vivir condenada y aislada, como un cadáver ambulante, porque así lo diga una ley regulada por los sabios varones de su pueblo. Sin duda, ella iba rozando a muchos y expandiendo a todos (según ley) su contagio de impureza legal, pero nadie se daba cuenta, mostrando así la impotencia de esa ley (pues si todos están contagiados nadie lo está). Sólo Jesús advierte el toque «profundo» de la mujer, que no se atrevía ni a rozar su cuerpo, ni a tomar su mano, sino que le ha bastado con rozar manto (5,28)[6].

Jesús, la fuerza sanadora de Dios (5, 30-32)

Mc 5, 30 E inmediatamente, Jesús, conociendo en sí mismo la fuerza que había salido de él, volviéndose a la muchedumbre, preguntó: ¿Quién ha tocado mi manto? 31 Y sus discípulos le replicaron: Ves que la gente te está estrujando ¿y preguntas quién me ha tocado?

La salvación aparece así a nivel de contacto personal, como muestra el gesto de Jesús que busca a la persona que le ha tocado, y la conversación que sigue, que nos conduce al centro del poder purificador del evangelio. Jesús conoce “en su cuerpo” la fuerza que ha salido de él, lo mismo que la mujer ha conocido “en su cuerpo” la curación que ha recibido. Eso significa que Jesús es una persona en comunicación, un cuerpo que se pone en contacto con otros otros, de hombres y mujeres, en un nivel de solidaridad profunda y de acción transformadora, antes de toda racionalización. A partir de este “conocimiento” se entiende la conversación: 

1) Jesús: «¿Quién ha tocado mi manto?» (5,30). Pregunta así porque sabe que él se ha puesto en contacto sanador (de solidaridad personal) con otro cuerpo/persona, a través de un manto, un vestido que mantiene su intimidad (le permite resguardad lo más profundo), pero que, al mismo tiempo, le comunica con los otros, haciendo así posible que todos le miren y le toquen. No pregunta “qué” me ha tocado (como si fuera una cosa), sino tis, es decir, quien, una persona. Notemos que no pregunta por aquellos que le han tocado en general, en roce de tipo ordinario. Quiere saber quién le ha tocado precisamente el manto, aludiendo de esa forma al simbolismo ya indicado del manto nupcial, pero, sobre todo, al signo de la comunicación corporal.

Cuadros para una exposición: Un milagro de Cristo: la curación de la  hemorroisa

2) Los discípulos no entienden (5,31). Piensan que Jesús alude al toque ordinario de aquellos que caminan a su lado y le empujan u oprimen por curiosidad o falta de espacio. No conocen el poder de su vida (de su cuerpo), ni saben distinguir los roces de la gente: quedan en el plano físico de la gente que aprieta, en un nivel de encuentros materiales, como si fueran simples “cosas”. A diferencia de ellos, la mujer entenderá (5, 33). Sabe lo del manto y conoce el movimiento de su cuerpo sanado (conoce a nivel de corporalidad humana, no de contacto de cosas)[7].

3) Jesús, en cambio, distingue y reconoce que éste ha sido un roce de mujer (es decir, de una persona distinta, que en aquel contexto ha de venir escondido), pues el texto dice que,  antes de verla y conocerla externamente, se ha vuelto para descubrir tên touto poiêsasan, es decir, para ver a "la" que había hecho esto (5, 32), sabiendo que la persona que le ha tocado sólo podía ser una mujer creyente, alguien que cree en el poder liberador del contacto corporal (en contra de aquellos que le habían condenado por ley a ser impura). Éste es el principio de su gesto posterior (de su palabra de curación): Una mujer “distnta” (que según Ley debía alejarse de todos) le ha tocado, y él se deja tocar[8].

             El texto nos sitúa así ante el contacto de dos cuerpos. (a) El de una mujer que se encuentra expulsada de la sociedad y declarada impura por su trastorno de sangre. (b) Y el de Jesus que irradia pureza y purifica a la mujer que le ha tocado,  vinculándose a ese plano con la hemorroísa. Sólo ellos dos, en medio del gentío de curiosos legalistas, se saben hermanados por el cuerpo.

Al “tocar” a Jesús, ella le ha enseñado algo que quizá Jesús antes no sabía (o no había pensado expresamente): Que no hay un “cuerpo impuro” de mujer; que igual que ha podido “limpiar” al leproso (1, 39-45), él puede y debe curar a la mujer menstruante, declarada por otros impura. Al “tocar” a Jesús, esta mujer ha declarado que quiere ser pura y que lo es. Ésta es su verdad, es la primera palabra de esta mujer-persona, que quiere dejarse curar por el Dios de Jesús…, que conoce en el fondo a Jesús mejor que todos los hombres que le siguen y manejan, como son al archisinagogo y los mismos discípulos, que gobernarán después su iglesia. Al sentirse “tocado” en su cuerpo, Jesús descubre y declara que esta mujer está limpia.

Nos hallamos, por tanto, ante un “con-tacto” personal primigenio y salvador, ante el roce de dos cuerpos que no se rechazan, un roce humano, primigenio, de reconocimiento y de aceptación “mesiánica”, es decir, personal. A ese nivel ha tocado la mujer a Jesús; a ese nivel ha aprendido Jesús que ese “toque” no es impuro, no mancha. Jesús descubre así que, más allá de los que aprietan y oprimen de manera puramente física, le ha tocado una persona pidiendo su ayuda; evidentemente, él se la ha dado.      

            Jesús se ha dejado sorprender por el “toque” de esta mujer  (que es como el “toque” sorprendente de Dios, del que han hablado algunos místicos, como Teresa de Jesús). Esta mujer ha “tocado” a Jesús en lo más hondo de su vida (de su persona), y él se ha dejado “tocar”, no ha rechazado su roce más hondo, y por la ha buscado con insistencia, logrando que ella venga, a la vista de todos, y se postre (pros-epesen)  a sus pies, como el archisinagogo se había postrado, confesando así el poder de Jesús, que le  ha “obligado” a confesar abiertamente lo que ha hecho (le ha tocado), declarando toda la verdad (pasan tên alêtheian), que es la verdad de su dolencia y de su curación (5,33).

            Esta mujer era invisible, estaba encerrada en la cárcel de su impureza (es decir, de la impureza y falta de palabra que habían impuesto sobre ellas los varones “falsamente religiosos” de un judaísmo de ley o de un cristianismo de derecho de varones), sin que nadie pudiera tocarla, ni ella tocar a nadie, bajo amenaza de fuerte condena. Por eso ha venido a escondidas, con miedo, pues quien la viera podía castigarla (5, 27). Pero Jesús se ha dejado tocar, y quiere decir ante todos lo que ha pasado, haciendo que ella pueda romper ese ocultamiento vergonzoso, hecho de represiones exteriores y miedos internos, que ahora podrá ya superar abiertamente.

Una mujer que cuenta toda la verdad (5, 32-34)

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32 Pero él (Jesús) miraba alrededor para ver quién lo había hecho. 33 Pero la mujer, temerosa y temblorosa, conociendo lo que le había pasado, vino y se postró ante él y le dijo toda la verdad34. Él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu flagelo[9].

Jesús necesita que ella cuente toda la verdad (no sólo su verdad particular, sino toda la verdad del evangelio). En otras ocasiones, Jesús había pedido a los curados que no dijera nada, para que el “milagro” no rompiera el secreto mesiánico, ni pudiera convertirse en propaganda mentirosa sobre su persona (cf. 1, 34. 44; 3, 12).

Pero, en esta ocasión, él pide a la mujer que salga al centro y cuente a la muchedumbre lo que ha sido su vida en cautiverio y cómo ha conseguido la pureza de su cuerpo. De esa forma, le concede (o, mejor dicho, le devuelve) la palabra, para que así ella pueda mostrar en la plaza pública, ante todos los hombres legalistas y de un modo especial ante el Archisinagogo, lo que fue el tormento de su vida antes clausurada en la “impureza” que le imponían los demás, y lo que es la gracia de la curación que Jesús le ofrece.

Esta mujer viene a presentarse así como la primera maestra de la Iglesia, la doctora que enseña a Jesús, la el “ministro” superior de la palabra en la iglesia. Todos los dogmas posteriores de concilios y papas han sido y seguirán siendo secundarios. Esta mujer es la primera doctora  y maestra de la Iglesia de Jesús, porque ha sido maestra de Jesús.

            Es ella la que tiene que decirlo  (decirse a sí misma): tomar su palabra de mujer y persona, proclamando ante todos su experiencia, para que así descubran, por su palabra, apoyada por Jesús, que ella no es impura. Es una mujer que conoce lo que le ha pasado (eiduia ho gegonen autê, 5, 33) por su propio cuerpo (5, 29), una mujer que puede elevarse ante todo y declarar lo que había en el fondo de su exclusión, sin estar ya sometida a lo que otros dicen de ella a través de sus leyes.            

Así dice toda  la verdad (pasan tên alêtheian, en absoluto)ante los varones de la plaza (y en especial ante el Archisinagogo, enseñándoles así con su propia experiencia. Ésta es la meta de la curación, éste es el principio de la iglesia mesiánica, que surge allí donde las mujeres pueden y deben decir lo que sienten y saben, lo que sufren y esperan, en una historia que deben oír los varones.

Ella cuenta y él ratifica lo que ha dicho esta mujer. De manera muy significativa, Jesús no añade nada, no se pone por encima de ella. No se atribuye la curación, no quiere ponerse en primer plano, sino que confirma, de manera cercana y personal, lo que ella ha hecho: ¡Hija! Tú fe (expresada en tu palabra) te ha salvado. Vete en paz (5, 34). Esta palabra ¡hija! (thygatêr), no hijita (thygatrion, en diminutivo, como ha dicho el archisinagogo al referirse a su hija/niña), es aquí el término apropiado.

            Jesús ha sido como buen padre para ella, ha dejado que le toque y le ha permitido madurar, de manera que de ahora en adelante puede comportarse como persona madura. Jesús ha sido como buen amigo, un hombre que reconoce el contacto puro de una mujer. De esa forma la ha reconocido mujer como persona, la ha querido y se ha dejado querer por ella, dejándose tocar, reconociéndole persona y destacando el valor de su fe. Ella le ha curado.

Curación (una palabra) que debe conocerse.

Jesús había pedido al leproso (1, 39-45) que se presentara ante el sacerdote, para realizar los ritos de purificación y recibir el aval de la curación, conforme a Lev 14, 2-32, manteniéndose luego callado (es decir, dentro de la estructura social de Israel), cosa que el leproso, con buen acuerdo, no ha cumplido. A esta mujer, en cambio, no le pide que vaya al sacerdote para ratificar su curación a pesar de Lev 15, 28.30, sino que cuente ante todos lo que ha pasado, rompiendo así el orden sacerdotal que se impone sobre las mujeres “enfermas” de menstruación.

            Es evidente que no puede (no quiere) ponerla de nuevo bajo el poder de unos sacerdotes, que según la ley y costumbre de aquel judaísmo debían declarar si ella era pura o no, por el tiempo de su menstruación. De esa forma, Jesús arranca a esta mujer  del dominio (dictadura) que ciertos sacerdotes imponían (imponen) sobre las mujeres, a partir de una supuesta pureza/impureza de sangre (que ellos controlaban). Lo que a Jesús le importa, lo que crea humanidad, es la fe y la palabra, expresada a nivel de contacto humano, y quiere que eso se sepa y que está mujer lo cuente, delante de todos[10].

Por eso quiere que esta mujer “toma” la palabra y diga toda la verdad (que es su verdad de mujer, silenciada después sistemáticamente por los hombres jerarcas de  una Iglesia que no acaba de entender a Jesús).  Puede seguir existiendo el problema de la sangre menstrual (trastorno físico) en plano médico y psicológico, pero ante Jesús ha perdido su carácter de maldición y su poder de exclusión religiosa, de rechazo humano; por eso quiere que esta mujer habla. De esa forma, ella no aparece ya como impura, sino como persona enferma a la que ha sanado su fe y su palabra (su forma de decirse en público).

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Así la ha valorado Jesús, superando una tendencia  legalista que ha dominado en cierto judaísmo desde el Levítico hasta la Misná (y en cierto cristianismo). Frente a la mujer naturaleza, determinada por el ritmo normal o anormal de las menstruaciones, encerrada en la violencia que su sangre y proceso genético simboliza (para los varones), Jesús ha destacado su valor como creyente que vive y despliega en fe su humanidad.

Jesús no se limita a definirla desde fuera, como cuerpo peligroso que se debe controlar sino que la recibe en su totalidad, como persona: mano que puede tocar, mente capaz de expresarse y decir lo que siente, corazón que sufre y cree. Sólo una mujer a quien se deja que actúe y se exprese, diciendo lo que ha sido su dolor, puede madurar como persona.

Jesús no la retiene para su posible iglesia, ni le manda al sacerdote (para ratificar su curación sagrada), sino que le pide que hable ante todos, de forma que sea ella misma quien defina su enfermedad y su salud. De un modo muy significativo, sólo esta mujer es la que puede decir “toda la verdad”, ella es la que tiene el verdadero conocimiento de su vida y de su salud, de manera que ya no se encuentra bajo la imposición de una verdad impositiva (mentirosa) de varones que quieren definir su vida desde fuera.

Sólo esta mujer dice en Marcos (y en el conjunto del Nuevo Testamento) “toda la verdad” (pasan tên alêtheian), definiendo así el sentido de su vida y de su pureza, el sentido de la vida humana ante Dios y ante los hombres y mujeres.  Sólo después que esta mujer ha sido curada y dice su palabra, Jesús puede curar a la  hija del archisinagogo, de forma que sigue la vida en (por) la historia de Dios sobre la tierra.

Jesús le ha devuelto la palabra (es decir, la ha reconocido), y ella la dice ante todos, para siempre. Una vez  que ha confesado la verdad (no una pequeña verdad privada, de mujer  apartada y marginad), Jesús le dice que se vaya sin miedo y que asuma ante todos su camino de mujer en dignidad (liberándola así del control de los sacerdotes), sin dejarse dominar por la posible irregularidad de sus menstruaciones.

Jesús no le dice lo que ella debe hacer, no marca su vida, de nuevo, desde fuera, imponiéndole algún tipo de exigencia social y religiosa, sino que “confirma su verdad” (la de ella) y le dice que “su fe” (la de ella) le ha salvado. Ésta es, por tanto, una mujer con verdad, una mujer creyente, ante todos los hombres y mujeres, en la plaza. De esa forma, recuperada su dignidad, ella puede marcharse a su casa (a su hogar, a sus tareas, a su vida). Así puede “ir en paz” (eis eirênên), sin miedo a que nadie la fuerce y la oprima de nuevo, para crear familia (si quiere), para vivir en humanidad, como hermana, madre o compañera, en el corro de Jesús o de la iglesia (cf. 3, 31-35), abriendo hacia los otros la fe que ella ha mostrado "tocando" a Jesús[11]

La mujer ha buscado a Jesús para curarse. Jesús la ha tocado y, tras pedirle que cuente su situación y su salud, la “devuelve” a la vida (su vida de mujer), diciéndole que vaya en paz y que quede libre de este flagelo (látigo, mastigos, que la hería y dominaba). No le pide nada, sino que diga su palabra y después le desea paz: Que pueda ser ella misma, sin estar ya  condenada a vivir fuera del círculo social, como había estado, a modo de muerta viviente, en doce años de impureza (controlada por los sacerdotes), como cientos y miles de mujeres de la iglesia posterior, controladas por varones, en instituciones de poder de Iglesia.

Francisco con el Consejo de Cardenales

(Postdata: pongo aquí la foto reciente, 25.6.21, de un "sanedrín" de varones (consejo del Papa con sus cardenales principales) arreglando (queriendo arreglar) los dineros de la iglesia, a modo de “empresa”; quizá es necesario hacerlo, mientras no cambie el Vaticano. Quizá es bueno que estén sólo varones, que no entienden “toda la verdad” de Jesús y andan en cosas marginales.

   Quiero que en la nueva foto central de la iglesia aparezca una mujer enseñándole a Jesús toda la verdad…  y con Jesús a los archisinagogos y a los discípulos propios de Jesús).

 Quiero que la siguiente foto sea de varones y mujeres por iglesia, confesando como la hemorroísa toda la verdad).

Siete mujeres se postulan a puestos prohibidos en la Iglesia: la  insurrección femenina en el seno católico

 Notas

[1] Estos dos pasajes  (Mc 5, 21-43: La hemorroísa y la hija del archisinagogo) forman el capítulo central del evangelio femenino de Marcos, la carta magna de la libertad de la mujer cristiana, una libertad que empieza por el cuerpo y que está al servicio la vida, para que estas mujer, la joven y la mayor, puedan ser ellas mismas y decía su palabra em la iglesia. En el lugar donde la Misná pone el código Nashim (De las Mujeres), centrado en rituales que consagran el sometimiento femenino, ha colocado Marcos  esta escena que avala para siempre la libertad de la mujer creyente. He introducido el tema en Hombre y mujer en las religiones, Verbo Divino, Estella 1996.   Cf. M. Navarro, Cuerpos invisibles, cuerpos necesarios. Cuerpos de mujeres en la Biblia: exégesis y psicología, en Id. (ed.), Para comprender el cuerpo de la mujer, Verbo Divino, Estella 1996, 175-177 y, de un modo especial, E. Estévez, El poder de una mujer creyente. Cuerpo, identidad y discipulado en Mc 5, 24b-34. Un estudio desde las ciencias sociales, Verbo Divino, Estella 2003.

      Sobre el tema de la mujer y la pureza, en perspectiva de Marcos, cf. M. J. Schierling, Woman, Cult, and Miracle Recital. A Redactional Critical Investigation on Mark 5, 24-34,  Bucknell UP, Lewisburg 1990;  R. P.   Booth, Jesus and the Laws of Purity: Tradition History and Legal History in Mark 7 (JSNTSup 13), Sheffield 1986; M. Fander, Die Stellung der Frau im Markusevangelium (MThA 8), Altenberge 1990; Frauen in der Nachfolge Jesu. Die Rolle der Frau im Markusevangelium: EvTh,52 (1992) 413-432. Para situar el tema en un contexto fenomenológico y antropológico más extenso, cf. J.- P. Roux, La sangre. Mitos, símbolos y realidades, Península, Barcelona 1990, 51-82. Sobre el sentido social de la pureza cf. M. Douglas, Pureza y peligro, Siglo XXI, Madrid 1991, 1-26, 106-132; Símbolos naturales, Alianza, Madrid 1988, 56-72. Desde una perspectiva bíblica, cf.  E. S. Fiorenza, En memoria de Ella, Desclée de Brouwer, Bilbao 1989; B. Witherington III, Women in the Ministry or Jesus, Cambridge UP 1994. Sobre estos pasajes en concreto, además de los comentarios fundamentas sobre Marcos (cf. J. Marcus, en Sígueme, M Navarro en Verbo divino, el de Pesch en Cristiandad y el  mío en Verbo Divino, cf. también J. M. Derret, Mark's technique: the haemorrhaging woman and Jairus's daughter, Bib 62 (1982) 474-505; E. López-Dóriga, Y cogiendo la mano de la niña le dice: Talitha koumi, EstEcl 39 (1964) 377-381; M. J. S. Schierling, Woman, Cult, and Miracle Recital. A Redactional Critical Investigation on Mark 5, 24-34, Bucknell UP, Lewisburg 1990.

[2] Cf. Schierling, Woman, especialmente págs 47-71. Para comparar con Marcos  7, cf. Booth, Purity

[3]  He citado ya el libro de E. Estévez, el estudio más completo que conozco sobre el tema. La hemorroísa, enferma de menstruación, sufría en la cárcel de su cuerpo, incapaz de crear comunicación en su entorno. La misma ley (Lev 15, 19-33) establecía las normas de su vida y sujeción femenina. La mujer era un viviente cercano a la impureza, tanto por los ciclos de su menstruación como por el parto; ella estaba sometida a leyes de carácter sacral, hechas para mantenerla de algún modo atada a sus procesos naturales y a su condición de servidora de la vida (engendradora).

[4]  Podría afirmarse que los médicos resultan mejores que los sacerdotes y escribas, pues al menos han intentado ayudarla. Pero al fin se han mostrado incapaces, a pesar del dinero que la mujer les ha dado: no pueden llegar a la persona en cuanto tal, no pueden influir (en cuanto médicos) en la raíz de la sangre manchada, fuente de todos los trastornos de la vida. Esta mujer es libre y rica: dispone de dinero, acude a los médicos, se mueve con autonomía, como la mujer de 14, 3-9, con quien podemos compararla. Pero está esclavizada por la enfermedad. Sobre enfermedad, impureza y medicina cf. H. C. Kee Medicina, milagro y magia en los tiempos del Nuevo Testamento,  Almendro, Córdoba 1992; B. J. Malina, El mundo del NT. Perspectivas desde la antropología cultural,  Verbo Divino, Estella 1995 181-219; S. Cohen, Menstruantsand the Sacred in Judaism and Christianity, en I. B. Pomeroy (ed.), Women's History and Ancient History, Chapel Hill, London 1991, 273-299. Sobre Marcos: J. H. Neyrey, The Idea of Purity en Mark's Gospel, Semeia 35 (1986) 81-128.

[5] Sobre la “inteligencia senciente” y el conocimiento a través del cuerpo ha dicho las cosas  más profundas X. Zubiri,  Inteligencia sentiente, Alianza, Madrid 1980. Antes que “animal racional”, el hombre es “animal creyente” (alguien que puede confiar en los demás) y, sobre todo, un viviente que “siente” (se siente vinculado a los demás por su corporalidad comunicativa).

[6] Sobre el valor curativo del manto de un sanador como Jesús, cf. 6,56. Se podría pensar que este pasaje esté aludiendo a un rito esponsalicio israelita, como cuando se habla de Rut, y se dice tocó-elevó el manto de Boaz en la noche, para pedirle ayuda, casándose luego con ella (cf. Rut 3,4). De todas formas, nuestra mujer se ha limitado a tomar por un momento entre sus manos el manto de Jesús, como pidiendo ayuda: también ella quiere liberarse de su oprobio, tener libertad para casarse, ser persona. La respuesta de Jesús es clara: De su cuerpo/manto irradia un poder de curación, y ella conoce en su cuerpo (no por ideas o leyes) que está sana (5,28-29)

[7] Ella ha tocado «sólo» el manto de Jesús, pero al hacerlo ha rozado su intimidad personal, entrando en contacto con la fuerza interior del cuerpo de Jesús (cf. la insistencia de 5,30). Así lo dirá ella, con temor y abiertamente, en medio de todos (5, 33)

[8]  Estamos en el lugar donde, más allá de un posible magia (algunos buscan poderes misteriosos por el tacto), viene a desvelarse el poder sanador del encuentro de los cuerpos. En este contexto debemos destacar también el valor simbólico del manto, tanto en la antigua tradición israelita, como en el entorno cultural. Cf. A. Lemaire, Manto, en Diccionario Enciclopédico de la Biblia, Barcelona 1993, 958; D. R. Edwards, Dress, ABD, 2, 232-238.

[9] Más que la curación, el texto ha resaltado la superación de un sistema religioso que mantiene a la mujer dominada, bajo códigos de impureza, unida a la sangre menstrual. Jesús se deja tocar y de esa forma purifica y limpia (o descubre limpia) a la que parecía impura.

[10] Cf. C. D. Marshall, Faith as a Theme in Mark's Narrative (SNTSMS 64), Cambridge 1989, 101-110.

[11] Conforme a este pasaje, la comunidad cristiana es para Marcos un espacio de intimidad donde los humanos pueden tocarse en fe, es decir, relacionarse en clave de confianza. Los tabúes de sangre y menstruación pasan a segundo plano, pierden importancia las reglas que han tenido sometidas desde antiguo a las mujeres por la propia "diferencia" de su cuerpo, pues ellas son capaces de creer y realizar la vida en gesto de confianza, igual que los varones. Por eso, Jesús no les ofrece leyes especiales de sacralidad o pureza, como han hecho por siglos muchos sacerdotes (incluso cristianos). Que sea mujer, que viva en libertad como persona, eso es lo que Jesús le ha deseado (le ha ofrecido), dentro de una sociedad donde la ley de enfermedades corporales y purificaciones de mujeres ha sido construida casi siempre por varones para proteger sus privilegios. He estudiado el tema en Hombre y mujer en las grandes religiones, Verbo Divino, Estella 1996. Sobre nuestro texto sigue siendo básico el estudio de. M. Fander, Die Stellung der Frau, 35-62.

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