El Neo-fascismo de género

“Yo, en realidad, miedo, miedo tengo a Dios…y a mi mujer” (Anónimo)


La única revolución del siglo pasado, además de la tecnológica, que permanece en el siglo XXI es la sexual. El feminismo que cuando se radicaliza es algo así como un machismo a la inversa, tiene una fuerza extraordinaria en nuestra cultura. La ideología de género es un pensamiento social que pretende explicar las relaciones humanas desde la perspectiva del conflicto permanente entre sexos.

Ayer me crucé con un magnífico análisis del fenómeno feminista ultra que quiero resumir y compartir porque la verdad hace libres.

Es hora de que este espinosísimo tema de las relaciones entre hombres y mujeres sea abordado sin temor alguno por quien discrepa del derrotero fanático e irracional que está tomando, y que me lleva a decir que la ideología de género es en realidad un totalitarismo de género, o sea, un neo-fascismo de género.

El movimiento feminista radical está vendiendo una utopía social a cambio de sacrificar libertades personales.

Ante el asesinato, una vez más, de una mujer, en este caso de Laura Luelmo, a manos de un hombre que ha confesado su crimen, Bernardo Montoya, a uno se le remueven las tripas escuchando a las feministas.

El mensaje subyacente que el feminismo sostiene en los crímenes cuyas víctimas son mujeres es siempre el mismo. El culpable o agresor comparte su responsabilidad en el crimen junto a una sociedad que es heteropatriarcal, capitalista y no igualitaria.

En esta utópica visión de una sociedad igualitaria y anti-heteropatriarcal, no hay crímenes. En ella el mal no tiene cabida.

Para llegar a esa sociedad utópica es preciso que se sacrifiquen libertades y derechos.

Primero, la Presunción de Inocencia (a las mujeres hay que creerlas sí o sí como dice Carmen Calvo). Segundo, la Igualdad ante la Ley, pues las mujeres deben recibir un trato más favorable que el varón. Tercero, la Libertad de Educación, pues las tesis feministas deben implantarse desde la escuela, y cuarto, la Libre Expresión y hasta el Pluralismo Ideológico, pues hay que hostigar y castigar a los discrepantes.

Todo totalitarismo (fascista o comunista) exige el sacrificio de libertades y derechos individuales en pos de la realización de la utopía colectiva.

Es relevante la íntima conexión de las tesis feministas con las marxistas. Teóricamente, en el paraíso socialista no podría haber crímenes, como en el caso del paraíso feminista. Un espléndido filme lo describe perfectamente, y lo recomiendo (está en Netflix), EL NIÑO 44 de Daniel Espinosa.

En el pensamiento marxista no existe ni el bien ni el mal, tampoco el libre albedrío. De esta forma el delincuente común es tratado como una especie de loco o desviado mental. Es por ello, que el crimen es esencialmente el resultado de un modelo capitalista donde impera la desigualdad. Por eso, el feminismo, al menos el de corte marxista, se toma tantas molestias en querer reeducar a la sociedad, creyendo que así se acaba con estos crímenes.

Nada más lejos de la realidad. Probada como está la inoperancia de años de leyes y adoctrinamiento, nos encontramos con una realidad frustrante, y es que los índices de criminalidad no bajan y eso es porque no hay sociedades perfectas y sin crímenes.

La maldad está gravada en la naturaleza humana, y la única forma de contrarrestarla es exigir rígidamente responsabilidad a quien se deje llevar por ella y provoque daños. El fin prioritario de las prisiones no es reinsertar al delincuente, sino que la sociedad pueda defenderse de los criminales más peligrosos excluyéndolos del tráfico social, y de forma permanente si es preciso.

El mito que el feminismo radical y de izquierdas trata de imponer a nuestra cultura hace aguas por todas partes porque es radicalmente contrario a la realidad y a la naturaleza humana. Las utopías pueden perseguirse a título individual, pero si se intenta a nivel comunitario (y el siglo XX nos pone buenos ejemplos de ello en el fascismo y el comunismo), se llega a una cultura del terror donde el miedo a discrepar acaba imperando. Donde el discrepante es peor tratado, como pasaba en el Código Penal soviético, que el delincuente común e incluso, el peor criminal.

Si a los varones nos preguntaran qué personas son las más importantes de nuestras vidas, la mayoría responderíamos nombrando primeramente a nuestras madres, abuelas, parejas, hermanas e hijas. Su miedo a ser violadas, maltratadas o discriminadas es el nuestro. Qué hombre no siente miedo cuando su pareja o hija queda embarazada o es madre, y con ello teme perder o no lograr un trabajo.

Cuando hablan de hetero-patriarcado me entra la risa, pues sólo he conocido algo muy hispano, el matriarcado, que se da cuando la mujer domina el ámbito doméstico y familiar. Nunca cuestioné este matriarcado. Siempre me ha parecido algo natural, pero ahora lo veo de otra manera por culpa del feminismo. Las relaciones domésticas entre hombres y mujeres no pueden regirse por la dominación de unos sobre otros sino por el afecto, el auxilio y el respeto mutuos. Así se forman personas, parejas y familias sólidas, imprescindibles para la sociedad. No defiendo con ello una utopía, sino un proyecto constructivo y humanista de carácter no colectivo, sino personal.

Las feministas me parecen unos machistas invertidos, pues parten del mismo supremacismo de género. Ambos entienden las relaciones entre nosotros como relaciones de dominación, y ciertamente en parte lo son, pero no son muy distintas a las relaciones laborales. El instinto de dominación (que no discrimina destinatarios) forma parte de nuestra naturaleza humana (y animal). Vivimos con este instinto y lo controlamos para que nuestra convivencia no sea ni insufrible ni destructiva. Este supremacismo sexista es sutil pero suficientemente perceptible y es el enemigo a abatir porque impide todo entendimiento entre quienes son iguales por ley y por condición humana.

Es peligrosísimo el derrotero que está tomando este nuevo fundamentalismo, este nuevo fascismo, el fascismo de género, pues se puede observar cómo fomenta el enfrentamiento entre hombres y mujeres llevándose por delante proyectos de pareja y de familia.

Los ideólogos de género, que son algo así como los inquisidores posmodernos, pretenden hacernos comulgar con ruedas de molino, que es lo que pasa cuando se pretende dominar el relato con una realidad en contra, y no se puede, porque echa aguas por todas partes.

Se están destinando muchos recursos públicos al adoctrinamiento, no así a dotar de mejores recursos a la Justicia y a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad.

Con una Justicia anclada materialmente en el siglo XIX no es de extrañar que los criminales no rehabilitados y no reinsertables no sufran seguimiento policial, lo cual evitaría muchas muertes y agresiones.

Con la inversión de unos pocos cientos de millones de euros, la unificación de los sistemas informáticos que interconectaran las sedes judiciales y aseguraran la eficacia de las órdenes judiciales y las medidas cautelares dentro de todo el territorio nacional, es decir, con la devolución de las competencias de Justicia e Interior al Estado, podríamos contar con una Justicia eficaz que controlara a los criminales.

Pero no, a la izquierda eso no le interesa. Le interesa el dominio del relato, la prédica desde su superioridad moral de la sumisión social a este relato, o sea, el control de las conciencias para imponerse socialmente.

Para ello es necesario instaurar un clima de terror, de ostracismo y persecución del discrepante, al cual ven realmente como el peligroso, y no tanto al machista, al violador, al maltratador o al leñador o cazador. Es por ello que para ella lo importante es adoctrinar y no reformar una Justicia lenta e ineficaz.

Y es que, en realidad, las técnicas del feminismo son muy antiguas.

Niegas la naturaleza humana porque la desconoces, te niegas a resolver de forma realista los problemas, y lo aderezas con una ideología simple, utópica y efectista donde priman las emociones…y ya lo tienes.

Un Neo-fascismo.

Si cuentas además con el respaldo de partidos políticos e instituciones, te subvencionan y te dan protagonismo mediático, entonces, ya no sólo lo tienes, es que son pocos los que se atreven a ponerte frente al espejo.
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